Puesto aparte en el iluminismo merece Rousseau. El iluminismo no había hecho de la razón la única realidad humana; había reconocido los límites de la misma, así como el valor de las necesidades, de los instintos y de las pasiones. No obstante, había puesto en la razón la verdadera naturaleza del hombre: esto es, el orden normativo al cual se reduce la vida humana en la multiplicidad de sus elementos constitutivos. Rousseau parece romper en este punto con el ideal iluminista. La naturaleza humana no es razón; es instinto, sentimiento, impulso, espontaneidad. La misma razón se extravía y se pierde, si no tiene por guía el instinto natural. Sus producciones y creaciones mayores no impiden el desvío del hombre, si no se refugia en el instinto y no se adecúa a la espontaneidad natural. El iluminismo quiere armonizar el instinto con la razón; rousseau, la razón con el instinto; pero el resultado final es el mismo.
El motivo dominante de la obra de Rousseau es
el contraste entre el hombre natural y el hombre artificial. “Todo es bueno,
dice en el comienzo del Emilio, cuando sale de las manos del Autor de las
cosas; todo degenera entre las manos del hombre”. De esta degeneración,
Rousseau hace un análisis amargo y despiadado, que recuerda el de
Pascal. Los bienes que la humanidad cree haber conquistado, los tesoros
del saber, del arte,de la vida refinada no han contribuido a la felicidad
ni a la virtud del hombre, sino que lo han alejado de su origen y extraviado
de su naturaleza. Las ciencias y las artes deben su origen a nuestros vicios
y han contribuido a reforzarlos. “La astronomía ha nacido de la
superstición; la elocuencia, de la ambición, del odio, de
l adulación, de la mentira; la geometría, de la avaricia;
la física de una vana curiosidad; todas, aun la misma moral, nacen
el orgullo humano.”