La mentira como virus totalitario |
Las respuestas de
Aznar ante la Comisión 11-M plantean un problema crucial
de la democracia: la relación entre política y mentira.
¿Es
compatible la democracia con la destrucción de las
"modestas verdades de hecho"?.
"No". Su destrucción y sustitución por una
"verdad"
de régimen son una característica del totalitarismo. En democracia no hay súbditos, sino ciudadanos soberanos. Un Gobierno que les miente les priva de su soberanía, única fuente de legitimidad. Y sustraer la soberanía se llama golpe de Estado. Toda mentira de Gobierno es pues un "golpe de Estado" latente. Porque trata a los ciudadanos como enemigos, y no como soberanos. Es ya un hecho aclarado (más allá de toda duda) que el Gobierno del PP mintió entre el jueves 11 y el domingo 14 de marzo de 2004. Decir la verdad es decir "toda la verdad y nada más que la verdad". De esas mentiras debería haber hablado Aznar ante la Comisión. Sin embargo habló de otras cosas. No respondió a ninguna pregunta sobre hechos, celebró un mitin. Y acusó a los medios de comunicación que divulgaron la verdad: "Mintieron de forma vil, miserable y repugnante hasta dar asco". En psicoanálisis se llama "proyección": atribuir a otros lo que se sospecha de uno mismo. ¿Por qué reiteró con agresividad la mentira?. Porque considera que compensa. El PP debe su derrota a sus mentiras. La historia demuestra que todo atentado favorece un apiñamiento espontáneo de la población en torno al Gobierno. Si hubieran informado a la opinión pública de forma precisa y en el momento justo de todos los indicios sobre la pista islámica, estarían en La Moncloa. ¿Por qué insisten entonces?. Miran a Mr. Bush y lo ven ganador de unas elecciones en las cuales no reconoció sus propias mentiras y habló de otras cosas. Un "hablar de otras cosas" que tuvo como objetivo construir una "identidad" basada en ciertos "valores" y en difamar al adversario. "Valores" de un fundamentalismo protestante fanático: recibí el programa electoral de Jesús, dijo. El islamismo recita: "El Corán es nuestra Constitución". Hace tiempo que en Occidente chocan las "modestas verdades de hecho" con el anhelo de "identidad" política. Sólo el amor por las "modestas verdades de hecho" debería constituir el "ethos" común e indestructible de toda la ciudadanía democrática: de derecha, centro, izquierda, nacionalista y cualquier otro matiz. La indignación por la mentira política debería ser automática en todo ciudadano, puesto que ciudadano engañado es ciudadano súbdito: le roban su soberanía. Cuando en un país alguien actúa según la lógica de "verdad o mentira, mi partido", considera enemigos a quién no piensa como él y a quién le preocupa las "modestas verdades de hecho". Una forma suave de guerra civil. Hoy no tenemos que vérnosla con un partido de derecha, en sentido tradicional, sino con una fuerza antidemocrática, porque al defender su "derecho" a manipular y abolir los hechos, inoculando masivamente un virus totalitario en la democracia, destruye la base común (la realidad de los hechos) sobre la que dividirse según diferentes opiniones. Destruye los cimientos --como valor irrenunciable- de una convivencia civil. |
De El País |