¿Qué pasó?

    Un joven jugaba, o mejor dicho practicaba, fútbol norteamericano en una universidad de la lvy League. Jerry no tenía más destreza que para jugar ocasionalmente durante la temporada normal, pero, en cuatro años, este muchacho dedicado y leal nunca perdió una sola práctica.

    El entrenador, muy impresionado por la lealtad y la dedicación de Jerry al equipo, también se maravillaba por su evidente devoción hacia el padre. Varias veces había visto a Jerry y a su progenitor, cuando éste lo visitaba, riendo y hablando mientras charlaban paseando por el campus tomados del brazo. Pero el entrena­dor no conocía al padre ni había hablado con Jerry sobre él.

    Durante el último año de Jerry y unas noches antes del partido más importante de la temporada, el entrenador oyó que golpeaban a su puerta. Al abrirla, vio al muchacho con expresión muy triste.

    -Entrenador, mi padre murió -murmuró Jerry-. ¿Puedo faltar a mi práctica por unos días e ir a casa?

    El entrenador dijo que lamentaba mucho la noticia y que por supuesto podía ir a su casa. Mientras Jerry murmuraba un "gracias" y se daba vuelta para irse, el entrenador agregó: "Por favor, no te sientas obligado a volver para el partido del sábado. Obviamente, también estás excusado". El joven asintió y se fue.

    No obstante, el viernes a la noche, unas horas antes del gran acontecimiento, Jerry estaba de nuevo frente a la puerta del entrenador. "Entrenador, volví ‑anunció‑, y tengo un pedido. ¿Puedo jugar mañana?"

    El entrenador trató de disuadir al joven, dada la importancia del juego para el equipo. Pero finalmente accedió.

    Esa noche el entrenador estuvo agitado y afligido. ¿Por qué le había dicho que sí? El equipo rival era muy fuerte. Necesitaba a sus mejores jugadores durante todo el partido. ¿Qué pasaría si el primer pase era para Jerry y lo malograba? ¿Y si jugaba y perdían?

    Era evidente que no podía dejar jugar al muchacho. Ni hablar. Pero se lo había prometido.

    Así, mientras las bandas tocaban y la multitud aguardaba ansiosa, Jerry estaba de pie en la línea del arco esperando el primer tiro. "Probablemente la pelota ni siquiera le llegue", pensaba el entrenador para sus adentros. En poco tiempo organizaría una serie de jugadas asegurándose de que el mediocampo y el zaguero llevaran la pelota, y sacaría al joven del juego. De esa manera no tendría que preocuparse por una falla crucial y cumpliría su promesa.

    "¡Oh no!", exclamó el entrenador cuando vio que la primera pelota caía directamente en los brazos de Jerry. Pero en vez de manipularla con torpeza como él esperaba, Jerry la abrazó firmemente, esquivó a tres defensas y corrió al medio del campo hasta que por último lo atajaron.

    El entrenador nunca había visto correr a Jerry con semejante agilidad y fuerza, y tal vez como presintiendo algo, hizo que el jugador de defensa respondiera a la señal de Jerry. El defensor le entregó la pelota y Jerry respondió y volvió a correr eludiendo tackles. Después de algunas jugadas más llevó la pelota hasta la línea de gol.

    Los oponentes estaban sorprendidos. ¿Quién era ese chico? Ni siquiera figuraba en los informes deportivos, pues hasta entonces había jugado un total de tres minutos en todo el año.

    El entrenador dejó a Jerry en el campo y jugó el primer medio tiempo completo como ataque y defensa. Atajó, interceptó, lanzó, pases, bloqueó, corrió. Hizo de todo.

    En la mitad del partido los favoritos iban perdiendo por dos puntos. Durante el segundo tiempo Jerry siguió estimulando al equipo. Cuando sonó la campanilla, su equipo había ganado.

    En el barullo del vestuario reservado sólo para los equipos que han ganado un combate imposible, el entrenador buscó a Jerry y lo encontró sentado tranquilamente en un rincón, con la cabeza entre las manos.

    -Hijo, ¿qué pasó? ‑le preguntó mientras lo rodeaba con el brazo-. Tú no juegas tan bien como lo hiciste esta vez. No eres tan rápido ni tan fuerte ni tienes tanta destreza. ¿Qué pasó?

    Jerry miró al entrenador y dijo despacito:

-Sabe, entrenador, mi padre era ciego. Este fue el primer partido que me vio jugar.

Autor desconocido