¿Por qué gusta Heidi?
Bueno; dicen los sesudos estudiosos que, hasta la aparición
de Heidi, todos los libros infantiles eran pedagógicos.
Y ahí está el detalle: Heidi no sermonea; actúa.
Nunca les dice a los niños cómo conducirse,
sino les pone el ejemplo.
Además, la anécdota del libro es jovial, deliciosa
de leer hasta para un adulto. Ya sabe usted -y sus hijos-
más o menos de qué se trata: una niñita
alpina que reparte felicidad por donde quiera que va: reconforta
a una abuela ciega, enseña a leer a un cabrero, ayuda
a curar a Clara, la chica paralítica de la ciudad,
y reconcilia a un anciano rencoroso con sus semejantes...
Heidi también, sobre todo, es un símbolo de
la alegría de vivir.
Por otra parte, Heidi es sempiterna porque los lugares en
que se desenvuelve la trama de la novela lo son: las cabañas
de los valles de Maienfeld son iguales, aún hoy en
día, a como las describió Johanna Spyri... La
pedante y estirada señorita Rottenmeler, la institutriz,
tiene dos facetas. Igual que muchos adultos que usted y yo
conocemos: son crueles con los niños, no exentos de
compasión hacia ellos, pero pretenden ocultarla...
Se podría decir que Johanna Spyri, estuvo embarazada
de Heidi: poco antes de comenzar a escribirla, pasó
unos días de descanso cerca de Maienfeid: un pueblo
encantador rodeado de viñedos, con su plaza llena de
paredes de vivos colores, observando personajes, contemplando
el castillo en ruinas que sigue igual que como lo vio la escritora,
a pesar (o tal vez por ello mismo) de que el sitio se ha convertido
en un lugar turístico. Ahí hay una fuente con
una pequeña escultura que representa a Heidi y a su
cabra predilecta. Esta fuente fue costeada por los escolares
suizos: Cada uno aportó 10 céntimos (unos 5
centavos de dólar, más o menos) para levantar
este monumento en memoria de Johanna-Heidi en el 125 aniversario
de su nacimiento... La meseta arbolada y la vieja cabaña
que Johanna describió tan magistralmente, también
existen. Al menos, los ancianos del lugar aseguran que fue
allí donde ella se inspiró para la novela. Y
si no fue, pues podría ser, ya que es un paraje clásicamente
alpino: entre la hierba hay azafranes blancos, gencianas azules
y unas florecitas amarillas que parecen girasoles en miniatura...
se puede entrar a la cabaña después de mirar
las escarpadas paredes de las montañas Falknis, que
se ven así como un telón que cubriera al valle.
Ahí, el turista encuentra lo que los niños ven
en la televisión y ojalá se imaginaran al leer:
una pequeña habitación con una mesa desnuda,
una pequeña banca de madera, y la cocina. Al fondo,
una escalera de mano que lleva a un desván... así
como ese en el que, entre paja limpia, Heidi se acuesta contemplando
la Luna, las estrellas y lo montes...
Y, a pesar de todo lo bello que Heidi encierra, ¿sabía
usted que en algunos países su lectura está
prohibida porque la consideran sentimentaloide, burguesa y
peligrosa?... Ni modo: Heidi encarna las virtudes humanas
que todos perdemos un poco al crecer: la espontaneidad, la
inocencia, el amor a Dios, la honradez, el amor a nuestros
semejantes y a la Naturaleza...
Heidi, a quien conocen ya en más de 40 idiomas, no
tiene nada de malo... si no fuera por ese comercio y ánimo
de enajenar que ha hecho con ella como figura infantil, ese
querer convertirla en ídolo de los de llamarada de
petate... en fin, que se podría aprovechar para en
vez de historietas dar libros a los niños y hacer el
amor por la lectura, pero...
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