por Alberto Aranda C. M. Sp.S

Abbá es una forma derivada del arameo ab: padre. Es la forma familiar e íntima de los primeros balbuceos del niño, junto con imma: madre. Equivale a la forma familiar que usamos para designar a nuestro padre: papá, papacito, tata, tatai, o en inglés: daddy, dad. Es una fórmula que típicamente se usa en la infancia pero también se sigue usando en la edad adulta.

Podemos pensar que Jesús utilizó constantemente la palabra Abbá para dirigirse a su Padre; en el Evangelio encontramos una excepción en Mc 15, 34, o Mt 27, 46, cuando dijo: Elí, Elí...; excepción muy explicable porque es una cita del Salmo 22, 6. La palabra Abbá sólo se conserva en el Evangelio de Marcos 14, 36; en los demás textos ha sido traducida como: Padre, oh, Padre, Padre mío. Son traducciones buenas, pero que le quitan lo familiar e íntimo que Jesús quiso expresar.

Se ha hecho notar que en la literatura del judaísmo palestiniano antiguo no se usa esta invocación, y si bien en la literatura del judaísmo helenista hay algunos raros textos en que se invoca a Dios como Padre por influjo griego, se puede decir sin duda "que en el conjunto de oraciones judías no se encuentra absolutamente nada análogo a esta invocación: Abbá.

La razón es que debido a la sensibilidad judía habría sido una falta de respeto y, por tanto, algo inconcebible, dirigirse a Dios con un término tan familiar. El que Jesús se atreviera a dar ese paso significa algo nuevo e inaudito. Él habló con Dios como un hijo con su padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad. Cuando Jesús llama a Dios Abbá nos revela cuál es el corazón de su relación con Él.

Esto es lo que está en el origen de aquel grito de alegría de Jesús: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Padre sino el Hijo; nadie conoce al Hijo sino el Padre y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 25.26), su conciencia filial y la comunicación de ese don paternal a nosotros, por medio de Él.

Ciertamente en el Antiguo Testamento, Dios es llamado Padre, pero pocas veces, sólo catorce y en ocasiones importantes, pero nunca en forma directa ni con el término Abbá.

El que la comunidad cristiana se dirija a Dios con el nombre de Padre será considerado siempre un privilegio maravilloso, que viene a cumplir la promesa: "Seré un Padre para ustedes y ustedes para mí hijos e hijas (2 Cor 6, 18). Es un privilegio audazmente expresado sólo en base de la enseñanza y ejemplo de Cristo.

Sin embargo, podemos constatar que el nombre especial de Padre no es el que más se usa en la liturgia. El que predomina absolutamente es el de Señor. Sin tratar de establecer una proporción exacta, se puede decir que en las oraciones del Misal, por 100 veces que le decimos Señor, unas 30 veces le decimos Dios y apenas unas 8 le decimos Padre. En las distintas formas de la Oración eucarística, unas 78 veces lo llamamos Padre, unas 26 Señor y unas 23 Dios.

¿Por qué no se usa con más frecuencia el nombre de Padre?

Los conocedores creen poder dar posibles respuestas: desde la antropología social, podría ser la ausencia de padre en muchos hogares o el predominio de la figura paternal no amorosa. Otros piensan que se trata de una prolongación de la temerosa costumbre veterotestamentaria de no llamar a Dios por el nombre de Yahveh; así, el P. Jean Galot dice: "Si comparamos muchas de nuestras plegarias con la oración de Jesús en el Evangelio, nos impresiona la ausencia del nombre 'Padre', el nombre que le da tanta calidez a la oración de Jesús y revela también su más profunda emoción".

Puede deberse también a una simplificación cristocentrista que casi desconoce la dimensión trinitaria y la dinámica interpersonal de las tres divinas Personas. O peor aún, tal vez no hemos dejado actuar suficientemente al Espíritu "que nos permite clamar: Abbá" (Rom 8, 15).

¿No se podría ir pensando en que cuando se haga una revisión de la traducción de las oraciones se use predominantemente el nombre de Padre, aunque, claro, sin dejar de usar los nombres también bíblicos de Dios y Señor?

Esto que decimos de la oración litúrgica también habría que aplicarlo a la oración no litúrgica, comunitaria o personal.