Que bien se observa todo desde acá; estamos perdidos en el sublímite del mundo, que nos hace ver todo mucho mas claro. Atención, Atención !!! Vuelo número cinco a cualquier parte ... Quien lo toma ... "PROHIBIDO PISAR EL CÉSPED" rezaba el cartel de aquella plaza. Prohibido estaba pisar el césped para la gente de ese lugar. Era una cartel claro y contundente, y nadie de ese lugar se animaba a desafiar su orden; es mas, lo creían un mandato divino, digno de sus personas. Los moradores del lugar se paseaban todos los días por alrededor de esa plaza solamente para contemplarla. Horas y horas se quedaban allí petrificados delante de esa plaza prohibida. Cada tanto alguno recordaba años pasados en que la gente se revolcaba por el pasto de esa plaza pública y que hoy parecía ser privada, o peor aún, prohibida. Se preguntaban que sentirían sus antecesores a los que les estaba permitido pisar el césped de esa plaza, pero ninguno lograba entenderlo ya que habían crecido sin poder pisarlo. De entre los habitantes de ese lugar, los mas audaces decían que pisar el césped era cosa de otros tiempos, y que hoy en día no valía la pena probar lo que se sentía, ya que debía de ser un placer muy viejo, muy primitivo, que con los placeres computarizados de hoy día se vería relegado a la nada. Después estaban los escépticos que ni siquiera se preocupaban por saber lo que significaba pisar el césped y que habían pasado toda su vida sin siquiera mirar esa plaza. Separados y casi aislados del pueblo estaban unos pocos, no mas de tres, que daban cualquier cosa por aunque sea una vez en su vida poder pisar el césped, pero estos eran los que peor la pasaban. Siempre eran los marginados del pueblo, y la guardia de municipales que rodeaba esa plaza les tiraba por la borda todo intento por pisar el césped prohibido. Cuenta la historia que una mañana se vió caminar por los alrededores de la plaza a un individuo con actitud de sospechoso, ya que tenía una gran sonrisa en sus ojos y la ropa y los zapatos con un poco de tierra. Pero lo mas sospechoso era que ni siquiera se molestaba por sacudirse la ropa; iba lo mas tranquilo con su persona llena de tierra. Cuando lo vieron los municipales, instantáneamente lo detuvieron por creérselo responsable de haber pisado el césped prohibido. En la comisaría se le investigaron los antecedentes y se descubrió que su identificación no era legal. Lo llevaron a un Juicio justo en el cual se declaró culpable de haber pisado el césped vedado, y ni siquiera expuso un atenuante. Al día siguiente fue condenado cien años perpetos en una celda totalmente aislada y sin ningún tipo de ventana que le permitiera ver la plaza. A las pocas horas de haberlo encerrado en su celda se lo encontró muerto, y lo que mas extrañó a sus carceleros, era que aún llevaba en sus ojos la sonrisa del día en que lo habían detenido en los alrededores de la plaza por creerlo sospechoso de tan grabe delito.- Los carceleros lo levantaron y lo acomodaron mas o menos bien en el banquillo de los acusados, y ya que las pruebas eran las mismas, y el reo no atinó a esgrimir una sola protesta, lo volvieron a encontrar culpable y lo crucificaron en la plaza, para ejemplo de la gente, y de las lombrices que aún pululan por sus tierras.-

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