Escribe: Alfredo Villar
(Interzona 3, Octubre 1998)
Cuenta la leyenda que cuando Austin Wiggin Jr. llevó a sus tres hijas adolescentes a grabar a un estudio de mala muerte, el ingeniero de sonido, después de escuchar el ensayo más espantoso e incompresible de su vida, le sugirió que las chicas “debían practicar un poco más”. Pero Austin, iluminado por quién sabe qué espíritu, se negó alegando: “Las quiero ahora que están calientes”.
¿Visionario? ¿Freak? ¿Tío loco? ¿Vanguardista con disfraz de padre de familia? Hasta ahora adivinar qué pudo haber pasado por la cabeza del viejo de las Shaggs es un misterio. Sobre todo si tenemos en cuenta que las adolescentes de The Shaggs no tenían la menor noción de armonía, ritmo o estructura de una canción. Dorothy Wiggin canta con un fraseo de tiempo incomprensible en medio de guitarras que están desafinadas y una tarola que Helen Wiggin aporrea como si fuera Pedro Picapiedra en ácidos. Algo así como los experimentos atonales de Captain Beefheart, las construcciones imprevisibles y alucinadas de Barrett o los ritmos indefinibles del free jazz. Pero con una gran diferencia: las Shaggs eran inocentes. No querían ser vanguardistas, no se metían drogas, no exploraban sonidos, simplemente los hacían (o trataban de hacerlos) de la única forma en que los podían hacer.
Si hay algo que puede ser conmovedor en las Shaggs es su absoluta indiferencia por lo considerado “buen gusto” o “arte”; pero también su ingenuidad para apartarse de lo prestigioso y bien visto sin ninguna doble intención, sin ningun deseo de venganza o subversión. Las Shaggs no desean quebrar ningún orden porque ellas viven el suyo. Ellas viven su propio mundo después de la revolución. Utopía cumplida. El sueño surrealista de “la poesía debe ser hecha por todos” convertido en “la música debe ser hecha por todos”.
Las Shaggs no sólo son predecesoras del “do it yourself” y por lo tanto del no-profesionalismo que los punks convirtieron en postulado estético, sino de toda una tradición de indie rock que hace de la incompetencia, la ingenuidad y una visión entre infantil y desesperada del mundo su razón de ser: Half Japanese, Daniel Johnston, Shonen Knife. No es sorprendente que un fan de Vaselines y Johnston como lo era Kurt Cobain tuviera el Philosophy of The World de las Shaggs como uno de sus discos favoritos.
En una escena musical donde la hiperconciencia y el
deseo de experimentar se vuelven nuevas fórmulas de neurosis y de miedo
a la autenticidad, las Shaggs demuestran una actitud que
las vuelve únicas en el universo de la música. Pero así
como no pueden haber dos Ed Woods, las Shaggs
son inimitables por el simple hecho de que el imitador ya sería consciente
de su experimento, sería irónico. Ni Ed Wood ni
las Shaggs son irónicos: son inocentes, primitivos,
auténticos hasta el desastre y el ridículo: y a veces
esto es preferible a tanta mentira disfrazada de arte o éxito.