La Charrería

Charrería: Voz mestiza que significa patria, orgullo y tradición, voz que despierta nuestras mas profundas raíces y sentimientos, nuestro arraigo por la tierra y las labores del campo,  nuestra pasión por  la belleza y la  exaltación de nuestros mas sentidos valores mexicanos.
El ser charro y el estar en una charreada es  ir a otro tiempo y a otro lugar, la charreria no es cuestión de dinero o premios, es cuestión de orgullo, honor y costumbres. El vestirse de charro es cubrirse un instante de siglos de tradición, es un rito en el cual se involucra no solo la persona que usa el atuendo, sino todos los artesanos que se involucran en el proceso: sastres, bordadores, talabarteros, sombrereros...
El ser charro  es  una actitud, es un modo de vida , son valores que trascienden al tiempo y que son heredados de padres a hijos, es dignidad, respeto, patria y tradición. La charrería sigue siendo la identidad de todo un pueblo, es el más mexicano de todos los deportes, es un arte que conjunta belleza, fuerza, destreza, movimiento, energía, pasión , dedicación, valores y tradición, es un deporte con más de 400 años de vida y del cual todos somos parte integral para preservarlo.

LAE Israel Fernando Granados Reyes.


Suertes Charras

Origenes de la Charreria y su evolucion hasta nuestros dias

La charrería tiene sus orígenes en el siglo XVI cuando , Hernando Cortés desembarcó por vez primera en la ciudad que otrora se convertiría en el puerto de Veracruz, en 1519, junto con uno de los puntos medulares para el éxito en la conquista de lo que sería durante tres siglos "La nueva España": 15 caballos y un potrillo que fue parido en pleno viaje.

El insigne cronista don Bernal Díaz de Castillo -Que por cierto tenía fama de buen jinete- en su crónica de la conquista, describe los nombres de los conquistadores, el color del pelaje de los caballos y sus principales características, y que citando dice:

"Aquí quiero poner por memoria todos los caballos y yeguas que pasaron:

El capitán Cortés, un caballo castaño zaino, que luego se murió en San Juan de Ulúa.
Pedro de Alvarado, Hernando López de Ávila, una yegua castaña muy buena, de juego y carrera: y de que llegamos a la Nueva España, el Pedro de Alvarado le compró la mitad de la yegua o se la tomó por la fuerza.

Alonso Hernández puerto de Carrero, una yegua rucia de buena carrera que le compró Cortés por dos lazadas de oro.

Juan Velásquez de León, otra yegua rucía, muy poderosa que llamábamos "La Rabona", muy revuelta y de buena carrera. Cristóbal de Olid, un caballo castaño oscuro harto bueno.

Francisco de Motejo y Alonso de Ávila, un caballo alazán tostado; no fue para cosa de guerra.

Francisco de Norla, un caballo castaño oscuro, gran corredor y revuelto.

Juan Escalante, un caballo castaño claro, tresalbo; no fue bueno.

Diego de Ordaz, una yegua rucia, machorra, pasadera, aunque corría poco.

Pedro Domínguez, un muy extremado jinete, un caballo castaño oscuro muy bueno y gran corredor.

Pedro Gonzáles de Trujillo, un buen caballo castaño claro que corría muy bien.

Morón, vecino de Vaimo, un caballo muy hovero algo morcillo, no salió bueno.

Larez, el buen jinete, un caballo muy bueno, de color castaño algo claro, y muy buen corredor.

Ortiz el Músico y un Bartolomé García, que solía poseer minas de oro, un buen caballo oscuro, que decían "El aviero". Ese fue uno de los buenos caballos que pasamos en la armada.

Juan Sedeño, vecino de La Habana, una yegua castaña, y esta yegua parió en el navío.

Este Juan Sedeño pasó el más rico soldado que hubo en la armada, porque trajo un navío suyo y la yegua, y un negro o cazabe, e tocinos, porque en aquella sazón no se podían hallar caballos , ni negros, si no era a precio de oro, y a esta causa no pasaron más caballos porque no los había"

Cuando finalmente los naturales fueron sometidos dos años después y el humo de Tenochtitlán apaciguó; Cortés había aplastado a la civilización azteca y reintroducido el caballo a Mezo América después de su extinción en tiempos prehistóricos.

Una vez realizada la conquista, los españoles sabedores de la condiciones climáticas que imperaban en el nuevo territorio, se dieron a la tarea de la crianza ganadera, multiplicando rápidamente los enormes hatos en los gestaderos, llenándolos de reses y caballos, éstos aptos para la silla.

El antecedente más remoto de la fiesta charra es brindado por el virrey Luis de Velasco I, en 1560: " Fiestas de ochenta a caballo, con jalces y bozales de plata, encerraba setenta y ochenta toros bravísimos y gustaba pasear los sábados por Chapultepec donde tenía toros en un toril muy lindo y los acompañaban cien de a caballo".

Fue entonces cuando el uso de los caballos estaba restringido sólo al ciudadano europeo, incluso había pena de muerte para el indígena que montara una bestia, aún cuando fueran hijos de reyes o caciques.

Sin embargo, a medida que la ganadería se fue extendiendo, se comenzó a expedir decretos y disposiciones especiales para que los naturales ayudaran en las labores de campo , usando caballos; lo cual dio como resultado que el virrey concediera a los nativos de los llanos de Apan, permiso para montar. De ahí que los orígenes de la charrería se ubiquen en esa tierra.

Orígenes

Allí surgieron los primeros grandes hombres de a caballo y como parte de las faenas aptas para el manejo del ganado, surgieron las primeras suertes charras, como los píales.

Citando a don Alfonso Rincón Gallardo, sobrino de Don Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros, Duque de Regla, Marques de Guadalupe y Marques de Villahermosa; al describir lo que sucedía en las haciendas ganaderas al comerciar sus productos:

"No es casualidad que a las suertes ejecutadas en el lienzo se le llame hoy fiesta charra. Fue precisamente al calor de las fiestas que las tareas de doma, rudamente aprendidas en el campo abierto, adquirían su carácter lucidor y gallardo."

Y como describe en uno de sus escritos:

"La charrería, actividad exclusiva de los hombres de campo, se ejercitaba continuamente en las haciendas ganaderas cuando había necesidad de lazar un animal. La temporada de herraderos, capaderos y tuzaderos propiciaba grandes festejos.

El dueño de la hacienda invitaba a sus amigos , parientes y vecinos, que llegaban en ferrocarril , en coches tirados por magníficos animales o montando caballos perfectamente enjaezados"

Y haciendo referencia a las diversas suertes que se ejecutaban en estos festejos , citamos los siguientes párrafos:

"Todo mundo se acomedía desde temprana hora,. Los mozos de estribo limpiaban y ensillaban los caballos, los charros revisaban que cada cosa quedara en su lugar : En los caballos, el freno debía colocarse un dedo arriba del colmillo, y , en las yeguas, dos dedos arriba del último diente ; veían que la mantilla quedara en la costura sobre el lomo, que los flecos salieran por detrás de las silla de cantina y que ésta no estuviese demasiado apretada o demasiado floja; prestaban especial atención al temple de las reatas, pues de ello depende el éxito de un lazador. Una reata demasiado floja o demasiado dura dificulta lazar, cuando el charro veía que su soga estaba dura la ponía bajo el sol, y si floja, en la sombra. Entretanto, los vaqueros juntaban la mulada que se iba a tuzar. Un vaquero conocedor les cortaba con tijera las cerdas del cuello de manera que simularan un arco, y las de la cola en la parte del maslo, dejándoles una punta bien emparejada hasta la corva. Con ese arreglo las mulas se ven mejor, más grandes, y se facilita su venta. Para hacer esta operación, había que lazar mula por mula, y derribarlas, lo que hacían los charros con gran gusto.
Una vez que estaban encorraladas las mulas, el dueño de la hacienda acudía al lugar acompañado por sus amigos. Los charros se ponían sus manillas y tras escoger las reatas de temple adecuado, las enredaban cuidadosamente, pues bien sabían que una soga mal enredada fácilmente podría dejarlos con un dedo de menos. Se colocaban luego en sus lugares correspondientes; se soltaba la primera mula y un charro "bajaba vueltas" sin ver la cabeza de la silla, "chorreaba" hasta detener la bestia, volteaba su caballo y estiraba hasta derribar el animal. Otro charro la lazaba de las manos y "estiraba de punta". El primer charro acortaba y estiraba al hilo; un vaquero procedía entonces a afeitar la mula.
Al terminar la jornada, los charros, que se habían lucido dejando ver distintos píales y lazos de cabeza regresaban felices a la casa de la hacienda, con los fustes degollados, al tranco de su cabalgadura"

Como se puede apreciar en los párrafos anteriores, de las necesidades propias del manejo del ganado surgieron cada una de las llamadas "10 suertes charras", las cuales en conjunto integran lo que hoy conocemos como "charreada".

Más no fue una evolución simple y llana, hubo grandes transformaciones que se fueron gestando a través de la historia en la transición de la Nueva España a la Independencia y el surgimiento de México como nación, de la reforma de 1857 promovida por el benemérito de las Américas don Benito Juárez al porfiriato, de la revolución mexicana a la vida actual de nuestro amado país.

Todos estos momentos estuvieron sustentados sobre la figura que es representativa de México alrededor del mundo: El charro mexicano.


En las siguientes páginas, citamos parte del ensayo "La charrería en el imaginario nacional" presentado por la historiadora Cristina Palomar Verea como parte de una rigurosa investigación doctoral, extraído del libro "Charrería" publicado por Artes de México, en donde se muestra la evolución de la charrería hasta convertirse en deporte; desde sus primeras asociaciones y su institucionalización hasta su paradójico nacimiento como deporte en el entorno citadino.

"Como deporte, la charrería tiene una historia de menos de un siglo, si bien es heredera de una larga tradición cultivada durante siglos por un sector de la sociedad rural dedicado a las actividades agroganaderas. Con la llegada de los charros a las ciudades como consecuencia del nuevo orden que trajo el reparto agrario -producto de la Revolución mexicana- al poner fin a los grandes latifundios y haciendas, aquel sector convirtió sus actividades productivas tradicionales en un deporte -las faenas del campo elevadas al rango de las artes- y una fiesta, reproduciendo así sus gustos y diversiones en el ámbito urbano. El charro se convirtió así en un jinete que, con el propósito de competir y hacer gala, ejecuta suertes como lazar, colear y jinetear. Hábil, por su experiencia campirana, en la doma del caballo y en el manejo del ganado mayor, el charro adquiere mayor destreza mediante la práctica deportiva y perfecciona las suertes. Fue alrededor de 1920 cuando comenzaron a construirse en las urbes los lienzos charros, espacios creados especialmente para esta actividad, y se inició el proceso de institucionalización de los charros en asociaciones con reglamentos y estatutos para formalizar su práctica. El hecho parad6jico de que la charreria como deporte haya nacido en el contexto urbano y solo después se haya extendido a las ciudades medias y a los pueblos donde es mas intensa su practica como actividad consustancial a las labores agroganaderas habla de como una tradición de origen rural de alguna manera es devuelta al campo transformada, necesariamente distinta en su definici6n y realización. Esto hace suponer que los significados y contenidos son mas complejos de lo que aparentan; es en las ciudades donde se ven obligados a producir artificial a intensivamente un mundo cuyo significado esta bajo la permanente amenaza de un contexto que se le opone y con el que tiene que establecer constantes negociaciones. La fiesta charra es un espectáculo de gran colorido que ofrece a los participantes fuertes emociones dentro, detrás y alrededor del lienzo. Podríamos pensar en ella como el corolario de una tradición compleja donde se ponen en juego los distintos elementos que han confluido para dar vida al mundo charro. Una especie de cuadro vivo con riquísimos matices de historia, significados y valores. Se presenta también como un ritual mediante el cual se reestablece el orden de ese mundo y se refuncionalizan sus principios; vuelven a tomarse posiciones, y se reconocen otra vez espacios y límites: Los elementos discursivos que actúan en la fiesta charra parecen recrear el juego cultural de significados provenientes de diversas fuentes: los relativos a la identidad nacional y regional, a las diferencias jerárquicas, a la reafirmaci6n de una ética y una estética especificas y, de manera importante, los atribuidos a la diferencia sexual, a cada uno de los sexos y a las relaciones entre ambos. En este orden la disciplina y el control desarrolla una función fundamental. Los limites entre los diversos elementos son muy claros y rigurosamente respetados.


La institucionalización

Se cuenta que el interés de los charros por constituirse en asociaciones tiene que ver con un menosprecio que sufrió uno de los suyos, Enrique Munguia, durante una fiesta oficial en el ex hipódromo de Peralvillo de la ciudad de México. Este desaire llevó a Munguia a convocar, a través de la prensa, a los charros de la capital a una junta para integrar una asociación y construir un lienzo. El fruto de aquella reunión fue la fundación de la Asociación Nacional de Charros en 1921. Mas allá de su veracidad, esta anécdota ilustra el espíritu reivindicativo de los charros y su deseo de proteger y conservar la tradición contra el paso del tiempo, los cambios de contexto y las modificaciones de su significado ante otros sectores de la población. Así pues, se puede decir que la institucionalización de la charrería también tiene que ver con la necesidad de un grupo socioeconómico especifico por asegurar su sobrevivencia como tal.
Al igual en otros terrenos en los que se juega una herencia simbólica, en la charreria existe una disputa respecto a cual fue la primera asociación. Para los charros del centro del país, esta fue la Asociación Nacional, formada el 4 de junio de 1921, entre otros, por Ramón Cosio González y Crisóforo B. Peralta. Otra versión señala a Charros de Jalisco, de Guadalajara, fundada no como asociación formal, sino como agrupación, en 1920, por Silvano Barba, Inés Ramírez y Andrés Zermeno, entre otros. Esta disputa encierra otra relativa al origen mismo de la charreria, en la que están involucrados los sentimientos regionalistas de las diferentes asociaciones y la dinámica de las identidades regionales puestas en juego en la figura del charro. El estado de Hidalgo, por ejemplo, rivaliza con el de Jalisco, y aún dentro de éste, la zona de los Altos se afirma como al auténtica cuna de la charrería.


En esta institucionalización tuvieron una participaci6n fundamental algunos presidentes de la republica. Abelardo L. Rodríguez promulgó la ley deportiva, en cuyo marco la charrería se asumió como deporte nacional, incorporándose a la Confederaci6n Depor- tiva Mexicana. Pascual Ortiz Rubio decretó que el traje charro seria símbolo de la mexicanidad, lo que investía a quienes lo portaran con una especie de obligación de hacerlo con dignidad y honor. Manuel Ávila Camacho y otros presidentes posteriores participaron en la consolidación de las instituciones charras al tejer nexos políticos con ellos --incorporando a sus directivos en actos protocolarios o de representaci6n oficial-- y apoyar la construcción de lienzos o donar terrenos para este fin. La existencia de este vinculo hizo, por otra parte, que los charros comenzaron a ser una especie de emblema nacional disputado por las diferentes tendencias políticas. Otro elemento que tiene cierto peso en esta consolidación es que los charros son considerados como la tercera fuerza de reserva para el Ejercito Nacional, lo cual revela otra funci6n cuyos resabios quedan en la pistola que forma parte de su traje charro, aunque, significativamente, se lleve descargada. El reglamento de la Federación Mexicana de Charreria - que a lo largo de su historia también se ha llamado Federación de Charros, Mexicana de Charros, Nacional de Charros y Nacional de Charreria - indica que el revólver deberá ser indefectiblemente portado junto con el machete y la navaja que, sin embargo, carecen de la fuerza simbólica del arma de fuego.
La importancia de los jinetes en el contexto bélico del siglo XIX fue fundamental. En la lucha por la independencia, en la intervención francesa y en otras luchas civiles, los ejércitos estaban formados, sobre todo, por contingentes de caballería. Entre los caudillos de la Independencia emergidos del ámbito rural se cuenta a Ignacio Allende, Valerio Trujano, Nicolás Bravo, Pedro Moreno y Andrés Delgado. Este ultimo tenia fama de ser hábil para lazar y entre su gente destacaban los charros que componían el Cuerpo de Dragones de Santiago, muy temido por los realistas. Otra notoria figura fue Pedro Nava; se dice que cuando sus fuerzas se encontraron con las del también insurgente Francisco Javier Mina cerca del Fuerte del Sombrero, en Los Altos de Jalisco, este ultimo y sus tropas se impresionaron con el traje de charro de Nava y su destreza en el manejo del caballo.


Los jinetes también tuvieron cierta importancia en la seguridad publica en la crisis político-social anterior al porfiriato, cuando proliferó el bandolerismo. Para hacerle frente, el gobierno reorganizó y profesionalizó al ejercito, y la policía montada rural -dependiente del Ministerio de Gobernación y creada en 1861- cobró fuerza. En este lapso se organizaron nueve cuerpos de rurales constituidos por 218 hombres, quienes también daban protección a los hacendados. Uniformados con el traje del jinete del campo -ya que esa era su área de acción- combatían el bandidaje de los caminos y el abigeato, y vigilaban las ferias pueblerinas. Estas fuerzas, que también auxiliaban al ejercito federal en el sofocamiento de asonadas contra el gobierno, fueron muy temidas y gozaron de gran popularidad.
La creación de la Federación Nacional de Charros se hizo necesaria al quedar la charreria subordinada a la Confederación Deportiva Mexicana, que exigía que cada deporte formara una federación con todas las asociaciones o clubes afines. Su fundación tuvo lugar el 16 de diciembre de 1933. Fueron nombrados Silvano Barba González --secretario de Gobernación, figura notable en la política tapatía y charro de Los Altos - como presidente y Leovigildo Islas como secretario. Años después , en 1940, preocupada por cierta perdida de valores, la directiva, encabezada por Ricardo Soberón , se propuso hacer de la charreria el eje en torno al cual se mantuviera un sentimiento de hermandad. Se elaboraron entonces reglamentos y normas de las suertes charras, orientados a conservar la tradición. He aquí nuevamente a los charros intentando reinstaurar su practica en un contexto distinto.
Existe cierta visión de la charreria como una practica "elitista", que requiere de una serie de elementos que la hacen costosa y compleja: indumentaria, caballos y otros animales, montura y demás avios, nexos personales que permitan la aceptación como nuevo miembro, personal que cuide los animales y enseñe el deporte.
Esta infraestructura no cuenta, , según suelen quejarse los charros, con un claro apoyo gubernamental, pese a su consideración como deporte nacional. Esta falta de ayuda refleja, a su vez, en una mengua de la afición. "

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Los valores

La sociedad mexicana ha cimentado el desarrollo de la nación en base a una institución que a través del tiempo ha perdurado como eje central de desarrollo: La familia.
Esta institución ha fomentado en nuestro México un caudal de valores como el respeto, la unión, la confianza, el amor y la verdad; los cuales han permitido un desarrollo armonioso y productivo en los núcleos sociales en donde esta institución ha permanecido como el centro de evolución .
Sin embargo, el tiempo y diferentes factores como la economía, la explosión demográfica, la distribución geográfica y el desarrollo no sustentado de las comunidades han deteriorado a la figura familiar a tal grado que hoy es uno de los vórtices de discusión más analizados y estudiados entre antropólogos, especialistas sociales y sicólogos; los cuales han demostrado que la familia permitía dentro de su cohesión como núcleo la individualidad de cada uno de sus miembros, pero siempre sustentándolos en sus decisiones y pasos trascendentales a dar en la vida. Pero debido a la pérdida de identidad familiar, este núcleo se ha ido dilapidando y se han acarreado conflictos no solo dentro de la unidad familiar, sino en la comunidad donde esta ha perdido su identidad y en los ámbitos en donde los miembros ya no pertenecen a una sociedad sustentada en el valor familiar, sino operan como seres individuales que única y exclusivamente sienten la responsabilidad por si mismos, y no por nadie más, volviéndose ya no seres humanos en busca de progreso, sino en entes que transitan en la vida con lo suficiente para sobrevivir.
Es en este contexto donde la práctica y el amor por la charrería permite a la familia reunir nuevamente a sus miembros y buscar en este constante devenir a la familia como institución forjadora de nuestra nación , respetando la individualidad de cada uno de sus miembros, pero manteniendo presente el núcleo de cohesión entre ellos al inculcar valores como el respeto, la confianza, la armonía, el amor y la verdad; los cuales permanecen constantes a través del tiempo y el espacio en nuestra sociedad, asegurando la convivencia plena y permitiendo la libre expresión de nuestra individualidad pero siempre conservando el respeto por el derecho de los demás.

Retomando parte del ensayo "La charrería en el imaginario nacional" presentado por la historiadora Cristina Palomar Verea comenta:

"Es en el seno familiar en donde se asegura la permanencia futura de la tradición charra. El nacer en una familia asegura no nada más el aprendizaje del deporte y la permanencia en las asociaciones , sino la socialización dentro de una especie de ética, integrada por una serie de comportamientos, valores, tradiciones y que distinguen al "verdadero" de los "otros charros" y que permite vislumbrar las jerarquías y diferencias internas existentes en los distintos grupos. Se habla, por ejemplo, de charros de abolengo, charros nuevos o profesionales, además de las distintas categorías reconocidas en las competencias.
Entre los charros, la familia hace las veces de una institución total que organiza la vida cotidiana más allá d la charreada misma: durante la semana, los niños acuden con sus madres a sus entrenamientos vespertinos después del colegio, las niñas a practicar las escaramuzas, al baile regional y a las convivencias diversas que se organizan en el seno de los lienzos. Los domingos, la jornada empieza temprano con la misa, luego se alistan en los caballos para la charreada de mediodía. De este modo, la familia asegura la reproducción de la mencionada ética charra que permite resguardar la experiencia como algo nuclear en términos identitarios, así como reivindicar dicha identidad , donde la idea de honor tiene lugar central"

Es entonces la charrería un gran unificador familiar el cual ha demostrado a través de mas de 400 años de vida su capacidad de brindar sano esparcimiento y convivencia en las familias y entre estas, teniendo como precepto fundamental el respeto y el honor que cada individuo merece en nuestra sociedad.

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