23° DOMINGO ORDINARIO
CICLO C

 

PRIMERA LECTURA: Sab 9, 13-19

"¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la voluntad de Dios?¿Quién hacerse idea de lo que el Señor quiere? Los pensamientos de los mortales son tímidos e inseguras nuestras ideas, pues un cuerpo corruptible agobia el alma y esta tienda de tierra abruma el espíritu lleno de preocupaciones.
Trabajosamente conjeturamos lo que hay sobre la tierra y con fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance; ¿quién entonces, ha rastreado lo que está en los cielos? y ¿quién habría conocido tu voluntad,
si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?
Solo así se enderezaron los caminos de los moradores de la tierra, así aprendieron los hombres lo que a ti te agrada y gracias a la Sabiduría se salvaron todos los que, Señor, fueron de tu agrado desde un principio".

 

LA HISTORIA

El libro de la Sabiduría es el único que trata de la inmortalidad del alma. Dado que se escribió en un ambiente helenizado (Alejandría de Egipto), aceptó la existencia independiente del alma, y su incorruptibilidad. Esta antropología, típicamente griega, tuvo su origen ya bastante tiempo antes de Platón (ya con Pitágoras, quien floreció hacia 585 a. C.), aunque él haya sido su más célebre defensor. Esta aceptación, sin embargo, no significa que el autor hubiese aceptado todas las conclusiones que de ello sacaban los griegos. Una primera consecuencia de esta filosofía, consiste en el considerar todo lo que pasa en este mundo como una preparación y una prueba para alcanzar el otro.
Las expresiones que usa el autor en Sap 9, 15, son cercanas a unas de Platón (429-347 a. C.) en el Fedón y en el Fedro.
Estos datos, entre otros muchos, nos dan la certeza de que el autor del libro de la sabiduría no fue Salomón, sino un judío que vivió en ambiente griego entre los siglos I a. C. y I d. C.

 

EL CONTEXTO

La segunda parte del libro (Sap 6-9), trata de la adquisición que hizo Salomón, de la sabiduría. El capítulo 9 es una oración del rey, para obtenerla. Los primeros doce versículos de esta capítulo son una petición a Dios de que envíe la sabiduría, que habita con él desde el principio, puesto que quiere que sus obras sean justas para los hombres y agradables para Dios.
En nuestra perícopa Salomón dice lo que el hombre puede hacer si Dios le otorga la sabiduría.
A partir del capítulo 10, el autor recorre lo que hizo la sabiduría en la historia del pueblo, especialmente en el Éxodo.

 

EL SENTIDO

El versículo 13 está constituido por dos preguntas retóricas, cuya respuesta es: nadie. Estas dos preguntas nos recuerdan las que hacían Job y Qohélet y que aquí el autor se complace en contestar como Qohélet: el hombre no puede conocer el plan de Dios, mucho menos puede cambiarlo. En el versículo 16 retoma la idea con una afirmación y otra pregunta retórica: nadie puede conjeturar lo que está en los cielos. Eso que el autor dice que no se debe buscar y que está en los cielos, no es, sin duda, algo material, sino la voluntad de Dios de que habló en el versículo 13.
Los versículos 14 y 15 afirman que la materia abruma al alma y que, por ello, el alma no puede conocer como quisiera. "Un cuerpo corruptible agobia el alma", es una afirmación de cierto dualismo. Se hace la afirmación de que el cuerpo es corruptible, y se supone (ya se había dicho antes), que el alma no lo es.
Los versículos 17 y 18 dicen que para conocer la voluntad de Dios es preciso tener la Sabiduría y el espíritu santo; por ella y por él, los "moradores de esta tierra", es decir, los judíos, conocieron lo que le agrada al Señor. Esta afirmación nos recuerda la que hacía ben Sirá en el capítulo 24: "La Sabiduría de Dios está plasmada en la Ley", aunque aquí no se haga la identificación explícita.

 

 

EVANGELIO: Lc 14, 25-33

"Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo: Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Porque ¿quién de ustedes, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar o ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío".

 

LA HISTORIA

La palabra "discípulo" de Cristo no corrió con la suerte de otras expresiones: apóstol, profeta, presbítero, obispo, etc., sino que se designó con ella a todos los que aceptaron a Jesús como su maestro. La palabra "apóstol", por ejemplo, se limitó, tardíamente, a los doce que Jesús había llamado y que fueron testigos de su vida pública y de su resurrección. Más tardíamente se limitó la palabra "presbítero" para un grupo selecto de personas que recibían una función muy especial, a partir de la imposición de manos; no digamos nada de los obispos.
Los discípulos de Cristo, todos, somos hermanos, aunque tengamos funciones diferentes en la comunidad.

 

EL CONTEXTO

Después de las discusiones con los fariseos que Lucas juntó en Lc 14, 1-24, trata aquí de las renuncias que deben hacer los que quieran ser sus discípulos.
En los versos 34-35 compara, al parece, a los discípulos con la sal, que debe conservar sus características para ser útil y deseada. En el capítulo 15 nos transmite las tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo.
Las discusiones con los fariseos llevaron a Lucas a plantear que los discípulos deben renunciar a los bienes y a todo lo que se ama, a diferencia de los fariseos, pero, a la vez, deben ser misericordiosos y aceptar la misericordia del Padre.

 

EL SENTIDO

Los versos 25-27 y 33 tratan del mismo tema: el odio o la renuncia a los familiares y a los bienes.
Los versos 29-32 parecen insertados entre 25-27 y 33, de una manera un tanto artificial. Su mensaje y contenido parecen diferentes, tratan, de otro tema: la prudencia. Es posible, sin embargo, hilvanar los dos textos: Para seguir a Jesús es preciso "odiar" a los padres, cónyuge, etc., y si uno que quiere seguirlo no se sienta a calcular en qué medida es capaz de hacer esto, puede cometer el error de atreverse a hacerlo y luego no poder por falta de fuerzas.
Jesús no pedía "odio" a los parientes, pues sería absurdo que, además, pidiera amor a todos. La expresión es un hebraísmo y parece querer indicar que exige preferencia e incondicionalidad, tal como en Lc 9, 57-62. El odio a la propia vida debe traducirse en una entrega completa a los planes que uno descubre que Dios tiene para la propia vida.
El versículo 33 nos revela que Jesús no ponía unas exigencias más tenues para los que no lo seguían en el grupo de los doce; todos deben renunciar a todos los bienes, es decir, considerarlos como un préstamo de Dios para el beneficio de la comunidad, como los talentos que se tienen que poner a trabajar para que rindan mucho bien para los hermanos.
El verso 19 es una adición de algunos manuscritos latinos.


© Derechos Reservados. Esta versión electrónica Comentarios a los Domingos Ordinarios, ha sido realizada por el IAFOBI. Se permite su reproducción siempre y cuando se cite la fuente: IAFOBI, Dr. Javier Quezada del Rio. México D.F. 2001.


 

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