Las pinzas para el cabello
Cuando
tenla siete años, escuché a mi madre decir a una de sus amigas que cumpliría
treinta años al día siguiente. Pensé dos cosas cuando la escuché: primera,
que nunca antes había advertido el cumpleaños de mi madre; y, segunda, que no
recordaba que ella hubiera recibido nunca un regalo de cumpleaños.
Pues
bien, podría hacer algo al respecto. Mi dirigí a mi habitación, abrí mi
alcancía y tomé todo el dinero que tenía adentro: cinco monedas de cinco
centavos, que representaban cinco semanas de mesada. Caminé entonces hasta la
pequeña tienda al lado de mi casa y le dije al dueño, el señor Sawyer, que
deseaba comprar un regalo de cumpleaños para mi madre.
Me
enseñó todo lo que había en su tienda por valor de veinticinco centavos. Había
varias figuritas de cerámica que a mi madre le hubieran encantado, pero yo
tenía muchísimas y era yo quien debía limpiarlas una
vez a la semana; definitivamente no sería eso. Habla también unas cajas de
caramelos pero mi madre era diabética, así que tampoco serían apropiadas.
Lo
último que me enseñó el señor Sawyer fue un paquete de pinzas para el
cabello. Mi madre tenía un
hermoso cabello negro y largo, y dos veces a la semana lo lavaba y lo sujetaba
con pinzas. Cuando las retiraba al día siguiente, parecía una actriz de cine
con sus bucles largos y oscuros cayendo en cascada sobre sus hombros. Decidí
entonces que aquellas pinzas serían el regalo perfecto para mi madre. Le
entregué al señor Sawyer mis veinticinco centavos, y él me dio las pinzas.
Las
llevé a casa y las empaqué en una página llena de colores vivos de las tiras
cómicas del domingo (no tenía dinero para el papel de regalo). A la mañana
siguiente, cuando mi familia se encontraba en la mesa del desayuno, me dirigí a
mi madre, le entregué el paquete y le dije: "¡Feliz cumpleaños,
mamita!"
Mi
madre permaneció muda de asombro algunos momentos. Luego, con lágrimas en los ojos,
rompió la envoltura, y cuando llegó a las pinzas para el cabello, estaba
sollozando.
"¡Lo
siento, mamita! -me disculpé-. No deseaba hacerte llorar. Sólo quería que
tuvieras un feliz cumpleaños".
"¡Oh,
cariño, estoy feliz!", me dijo. Miré sus ojos y vi que sonreía a través de las lágrimas. "¿Sabes que
este es el primer regalo de cumpleaños que he recibido en toda mi vida?, exclamó.
Luego
me besó en la mejilla y me dijo: "Gracias, cariño." Se volvió hacia
mi hermana y le dijo: "¡Mira, Linda me trajo un regalo de cumpleaños!"
Después se volvió hacia mis hermanos y les dijo: "¡Miren, Linda me trajo
un regalo de cumpleaños!" Y se volvió hacia mi padre y le dijo: "¡Mira,
Linda me trajo un regalo de cumpleaños!"
Y
luego fue a lavarse el cabello para sujetarlo con sus pinzas nuevas.
Cuando
salió de la habitación, mí padre me dijo que
cuando era niño, en su hogar no acostumbraban a dar
regalos de cumpleaños a los adultos sino sólo a los niños pequeños, y
que la familia de mi madre era tan pobre, que ni siquiera eso hacían. Y agregó:
"Al ver cuán feliz has hecho a tu madre hoy, me has hecho pensar acerca de
esto de otra manera. Lo que quiero decir, Linda, es que creo que has sentado un
precedente aquí".
Y,
en efecto, senté un precedente. Después de esto, cada año mamá se vela
abrumada de regalos el día de su cumpleaños por parte de cada miembro de la
familia. Y, desde luego, cuanto más crecíamos los niños, más dinero teníamos
y eran mejores los regalos que recibía.
Cuando cumplió cincuenta años, mis hermanos y yo reunimos dinero y le compramos algo espectacular: un anillo de perla, rodeada de diamantes. Cuando mi hermano mayor le entregó aquel anillo en la fiesta que habíamos hecho en su honor, abrió la caja de terciopelo y miró la joya. Luego sonrió y mostró el estuche para que los invitados pudieran apreciar aquel obsequio especial, y dijo: "¿No son maravillosos mis hijos? Luego pasó el anillo de mano en mano, y fue emocionante escuchar el suspiro colectivo que se extendió como una ola por todo el salón.
Me
quedé en casa para ayudar en la limpieza cuando los invitados se marcharon.
Estaba lavando los platos en la cocina cuando escuché la conversación que
sostenían mis padres en la habitación contigua. "Bueno, Pauline -dijo mi
padre-, qué belleza de anillo el que tienes. Creo que es el mejor regalo de
cumpleafios que has recibido jamás".
Mis
ojos se
llenaron de lágrimas cuando escuché la respuesta de mi madre. "Ted -dijo
suavernente-, es un anillo precioso, no puedo negarlo. Pero el mejor regalo de
cumpleaños que haya recibido jamás fue un paquete de pinzas para el
cabello".
Linda Goodman