de Diario de
Andrés Fava
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Leo, en Apollinaire, esto que le va tan bien a mi niñez: "Je ne
sais pourquoi je l'avais apelé Maldino. Je forgeais des noms pour
toutes les choses qui mi frappaient. Une fois, je vis un poisson sur
la table de la cuisine. J'y pensais longtemps, me le désignant du
nom de Bionoulour."
(Giovanni Moroni.)
Ya sospechaba, de niño, que ponerle nombre a una cosa
era apropiármela. No bastaba eso, necesité siempre cambiar periódicamente
los nombres de quienes me rodeaban, porque así rechazaba el conformismo,
la lenta sustitución de un ser por un nombre. Un día empezaba a sentir
que ya el nombre no andaba bien, no era la cosa mentada. La cosa estaba
ahí, nueva y brillante, pero el nombre se había gastado como un traje.
Al darle entonces una nueva denominación, me probaba oscuramente que
lo importante era lo otro, esa razón para mi nombre. Y durante semanas
la cosa o el animal o la persona se me aparecían hermosísimos bajo
la luz de su nuevo signo.
A un gato que quise tanto lo seguí con cuatro nombres
por su breve vida (se envenenó con el cianuro que abuela ponía en los
hormigueros); uno era el común, el que le daban todos, y los otros
secretos, para el diálogo a solas. A un perro que el clan llamaba
Míster yo le llamé Mistirto, y era importante porque
entonces había leído Nostradamus de Michel Zévaco y el personaje
de Myrtô me rondaba. Así pude objetivarlo mágicamente, y Mistirto
era mucho más que un perro.
Y vos has de acordarte, lejanísima, del hermoso animal
de blanca piel que encontré para llamarte, y que te gustaba imitar
con la caricia, con el recato, con el claro impudor.
Diario de Andrés
Fava, Buenos Aires, Alfaguara, 1995
Ilustración: Gaspar Madariaga
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