PRIMERA LECTURA: Sab 9, 13-19
"¿Qué hombre, en efecto, podrá
conocer la voluntad de Dios?¿Quién hacerse idea de lo que
el Señor quiere? Los pensamientos de los mortales son tímidos
e inseguras nuestras ideas, pues un cuerpo corruptible agobia el alma y
esta tienda de tierra abruma el espíritu lleno de preocupaciones.
Trabajosamente conjeturamos lo que hay sobre la tierra y con fatiga hallamos
lo que está a nuestro alcance; ¿quién entonces, ha
rastreado lo que está en los cielos? y ¿quién habría
conocido tu voluntad,
si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado
de lo alto tu espíritu santo?
Solo así se enderezaron los caminos de los moradores de la tierra,
así aprendieron los hombres lo que a ti te agrada y gracias a la
Sabiduría se salvaron todos los que, Señor, fueron de tu agrado
desde un principio".
LA HISTORIA
El libro de la Sabiduría es el único que
trata de la inmortalidad del alma. Dado que se escribió en un ambiente
helenizado (Alejandría de Egipto), aceptó la existencia independiente
del alma, y su incorruptibilidad. Esta antropología, típicamente
griega, tuvo su origen ya bastante tiempo antes de Platón (ya con
Pitágoras, quien floreció hacia 585 a. C.), aunque él
haya sido su más célebre defensor. Esta aceptación,
sin embargo, no significa que el autor hubiese aceptado todas las conclusiones
que de ello sacaban los griegos. Una primera consecuencia de esta filosofía,
consiste en el considerar todo lo que pasa en este mundo como una preparación
y una prueba para alcanzar el otro.
Las expresiones que usa el autor en Sap 9, 15, son cercanas a unas de Platón
(429-347 a. C.) en el Fedón y en el Fedro.
Estos datos, entre otros muchos, nos dan la certeza de que el autor del
libro de la sabiduría no fue Salomón, sino un judío
que vivió en ambiente griego entre los siglos I a. C. y I d. C.
EL CONTEXTO
La segunda parte del libro (Sap 6-9), trata de la adquisición
que hizo Salomón, de la sabiduría. El capítulo 9 es
una oración del rey, para obtenerla. Los primeros doce versículos
de esta capítulo son una petición a Dios de que envíe
la sabiduría, que habita con él desde el principio, puesto
que quiere que sus obras sean justas para los hombres y agradables para
Dios.
En nuestra perícopa Salomón dice lo que el hombre puede hacer
si Dios le otorga la sabiduría.
A partir del capítulo 10, el autor recorre lo que hizo la sabiduría
en la historia del pueblo, especialmente en el Éxodo.
EL SENTIDO
El versículo 13 está constituido por dos
preguntas retóricas, cuya respuesta es: nadie. Estas dos preguntas
nos recuerdan las que hacían Job y Qohélet y que aquí
el autor se complace en contestar como Qohélet: el hombre no puede
conocer el plan de Dios, mucho menos puede cambiarlo. En el versículo
16 retoma la idea con una afirmación y otra pregunta retórica:
nadie puede conjeturar lo que está en los cielos. Eso que el autor
dice que no se debe buscar y que está en los cielos, no es, sin duda,
algo material, sino la voluntad de Dios de que habló en el versículo
13.
Los versículos 14 y 15 afirman que la materia abruma al alma y que,
por ello, el alma no puede conocer como quisiera. "Un cuerpo corruptible
agobia el alma", es una afirmación de cierto dualismo. Se hace
la afirmación de que el cuerpo es corruptible, y se supone (ya se
había dicho antes), que el alma no lo es.
Los versículos 17 y 18 dicen que para conocer la voluntad de Dios
es preciso tener la Sabiduría y el espíritu santo; por ella
y por él, los "moradores de esta tierra", es decir, los
judíos, conocieron lo que le agrada al Señor. Esta afirmación
nos recuerda la que hacía ben Sirá en el capítulo 24:
"La Sabiduría de Dios está plasmada en la Ley",
aunque aquí no se haga la identificación explícita.
EVANGELIO: Lc 14, 25-33
"Caminaba con él mucha gente, y volviéndose
les dijo: Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre,
a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia
vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz
y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Porque ¿quién de ustedes, que quiere edificar una torre, no
se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla?
No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos
los que lo vean se pongan a burlarse de él diciendo: Este comenzó
a edificar y no pudo terminar o ¿qué rey, que sale a enfrentarse
contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con diez mil puede salir
al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando está
todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de
paz. Pues, de igual manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos
sus bienes, no puede ser discípulo mío".
LA HISTORIA
La palabra "discípulo" de Cristo no
corrió con la suerte de otras expresiones: apóstol, profeta,
presbítero, obispo, etc., sino que se designó con ella a todos
los que aceptaron a Jesús como su maestro. La palabra "apóstol",
por ejemplo, se limitó, tardíamente, a los doce que Jesús
había llamado y que fueron testigos de su vida pública y de
su resurrección. Más tardíamente se limitó la
palabra "presbítero" para un grupo selecto de personas
que recibían una función muy especial, a partir de la imposición
de manos; no digamos nada de los obispos.
Los discípulos de Cristo, todos, somos hermanos, aunque tengamos
funciones diferentes en la comunidad.
EL CONTEXTO
Después de las discusiones con los fariseos que
Lucas juntó en Lc 14, 1-24, trata aquí de las renuncias que
deben hacer los que quieran ser sus discípulos.
En los versos 34-35 compara, al parece, a los discípulos con la sal,
que debe conservar sus características para ser útil y deseada.
En el capítulo 15 nos transmite las tres parábolas de la misericordia:
la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo.
Las discusiones con los fariseos llevaron a Lucas a plantear que los discípulos
deben renunciar a los bienes y a todo lo que se ama, a diferencia de los
fariseos, pero, a la vez, deben ser misericordiosos y aceptar la misericordia
del Padre.
EL SENTIDO
Los versos 25-27 y 33 tratan del mismo tema: el odio
o la renuncia a los familiares y a los bienes.
Los versos 29-32 parecen insertados entre 25-27 y 33, de una manera un tanto
artificial. Su mensaje y contenido parecen diferentes, tratan, de otro tema:
la prudencia. Es posible, sin embargo, hilvanar los dos textos: Para seguir
a Jesús es preciso "odiar" a los padres, cónyuge,
etc., y si uno que quiere seguirlo no se sienta a calcular en qué
medida es capaz de hacer esto, puede cometer el error de atreverse a hacerlo
y luego no poder por falta de fuerzas.
Jesús no pedía "odio" a los parientes, pues sería
absurdo que, además, pidiera amor a todos. La expresión es
un hebraísmo y parece querer indicar que exige preferencia e incondicionalidad,
tal como en Lc 9, 57-62. El odio a la propia vida debe traducirse en una
entrega completa a los planes que uno descubre que Dios tiene para la propia
vida.
El versículo 33 nos revela que Jesús no ponía unas
exigencias más tenues para los que no lo seguían en el grupo
de los doce; todos deben renunciar a todos los bienes, es decir, considerarlos
como un préstamo de Dios para el beneficio de la comunidad, como
los talentos que se tienen que poner a trabajar para que rindan mucho bien
para los hermanos.
El verso 19 es una adición de algunos manuscritos latinos.
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2001.