La danza del
cortejo
Eibl-Eibesfeldt,
etólogo alemán, en 1960, utilizando una cámara oculta de video, estudió cómo se daba
el cortejo en diferentes culturas. Descubrió que existe entre los humanos un esquema
universal del flirteo. Mujeres de lugares tan diferentes como el Amazonas, Nueva Guínea,
París, realizan la misma secuencia de flirteo mientras cortejan: la mirada penetrante, el
reconocimiento, la conversación, el roce y la fugaz sincronía armoniosa.
Hombres y mujeres miran
fijamente a una posible pareja no más de dos o tres segundos, durante los cuales sus
pupilas pueden dilatarse, señal de extremo interés. Luego él o ella apartan la vista.
Pero esa mirada no pasa inadvertida pues activa nuestra parte cerebral más primitiva,
provocando interés o rechazo. Se la ha llamado mirada copulatoria. Y es
probable que esta táctica se encuentre inscripta en nuestro psiquismo evolutivo. Los
chimpancés y otros primates miran al enemigo para intimidarlo pero también para
reconciliarse después de una batalla; también machos y hembras se miran fijamente antes
del coito.
La antropóloga Helen
Fisher dice que tal vez sean los ojos - y no el corazón, los genitales o el cerebro
- los órganos donde se inicia el romance pues es la mirada penetrante la que provoca la
sonrisa humana.
El encuentro de las
miradas iniciará la conversación en la cual no importará qué se diga sino cómo se
dice; la voz humana es como una segunda firma que muestra no solo las intenciones de su
dueño sino también su entorno cultural, su grado de educación y las características
idiosincráticas individuales. Puede interrumpir o continuar el cortejo.
Si continúa comienza luego el contacto, al
comienzo como un simple roce - iniciado generalmente por la mujer -. La piel humana es
como una pradera en la que cada hoja de hierba equivale a una terminación nerviosa,
sensible al mas leve contacto, y capaz de dibujar en la mente humana el recuerdo del
instante. El percibe este mensaje de inmediato y si vacila por poco que sea, ella puede no
intentar tocarlo nunca mas, la seducción se terminó. Pero si se inclina en su dirección
y sonríe, o si retribuye el contacto con un contacto deliberado, han superado una barrera
enorme.
En todas las culturas humanas existen
códigos que indican quien puede tocar a quien, cuándo, dónde y cómo. Estos juegos,
imaginativos y creativos, son básicos en la seducción humana. Si la pareja continua
charlando y tocándose balanceándose, torciéndose, mirando con fijeza, sonriendo,
meciéndose, coqueteando, alcanzan la ultima etapa del ritual del cortejo: la
sincronía fisica total, el componente final y mas misterioso de la seducción.
Entre miradas y leves
contactos llegarán al último peldaño del cortejo, a la sincronía física total, a un
baile de movimiento corporal en espejo.
Algunas tácticas de
cortejo masculinas y femeninas son compartidas con otras especies no humanas. La actitud
tímida, el ladeo de la cabeza, el pecho hacia adelante y la mirada penetrante,
posiblemente formen parte de un repertorio estándar de gestos humanos que, usado en
determinados contextos, evolucionó como un código para atraer a la pareja. La mujer
sonríe y levanta sus cejas mientras abre bien sus ojos para mirar a quien la observa,
baja luego los párpados y baja la cabeza, mirando hacia otro lado. El hombre, arqueando
su espalda, echa su pecho hacia adelante del mismo modo que las palomas macho al
pavonearse, inflan sus pechos.
Helen Fisher, antropóloga, dice: Año
tras década tras siglo representamos una y otra vez este antiguo guión: nos pavoneamos,
acomodamos las plumas, flirteamos, nos hacemos la corte, nos deslumbramos, nos atrapamos
mutuamente. Luego hacemos nido, nos reproducimos, nos somos infieles, y abandonamos el
redil. A corto plazo, embriagados de esperanza, flirteamos otra vez. Con eterno optimismo,
los humanos padecen de inquietud mientras están en edad de reproducirse y luego, al
madurar, él y ella sientan cabeza.