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Entrevista a Enrique Irazoqui por Mariano Sigman Es economista y profesor de literatura, fue el Cristo de El Evangelio según San Mateo de Pasolini y quizás el vecino actual más célebre de Cadaqués, el pueblito catalán donde vivieron, entre otros, Salvador Dalí y Marcel Duchamp. Allí es donde creó y sigue organizando el torneo de ajedrez entre computadoras más importante del mundo. Un personaje increíble a quien le cabe la definición de la Enciclopedia Británica sobre la inteligencia: «un caos». El corto camino de Barcelona a Francia está lleno de calas, playas angostas que nacen en el mismo punto donde muere la montaña, y sobre el agua azul-verdosa duermen las barcas menorquinas. Cadaqués, uno de los últimos pueblos antes de llegar a la frontera, es tal vez el más famoso: fue el hogar de Dalí; en los pocos cafés enfrente de la playa, escribió Marcel Duchamp; y John Cage introdujo el azar en la composición. Y además, se jugaba al ajedrez. Hoy, las que juegan son las computadoras, que se baten a duelo para encontrar al mejor de los programas que jugará en Bahrein con el campeón de carne y hueso. El organizador del torneo es Enrique Irazoqui, un apasionado de esas máquinas, economista, profesor de literatura, el Cristo en el Evangelio de Pier Paolo Pasolini y un testimonio de aquella época y de aquel lugar. ¿Cómo fue que comenzó a coordinar torneos entre programas de ajedrez? Era 1979, en el este de los Estados Unidos, donde los inviernos son desesperantes. Me compré las dos computadoras que existían para jugar al ajedrez. Pero resultaron ser tan malas, que me divertía más hacerlas jugar entre ellas. Ahora, aun con las computadoras caseras, los programas pueden hacerle partido a los mejores grandes maestros. ¿Por qué Deep Blue (la supercomputadora construida para jugar con Kasparov, y que le ganó) no participa en estos campeonatos? Deep Blue fue desmontada un día después
de ganarle a Kasparov. Es difícil decir si los programas de hoy
podrían ganarle a Deep Blue. Pero IBM tiene todo que perder y nada
que ganar. Ya ganó: le ganó a Kasparov. Al día siguiente
de que acabara el match, sus acciones subieron como locas y no hay Kasparov jugó sorpresivamente mal ese match, tal vez hasta sospechosamente mal. Sospechosamente mal no. Kasparov quiere ganarle a quien sea. Él se sienta y tiene que demostrar que es el rey, y ésta no es la mejor estrategia contra una máquina que calcula millones de posiciones. Es más saludable jugar sólidamente llevando la partida por los caminos más estratégicos, donde se gana lentamente asfixiando al rival, como lo hace, por ejemplo, Kramnik, el nuevo campeón. Se decía que Junior, uno de los programas finalistas del Torneo de Cadaqués, jugaba con más intuición, dándole un aspecto humano. Los programas no tienen intuición. Los programadores hicieron una variante interesante, al hacerlo jugar más especulativamente. Junior es capaz de sacrificar uno o dos peones por la iniciativa, sin calcular todas las variantes que lo llevarían a ganar. Esto da la ilusión de que son más humanos. Esta estrategia le salió muy bien en la primera mitad del match y no tan bien en la segunda. Esa diferencia entre las dos mitades del torneo es un poco extraña, teniendo en cuenta que los programas son siempre los mismos, no se cansan ni modifican sus ánimos como los humanos. Esto es frecuente, porque el azar tiene un peso mucho más importante en el ajedrez que entre competidores humanos. Por eso realizamos campeonatos largos para decidir quién es el campeón, que al final es igualmente una decisión de cierta arbitrariedad (porque a la larga, pero sólo a la muy larga, gana el mejor). Esto convierte el rol de árbitro en un rol imposible.. Hagamos lo que hagamos nos equivocamos. Pocos días antes de finalizar el match, todos estábamos convencidos de que Junior iría a Bahrein a jugar con Kramnik. ¿Los programas tienen hinchada? Sí. El estilo especulativo de Junior produce el espejismo de que es más humano y hace que tenga más hinchas. ¿Cuánto de la inteligencia humana captura un programa de ajedrez? En mi opinión, nada. Pero entramos en una discusión ardua y en un problema de definiciones. El ajedrez se presume inteligente, y por lo tanto las computadoras que juegan ajedrez son consideradas inteligentes. Pero también calcular números es una forma de inteligencia y nadie pretende que una calculadora de bolsillo sea inteligente. Un programa de ajedrez es sólo una calculadora sofisticada. ¿Y nosotros no? Eso no lo sé. Por lo pronto, una de las diferencias importantes es que nosotros aprendemos y las computadoras no. Una computadora comete infinitas veces la misma equivocación. Puesto al revés, ¿cuánto podemos aprender de los programas de ajedrez? Probablemente poco, porque los programas
de ajedrez no están hechos para eso, sino para jugar bien al ajedrez,
y es más económico por ahora hacerlo a lo bruto. Por eso,
nadie intenta hacer programas que aprendan. Pero, además, creo
que es muy difícil porque aún se sabe muy poco qué
es la inteligencia. ¿No es inteligible? Es inteligible, pero poéticamente
inteligible. Tengo un programa, que me regalaron en el 87, que escribe
haikus, una forma de poesía japonesa altamente estructurada. Yo
he dado poemas escritos por este programa a lectores de haikus, que no
notaron nada que les sugiriese que los había escrito una máquina.
La poesía es tal vez la forma más intelectual de la literatura,
la más exacta. Y de igual manera se dice que para escribir poesía,
como para jugar ajedrez, hace falta inteligencia. Sin embargo, este ¿La inteligencia humana no es como el juego de Junior, un espejismo de jugar con la incertidumbre? Puede ser. Lo que sí es seguro es que en el caso del ajedrez, la aproximación que tenemos nosotros no tiene nada que ver con la que tiene un programa. Un programa calcula, en un ordenador casero, un millón de posiciones por segundo, y un gran maestro, apenas una o dos. Y no nos hace falta calcular mucho más. Tenemos, a diferencia de la máquina, patrones de reconocimiento, capacidad de aprendizaje y cálculo muy lento. El interés por los programas de ajedrez entonces no es una forma de entender la inteligencia. ¿Es sólo por la pasión por el ajedrez? Es una mezcla, también es una ventanita
hacia la perfección. He hablado mucho, con amigos, por qué
a la gente que estamos en la literatura nos fascinan los programas de
ajedrez. En parte porque nos gusta el ajedrez, pero no lo bastante como
para ser profesionales. Pero fundamentalmente, al ver los programas jugando
y mejorando, uno cree acercarse al momento de ¿Los grandes maestros utilizan estos programas? Todos, pero sólo para la táctica. Cuando se les ocurre una jugada, se la hacen probar a la computadora, que les dice si hay fallos tácticos evidentes o no. Si no los hay, siguen mirando en profundidad. Es curioso que el campeonato de computadoras se haya hecho en Cadaqués, un pueblo... Un pueblo encantador. Se hizo aquí por la sencilla razón de que yo vivo aquí. Pero además Cadaqués tiene una fuerte tradición ajedrecística. En este café jugábamos todas las tardes con Marcel Duchamp, con su mujer Tiri, con John Cage y otros tantos. ¿Cómo era jugar con Duchamp? Para mí, un placer, pero no sé si para él también. Tiri se acercó una tarde y me pidió que no me ofendiese, pero que jugase con ella y no con Marcel porque después de jugar no dormía en toda la noche. Eso era enternecedor. A partir de allí yo jugaba con Tiri. ¿Y John Cage? Él le pedía a su amigo Raymond Keene (un gran maestro que hoy organiza el campeonato del mundo de ajedrez) que le enseñase cómo ganarle a Duchamp. No lo consiguió nunca. Un día fuimos al bar que está ahí enfrente, a la noche, después de jugar ajedrez. Vino con un pentagrama traslúcido y lo puso contra la ventana y dibujó una nota en cada lugar donde había una estrella. Afortunadamente, no lo escuché nunca, pero ése era el tipo de gente que jugaba aquí en aquellos tiempos. ¿Se mantiene esta tradición? No, ni siquiera queda un tablero en el bar donde jugábamos. No sé si es un símbolo de los tiempos, pero la forma más interesante de ajedrez que se da en Cadaqués es el torneo entre computadoras. ¿Por qué proliferó tanto el ajedrez en España? Yo no vivo en España, vivo en Cadaqués. Y no es un problema de nacionalismo, es que Cadaqués es una isla; se sale por el mar, no por la montaña. Pero creo que mucho de todo esto empezó con el torneo de Linares, que fue organizado por el dueño de un hotel, que lo hizo para fomentar un turismo de calidad. Pocos años después se hizo una encuesta en lo que era todavía la Unión Soviética y las tres ciudades más conocidas de España resultaron ser Madrid, Barcelona y Linares. Además de organizar los torneos de computadoras, usted es profesor de literatura... Yo estudié economía. Mi primer trabajo fue ser jefe de personal y me dio horror: yo soy de izquierda, me había dedicado a leer a Marx y los marxistas, y no había aprendido nada del debe y el haber. Aguanté sólo cinco meses y lo dejé para dedicarme a la literatura. ¿Y cómo llega desde ahí hasta Pasolini? No, Pasolini fue antes, en el 64, era la época de Franco, y yo era el único del sindicato clandestino que hablaba italiano. Tenía 19 años. Decidimos que fuese a Italia a contactar gente conocida que nos apoyase en la lucha contra el fascismo. El último día en Roma me llevan a conocer a un poeta de izquierda. Fui a su casa y le solté por enésima vez el discurso de la resistencia. Al revés de lo que hacía todo el mundo, que era interrumpir, este hombre me escuchó hasta que terminé de hablar y entonces se levantó y me dijo que iría a España, pero que al mismo tiempo yo podía hacerle un favor. Que hacía dos años que tenía en preparación una película sobre Cristo, siguiendo literalmente el Evangelio según San Mateo y que no había encontrado todavía al actor que pudiera hacer el personaje. Quería que yo lo hiciese. Yo en más o menos cuatro palabras lo mandé a freír espárragos y le dije que tenía cosas más importantes que hacer, como la construcción de la fraternidad universal. No era revolucionario hacer el Evangelio en aquel momento. El Evangelio era un símbolo de la Iglesia muy opresiva de la España de la época. Encima era el rey de reyes de Hollywood y aquello no me interesaba en lo más mínimo. Al final me convenció Elsa Morante, una escritora amiga de Pasolini, que después fue la mejor amiga que tuve en mi vida. Habrá sido muy intenso hacer de Jesús a los 19 años. No, lo que sí fue fuerte fue dejar de ser el hijo de la burguesía de Barcelona: padre psiquiatra, madre industrial y de repente encontrarte en Roma con Pasolini, Moravia y toda aquella gente hablando hasta la madrugada.. Fue descubrir una nueva vida. Lo de Jesús, para nada... igual podría haber hecho de pistolero. El jugador moviendo las piezas de ajedrez es la imagen de Dios en una típica figura borgeana. ¿Hay alguna relación entre los dos personajes, el jugador y árbitro de ajedrez y el Cristo? Depende de cómo juegues al ajedrez, más que Dios puedes sentirte un miserable. Hay dioses buenos y dioses malos. Lo de dioses en ajedrez queda sólo para Kasparov o Kramnik. Tampoco te sientes Cristo durante la filmación. Te la pasas durante horas hablando con amigos, jugando al fútbol y de repente hay una dada combinación de luces que funcionan y te llaman y ruedas dos minutos. Tienes muy poca relación con el personaje. Lo que sí sucedió es que esta película fue filmada en parte en Calabria, y en aquella época el sur de Italia era más sur que el sur de España: se sucedían las personas que desfilaban con trajes negros pidiéndome que realizara algún milagro y que no estaban dispuestas a escuchar que yo no era Cristo o que se ofendían cuando fumaba. Porque Cristo no fuma. ¿Cuál es su lectura hoy del Evangelio? Es una historia maravillosa de la que en realidad sé muy poco. He sido siempre agnóstico y hasta los 19 años con una fuerte alergia por la influencia de la Iglesia franquista. No he vuelto a leer el Evangelio y la relación que tengo con Cristo es a través de gente que me pregunta. Es una historia cíclica, también borgeana. Yo muchas veces he estado sentado en esta mesa, me van pasando los años, se me van cayendo los dientes, se me cae el pelo y la historia sigue siendo la misma. ¿Qué sucedió cuando volvió de Italia? En España me retiraron el pasaporte por actuar en una película de propaganda marxista: El Evangelio según San Mateo, que había ganado dos premios católicos internacionales y se había proyectado en el Concilio del Vaticano.
Publicado en la revista Tres Puntos.
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