SUICIDE
El fracaso de ventas, triste reflejo de la reacción de audiencias invenciblemente inmunes al entusiasmo general de la crítica, selló con infortunio el destino de la dupla. Cada uno de sus integrantes inició carreras en solitario (merecedoras de la atención del público europeo, principalmente), siendo la más exitosa la de Vega, algunos de cuyos álbumes (Deuce Avenue, New Raceion,Power on the zero hour) han sido reeditados recientemente por Infinite Zero, sello especializado en el rescate de grabaciones olvidadas de artistas seminales, bajo la dirección del musculotes Henry Rollins (quien dicho sea de paso perpetra un desabrido cover de "Ghost Riders" en el soundtrack de El Cuervo -los Loop de Robert Hampson hicieron lo propio con "Rocket USA" en su The World in My Eyes). A fines de los ochenta, sin embargo, Rev y Vega volverían a unir fuerzas para registrar dos nuevos discos, A way of Life y Why Be Blue. El resultado, por desgracia, deja mucho que desear y musicalmente no es ni por asomo lo que cabe esperar del Suicide histórico. Para sopesar el verdadero impacto de su aporte basta, pues, con las dos primeras placas, cuya pionera labor (reivindicada por figuras tan diversas como Depeche Mode, Sisters Of Mercy, Spacemen 3) sentó las bases para la incorporación de la parafernalia electrónica y un feeling industrial al idioma del rock. Madrugaron a Kraftwerk en su aprovechamiento de beats maquinales y fueron sin duda la inspiración para el sonido de los grupos de sintetizadores de los primeros ochenta (Soft Cell, Human League, Orchestral Manoeuvres In The Dark). Pero a ellos de poco les valió abrir paso a las nuevas ideas: miserablemente, pagaron el acre precio de los que cometen la osadía de salirse del molde y adelantarse a su tiempo -el rotundo arroz de los bolsillos del público. Para Vega, "Suicide era como una obra de arte viviente, expresionismo abstracto en escena, algo muy físico y emocional"; queda para nosotros la vergüenza de haber respondido con mezquina hostilidad los mensajes geniales que soltaran al éter.
NOTA SUICIDA: De las recientes actividades de Suicide no hemos tenido aún ninguna referencia sónica, pero a comienzos de Julio compartieron cartel con Merzbow, Jesus and Mary Chain, Sonic Youth, Autechre, Spiritualized, entre otros, en la edición 98 del festival Meltdown, con la curaduría del legendario John Peel. Vega, por su parte ha colaborado con el dúo finlandés Panasonic (hoy Pan Sonic) en un elogiado 12", editado bajo el nombre VVV.
No es casual que allá en los 60s bandas heterodoxas como la Velvet y Stooges echaran mano a un registro perniciosamente repetitivo (cacofónico es aquí un término más preciso), cosido a la mala con desaliñados mantras guitarrísticos, chirriantes órganos disonantes, desprolijo (pero urgente y vital) feedback y un desasosegado gruñido de tedio atávico para rockear pateando traseros y a la vez dar su testimonio de parte de la descomposición social de Occidente. El zumbido ritual de la música tradicional hindú (el llamado raga, espacioso, incorpóreo, atemporal) resuena en sus discos, dándoles un sello místico que en temas como "Heroine", "Sister Ray" "TV Eye" o "We will fall" parece invocar un estado de trance, una iluminación o epifanía, una apertura a una dimensión trascendente (la de la fea máscara del hastío y la decadencia de la vida urbana) escondida en la realidad lineal en que nos movemos a diario.
En 1970, en el crudo Lower East Side de Nueva York,
dos sujetos, probablemente venidos de otro planeta, decidieron recoger esta
gloriosa posta. No la del burdo rock pingón que malinterpretadamente
inspiró la producción en masa de hard rockers y punks predecibles
(la herencia más fructífera legada por la Velvet,
seguro porque, como decía mi amado Eno, de las mil
puntas que compraron el disco de la banana, a todos les dio por formar su
propia banda), sino la de la incómoda provocación, la del feísmo
sónico, la de la fe en el rock como fuerza innovadora. Martin Rev (instrumentos,
efectos electrónicos) y Alan Vega (voz) son las identidades humanas
de los miembros de la furibunda asociación que modificó el curso
de la historia pop con el significativo nombre de Suicide.
El primero de ellos, nativo del bravo Bronx, pianista de formación
tradicional, reúne antecedentes en el frente jazzístico; el
segundo, una suerte de Elvis en mal viaje de sustancias prohibidas, nacido
en Brooklyn, transita como escultor (autor de inusuales "esculturas de
luz") los ambientes del circuito bohemio de la Gran Manzana. El flechazo
se produjo cuando Vega contrata para el art space que administraba a una banda
de free jazz de 15 miembros, en la que Rev se encargaba del piano eléctrico.
Suicide, el primer dúo electrónico, padrino,
padre y abuelo de la nutrida camada de formaciones similares que proliferaron
casi una década después, de hecho concebía su labor originalmente
como una extensión de las inquietudes arty/galerísticas de Vega
(como una suerte de "escultura sónica", decían ellos),
más que como un acto musical rockero propiamente dicho. Desde su debut
en vivo a finales de ese año, los procedimientos utilizados eran,heroicamente,todo
lo confrontacionales que uno podría imaginar: looks macabros, cadenas
y cuero negro, trastazos autoinfligidos con el micrófono mismo, percusión
pregrabada, actitudes poco amigables, desgarradoras incursiones vocales, arreglos
de teclado exasperantemente monótonos (una desafiante reivindicación
de lo áspero, monocorde y repetitivo; de aquí data su característico
sonido metálico y zumbante, de tan sólo dos notas), cadenazos
lanzados contra el público y/o las paredes del escenario.Y, como es
de esperar, la única respuesta recogida es el escándalo, el
rechazo, la hostilidad (otro rasgo recurrente en la accidentada carrera del
grupo) de audiencias que condenaron si reservas el atrevimiento de su ácido
cuestionamiento de los clichés del rock'n'roll. La mitad de la audiencia
en su tocada de debut abandonó el local al escucharlos. En 1973, tras
la clausura de uno de los pocos locales que se atrevía a programarlos,
el dúo entra forzadamente en un hiato. El lamentablemente no-muy accesible
Half Alive, editado en cassette por el sello especializado
ROIR, contiene parte del trabajo que registran en forma casera
durante estos años de oscuridad. La irrupción del punk newyorkno
del 75-76 (y presenciar el éxito de grupos como Television,
Patti Smith Group, Ramones, Talking Heads y la efervescencia de espacios
más apropiados para su labor terrorista, como el CBGB's o el Max's
Kansas Club) fue el impulso que aprovecharon para volver a las andadas. En
1977 se concreta por fin la primera incursión vinílica del proyecto.
El debut epónimo aparece bajo el sello independiente Red Star,
propiedad del alguna vez manager de los New York Dolls Marty
Thau; son apenas 32 minutos pero la cicatriz maldita que deja su genialidad
persistirá por siempre en el pellejo del pop. Desde la hipnótica
y maquinal "Ghost riders" (con su ginsbergiana
denuncia "America is killing its youth") y la oscura
"Rocket USA", hasta las sombrías caídas
sónicas de "Che", el álbum es uno
de los retoños más marcianos, atípicos y amenazantes
que ha producido la cultura rockera. Existe el legendario rumor de que para
Suicide, el dúo se haya planteado la posibilidad de
lograr un sonido más accesible para sobrevivir: los siete atentados
musicales que contiene la placa podrían haber sido, pues, aún
más salvajes. Cascadas rítmicas simplistas y machacantes, telegráficos
chiridos de teclado sobre un áspero y perturbador zumbido de fondo,
a veces matizado con detalles de un solemne órgano de iglesia, éste
es el glacial territorio musical en cuyas neuróticas cavernas se interna
Vega, envuelto en masivas cantidades de reverberación (sin duda, otro
elemento decisivo en la estética Suicide) que confieren
a sus entrecortadas vocalizaciones un inquitante sello de nerviosismo, amenaza,
inminencia de colapso y todos los estados psíquicos desastrosos que
te quieras imaginar. La poderosa conexión con el rollo 50's y la herencia
rockanrollera del dúo se hacen evidentes en el rockabilly intergaláctico
de "Johnny" y en la relativa dulzura en clave cuasi-balada
amorosa del single "Cheree", con sus delicados
motivos de teclado, tema que da la pauta para comprender la dicotomía
paranoia urbana/melancolía que distingue esta propuesta.
Pero es "Frankie Teardrop" la joya definitiva, la aportación genial del tándem Vega/Rev al vocabulario rock, toda una magistral lección de creatividad a partir de presupuestos mínimos, uso de texturas, expresionismo vocal y capacidad crítica. Sobre una hiper-repetitiva, alienante y deshumanizadora alternancia de dos únicas notas y un insistente cascabeleo electrónico como único ritmo, se abre paso, entre una selva de echo/reverb (toda una apología del uso de estos efectos como herramienta artística), un escalofriante Vega, con el crudo relato de la crisis fatal del proletario esclavizado Frankie, que al no poder salir adelante con su miserable salario, se quiebra, asesina a su esposa y a su hijo de 6 meses y luego comete suicidio. Y es esta canción la que se erige como un completo catálogo de las posibilidades expresivas de Vega -Elvis del Armagedón- como vocalista: cuando con pasmosa elocuencia no-verbal muestra (siniestro audio-verité) la monstruosa desesperación, el horror, la indecisión del atormentado Frankie, recurre a un escarapelante repertorio de chillidos, alaridos, lloriqueos, tartamudeos, gemidos, estallidos histéricos, estremecimientos. Nunca el infierno cotidiano, la enajenación del ritmo de vida capitalista,la deshumanización del individuo en las fauces de la sociedad industrial, han sido plasmados de modo tan crítico y vívido por un proyecto rockero. Spin califica a "Frankie Teardrop" y "TV Eye" de los Stooges como los temas que incluyen los gritos más escalofriantes de toda la historia del rock. Recomendamos seriamente escuchar este disco sólo en total estado de ecuanimidad: no quiero ni siquiera imaginar la naturaleza de los demonios que liberaría su audición en otras circunstancias.
Un célebre fan a muerte, Ric
Ocazek de The Cars,se hace cargo de la producción
de la segunda placa suicida, Alan Vega and Martin Rev: Suicide,
aparecida en 1980 bajo el sello Ze Records (el de los primeros
discos de James Chance y el Music for a new society
de John Cale). Aquí un mayor presupuesto
y mejores condiciones de grabación (los diez temas se registran en
los célebres Power Plant Studios de New York), además
de una sólida maduración de su propuesta musical, son las posibles
causas de que éste sea un álbum más,ejem,musical,con
líneas vocales más cercanas a lo,ejem,melódico y arreglos,aunque
inquietantes, algo más susceptibles de calificarse como, este, convencionales:
los ritmos se generan con recursos más decentes, hay una mayor riqueza
de timbres/colores,
se aprecia un mayor trabajo con acordes y una mayor yuxtaposición de
pistas instrumentales. Todo ello le da al disco un sonido de conjunto más
tridimensional (sin la relativa chatura del debut), pero al precio de mitigar
los efectos terroríficos de sus anteriores temas. "Harlem",histérica,
enérgica y en constante ebullición, como el ritmo mismo de una
calle atestada, retiene las claves urbanas expresionistas y viscerales; lo
mismo ocurre con el deforme tropicalismo radioactivo de "Radiation"
y "Shadazz". "Sweetheart" y "Dance"
exploran el otro lado de su bifronte estética con sus desarrollos
y tópicos reposados y tristes. Los ritmos y efectos electrónicos,
sumados a un Vega que se explaya más como cantante que como vocalista/vociferador,
imprimen un espíritu más lúdico que pesadillesco, lo
que resulta en un disco, por lo menos comparativamente, más accesible.
Tratando de capitalizar esta posibilidad
de una mayor apertura al gran público, el dúo acompaña
a los Cars en un especial propalado en la televisión
nacional gringa, así como antes (en el 78) se habían colado
en giras de mayor escala, teloneando -en actuaciones controversiales, con
mínima aceptación del público- a nuevas estrellas de
la época como Elvis Costello y The Clash.
(Aunque a los de Interzona no nos consta, el live no oficial 24 minutes over
Brussels registra, por ejemplo, el accidentado encuentro con el público
belga, que resultó en revueltas, furibundo vandalismo y hasta agresión
física -un vivazo compatriota de Tintín le rompió la
nariz a Vega). En 1981, finalmente, el grupo celebra en Minneapolis el inicio
de su segunda década de existencia; Ghost Riders es
el documento (editado también por ROIR) de esta actuación.
Escribe: Marco Rivera Interzona 3, Octubre 1998