VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA IV CENTENARIO DEL SANTUARIO DE KALWARIA ZEBRZYDOWSKA HOMILÍA DE JUAN PABLO II
Santuario de Kalwaria Zebrzydowska Lunes 19 de agosto de 2002
"Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve".
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Vengo hoy a este santuario como peregrino, como venía cuando era niño
y en edad juvenil. Me presento ante la Virgen de Kalwaria al igual que cuando
venía como obispo de Cracovia para encomendarle los problemas de la archidiócesis
y de quienes Dios había confiado a mi cuidado pastoral. Vengo aquí y, como
entonces, repito: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia.
¡Cuántas veces he experimentado que la Madre del Hijo de Dios dirige sus
ojos misericordiosos a las preocupaciones del hombre afligido y le obtiene
la gracia de resolver problemas difíciles, y él, pobre de fuerzas, se asombra
por la fuerza y la sabiduría de la Providencia divina! ¿No lo han experimentado,
acaso, también generaciones enteras de peregrinos que acuden aquí desde hace
cuatrocientos años? Ciertamente sí. De lo contrario, no tendría lugar hoy
esta celebración. No estaríais aquí vosotros, queridos hermanos, que recorréis
los senderos de Kalwaria, siguiendo las huellas de la pasión y de la cruz
de Cristo y el itinerario de la compasión y de la gloria de su Madre. Este
lugar, de modo admirable, ayuda al corazón y a la mente a penetrar en el
misterio del vínculo que unió al Salvador que padecía y a su Madre que compadecía.
En el centro de este misterio de amor, el que viene aquí se encuentra a sí
mismo, encuentra su vida, su cotidianidad, su debilidad y, al mismo tiempo,
la fuerza de la fe y de la esperanza: la fuerza que brota de la convicción
de que la Madre no abandona al hijo en la desventura, sino que lo conduce
a su Hijo y lo encomienda a su misericordia.
2. "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María,
mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19, 25). Aquella que estaba unida
al Hijo de Dios por vínculos de sangre y de amor materno, allí, al pie de
la cruz, vivía esa unión en el sufrimiento. Ella sola, a pesar del dolor
del corazón de madre, sabía que ese sufrimiento tenía un sentido. Tenía confianza
-confianza a pesar de todo- en que se estaba cumpliendo la antigua promesa:
"Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él
te pisará la cabeza mientras tú acechas su calcañar" (Gn 3, 15). Y su confianza
fue confirmada cuando el Hijo agonizante se dirigió a ella: "¡Mujer!".
En aquel momento, al pie de la cruz, ¿podía esperar que tres días después
la promesa de Dios se cumpliría? Esto será siempre un secreto de su corazón.
Sin embargo, sabemos una cosa: ella, la primera entre todos los seres humanos,
participó en la gloria del Hijo resucitado. Ella -como creemos y profesamos-,
fue elevada al cielo en cuerpo y alma para experimentar la unión en la gloria,
para alegrarse junto al Hijo por los frutos de la Misericordia divina y obtenerlos
para los que buscan refugio en ella.
3. El vínculo misterioso de amor. ¡Cuán espléndidamente lo expresa este lugar!
La historia afirma que, a comienzos del siglo XVII, Mikolaj Zebrzydowski,
fundador del santuario, puso los cimientos para construir la capilla del
Gólgota, según el modelo de la iglesia de la Crucifixión de Jerusalén. De
ese modo, deseaba sobre todo hacer que el misterio de la pasión y la muerte
de Cristo fuera más cercano a sí mismo y a los demás. Sin embargo, más tarde,
proyectando la construcción de las calles de la pasión del Señor, desde el
cenáculo hasta el sepulcro de Cristo, impulsado por la devoción mariana y
la inspiración de Dios, quiso poner en aquel itinerario algunas capillas
que evocaran los acontecimientos de María. Así surgieron otros senderos y
una nueva práctica religiosa, en cierto modo como complemento del vía crucis:
la devoción llamada vía de la compasión de la Madre de Dios y de todas las
mujeres que sufrieron juntamente con ella. Desde hace cuatro siglos se suceden
generaciones de peregrinos que recorren aquí las huellas del Redentor y de
su Madre, tomando abundantemente de ese amor que resistió a los sufrimientos
y a la muerte, y culminó en la gloria del cielo.
Durante estos siglos, los peregrinos han estado acompañados fielmente por
los padres Franciscanos, llamados "Bernardinos", encargados de la asistencia
espiritual del santuario de Kalwaria. Hoy quiero expresarles mi gratitud
por esta predilección por Cristo que padeció, y por su Madre, que compadeció;
una predilección que con fervor y entrega infunden en el corazón de los peregrinos.
Amadísimos padres y hermanos "Bernardinos", que Dios os bendiga en este ministerio,
ahora y en el futuro.
4. En 1641 el santuario de Kalwaria fue enriquecido con un don particular.
La Providencia dirigió hacia Kalwaria los pasos de Stanislaw Paszkowski,
de Brzezie, para que encomendara a la custodia de los padres "Bernardinos"
la imagen de la Madre santísima, ya famosa por sus gracias cuando se hallaba
en la capilla de familia. Desde entonces, y especialmente desde el día de
la coronación, realizada en 1887 por el obispo de Cracovia Albin Sas Dunajewski,
con el beneplácito del Papa León XIII, los peregrinos terminan su peregrinación
por las sendas delante de ella. Al inicio venían aquí de todas las partes
de Polonia, pero también de Lituania, de la Rus', de Eslovaquia, de Bohemia,
de Hungría, de Moravia y de Alemania. Se han encariñado particularmente con
ella los habitantes de Silesia, que han ofrecido la corona a Jesús y, desde
el día de la coronación, todos los años participan en la procesión el día
de la Asunción de la santísima Virgen María.
¡Cuán importante ha sido este lugar para la Polonia dividida por las reparticiones!
Lo expresó monseñor Dunajewski, que posteriormente llegó a ser cardenal,
durante la coronación, rezando así: "En este día María fue elevada al cielo
y coronada. Al celebrarse el aniversario de este día, todos los santos ponen
sus coronas a los pies de su Reina, y también hoy el pueblo polaco trae las
coronas de oro, para que las manos del obispo las pongan sobre la frente
de María en esta imagen milagrosa. Recompénsanos por esto, oh Madre, para
que seamos uno entre nosotros y contigo".
Así rezaba por la unificación de la Polonia dividida. Hoy, después de que
ha llegado a ser una unidad territorial y nacional, las palabras de aquel
pastor no sólo conservan su actualidad, sino que, además, adquieren un significado
nuevo. Es preciso repetirlas hoy, pidiendo a María que nos obtenga la unidad
de la fe, la unidad del espíritu y del pensamiento, la unidad de las familias
y la unidad social. Por esto ruego hoy con vosotros: haz, oh Madre de Kalwaria,
"que seamos uno entre nosotros y contigo".
5. "Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos
y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María!
Dirige, oh Señora de las gracias, tu mirada a este pueblo que desde hace siglos permanece fiel a ti y a tu Hijo.
Dirige la mirada a esta nación, que siempre ha puesto su esperanza en tu amor de Madre.
Dirige a nosotros la mirada, esos tus ojos misericordiosos, y obtennos lo que tus hijos más necesitan.
Abre el corazón de los ricos a las necesidades de los pobres y de los que sufren.
Haz que los desempleados encuentren trabajo.
Ayuda a los que se han quedado en la calle a encontrar una vivienda.
Dona a las familias el amor que permite superar todas las dificultades.
Indica a los jóvenes el camino y las perspectivas para el futuro.
Envuelve a los niños con el manto de tu protección, para que no sufran escándalo.
Anima a las comunidades religiosas con la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Haz que los sacerdotes sigan las huellas de tu Hijo dando cada día la vida por las ovejas.
Obtén para los obispos la luz del Espíritu Santo, para que guíen la Iglesia
en estas tierras hacia el reino de tu Hijo por un camino único y recto.
Madre santísima, nuestra Señora de Kalwaria, obtén también para mí las fuerzas
del cuerpo y del espíritu, para que pueda cumplir hasta el fin la misión
que me ha encomendado el Resucitado.
En ti pongo todos los frutos de mi vida y de mi ministerio; a ti encomiendo
el destino de la Iglesia; a ti entrego mi nación; en ti confío y te declaro
una vez más: Totus tuus, Maria! Totus tuus. Amén.
(Palabras del Santo Padre al final de la misa en el santuario de Kalwaria)
Está a punto de concluir mi peregrinación a Polonia, a Cracovia. Me alegra
que esta visita culmine precisamente en Kalwaria, a los pies de María. Una
vez más deseo encomendar a su protección a vosotros, aquí reunidos, a la
Iglesia en Polonia y a todos los compatriotas. Que su amor sea fuente de
abundantes gracias para nuestro país y para sus habitantes.
Cuando visité este santuario en 1979, os pedí que orarais por mí mientras
viva y después de mi muerte. Hoy os doy las gracias a vosotros y a todos
los peregrinos de Kalwaria por estas oraciones, por el apoyo espiritual que
recibo continuamente. Y sigo pidiéndoos: no dejéis de orar -lo repito una
vez más- mientras viva y después de mi muerte. Y yo, como siempre, os pagaré
vuestra benevolencia encomendándoos a todos a Cristo misericordioso y a su
Madre.