UN RECINTO DEL PUCARA DE LASANA:
PROPUESTA DE INTERPRETACÍON
(informe preliminar)
Carlos A. González Vargas
Sabido es que las culturas prehispánicas americanas poseían una capacidad expresiva riquísima, la que, al igual que en el caso de los habitantes de otros continentes, les permitió involucrar aspectos propios de su cosmovisión en las manifestaciones artísticas, entre ellas las Artes Plásticas, abarcando desde el Arte Rupestre hasta las Artes Textiles, desde la Alfarería hasta la Arquitectura, incluvendo la Cestería, Escultura, Pintura Corporal, etc.
En algunos pueblos la relación Arte-Cosmovisión llegó a ser tan estrecha que, incluso, se constituyó en factor determinante para la organización espacial de sus casas, aldeas y ciudades, estableciéndose, además, estrechos vínculos entre dicha organización espacial y las ceremonias y ritos a través de los cuales se manifestaba su religiosidad. Puestos en el caso de nuestras culturas (chilenas) resulta difícil situar temporalmente en qué mornento de su desarrollo se produce dicha relación simbólica en las obras materiales de los diversos pueblos, siendo aún más difícil fijar el momento en que tal sistema de pensamiento emerge como idea, hecho que, sin duda, debió ocurrir en una época muy anterior a aquella en la cual se manifiesta cabalmente en las estructuras constructivas o, a lo menos, en algunas de ellas. Para el caso del Norte chileno hay indicios tales como lo son las orientaciones espaciales de más de algún conjunto arquitectónico, como, p. ej., la aldea temprana situada en la Quebrada de Guatacondo, (algunos minutos al sur del paralelo 21 sur), la que se remonta a unos 2.000 años atrás.
Un caso relevante que correlaciona un complejo arquitectónico, con el mito y con los ritos representativos de un pueblo, es el que pudieron conocer los primeros conquistadores del Perú en relación con la organizac'ón espacial de la capital del Imperio Incaico, Cuzco, la que respondía a la visión del mundo que caracteriza al pueblo quechua. Lógicamente, es posible pensar que la cosmovisión de este pueblo se asociaba con ideas similares sustentadas por otros pueblos del área andina, ya sea contemporáneos del incanato, o bien, anteriores al desarrollo imperial quechua. Las relaciones existentes entre la organización espacial de las ciudades y determinadas ceremonias durante el apogeo del incajqato son también muy conocidas; coma ejemplo, citemos el ritual de celebración de la fundación de la ciudad de Cuzco, coincidente con "la fiesta de la primavera" (Magni y Guidoni, 1972:129), celebración en la que el Inca, al amanecer, corría desde Sacsa-huamán para llegar a la plaza principal de Cuzco y clavar su lanza de oro enviando, luego, a cuatro mensajeros los que, a su vez, iniciaban una carrera hacia las cuatro direcciones del mundo, que se continuaba, mediada por otros mensajeros, que terminaban el ritual clavando una lanza en cada dirección, a fm de expulsar los malos espíritus alejándolos del Tawantinsuyu. El Inca, "Hijo del Sol" y Mensajero del Sol, al realizar la ceremonia, reiteraba simbólicamente los lazos entre el centro de su Imperio y los cuatro ejes que lo abrían hacia los extremos del mundo, reforzando la idea de la ciudad capital como "ombligo" y generador de la unidad en la totalidad del Imperio (en lengua quechua, el término 'Cuzco' corresponde a "ombligo"), estableciendo el punto de mayor fuerza en la plaza donde clavaba su lanza. Restableciendo así la acción fundante de Ayar Manco, más tarde, Manco Capac, quien clavó allí la barra de oro que, según la narración mítica recogida por los cronistas, le había sido entregada por el Sol (Magni y Guidoni, 1972:109).
Una idea similar subyace en una ceremonia ritual que, mal interpretada en los inicios de la conquista de la actual Colombia, dio origen a la leyenda de "El Dorado". Esta puede sintetizarse en lo siguiente: el cacique Guatavita, cuyo nombre le es asignado hoy día a una laguna circular situada en un lugar cercano a la actual Bogotá, era recubierto en su cuerpo con polvo de oro. Entre tanto, dos grupos de sacerdotes "tomaban dos cuerdas que pudiesen atravesar la laguna por el medio y cruzándolas de una parte a otra, en la cruz que se hacía se venía a reconocer el centro..." (Paneso et al., editores, 1979). En una balsa de totora era llevado hacia el centro el cacique "dorado" y allí, según algunas versiones, hacían ofrendas de piezas doradas y él mismo se lanzaba al agua, para llegar nadando a un lugar predeterminado, quedando el polvo de oro como ofrenda de la comunidad al desprenderse de su cuerpo.
Las dos ceremonias remiten a un eje cósmico y a las cuatro direcciones del mundo. Su reiteración periódica nos habla de ritos de purificación y de re-fundación, en asociación con un tiempo cíclico, probable resultado de la observación de los ciclos naturales, por ejemplo, de los vegetales o del "Movimiento de los astros". Especialmente de estos últimos, puesto que penniten una mayor precisión en la reahzación de los cálculos que facilitan el fijar la celebración de cualquier ceremonia que se caracterice por tener una periodicidad regular. En ambos casos, lo espacial se asocia con lo temporal, de manera similar a como puede observarse en el pensamiento mesoamericano. Lo antedicho nos permite considerar que el citado ejemplo del incanato de-staca una visión de mundo que no es exclusiva del pueblo quechua, sino que es compartida por muchos pueblos americanos. Esto nos conduce a otras consideraciones, como, por ejemplo, a estimar que muchos de los elementos que el Imperio Incaico se dio a la tarea de esparcir por el "área andina" no fueron de su invención o "descubrimiento', sino que forman parte de la herencia cultural que otros pueblos dejaron como legado a las generaciones americanas posteriores, y que fueron adoptadas por los quechuas, lo que nos revela que dicho pueblo no hace sino confirmar la idea de que el peso de las tradiciones permite que un pueblo asuma elementos que otros han elaborado, en especial si el paso del tiempo ha probado la eficacia de aquello que es adoptado. En suma, como es el caso de muchas facetas de su cultura, el incanato fue el heredero que mlantuvo vivos varios elementos del pensamiento y cosmovisión de otros grupos que lo antecedieron en el ámbito andino y, quizá, americano, en el amplío universo de la extensión geográfica de las así llamadas "tres américas".
Así, partiendo del supuesto que pueden rescatarse algunos rasgos de la cosmovisión de los pueblos desde el análísis de sus manifestaciones artísticas, hemos realizado estudios puntuales de algunas expresiones artísticas de los antiguos habitantes del Norte Grande chileno, tomando en cuenta que debido a que la capacidad expresiva en el área de las artes no ha sido preocupación fundamental de los estudiosos, tal capacidad ha quedado relegada a un muy discreto segundo plano de importancia en muchas de las publicaciones existentes. Estamos conscientes que, aunque algunos aceptan que ciertos rasgos de la cosmovisión de los pueblos pueden ser rescatados desde sus manifestaciones artísticas como lo acabamos de señalar son también muchas las personas a quienes les resulta más fácil considerar válidas las proposiciones en tal sentido cuando se refieren o remiten a las áreas Mesoamericana y Andina, especialmente si se trata de pueblos ya conocidos, y suelen ser renuentes a aceptar la validez de proposiciones similares si éstas corresponden a pueblos estimados "marginales" a tales áreas culturales.
Para iniciar esta búsqueda nos propusimos confirmar algo que comenzamos a indagar hace ya varios años en relación con una de las habitaciones del Pucara de Lasana y que, por diversas circunstancias, no hemos podido completar como investigación. Uno de los motivos que lo han impedido es la distancia desde nuestro lugar de trabajo y el lugar donde deben ser realizadas las observaciones (cerca de 3.200 km. en viaje de ida y vuelta, por tierra), además de la necesidad de efectuar varios viajes anualmente.
El grupo humano que construyó el complejo arquitectónico que nos interesa estudiar habitó una zona geográfica extremadamente difícil, la que pudo dominar gracias a la existencia de a-uadas y ríos, de los cuales destaca el Loa, a cuyo margen se asocia el complejo de Lasana, que recibió influencias directas de varias culturas andinas: nos referimos a los indígenas que en algunas oportunidades han sido designados como "atacameños", los que dieron origena la llamada "Cultura San Pedro", la que tuvo reconocidos vínculos con la cultura tiwanakota (aspecto aún hoy reconocible en las ruinas de Lasana, por ejemplo, en los restos visibles de un enlucido en barro que presentan algunos pilares de sección aproximadamente cuadrada, tratamiento similar al que puede observarse en las excavaciones recientes realizadas en PiquiRacta, enclave de la cultura tiwanakota distante unos 35 kilómetros de la ciudad de Cuzco (N. del A.: Observación personal y directa en terreno). El área cultural de San Pedro muy posteriormente fue conquistada por los Incas. De su cultura material se han desarrollado numerosos estudios, destacando aquellos relacionados con las píezas pertenecientes al "complejo de rapé", constituido por tabletas de madera y tubos para depositar y aspirar, respectivamente, algunas sustancias presumiblemente alucinógenas; sin embargo, y a pesar de lareconocidaimportancia de dichas tabletas y tubos, en general, la capacidad expresiva de otras obras artísticas ha tendido a pasar desapercibida. Es el caso de los testimonios arquitectónicos, por cuya necesidad de restauración suele existir cierta preocupación, aunque las razones por las cuales se les pretende restaurar se fimdamentan en su valor de testimonios de la existencia de un asentamiento humano en un lugar particularmente difícil e, incluso, por sus posibilidades de convertirse en un atractivo turístico, más que en su carácter de obras que permiten aproximarse a la cosmovisión de sus autores. El problema de nuestros restos arquitectónicos de la época prefiispánica es que no poseen -en apariencias- la monumentalidad que presentan las obras de muchas culturas de Perú o Bolivia, como si su valor se midiese exclusivamente en los metros cúbicos que conforman el conjunto, o en los metros cuadrados que cubre su área. Como queda dicho algunas líneas más arriba, el problema es que no se ha considerado como un motivo importante para su estudio las posibles implicancias de estos restos con la visión del mundo que poseían sus creadores y que, si se la llegase a considerar, podría permitirnos reconstruir la trama cultural de un ámbito geográfico que superaría con c-reces el área de asentamiento de una sola cultura.
El Pucara de Lasana, habitado aún hacia fines del primer milenio después de Cristo, está situado sobre una pequeña colina que asciende en dirección norte-sur y se corta a pique en su vertiente oriente, por donde corre el río, que riega el llano situado en la parte baja. Por el poniente la flanquea un sector más o menos llano, en el que se aprecian restos de un acueducto que permitía regarlo, aumentando la extensión de las áreas cultivables, todo esto al interior del cañón del Loa que corta la llanura desértico aledaña a Chuquicamata y Chiu Chiu y que dejaver en la lejanía -hacia el este-noreste- los volcanes San Pedro y San Pablo. Se trata de un asentamiento presumiblemente de carácter defensivo, que consta de más de un centenar de habitacion es que, debido a su interconexión, generan un sistema complejo de grupos y pasillos, los que se organizan según su eje principal nortesur. Las habitaciones y depósitos de alimentos tienen puertas rectangulares o cuadradas y, en muchos casos, pequeñas ventanas cuadrangulares y algunas especies de hornacinas, también cuadrangulares. Entre estos recintos existentes en el Pucara se aprecia uno, hacia él centro del eje longitudinal del conjunto, el que destaca porque sus ventanas difieren de las restantes: dos de ellas tienen forma de cruz, de brazos aproximadamente iguales, y están ubicadas a unos dos metros del suelo, en el muro situado al poniente, al extremo sur de éste se encuentra la puerta de acceso, la que enfrenta un pequeño paño de un muro paralelo al antes desciito y que tiene la apariencia de una especie de biombo o "corta vientos", a pesar de tener una pequeña ventana que enfrenta al vano de la puerta.
Su pared norte colinda con una pequeña explanada a manera de plazuela, además de un estrecho callejón que actúa aproximadamente como un eje este-oeste. Esta misma pared posee dos estrechas ventanillas de sección cuadrangular y que tiene la particularidad de cortar oblicuamente el muro, de manera que, al mirar a través de ellas desde el interior del recinto en un punto próximo a la pared sur, se aprecian, simultáneamente, los lugares por dónde se puede bajar con cierta facilidad desde los bordes oriente y poniente al cañón del Loa, es decir, tanto por su costado izquierdo, como por el derecho. Las paredes este y sur colindan con otros recintos. La pared norte que se inicia casi perpendiculannente a la oeste, se abre en una especie de arco de círculo, hacia su primer quinto, paravolveratomarunaforma recta y apoyarse en el muro oriente. La pared oeste tiene las ventanas en sus dos tercios iniciales y una puerta en el tercero (segmento sur), ésta permite la salida hacia el acueducto que regaba una amplia explanada situada al oeste del Pucara.
Dadas las características y ubicación de las ventanas cruciformes a que hemos hecho mención, estudiamos el trayecto de los haces de luz que pasan por ellas desde tempranas horas de la tarde, en el convencimiento de que existió una poderosa razón de ser para su forma. Habiendo calculado el trayecto de dichos haces de luz por el interior del recinto -mediante modelos teóricos y maquetas durante unos 15 años- efectuamos un viaje para hacer observaciones directas y fotografías que nos permitieran ratificar o rectificar la hipótesis prehminar, durante el mes de febrero de 1988. Al hacer el seguímiento del movimiento de los haces de luz que pasaban hacia el interior de la habitación después del mediodía, efectuamos el trabajo fotográfico y algunas mediciones, lo que nos permite suponer que su forma y ubicación no son casuales. Al contrario, el movimiento de los haces de luz, luego de hacer un recorrido curvo por el suelo, ascienden por la pared y concluye sólo unos pocos minutos antes de que se ponga el sol porel farellón occidental del Loa, encajonándose en dos puntos situados en la pared norte de la habitación, los que están dispuestos como intersticios ahondados entre las piedras del muro, de tal manera que producen la impresión de ser pequeñas "hornacinas" u oquedades situadas a distinto nivel del suelo una y otra, con un tamaño cercano a 10 x 15 cm. y unos 5 a 8 de profundidad, cada una. Espacios que, en primera instancia, parecían el resultado fortuito del desprendimiento de una pequeña piedra desde el muro.
De esa primera constatación se desprende que en otro momento del año se produce un recorrido de los rayos del sol semejante al observado en esa ocasión, puesto que para hacer esas primeras apreciaciones no fuimos al lugar el día de un solsticio o un equinoccio, sino que lo hicimos, exactamente, en el día intermedio entre el solsticio de verano y el equinoccio de otoño. Por lo tanto, al depender del movimiento del eje de la tierra, el día intermedio entre el equinoccio de primavera y el solsticio de verano se convierte en un factor observable el que es fijado por los rayos del sol que pasan por las ventanas y se alojan exactamente en las mismas oquedades antes mencionadas. Para constatar la objetividad de las deducciones derivadas de las observaciones y del análisis de las fotografías, en 1990 hicimos un nuevo viaje, pero con diez días de retraso en relación con el momento en que debía ocurrir el fenómeno ya descrito. De la distancia recorrida por los rayos del sol en su desplazamiento hacia el sur, estimamos que una nueva situación de interés podría ocurrir el día intermedio entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera, día en el que acudimos a realizar nuevas observaciones y fotografías, pudiendo constatar que los haces de luz hacían un recorrido diferente en el interior de la habitación, de tal manera que el camino descrito por estos a medida que pasaban los minutos sufría una desviación mucho menos acentuada que la observada en el mes de febrero, apuntando hacia el este, con un ligero desplazamiento hacia el sur (en las observaciones anteriores lo hacían más o menos hacia el nor-noreste), para desvanecerse en el suelo, enfrentando, uno de ellos, a un bloque de piedras unidas con barro, con rastros de haber sido enlucido con una delgada capa de barro aún visible en su base, bloque con forma de paralelepípedo recto de base cuadrada que, a primera vista, parecía el resto de un pilar quebrado, o bien, una simple acumulación de piedras como las que se dejaron en el interior de algunas habitaciones durante la restauración y estudio dirigido por Montandón hacia fines de la década del 40 (Montandón, agosto de 1950). El otro haz de luz se hace imperceptible en el suelo enfrentando la entrada de un silo ('troje", usando el arcaísmo hispano empleado con frecuencia por la gente del lugar), entrada que está situada en la parte media-superior de la pared este, en su segmento próximo al ángulo noreste del interior de la habitación.
Las observaciones realizadas en los meses de febrero y agosto nos permiten afirmar que los días intermedios "inter equinoccio y solsticio" y viceversa, se convierten en una constante determinada por el movimiento cíchco oscilatorio del eje de la tierra que, en su vaivén, hace pasar los rayos de luz antes y después de cada solsticio por el mismo punto, hecho que, para los habitantes del Pucara de Lasana, debió tener connotaciones especiales que les permitían realizar acciones concretas vinculadas a su cosmovisión destinadas, quizá, a la reinstauración del orden cósmico, a la revitalización de la tierra, a la preparación de los habitantes para enfrentar lo sagrado, haciéndolo propicio para la comunidad, o para que, mediante algún rito, los jóvenes pasen a formar parte activa de la comunidad. Esta afirmación se basa en que consideramos que pudimos comprobar que tanto las oquedades como otros hitos pre-establecidos fueron dehberadamente situados en puntos específicos por los constructores de la habitación, los que efectuaron cuidadosas observaciones del movimiento del sol para fijar su emplazamiento definitivo, y necesario para ellos. En síntesis, mediante nuestras observaciones en terreno, hemos podido constatar que en cuatro ocasiones durante el año, pocos minutos antes de la puesta del sol, los haces de luz que ingresan a la habitación a través de las ventanas cruciformes se proyectan sobre puntos de referencia pre-establecidos por los indígenas, puntos que se encuentran ubicados en el interior del recinto analizado. Las fechas en que ello ocurre equidistan, en el tiempo, de los solsticios y equinoccios, distanciándose unos 45 a 46 días de uno u otro y caen cerca del quinto día de noviembre, febrero, mayo y agosto, respectivamente, fecha que puede variar ligeramente, según el día específico en que se produzcan los equinoccios y solsticios, lo que no siempre ocurre en los correspondientes días 21 de marzo, septiembre, junio y diciembre.
Si elegimos una fecha en apariencia tan arbitraria como el día intermedio entre un solsticio y un equinoccio para hacer las fotografias, ello no fue producto de un simple capricho, sino de una larga y cuidadosa reflexión acerca de las características de la planta del recinto elegido, de la forma y dirección de sus muros, en fin, de las características formales del recinto y de su relación con el entorno próximo y el entorno general, dado que estimamos que, a nivel indígena, la relación "hombre-comunidad-entorno" es muy fluida de tal manera que, como es sabido, si valoraba los solsticios y equinoccios, el espacio estudiado marcaba la necesidad de buscar otros momentos del año cargados de un valór semejante al de é stos últimos, para ellos, los que, de acuerdo con los esquemas de simetría cósmica que muchos pueblos indígenas sustentaban, debían aparecer señalados por un "algo" especial.
Como nueva conclusión, estimamos que tras la observación de este fenómeno se sucedían fiestas o ceremonias, tal vez semejantes a las señaladas por Guamán Poma o el Inca Garcilaso de la Vega, las que eran vlidas para todo el incanato, comportándose el hecho observado como un indicador celeste determinante del comienzo de ellas. Pero, como Lasana inicia su desarrollo probablemente en una época en que esa área geográfica estaba bajo el dominio de la cultura de Tiwanako, hacia el siglo VII o poco después, debemos entender que la convergencia de fechas importantes para el incanato con las que ya determinamos, son factores comprobatorios de que la cultura Inca absorbió muchos elementos desarrollados por otras culturas que la antecedieron, asimilando sus aportes y transmitiéndolos hacia aquellos ámbitos sobre los cuales alcanzó a ejercer influencia, especialmente en su período expansivo.
Hay cuatro días del año que son conocidos como días con características especiales: se trata de los días de los equinoccios y los solsticios. En razón de su extenso uso como momentos vinculados a la sacralidad en el ámbito de las culturas americanas, los dejamos para ser analizados al fmal de nuestros estudios. De éstos, hemos acudido al Pucara los días del solsticio de invierno y de verano, lo que hicimos durante el año 1993. En el caso del solsticio de Invierno, la dirección que toman los rayos del sol del atardecer aparentemente no marcan hitos relevantes, sin embargo, haciendo un análisis más cuidadoso, puede señalarse que el rayo que entra por la ventana situada a la derecha (vista desde el exterior de la habitación) no sale del pequeño muro que actúa como "biombo" de entrada, de tal manera que el rayo de luz sólo se desplaza por éste, sin llegar a apuntar al suelo. Si se hace una proyección desde el lugar en que la luz se esfuma sobre el muro quedaría señalado un punto hacia la derecha del pilar "a funcional" al que apuntaba el rayo de la misma ventana durante la observación del mes de agosto. El rayo de la ventana de la izquierda, si hacemos una proyección similar desde el lugar donde se desvanece en el suelo marca una distancia aproximadamente igual, similar a la recién mencionada, situada hacia la izquierda del mismo pilar, el que en virtud de lo observado en agosto y, ahora, también enjunio, se nos aparece más que como un pilar sin función ninguna, o como un pilar desestimado por el indígena, como un posible altar de ofrendas, como un punto de valor ceremonial y, por lo tanto, como un posible sitio que focahzaba algunas acciones rituales importantes.
Pero, hay otros elementos nuevos a considerar el día del solsticio de invierno: ese día esperamos desde cerca de las cinco de la madrugada que el sol asomara por el horizonte, ya no abajo, en lo hondo del cañón del Loa, sino en la extensa explanada del desierto, en un lugar que se correspondía con la ubicación del Pucara situado abajo. La claridad se fue haciendo cada vez más marcada, destacando los volcanes San Pedro y S Pablo, hasta que asomó el primer rayo directo del sol, justo por un pequeño ángulo que tiene el San Pablo en su cumbre, hecho que nos permitió comprender el valor de entes tutelares que se les asigna a ambos volcanes. Luego de esa primera observación matinal, bajamos al Pucara a esperar que los rayos del sol nos indicaran algo en especial, en relación con la habitación cuyo estudio estamos realizando. Allí pudimos comprobar que el amanecer visto desde el interior de la habitación permitía que el sol, que asoma por el borde de un accidente del farellón situado al este (como si se asomase por el costado de una pared), arrojaba un primer rayo que ingresaba al recinto por la pequeña ventana que corta oblicuamente el paño del muro norte, hacia el sector donde la curvatura del muro vuelve a tomar forma recta y llegaba al suelo, justo en el vano de una supuesta puerta ubicada en el muro sur, la que permite el acceso a la habitación contigua. Sitio al que nos referimos cuando hicimos mención a las dos pequeñas ventanas que cortan oblicuamente el muro norte, y que permíte apreciar simultáneamente, los dos farellones del cajón del río Loa. A la vez, en el borde oriente del Pucara, en un sitio que franquea el acantilado bajo el cual corre el río y sobre una pared de la piedra (¿arenisca?) sobre la cual se asientan las construcciones, en otras ocasiones habíamos observado petroglifos. Uno de éstos se hace visible cuando el primer haz de luz asoma por el borde del farellón. La figura comprometida representa una llama que tiene marcada una cruz que ocupa gran parte de su vientre. Como se puede apreciar, hay varios elementos que son destacados por el sol en el solsticio de Invierno.
De las observaciones realizadas durante los días del solsticio de verano, antes de reestudiar los apuntes tomados en terreno, queremos destacar un hecho importante. Se trata de la situación de los haces de luz que se relacionan con la pared norte hacia la hora de la puesta del sol: el que pasa por la ventana situada a la izquierda (vista desde el exterior), tras un recorrido en diagonal por el suelo, asciende por el muro para apagarse, con la puesta del sol, unos 20 cm. bajo la pequeña ventana oblicua que mira hacia el farellón occidental de la quebrada, casi como en un eco en relación con lo que sucede durante el solsticio de Invierno, en el que, como ya lo dijimos, el sol del amanecer entra por la ventana similar situada hacia el extremo oriental del muro Norte. En cambio, durante el solsticio de Verano, el haz de luz que entra por la ventana situada a la derecha, inicia su recorrido por el suelo de la habitación mucho más tarde que el que acabamos de describir y su presencia, en la actualidad, es poco notoria. Poco antes de alcanzar el borde del muro norte se apaga. Vuelve a aparecer por pocos minutos, ahora sobre el muro, lo que puede deberse, en este caso concreto, a que un muro de una habitación próxima, que se encuentra con su borde superior irregular, al perder su forma original genera tal situación de aparecimiento y desaparecimiento. Como no sabemos la altura que dicho muro tenía originalmente, resulta imposible hacer cualquier afirmación en relación con dicha situación.
Para poder cerrar la investigación que presentamos en este "informe preliminar" nos queda viajar, a lo menos en uno de los equinoccios, cosa que esperamos concretar durante el mes de marzo o en el de septiembre próximos.
En consonancia con lo antedicho, podemos afirmar que, para el indígena, aun en los ambientes geográficos más hostiles, es la naturaleza toda la que habla, y que los antiguos habitantes del continente, nuestros antepasados, fueron capaces de escuchar su voz, plasmando en obras concretas lo que los ciclos naturales señalaban, para capturar al tiempo y asociarlo al espacio y al hombre; al hombre con ese espacio y en ese espacio, lo que quizá constituya el fundamento por el cual cada etnia se consídera a sí misma como la humanidad por excelencia, la que habita en el centro de la plataforma terrena y en el punto de cruce de los ejes cósmicos.
Referencias bibliográficas:
MAGNI y GUIDONI, 1972: Civilización andina.
PANESO, Antonio (et al.), editores. "El Dorado, Museo del Oro, Banco de la República, Bogotá, Colombia, 311 edición en español, 1979.
MONTANDÓN, Roberto,"Apuntes sobre el Pukara de Lasana". En: Cuadernos del Consejo de Monumentos Nacionales, Imprenta Universitaria, Santiago, 1950.
Nota:
Los planos que acompañan este artículo son de Athos Larraguibel, las fotos son del autor.