La Cruz de Cristo se ha convertido en el emblema universalmente conocido del cristianismo, pero, ¿porqué los cristianos adoramos el instrumento de tortura en donde falleció nuestro Salvador?, ¿Hasta donde es válido este cuestionamiento tan contradictorio para las culturas y para los hombres?
Haciendo un poco de historia podemos decir que la práctica antigua de la crucifixión es sin duda de origen persa; la utilizaron en primer lugar los "bárbaros" como castigo político y militar para las personas de alto rango. Más tarde la adoptaron los griegos y los romanos. Estos últimos la aplicaban sólo para las clases bajas y los esclavos como medio de persuasión. También se aplicaba a los extranjeros sediciosos, a los criminales y a los bandidos, por ejemplo, en Judea en las diferentes agitaciones políticas.
A la crueldad propia del suplicio de la
crucifixión - que daba libre curso a muchos gestos sádicos-
correspondía su carácter infamante, escandaloso y hasta "obsceno".
El crucificado se veía privado de sepultura y era abandonado a las
bestias de rapiña. A nadie se le ocurriría encontrar alguna
dignidad en el que padecía sus sufrimientos con valentía.
Dado lo anterior podemos comprender la fuerza de la "locura" y
del "escándalo" de la cruz que los primeros cristianos
presentaban como un mensaje de salvación.
La crucifixión de Jesús nos es bien conocida por los relatos evangélicos; así mismo en el plano de la historia es atestiguada tanto por paganos (Tácito) como por judíos (Flavio Josefo).
Pablo es quien con mayor efusión
trata el tema de la cruz desde un movimiento que va del horror escandaloso
a la comprensión de su ministerio salvífico, entre los diversos
textos podemos mencionar: Hebreos 2,36; 2, 23; 4, 10; 10, 39, 13, 29. Estos
textos pertenecen a la confesión primitiva de la fe en donde ya los
primeros mártires trataban de imitar a Cristo en su pasión.
Entre los himnos litúrgicos primitivos que celebran en la alabanza
el acontecimiento de Jesús están: Filipenses 2, 6-11 y Colosenses
1, 12-20. Esta predicación provocó tal reacción de
la oposición tanto de los judíos como de los paganos hasta
el punto que Pablo proclamara que "la locura" a los ojos de los
hombres expresa la más alta sabiduría y el más inmenso
poder de Dios: " los judíos piden milagros y los griegos buscan
la sabiduría; pero nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo
para los judíos, locura para los paganos; en cambio, para los llamados,
lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de
Dios y sabiduría de Dios, porque la locura de Dios es más
sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los
hombres" (1 Corintios 1, 18-25).
Sin embargo, los cristianos tardaron algún
tiempo en representar la cruz y sobre todo al crucificado. La causa de ello
es sin duda el horror vinculado a este tipo de suplicio. La victoria de
Constantino, ligada a la visión que tuvo el emperador de la insignia
de la cruz, llevó a la difusión en los escudos y en las monedas
del monograma de Cristo compuesto por las dos primeras letras de esta palabra;
lo anterior sumado al descubrimiento de la "vera cruz" atribuido
tradicionalmente a Santa Elena alrededor del siglo IV contribuyó
al desarrollo de su culto en la Iglesia, al mismo tiempo de la devoción
a los santos lugares por la construcción de basílicas ( en
Jerusalén la Basílica del Santo Sepulcro y en Roma la Basílica
de la Santa Cruz de Jerusalén) y en la liturgia en la adoración
de la Santa Cruz, que precisamente inició en Jerusalén con
la adoración a la reliquia de la Santa Cruz, dando origen con el
paso del tiempo a congregaciones y órdenes religiosas que se consagrarán
al misterio de la cruz (cruceros, pasionistas, etc.) El signo de la cruz
ha seguido siendo hasta hoy el signo que todos los días traza sobre
sí mismo el cristiano, invocando a la Trinidad.
Así mismo, la cruz de Cristo es
la única respuesta definitiva al sufrimiento de los hombres. La cruz
no es un discurso ni mucho menos una teoría. Es un acontecimiento:
el encuentro de Dios mismo con el sufrimiento. Es un acto de libertad divina
que mantiene juntos los dos rostros del sufrimiento, su horror y su belleza.
Su horror porque se trata del sufrimiento del justo y del inocente en el
más escandaloso suplicio que pueda existir, ya que para los judíos
un cadaver era impuro y el colgar del árbol significaba el signo
de la maldición de Dios. De belleza, porque la manera de sufrir de
Jesús es ya su transfiguración y una victoria. Jesús
ama sufriendo y sufre amando. Es nuestra salvación la que cuelga
del árbol de la cruz. Después de la cruz el sufrimiento mismo
toma una nueva dirección a los ojos del cristiano.
Por tanto si al cristiano se le invita a sufrir con Cristo, a tomar su cruz y a seguirle, se trata ante todo de una invitación a amar con Cristo.