El Nacional - Jueves 21 de Julio de 2005 B/10
 
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Cultura y Espectáculos

 

Juan Pablo Rojas Paúl: ex presidente y senador de la República


 

MILAGROS SOCORRO
 

 

Lo primero que advierte Edgar C. Otálvora, biógrafo de Juan Pablo Rojas Paúl (1826–1905), es que su personaje, contra la leyenda que lo ha rodeado, tiene “peso histórico por sí mismo. Es algo más que un apéndice poco grato del guzmancismo.

Su trayectoria política duró 15 años más, luego de finalizado su gobierno de dos años. Cuando Guzmán Blanco muere en su querida París, Rojas Paúl aún permanecía activo en los cambios políticos venezolanos del año 1899”.

Y a partir de esa afirmación, Otálvora, graduado de economista en la ULA y posgraduado en Historia de América Contemporánea, en la UCV, se dedicará a lo largo de 134 páginas, a demostrar que efectivamente Rojas Paúl fue mucho más que un adulador de Guzmán y pieza de éste en la maraña de intrigas de la segunda mitad del siglo XIX venezolano. Ésa es la historia que recoge la décima entrega de la Biblioteca Biográfica Venezolana, colección dirigida por Simón Alberto Consalvi y editada por el Banco del Caribe y El Nacional.

La minuciosa investigación de Otálvora nos entrega un fresco de las maquinaciones que entretenían al mundo político caraqueño desde los días en que, a los 23 años y antes de concluir sus estudios de Derecho, Rojas Paúl comienza a trabajar como maestro de gramática y, por tanto, empleado del Ministerio de Instrucción Pública.

En 1855, ya abogado y con breve trayectoria de litigante, es nombrado ministro del Interior con carácter de interino. Ya nunca se apartará Rojas Paúl del quehacer público. Para 1883, con 56 años de edad, “era considerado”, dice el biógrafo, “como el eficiente operador de las finanzas públicas del régimen, actuando en los más altos escalones de la dirigencia política venezolana”.




Paz, legalidad y concordia
En 1888, Rojas Paúl llega a la Presidencia de la República. Así describe el biógrafo tal encumbramiento:
“El primer civil, en cinco décadas, que era electo por procedimientos constitucionales.

Desde el nacimiento de Venezuela en 1830, sólo el doctor José María Vargas había sido electo Presidente sin detentar grado militar alguno. Y los recuerdos no resultaban halagadores: Vargas fue depuesto poco tiempo después de asumir el cargo”.

–En 1888 –continúa Otálvora– llegaba a la Presidencia un hombre de reconocida trayectoria pública. Maestro, profesor, abogado, administrador, cercano a las alturas del poder desde varias décadas atrás. En algún momento de su vida pública, la guasa popular le colocó el mote de “caregallina”.

Se le sabía amigo de las fiestas de salón. Como miembro del entorno guzmancista se había hecho construir una casa campestre en el pueblo de Antímano, en las afueras de Caracas. Sentía desdén por los llanerísimos toros coleados que tanto entusiasmaban a los Monagas y a Joaquín Crespo.

Y, pese a la gran influencia que la masonería tenía en aquellos días, al contrario de Guzmán Blanco, Joaquín Crespo o Raimundo Andueza Palacios, Rojas Paúl no era masón. En contraste, tenía fama de católico practicante...

Con ese equipaje, Rojas Paúl va a tratar de labrar una gestión de sello propio. En su primera alocución al Congreso Nacional anuncia que su programa de gobierno va a sustentarse sobre la paz, la legalidad, la concordia y la firme dignidad en la política interior y en las relaciones exteriores. “Ofreció”, apunta el biógrafo, “ferrocarriles, el fomento de la industria nacional, interesarse por la prosperidad de los estados y por la honradez en la administración pública.

(...) Auguró la paz pública y el ejercicio de la libertad. Invitó a todos los venezolanos a secundar su gobierno, olvidar las divisiones surgidas del debate electoral, y anunció el comienzo de la ‘vida puramente civil’ de Venezuela’”.




La rareza civil
Ya se sabe que no es cosa fácil lograr que “todos” los venezolanos secunden un gobierno. A Rojas Paúl le tocaría lidiar con toda clase de conflictos y fuentes de mortificación.

Guzmán Blanco y Joaquín Crespo serían motivo constante de dolor de cabeza. Esta biografía tiene un capítulo estelar, titulado “Acuerdos de La Rotunda”, en el cual se narra el último alzamiento de Crespo y la persecución en barcos del insurrecto, que culmina con la detención y reducción de éste. Es un capítulo lleno de interés e incluso emoción (que no es el registro predominante en la vida de Rojas Paúl, enredada casi todo el tiempo en los mediocres tejemanejes de los voraces del poder que no tienen más proyecto que perpetuarse en él y sacarle todo el provecho posible para sus personas y patrimonios).

En marzo de 1890, Rojas Paúl le entrega el coroto a Andueza Palacio, con lo que se convierte “en el primer civil de la historia republicana venezolana en concluir el período de gobierno para el cual había sido electo constitucionalmente. Habría que esperar 74 años más para que el país presenciara un acontecimiento similar”. Después de ese traspaso, le aguardaría un destino muy trajinado pero poco lucido: los consabidos pugilatos para retener algo del poder perdido, para amasar influencias y, en fin, para hacer de jarrón chino. En eso estaría, con intensa peripecia (siempre inconsistente) y mucho de trashumancia por el mundo, es decir, por los exilios, hasta su muerte, acaecida el 22 de julio de 1905 en Caracas. Tenía 78 años.


 
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