Vida moderna La quietud del barrio santiaguino de esa tarde de viernes, fue interrumpida por los bocinazos del Nissan manejado por Esteban, el joven hijo de la familia Fuentes, que llegaba de una vuelta de compras al Parque Arauco. Eufórico, bajó del auto apenas Marta, la empleada, le abrió el portón de la negra y descuadrada reja metálica. No aún terminaba de cerrar Marta la reja, cuando ya Esteban le entregaba paquetes a viva voz, sacados del asiento trasero y de la maletera del auto. - ¡Mira, traje lo último de los Rollins Stone! - gritó - me gasté 45 lucas con la tarjetita, por la serie completa y aproveché de comprarme unas poleras con el logo de los Brick´s que estaban en liquidación y que me quedarán de miedo con los pantalones de cotelé azul que tienes que lavarme! - Pero todavía no los he lavado porque he tenido que hacer otras cosas que la señora me dijo, más los encargos de la ropa de la señorita Ximena - intentó protestar Marta. - ¡Pero como, en que te lo pasas todo el día! No se yo, pero quiero esos pantalones rápido porque o si no ya vas a ver. Y ayúdame a llevar las cosas a la pieza - uniendo a la palabra el gesto de tomar la mitad de los paquetes y lanzarse escalas arriba. Vivían en una casa del barrio alto, sector residencial de vía angosta de escaso tráfico, arboledas de esas de troncos roñosos y retorcidos por los años que casi cierran formando un túnel sobre la calle, casas de construcción del 40, de los más diferentes estilos de arquitecturas, algunas dejadas de la mano de una pintura ya por años, rejas metálicas de diversos estilos, algunas con matorrales de enredaderas corta vista, con podadas secuenciales que van dando forma de cortes rectos, placas de cemento a modo de vereda con trisaduras de raíces ya solidificadas por el tiempo, otras con un perro bravo de guardián casero, antejardín de verde pasto tema de regados en tardes de empleadas y trabajos de jardineros con sus cortes quincenales. Marcos, puertas, ventanas con vidrios a cuadritos, ya descuadrados, de maderas con capas de esmaltes blancos donde se trata de disimular la edad que no oculta el descuadre de la hoja que se atasca en el abrir y cerrar cotidiano, fijado por una desbocada chapa o picaporte de bronce añoso ya gastado y brillante por el paso del tiempo que no perdona. Piezas altas en su cielo, blancos muros o empapelados beige pálido, baño de baldosas grandes, blancas con esquinas negras, semejando un especial tablero de ajedrez con aire alemán. Pisos de maderas pulidas, enceradas y brillantes una y mil veces, tablas delgadas, listones con su machihembrado quebrado en algunas zonas de mayor tránsito. Don Rolando Fuentes, 59 años, delgado, flaco, calvo, pocos pelos peinados hacia atrás que decoran su brillante cabeza, lentes de estructura metálica blanca, camisa blanca, corbata oscura, terno gris oscuro que termina en un brillante calzado negro puntiagudo, viene abriendo esta tarde la puerta de la reja de su casa, después de su cotidiana jornada de trabajo. Es contador de una firma importadora que desde ya un tiempo se incorporó al vértigo de los nuevos negocios y soporta la presión de los aires jóvenes marcados por la incorporación activa al negocio del hijo del fundador de la importadora, quien ha introducido las nuevas técnicas comerciales. Lo une a su trabajo un historial de formación y de lazos de años de gestación junto al autor de la empresa. Juntos, más Aurelia, la jubilada secretaria, postrada en su casa con artritis, dieron origen y fundamento a lo de hoy. Eran otros tiempos. Sin duda. Cruza el antejardín y se propone introducir la llave en la chapa de la puerta de la casa, cuando esta se abre intempestivamente, y una peinada y teñida rubia de cejas negras le sale al encuentro, con una sonrisa amplia y una tenida de salida. - Te estaba esperando para que vayamos a comprar algunas cosas rapidito porque más tarde van a venir los Martínez y los López a contarnos como les fue en el viaje a Cancún - a la vez que unió sus palabras a un giro y tomada del brazo de su marido - pues yo no pude ir antes porque mi tarjeta está mala y tú no te has preocupado de arreglármela con los tontos del Banco. Así que vamos con la otra, la del otro Banco. Cabeza gacha, sabía que con Laura, su mujer, no valía la pena argumentar cansancio y no se atrevía, pese a los años de matrimonio, a contarle que ya los días no tenían el mismo sol de antes. Su natural predisposición a la vida social, su encanto y porque no mencionarlo, su pasada belleza que había cautivado en su minuto a don Rolando, eran aún factores gravitantes en una relación llevada por el tiempo en sentimientos de ternura y de hombría del no poder fallar. No había sido fácil que lo aceptaran y le entregaran la hija menor a un incipiente, flaco, negro y filudo contador, o contadorcillo como lo tildaban burléscamente. El prometió brindar un bienestar, en su euforia juvenil, a la familia que lo renegaba y a su prometida, quien poco sabía lo que pasaba más allá de la vuelta de la esquina, porque todo hasta hoy se le había dado simple y debía seguir así, única forma de existencia que conocía y entendía. Eran dos los hijos. La pareja. Ximena esa tarde no estaba en casa. En verdad llegaría pronto, según se le esperaba, desde un viaje a Miami, a hacer compras y a descansar donde había ido con amigas de la universidad más un amigo que se había mantenido en reserva ante los padres. Fue un viaje que tuvo tropiezos en su gestación, pues el crédito del pasaje y estadía en principio no lo otorgaban por la situación anómala de la tarjeta de su madre, por ese “lío administrativo que los del Banco no podían arreglar”. De pronto la casa se llenó de alboroto por la llegada del huracán de Ximena. Afuera un taxi esperaba el pago de la carrera desde el aeropuerto, Marta debía reunir el dinero para los menesteres domésticos encargados y cancelar ese taxi, mientras en su dormitorio Ximena dada rienda suelta eufórica ante la sorprendida Marta de su colección de compras, donde destacaban perfumes dulzones de procedencia americana y europea, según creía, con apellidos franceses, por una parte, y ropa de subidos colores, petos, sostenes y cuadros fucsia y rojos carmesí, chalas plásticas, de muy buena calidad, por cierto, casacas de material sintético brillante, que ya estarían de moda por acá, y que por ahora serían revolucionarios pues nadie tenía de ese tipo, recuerdos, llaveros, lápices, abridores de botellas, joyería de fantasía, aros, collares, prendedores, en fin un bazar de felicidad. A eso de las 10 de la noche llegaron los Martínez y los López, los cuatro viajeros de Cancún. Se mostraban estupendos. Ellos, joviales, de camisa sport, pantalones claros, casaquilla de verano, zapatos rebajados mostrando un pálido calcetín, ellas, juveniles, rubias teñidas, ojos negros, cejas negras, peinadas con casco a la laca, una con pantalones, la otra con falda rebajada, dando espacio a mostrar el material, maquilladas a rostro brillante, grandes adornos, aros, en fin, esplendorosas, se decían. - Verán, lo pasamos maravilloso, regio, estupendo - relataba uno de los invitados con sonora voz - ustedes no pueden dejar pasar la oportunidad del crédito que otorga la Agencia Turboy por un viaje de este tipo. Vayan y hablen con el gerente, no con otro, Thomas Montaner, de parte mía, y ya los vamos a ver viajando luego, porque a mi me dan pasajes rebajados y una estadía sin cobro de dos días dentro del paquete. Digan no más, que los envío yo. A todo esto Laura, como buena dueña de casa se lucía con las atenciones culinarias a sus invitados. - Sírvanse no más - decía mientras ofrecía unas galletitas con paté y sardina molida a modo de pasta, papas fritas de coctail, rodelas de vienesas cortadas finas y servidas con palito en un humeante plato. Para beber, Coca Cola y Martini para los caballeros. Marta aparecía disfrazada con cofia y delantal nuevo, apoyada en chalas Condorito, reponiendo las humeantes rodelas de otra vienesa recién cortada y ensartadas en palito, que colocaba delicadamente con su mano regordeta y con uñas de esmalte rojo carmesí saltado. Desde lo alto de la casa, del segundo piso, a pesar de la puerta cerrada, se escuchaba el apagado ritmo de los recientes incorporados Rolling Stones, a todo dar, que no combinaba con el ambiente de luz y bienestar que se barajaba en el primer piso, todo esto atendido por Esteban, ignorante y despreocupado, en el oasis de su pieza sobre lo que pasaba en el resto del mundo. La conversación adulta siguió con los relatos a ganador de lo maravilloso del viaje, las anécdotas donde siempre se ganaba, hasta avanzado de la hora. A eso de las 12, Ximena irrumpió en el living de la casa, luciendo sus últimas adquisiciones americanas que sorprendieron a todos y que todos disimularon. - Hola, que tal, voy a salir a una fiesta, me vienen a buscar - agitando su mano a modo de despedida mientras decía todo esto de corrido. - Que estén bien - agregó - chao. Y desapareció por el pasillo que conducía a la salida, no dando espacio a comentarios. Hasta tarde duró la plática adulta. Llena de comentarios vanales, risitas de buen gusto y educación, hasta que ya agotadas las vienesas repetidas de una en una, y sin ya esperanza ya de una llegada culinaria de más peso, era conveniente retirarse. Promesas de visitas recíprocas acompañaron la despedida, más agradecimientos por las atenciones recibidas, dieron paso al silencio en que quedaron los dueños de casa, solo con el coro de los Rollins Stone que se escuchaban apagados. Silenciosos, agotados, sin nada que decirse de valor, tácitamente caminaron al dormitorio, con la intención de iniciar el sueño. Sin embargo, algo había en el ambiente, que marcaba la diferencia. El caminar y porte de don Carlos no era el mismo de siempre. Algo más allá le preocupaba. -Laura - llamó en suave voz, pretendiendo llamar la atención de su mujer, - hay cosas que debo decirte - continuó generando una pausa de hielo. Extrañada, giró sobre su taburete dirigiéndole una mirada de atención. El ejercicio comunicacional entre ellos no era frecuente y de ahí la sorpresa de este anuncio. - Las cosas en el trabajo, para mi no están bien – enunció don Carlos – más aún, o por eso de la llegada a la empresa del hijo del dueño que tiene otro estilo de llevar las cosas. No me han dicho nada, pero observo que ya no soy yo el que lleva las cuentas de confianza como era antes, y todas esas cosas que me eran propias, poco a poco son ordenadas traspasar a empleados nuevos que han contratado. Ya el patrón, poco va a la empresa. Así veo que voy quedando atrás. - También debo decirte que en el Banco no hay otro lío administrativo que no sea que estemos sobregirados. Tu tarjeta, y la mía están cerradas, sin fondos, ¿me entiendes? ¡Pero eso es imposible! Si nosotros siempre hemos usado esas tarjetas y deberán reponerlas, no puede ser este atropello, si tú siempre les pagas... - Mujer, calla, calla, no se trata de eso. Es solo que no tengo con que hacerlo, les pagaba, ahora no – acotó con energía el hombre ya cansado, cortando el dialogo. Aquella no entendía nada. Algo si atinaba a empezar a comprender que las cosas ya no eran las mismas de antes, algo sentía que se desmoronaba aunque no comprendía que. Por su mente pasaron veloces recuerdos, escuchó la voz lejana, muy lejana, de su padre, que algo le decía. En esos pensamientos estaba, cuando desde el contiguo baño, un disparo, seco, escuchó. La fiesta había terminado. |