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¿No es extraña, a primera vista,
la profecía mariana: "todas las generaciones me llamarán
bienaventurada?" ¿Esta profecía de gloria futura no
es extraña en los labios de la que se presenta como humilde esclava
del Señor?
Para responder a esta pregunta hay que recoger, en primer lugar, los antecedentes
veterotestamentarios. "Qué dicha para mí (exclama Lía,
llena de sucesivos nacimientos), pues las hijas me han proclamado dichosa"
(Gén 30, 13). En el libro de Tobías, la esperanza de los
exiliados respecto a la reconstrucción y la gloria de un Jerusalén
ideal se expresa de la siguiente manera.
"Entonces exultarás, te alegrarás, por los hijos de
los justos, pues serán reunidos todos y bendecirán al Señor
de los siglos" (13,13). El profeta Malaquías expresa una promesa
radiante para Israel en estos términos:"Todas las naciones
les felicitarán entonces, porque serán una tierra de delicias,
dice Yahvé Sebaot" (3,12). En todos los casos, la felicidad
prometida se considera y celebra como un don del Señor. La alabanza
por los beneficios es ante todo la alabanza del
Bienhechor.
Así ocurre con toda evidencia en el Magníficat. Profetizando
su gloria futura, la Lena de gracia no apunta a otra cosa sino a proclamar
su convicción de que la fe en el ministerio de la Encarnación
provocará en los creyentes el más profundo agradecimiento
a ese Dios que ha mostrado así cuanto amaba a al humanidad. Proclamándola
bienaventurada, las generaciones futuras se volverán hacia el Dios
Creador y Redentor que les ha dado esta prueba suprema de su amor. "Está
claro que el Magníficat da gracias a Dios por las grandes cosas
que acaba de realizar en la Encarnación de su Hijo. La Virgen María
no se atribuye aquí ningún mérito ni ninguna gloria,
sería contrario a su espíritu de pobreza y humildad. Sin
embargo por su misma pobreza que no puede hacer gloria a la sombra del
Señor y porque no es puro instrumento impersonal de la Encarnación,
elegida como una persona para decir Sí a esa maternidad, María
puede profetizar con gran humildad que todas las generaciones la llamaran
bienaventurada" (Max Thurian).
Tal como la presenta San Lucas en el evangelio,
la profecía mariana se supone haber sido pronunciada antes incluso
del nacimiento de Jesús. Pero precisamente aparece en un documento
muy posterior, lo que le da garantía, desde el punto de vista de
la Iglesia. "¿Cómo Lucas hubiera podido escribir estas
palabras si en la época en que redactaba su evangelio (70-80 d.
De C.) su propia generación no hubiera expresado de esa manera
su admiración de Madre? Juan Pablo II habla de forma idéntica
a propósito de las palabras de Jesús crucificado a su Madre
y al discípulo que amaba: "Se puede incluso decir que al pedir
al Discípulo preferido que considerase a María como su Madre,
Jesús fundó el culto mariano...Por eso la devoción
mariana comenzó en el Calvario y no ha dejado de crecer en la comunidad
cristiana (11 de mayo de 1983). Los textos evangélicos dan testimonio
de la fe y de la práctica de la Iglesia. En su coyuntura son la
prueba incontestable de la piedad filial de los cristianos del primer
siglo respecto a la Madre del Señor. Ya ellos mismo la proclamaban
bienaventurada.
Lo decimos, pues sin vacilar: la piedad mariana es una característica
de la Iglesia del Nuevo TESTAMENTO. ¿Cómo Ser discípulo
de Jesús, sin venerar, amar e imitar a su Madre, que es también
un admirable modelo para nuestra fe? ¿No es esto, en definitiva,
lo que ha sentido como instintivamente el pueblo cristiano y lo que vive
intensamente, al menos en la Iglesia Católica y en la Iglesias
Orientales? Así se explica que el culto mariano sea eminentemente
popular en el sentido más noble y verdadero de la palabra, en cuanto
expresión de las convicciones profundas de fe del Pueblo de Dios.
Esto exige una reflexión atenta y puede requerir puesta a punto
y rectificación, pues son posibles alguna desviaciones. Pero, ¿cómo
no ver en ello un valor fundamental que puede servir de base a una mejor
evangelización y a al profundización catequética,
tal como se hace hoy en los grandes santuarios marianos bajo la inspiración
del Concilio Vaticano II? Como lo ha notado Juan Pablo II en el santuario
de Nuestra Señora de Zapopan: " Esta piedad popular no es
necesariamente un sentimiento vago, desprovisto de sólida base
doctrinal, como una forma inferior de manifestación religiosa.
Cuántas veces, al contrario, aparece como la verdadera expresión
del alma de un pueblo en cuanto que está tocada por la gracia y
forjada por el feliz encuentro entre la obra de evangelización
y la cultura local... Por eso, guiada y sostenida y, si es necesario,
purificada por la acción constante de los pastores y ejercida diariamente
en la vida del pueblo, la piedad popular es verdaderamente la piedad de
los obres y de los sencillos. Es la manera cómo estos preferidos
de Señor viven y traducen, en sus actividades humanas y en todas
las dimensiones de la vida, el ministerio de la fe que han recibido"
(30 de Enero de 1979).
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