El Cerro Negro tiene bien puesto
su nombre: se trata de una piramide de rocas calcinadas y en su cono oscuro
la herrumbe de siglos no ha impreso todavia su pátina, como en la
cuspide parada del arcaico Telica o del erosionado Momotombo, al punro
que la alfombra vegetal no ha tenido tiempo de escalar y recubrir sus ladras
resabladizas y esteriles.
A partir de 1850, cuando aparecio el volcan,
el Cerro Negro ha cubierto su cono con muchos piroclastos, oscuras bombas
asperos lapillis, que no tuvieron tiempo para oxidarse, pues las erupciones
subsiguintes revestian con un nuevo sudario de escorias al cono cinetico,
que paulatinamente, por esta causa, continua irguindose sobre la Llanura
del Pacifico. De seguir estas proyecciones magamaticas en forma tan repetida,
el Cerro Negro llegara a ser la mole mas imponente de la Cordillera
de los Maribios en los siglos venideros. hace 127 años el volcan
aparecio a ras de de la planicie de Lechecuagos; desde entonces se ha levantado
unos trescientos metros, despues de una docena de erupciones, desde pocos
dias, hasta varias semanas. La actividad no solo se ha manifestado en su
forma explosiva, como se ha observódurante la proyeccion aerea de
piroclastos ardientes -que lacanzaron los 20,000 pies de altura en febreo
de 1971- sino tambien en correntadas de lava, que han brotado a partir
de grietas o de crateres adventicios ubicados al pie del cono principal.
El 9 de agosto de 1970, durante un intervalo
de calma, ascendi al volcan en compañia del geologo Jose Viramonte,
de Ianfrater Whitehead, y de Franco Peñalba. Contemplando desde
la base todo parecia facil, tanto como si pudieramos tocar la cuspide con
solo levantar la mano. Media hora despues pareciamos cuatro hormigas tepando
y resbalando sobre un monticulo de arena. Pero en este caso no habia arena
sino pedruzcos escoriaceos, del tamaño de un puño cerra de
esos que durante las erupciones simulan chizpas lanzadas por un fogon.
Estaban depositados sobre una pendiente de unos 40 grados de inclinacion;
y pronto se resbalaban, laderas abajo, bajo la presion de nuestras botas.
En efecto, cada pado arriba nos llevaba un poco mas abajo, y en consecuencia,
nos tomo dos horas alcanzar la cumbre.
Realizamos el ascenso por la pendiente
oriental, por donde baja una colada de lava, hoy solida y fria, pero
con muchas aristas que pronto dieron cuenta del duro cuero de las botas.
Superada la colada llegamos a un pequeño crater, a medio camino
sobre la falda noreste, el cual se encontraba semisepultado por las rocas
lanzadas en las pasadas erupciones. Desde ahi tuvimos la vision espectacular
de la llanura de Maipaisillo, cuadriculada de plantillos de algodon y ajonjoli.
el volcan ha derramado numerosas corrientes de lava sobre esta llanura
que, como rios negros petrificados, han arransado con la vegetacion en
su lento pero calcinante avance.
Distabamos unos ciento cincuenta metros
de la cuspide, enfrentando una pendiente mas empinada y revestida de rocas
mas grandes y bamboleantes. Trepamos trabajosamente con las cantimploras
ya vacias, haciendo zigzags, hasta que al fin , casi reptando, alcanzamos
la cresta.
Al pie como un amplio circo se abria el
crater no muy profundo, con su fondo aterrado por los derrumbes de las
paredes. Por todo el piso se viean grandes peñazcos se superficie
granulosa y algunas grietas donde emanaban fumarolas de calientes gases
que la sublimarse sobre las paraedes frias dejaban parches amarillos, morados
o grises, de cloruros de hierros y gases cristalizados. Azufre no se encontro
pero las costras de yeso encalaban en las paredes del crater.
Mientra los geologos, desafiando al inclemente
sol cenital de agosto, analizaban las emulsiones fumarolicas, nosotros
agotados por el cansancio y catigados por el sol impio, buscamos refugio
en una especie de caverna, que descubrimos junto a la pared del sur. Repuestod
de la fatiga, hicinos prospecciones, las que culminaron con el descubrimiento
de una profunda grieta, revestida de critales de cloruro de alumnimio,
que como aliento igneo, dejaba escapar un gas muy irritante.
Antes de iniciar el descenso grabe sobre
las rocas calcinadas los nombres de Ariadna y Berenice, mis hijas gemelas,
y recogi una muestra que guarde como pequeño trofeo.
El descenso fue tan azaroso como la subida.
con pasos premeditados, apoyando el tacon sobre laiedras sueltas y con
el cuerpo hacia atras, nos deslizabamos tras el pequeño alud
que nuestro peso provocaba continuamente. La pendiente estaba desolada,
tan abiotica como la luna; no sobresalia un matojo o un tronco seco donde
asirse en caso de un subito resbalos "gunido abajo". De vez en cuando aparecia
un peñazco semienterrado que nos servia de apoyo mientras tomabamos
aliento.
El unico signo de vida que descubrimos,
el cual nos llamo curiosamente la atencion, fue un nido de paloma, acurrucaso
entre las tambaleantes piedras. A pesar de lo inhospito del sitio se encontraba
estrategicamente colocado, guardando dos huevos que el sol ardiente pronto
empollaria. No creo que exista mamifero rapaz que intente escalar la resbaladiza
pendiente para saquear el nido.
Al fin llegamos a la base del volcan, sucios,
sudorosos, sedientos y casi harapientos, trompicando entre las filosas
piedras y con vista temblorosa percibimos como un oasis el jeep que nos
esperaba con agua y comida.
La erupcion posterior, en febreo de 1971,
la mas violenta registrada, voltilizo todo o que descubrimos en aquel entonces
dentro del crater del volcan, incluyendo mi pobre sombrero de palma que
se quedo olvidado en ese portal del infierno.
Jaime Incer Barquero