El día en que las monjas fueron choferes y cirujanas:

Aporte de las hermanas de la Caridad a la Sanidad Argentina:

"El Ejército Argentino siempre las recordará con gratitud"(General Bartolomé Mitre, prócer argentino)

En la foto, monjas vicentinas en plena tarea de cirugía, aquí como asistentes.

Conmemorando el 180 aniversario de las Apariciones de la Santísima Virgen de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré, religiosa de la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul.

La Orden fue fundada por dicho Santo, junto a Santa Luisa de Marillac en París, Francia, el 29 de noviembre de 1633 y sus religiosas también son conocidas como hermanas de la Caridad o Hermanas Vicentinas.

Corría el año 1859, plena epidemia de cólera morbo, y turbulencia política en Argentina; el Hospital General de Hombres, estaba atiborrado y la Municipalidad de Buenos Aires, encargada de velar por la salud pública, decide que la única manera de poder dar abasto con la atención de heridos y apestados, es entregándolo virtualmente a una comunidad religiosa. Se celebra un convenio entre Don Mariano Balcarce, representante de Argentina en Francia, y la Revenrenda Hermana Devos, la superiora de la Congregación (Lo que dá por tierra el mito de que las mujeres no decidían ni firmaban nada antes de la "liberación" femenina de los años 1960). Entonces allá van, las hermanas María Teresa, María Josefa, Ana, Margarita, Battistina, Francisca, Benita, Matilde, María, Clara, Margarita y Alexandrina, y los Padres Laderriére y Malleval, todos los cuales se embarcaban en la goleta "Racine", en el puerto de Havre, Francia, hacia la lejana Sudamérica, más precisamente Buenos Aires; arribaron en septiembre, tras tres meses de navegación. Fueron recibidos con una aliviada y alegre concurrencia al puerto, muy numerosa y formada por la gran masa del pueblo y las autoridades eclesiásticas y municipales. Luegos de ser conducidas a la Iglesia de San Ignacio, donde se celebra un solemne Tedeum por su feliz arribo, las hermanas se instalaron en el Hospital General de Hombres. Ellas solas, las doce monjitas, tenían a su cargo más de medio millar de pacientes, de los cuales casi la mitad eran dementes. Y el número de pacientes aumentaba mes a mes. 

1861, Sangre y Fuego.

Tras el asesinato de dos gobernadores en 1961, se rompe el pacto de San José de Flores de 1859 (el año en que arribaron las monjitas), el cual establecía la paz interna en la Nación. Como consiguiente, dos facciones de alrededor de 15000 personas cada una se enfrentan mortalmente en San Nicolás (en las afueras de Buenos Aires). El frío y rojizo amanecer del 17 de septiembre de 1961, sorprende a los dos ejércitos combatiendo febrilmente y las artillerías de ambos bandos entran en acción, vomitando un mortífero fuego; la tierra comienza a temblar y todo es un desbande de balas, caballería y sangre. El campo comienza a poblarse de cadáveres y heridos, que, con voz lastimera, suplican auxilio. Cae la noche, y los dos médicos practicantes deberían realizar las primeras curaciones a los heridos y disponer su inmediata evacuación al Hospital de Sangre de San Nicolás, donde estaban establecidas las Hermanas de la Caridad. Pero como la noche seguía cayendo, y la batalla continuaba y los heridos no llegaban al Hospital, las hermanas se ponen muy nerviosas porque no llegan los heridos y ya los imaginaban medio muertos, por falta de atención médica. El cura párroco de San Nicolás, junto a la Hermana Superiora de la Congregación y otros dos párrocos, toman una ambulancia, le colocan una bandera blanca con una cruz roja adosada con medallas de la Virgen Milagrosa. Así atraviesan el campo de batalla sin que les toque una sola bala, y así recogieron a todos los heridos que pudieron. 
1867, Peste y lágrimas:

En abril de 1867, el cólera morbo penetró en la Ciudad de Buenos Aires(Capital de la República Argentina). Luego de las primeras dos autopsias por cólera, cundió el pánico en la población, la cual huyó a vivir al campo; la mortandad fue tán numerosa, que en sólo tres días fallecieron cerca de 300 personas. Los días más tranquilos, había cincuenta entierros. Los cementerios no daban abasto; los enfermos eran colocados unos sobre otros, como bolsas de patatas, en ambulancias, y llevados a los hospitales. Los enfermeros huyeron de los hospitales. Recordemos que no existieron los antibióticos sino hasta alrededor de 1950. Pero las hermanas de la caridad no se atemorizaron; estaban, como Cristo, dispuestas a dar la vida por todos los que las necesitaran. A pesar de que el barrio de la Casa Central de las religiosas fue horriblemente atacado, ellas no se amilanaron y santamente atendieron a todos, administrando tratamientos y lamentablemente, encargándose de acercarles la extremaunción, y cargando ellas mismas los cadáveres a la morgue, a los cementerios e incluso intervenían quirúrgicamente cuando los médicos huían.(La totalidad de los enfermeros y casi todos los médicos habían huído). Cuando la peste cesó, hubo cierto alivio, pero la hermana María Teresa, a la sazón la Superiora, declaró proféticamente: "La epidemia volverá y con más fuerza, y ciertamente, yo seré su víctima". En efecto, medio año después, la epidemia recrudeció y la Hermanita "murió como había vivido, como verdadera Hija de la Caridad, dejando profundos recuerdos en el corazón de cuantos la habían conocido" (palabras del Padre Revellier, en sus exequias). En total, la epidemia se lleva 8029 almas.

1871, Tú te quedarías en una ciudad así?

Aquí , una monja vicentina a bordo de una "moderna"(para la época) ambulancia adquirida para reforzar las tareas de asistencia a los enfermos.

En enero de ese año, se reporta un extraño fenómeno: dos personas mueren luego de derramar vómito negro. Fue el comienzo de la epidemia más salvaje de la historia argentina. (14000 vidas). Al poco tiempo de la aparición de la fiebre amarilla, todos los hospitales y lazaretos estaban colmados de apestados y se cerraba el puerto de la ciudad, convirtiéndose Buenos Aires en una burbuja mortal sin entrada ni salida. Los colegios eran clausurados y el luto cubrió la aterrorizada ciudad, y a ciertas horas del día sólo se escuchaba un monótono rodar por las calles de los carruajes fúnebres. En las calles donde ocurrían varios decesos, los ataúdes se apilaban sobre la acera, en tétrica y solitaria pirámide. El 50% de los médicos murieron.

Los ángeles de la Caridad vuelven a dar la vida:

Las hermanas de la caridad tuvieron el temple moral. Todas las religiosas de la Congregación de San Vicente de Paul se pusieron a disposición de los hospitales para ayudar a sus hermanas cargadas de trabajo, y permanecían día y noche al lado de los apestados, asistiéndolos en sus sufrimientos y socorriéndolos en sus necesidades espirituales. Estas abren un lazareto más, y se incorporan otras seis religiosas llegadas de Francia. Murieron siete de ellas, y dos capellanes. Otros 97 sacerdotes murieron sirviendo a los enfermos y familiares. Morían silenciosamente, a conciencia y humildemente, sin reclamar para sí nada más que la extremaunción, y sin pedir un entierro en caso que no hubiese lugar en el camposanto. Muchos de ellos y ellas tenían un promedio de 30 años de edad. El presidente de la Nación de por aquel entonces afirmó:"Yo he visto al hijo abandonado por el padre; a la esposa abandonada por el esposo; he visto al hermano abandonado por el hermano; pero he visto también, señores, en altas horas de la noche, en medio de aquella pavorosa soledad, a un hombre de negro que caminando por aquellas calles desiertas iba a llevar la última palabra de consuelo a un moribundo".

Nada de premios!

En 1872, cesada la peste, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires dio a conocer por un decreto, que las Hermanas de la Caridad serían premiadas, cada una con una medalla de oro, por su brillante y arrojada labor en las epidemias de cólera (1867-1868) y fiebre amarilla (1871). La Hermana visitadora, respondió al presidente de la Municipalidad que se alegraba por la intención de premiar a las hermanas, pero que "Las hijas de San Vicente dedicándose al ejercicio de la Caridad en cualquiera de sus manifestaciones, cumplen simplemente con los deberes que su Instituto les impone. Los que están bajo mi obediencia, se consagraron en las épocas mencionadas a la asistencia de los que caían atacados por el flagelo sin existir entre ellas ninguna diferencia en el desempeño de sus obligaciones. No pueden tampoco obtener demostración honorífica, ni individual ni colectivamente por ser ajenas al espíritu de su vocación. Nuestra única aspiración es obtener el galardón que Dios reserva a los que le sirven y le aman. Confiando en su misericordia infinita, creo, habrá concedido el premio a que aspiraban las catorce hermanas que sucumbieron en el ejercicio de su misión".

No hay mal que por bien no venga:

Las monjitas vicentinas, ya están en el cielo.

Las Hermanas de la Caridad debieron su primer arribo a las pestes, y luego las casas de la congregacion siguieron creciendo a lo largo y ancho del país, y se extendieron en el resto de Hispanoamérica. Al festejarse en 1959 el centenario de su arribo a tierra americana, se pudo valorar en toda su dimensión la labor desarrollada por dicha Congregación. De allí, que se aplique a ella aquel pensamiento de un poeta francés "AMARON TANTO QUE SE OLVIDARON DE SI MISMAS, POR ESO DIOS LAS AMA Y NO SE OLVIDARA DE ELLAS" y nosotros agregamos "Y ARGENTINA TAMPOCO".


Extracto de un texto del Lic Pedro Rivero.


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