Lo siguiente son extractos de la Bula del Santo Padre "Incarnationis Mysterium" que fue publicada el 29 de noviembre de 1998.

1. Con la mirada puesta en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, la Iglesia se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio.

El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que no se pueda relegar al pasado. En efecto, ante Él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo son iluminados por su presencia. Él es "el que era" (Ap 1, 18), "Aquél que es, que era y que va a venir" (Ap 1, 4). "Ante Él debe doblarse toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua debe proclamar que Él es el Señor (ver Flp 2, 10-11). Al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida.

Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las diversas épocas históricas. La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana.

2. El Gran Jubileo del año 2000 está a las puertas. Desde mi primera Encíclica, Redemtor hominis, he mirado hacia esta fecha con la única intención de preparar los corazones de todos a hacerse dóciles a la acción del Espíritu Santo. Será un acontecimiento que se celebrará contemporáneamente en Roma y en todas las Iglesias particulares diseminadas en el mundo, y tendrá, por decirlo de algún modo, dos centros; por una parte la Ciudad donde la Providencia quiso poner la sede del Sucesor de Pedro, y, por otra, Tierra Santa, en la que el Hijo de Dios nació como hombre tomando carne de una Virgen llamada María (ver Lc 1, 27)

Con igual dignidad e importancia, el Jubileo será, pues, celebrado, además de Roma, en la Tierra justamente llamada "santa" por haber visto nacer y morir a Jesús. Aquella Tierra, en la que surgió la primera comunidad cristiana, es el lugar donde Dios se reveló a la humanidad. Es la Tierra prometida, que ha marcado la historia del pueblo judío y es venerada también por los seguidores del Islam. Que el Jubileo pueda favorecer un nuevo paso en el diálogo recíproco hasta que un día -judíos, cristianos y musulmanes- todos juntos nos demos en Jerusalén el saludo de la paz.

4. Cada año jubilar es como una invitación a una fiesta nupcial. Acudamos todos, desde las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales diseminadas por el mundo, a la fiesta que se prepara; llevemos con nosotros lo que ya nos une y la mirada puesta sólo en Cristo nos permita crecer en la unidad que es fruto del Espíritu. Como Sucesor de Pedro, el Obispo de Roma está aquí para hacer más intensa la invitación a la celebración jubilar, para que la conmemoración bimilenaria del misterio central de la fe cristiana sea vivida como camino de reconciliación y como signo de genuina esperanza para quienes miran a Cristo y a su Iglesia, sacramento "de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano".

6. Para nosotros los creyentes el año jubilar pondrá claramente de relieve la redención realizada por Cristo mediante su muerte y resurrección. Nadie, después de esta muerte, puede ser separado del amor de Dios (ver Rom 8, 21-39), si no es por su propia culpa. La gracia de la misericordia sale al encuentro de todo, para que quienes han sido reconciliados puedan también ser "salvos por su vida" (Rom 5, 10).

Establezco, pues, que el Gran Jubileo del Año 2000 se inicie la noche de Navidad de 1999, con la apertura de la puerta santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, que precederá de pocas horas a la celebración inaugural prevista en Jerusalén y en Belén y a la apertura de la puerta santa en las otras Basílicas patriarcales de Roma. La apertura de la puerta santa de la Basílica de San Pedro se traslada al martes 18 de enero siguiente, inicio de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, para subrayar también de este modo el peculiar carácter ecuménico del Jubileo.

Establezco, además, que la inauguración del Jubileo en las Iglesias particulares se celebre el día santísimo de la Natividad del Señor Jesús, con una solemne Liturgia eucarística presidida por el Obispo diocesano en la catedral, así como en la concatedral. En la concatedral el obispo puede confiar la presidencia de la celebración a un delegado suyo. ya que el rito de apertura de la puerta santa es propio de la Basílica Vaticana y de las Basílicas Patriarcales, conviene que en la inauguración del período jubilar en cada Diócesis se privilegie el statio en otra iglesia, desde la cual se salga en peregrinación hacia la catedral; el realce litúrgico del Libro de los Evangelios y la lectura de algunos párrafos de esta Bula, según las indicaciones del "Ritual para la celebración del Gran Jubileo en las Iglesias particulares".

La Navidad de 1999 debe ser para todos una solemnidad radiante de luz, preludio de una experiencia particularmente profunda de gracia y misericordia divina, que se prolongará hasta la clausura del Año jubilar el día de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo el 6 de enero del año 2001.