"El Tío Pepé" según Pelón |
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José Rafael, María Elena y Carlos Francisco |
El
trece murió mi tío Héctor. El último de los hermanos de mi padre. Le
decíamos Pepé y siempre lo vimos como el otro lado de mi padre, su
complemento por lo opuesto, diferente, como el otro polo. Juntos,
cercanos casi toda su vida, casi toda porque los últimos años sus
cotidianas y acostumbradas discusiones se convirtieron en una rutina
obstinada, que los separó hasta de los que más disfrutaban juntos:
Discutir. Su recuerdo está íntimamente ligado al de mi padre. Hubo
un tiempo en que mi tío vivió en Valencia. En una vacaciones de
agosto, fui a visitarlo, mi primo José Rafael vivía en la misma ciudad
y se mudó a la casa de mi tío, para poder jugar todo el día. Todas
las mañanas nos despertábamos a la hora en que se levantan los niños
de seis años, en época de vacaciones, cuando se piensa que el mes de
agosto es el mes más importante. En agosto los días son más claros,
los pájaros cantan mas duro y las madres están mas contentas y
conversadoras. El mes de agosto es como un día sábado multiplicado por
treinta. Aquel mes de agosto, cuando tenía seis años, una fantástica
mañana, de aquellas semanas que sólo tenían días sábados, el tío
Pepé nos levantó temprano, Íbamos a pescar. Hasta ese día la pesca
para mí era tan distante y fabulosa como la cacería de osos polares, o
los safaris africanos o escalar El Kilimanyaro. Durante
el desayuno apenas se habló. Los niños de seis años nunca están
seguros si se desayunaron o soñaron desayunarse, sobre todo cuando lo
hacen a las seis y media de la mañana. Durante
el camino, un frenazo me regresó a la realidad y me bajó de un golpe
de aquel espléndido bote donde nos remontábamos río arriba, con
nuestras estupendas cañas, carretes de acero inoxidable, anzuelos
formidables, de esos que tienen carnadas artificiales, gorros, guantes,
botas de hule. ¿Dónde estaba todo aquel equipo? Giré la cabeza hacía
la parte de atrás de la camioneta Ford 54 y sólo vi el caucho de
repuesto. Mi idea de la pesca empezaba a sufrir algunas modificaciones. -Claro,
me dije, no hay guantes, ni gorros, ni guantes, ni botas de hule, pero
seguramente el río es grande, pero no tan grande y además con el calor
que hace por aquí, no es muy apropiado tanto equipo, eso es para esos
países donde cae nieve y hay vientos fríos, esas ventiscas espantosas.
Seguro que cuando lleguemos mi tío va a sacar unas flamantes cañas y
la camioneta no será suficiente para todos de salmones. Llegamos
al taller de mi tío, nos sentó en su oficina mientras ordenaba el día
con los empleados, nuestro aburrimiento estaba llegando al límite,
cuando se paró y nos dijo. -Vamos a pescar. Lo
seguimos, entró en un cuartucho que estaba al frente de la oficina
pasando un patio, esos sitios donde se guarda todo lo que debe ser
botado. Esperamos en el marco de la puesta desvencijada, sin poder ver
en detalle el interior por la oscuridad. Salió mi tío y nos entregó
dos botellas vacías, alambre, unos tapones de corcho, unas cuerdas
delgadas y con un frío y profesional "síganme" emprendimos
camino por un sendero bordeado de una tupida vegetación. En pocos
minutos llegamos a la rivera de un riachuelo, (nombre que le dan los
libros de cuentos infantiles extranjeros a las quebradas). Mi
tío puso las botellas en el suelo, nos pidió las de nosotros, los
alambres, los cordeles, sacó de una bolsa con pedazos de pan y de su
bolsillo trasero sacó un destornillador. Mi primo y yo nos vimos la
cara. Para entonces no conocíamos la palabra estupefactos, pero así
estábamos. Tío
Pepé dijo: -Atiendan
bien, porque no voy a repetirlo y hagan todo lo que yo hago. Tomó
una botella y con el destornillador le dio un golpe seco en lo que ese día
supimos que se llamaba "el culo de la botella", la cual debía
ser de esas que tienen una metra, y nos dijo que sólo servían las de
champaña, (eso lo entendimos muchos años después), porque esa metra sólo
la tiene esas botellas, la metra cedió al golpe y quedó un agujero
casi perfecto, en el culo de la botella. Luego tomó un pedazo del
alambre lo enredó y lo introdujo en la botella, le tapó el pico con
uno de los corchos, le amarró uno de los cordeles, le puso unas migajas
de pan dentro de la botella y la tapó con un corcho, sumergió la
botella en la orilla y ató el cordel a un arbusto cercano y dijo con un
tono de veteranía que daba gusto. -Miren
carajitos. Al
instante pequeñas sardinitas plateadas se metieron en la botella y como
por arte de magia no podían salir. Sacó la botella del agua, sostuvo
la metra con un dedo y depositó las sardinitas en un tobo lleno de
agua, y dijo: -Tienen
hasta el medio día para pescar sardinas. En
una hora habíamos pescado miles de sardinitas plateadas y cuando tío
Pepé llegó a buscarnos estábamos metidos en el agua, como parte de
los pequeños cardúmenes de la quebrada. Así
comenzó mi carrera de pescador, fue mi primer y único día de pesca.
No fue precisamente como en "El Viejo y El Mar", sin embargo
con frecuencia recuerdo la emoción de ver entrar aquellas sardinas rápidas,
plateadas, brillantes en la botella. Gracias al tío aprendí una técnica
que jamás he oído o visto practicar a nadie más y aprendí otras
cosas. No
en todos los ríos hay salmones, aun habiéndolos, no siempre se podrán
pescar, (sobre todo si no se tiene caña). Pero en todas partes hay
botellas y en todos los ríos hay sardinitas. Nunca más he pescado a la
orilla de un río, no al menos realmente, pero en mi recuerdo siempre
seguiré pescado: las mágicas sardinitas plateadas del mes de agosto.
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