Lo que crea un matrimonio no es la presencia de un cura o un juez, ni la ceremonia en la iglesia, ni el banquete, ni la fiesta, ni el traje de blanco de la novia, ni la alegría de los familiares y amigos. Lo que hace a un hombre y a una mujer esposos es su mutuo consentimiento, manifestado ante la sociedad, de darse el uno al otro con las especiales características de la donación matrimonial. Y esta voluntad es la que se expresa al decir "sí" en la boda.
Ahora bien, si uno de los dos contrayentes simula querer casarse y pronunica "sí", pero de verdad su voluntad no es ésa. no existiría matrimonio, a pesar de las apariencias.
— Porque el "sí" de uno de los esposos no sea verdaderamente libre y expresión de su decisión personal por coacción, miedo o error.
— Porque uno de los dos contrayentes no sepa de verdad a qué se están obligando o no sean capaces de asumir esas obligaciones por inmadurez personal, enfermedad mental, etc.
— Porque aunque pronuncien el "sí", de verdad en su fuero interno no querían casarse, no querían obligarse a la donación peculiar que implica el matrimonio, porque excluyeron algunos de los bienes o fines esenciales o alguna de sus características esenciales como la unidad, la indisolubilidad o la apertura a la fecundidad.
En los casos primero y segundo no existe matrimonio porque no hay un consentimiento, bien porque el "sí" no es libre, bien porque la persona no es apta para consentir, aunque pronuncie la palabra "sí".
En el tercer caso no existe matrimonio porque los que celebran la boda no quieren casarse, sino otra cosa: bien puramente engañar a los demás, bien crear entre ellos algún tipo de asociación que se parezca en algo al matrimonio, pero que no es tal, porque le falta alguna de sus características fundamentales.