Santo Tomás marca una etapa decisiva de la escolástica. E1 continúa y lleva a término la obra iniciada por San Alberto Magno. Gracias a la especulación tomista, el aristotelismo se hace flexible y dócil a todas las necesidades de la explicación dogmática, y no mediante expedientes ocasionales o adaptaciones artificiales (según el método de San Alberto), sino en virtud de una reforma radical, debida a un principio único y sencillo que reside en el corazón mismo del sistema, y es desarrollado con lógica rigurosa en todas las partes del mismo. Si le era preciso a San Alberto corregir el aristotelismo desde el exterior, tomando motivos y sugerencias de la misma corriente agustiniana que quería combatir, Santo Tomas halla en la misma lógica de su aristotelismo la manera de insertar los resultados principales de la tradición escolástica en un sistema que es armónico y acabado en su conjunto, preciso y claro en los detalles. En este trabajo especulativo, Santo Tomás se vale de un talento filológico nada común: el anstotelismo ya no es para él, como lo era para San Alberto, un todo confuso en el que se han integrado tanto las teorías originales como las diversas interpretaciones de los filósofos musulmanes. Trata de establecer el verdadero significado del aristotelismo, tomándolo de los textos del Estagirita de los intérpretes islámicos se vale como fuentes independientes, cuya fidelidad a Aristóteles examina cuidadosa y críticamente. Aristóteles es para Santo Tomás el fin último de la investigación filosófica. El Estagirita llegó hasta donde podía llegar la razón; más allá, sólo hay la verdad sobrenatural de la fe. Fundir la filosofía con la fe, la obra de Aristóteles con las verdades que Dios ha revelado al hombre y de las que la Iglesia es depositaria: ésta es la labor que se propone Santo Tomás con toda claridad. Para llevar a cabo esta tarea son necesarias dos condiciones fundamentales: la primera, es separar claramente la filosofía de la teología, la investigación racional, guiada y sostenida tan sólo por principios evidentes, de la ciencia cuyo supuesto previo es la revelación divina. En efecto, solamente mediante esta clara separación, la teología puede servir de complemento a la filosofía, y la filosofía servir de preparación y auxiliar de la teología. La segunda condición, es hacer válido, dentro de la investigación filosófica, como criterio de dirección y norma, un principio que indique la disparidad y separación entre el objeto de la filosofía y el objeto de la teología, entre el ser de las criaturas y el ser de Dios. Estas dos condiciones están ligadas entre sí: puesto que filosofía y teología no pueden estar separadas una de otra, si no se delimitan sus objetos respectivos; y la filosofía no puede ser preparadora y auxiliar de la teología, que es su verdadera culminación, si no incluye y hace válido en sí misma el principio que justifica precisamente esta función suya preparatoria y subordinada, la diferencia que hay entre el ser creado y el ser de Dios.
Y así, este principio es la clave de bóveda del sistema
tomista. Es el que ayudará a Santo Tomás a determinar las
relaciones entre razón y fe, y a establecer la regula fidei; a centrar
alrededor de la función de la abstracción la capacidad de
conocer del hombre; a formular las pruebas de la existencia de Dios; a aclarar
los dogmas fundamentales de la fe. Santo Tomás enunció este
principio en su primer trabajo, De ente et essentia, como distinción
real entre esencia y existencia; pero también está expuesto
en la fórmula de la analogía del ser, que a la vez utiliza
ampliamente.
Probablemente, esta fórmula es la más adecuada para expresar
el principio de la reforma radical que Santo Tomás aportó
al aristotelismo. El ser de Dios y el de las criaturas es distinto. Los
dos significados de la palabra ser ni son idénticos ni completamente
distintos; sino que se corresponden proporcionalmente, de tal modo que el
ser divino implica todo lo que la causa implica respecto al efecto. Santo
1'omás lo expresa diciendo que el ser no es unívoco ni equívoco,
sino análogo, es decir, que implica proporciones distintas. La proporción
es en este caso una relación de causa y efecto: el ser divino es
causa del ser finito (Sum. theol., I, q. 13, a. 5). Santo Tomás relaciona
este principio con la analogía del ser, que Aristóteles afirmó
acerca de las distintas categorías. Pero en el Estagirita no puede
concebirse una distinción entre el ser divino y el ser de las demás
cosas; el ser aristotélico es verdaderamente uno, su causa está
en la sustancia. (§ 73). Para Santo Tomás el ser no es uno.
El Creador está separado de la criatura; las determinaciones finitas
de la criatura nada tienen que ver con las determinaciones infinitas de
Dios, sino que únicamente las reproducen de modo imperfecto y demuestran
su acción creadora. Santo Tomás ha hecho tomar al aristotelismo
el camino opuesto al que le hizo seguir la filosofía musulmana. Esta
acaba en la necesidad y eternidad del ser, de todo el ser, incluso del mundo.
Santo Tomás acaba en la contingencia del ser del mundo y en su dependencia
de la creación divina.