LA TRINCHERA

 
 

La Cueva de los Yaguaretés
Fernando Ramírez Rozzi
Centre National de la Recherche Scientifique y Collège de France, Francia


Fernando Ramírez Rozzi: Doctor en Paleontología Humana, Museum d‘Histoire Naturelle de Paris. Investigador del CNRS (CR1: chargé de recherche de 1ère classe).
ramrozzi@ivry.cnrs.fr

 


Hasta que se descubrió la Cueva de los Yaguaretés, solo se había registrado una única representación de felino en el arte rupestre de la Patagonia; la mencionada cueva se ha revelado como un importante repositorio de arte indígena, si se tiene en cuenta la concentración de las imágenes, el estilo figurativo y la exclusividad del motivo representado.

En febrero de 1985, el arqueólogo especialista en arte rupestre Jean-Marie Franchomme dirigió un prospección en la meseta central de Santa Cruz en busca de cuevas y aleros rocosos con pinturas rupestres. Este relevamiento era complementario del que realizaba en las cuevas de las estancias La María y El Ceibo, que constituía el corpus central de su trabajo de tesis doctoral. En la prospección lo acompañaron la arqueóloga Estela Mansur y dos estudiantes de quinto año de antropología y paleontología, respectivamente: Irina Podgorny y el autor de este artículo.

El estudio comprendía un recorrido por la zona norte de la meseta central para visitar las estancias La Vanguardia, Piedra Negra, Roca Blanca, La Reconquista, Santa Catalina y La Evelina. Son dignos de mencionar, entre otros hallazgos, una cueva con pinturas en la estancia La Vanguardia y un cañadón con numerosos sitios de arte rupestre en Piedra Negra; pero el descubrimiento más importante fue realizado en La Reconquista, gracias a las indicaciones dadas por los puesteros señores Hernández, Collahue y Álvarez.


Vista de las instalaciones de la estancia La Reconquista desde la punta de una meseta que domina la veda desde el sureste.

El casco y las instalaciones principales de la estancia La Reconquista se construyeron en un valle con una amplia vega que desagua hacia el norte a través de un estrecho cañadón. Por lo general, los sedimentos de arcillas y arenas grisáceas, muchas veces surcados por profundas grietas, han rellenado el fondo de los valles y, en el centro de los mismos, crecen algunas hierbas ralas al amparo de la humedad de un maillín; también son comunes los menucos: ciénagas cuya superficie parece firme, pero que cede al peso de un cuerpo y se convierte en una trampa. Por último, al pie de los afloramientos rocosos suelen concentrarse arbustos y matas achaparradas.

Al cabo de una hora de caminata en dirección noroeste primero y oeste después, y a más de tres kilómetros de las instalaciones de la estancia, se llega a un pequeño acantilado donde hay tres cuevas a diferentes alturas. La más baja es la que está a la izquierda y se puede ingresar a ella con la ayuda de una escalera. Su espacio interior es de cerca de 11m de largo y menos de 6m de ancho máximo; en la mitad posterior de la pared derecha y en el fondo del recinto se descubrieron pinturas de manos negativas contorneadas de rojo: de allí que se la denominara Cueva de las Manos.

La que está en el centro es la que proporcionó la información más interesante y a ella solo se puede ingresar –dada la inclinación que presenta la roca en la base de su entrada– pasando desde la cueva de la izquierda. En la entrada, a la derecha, hay una pintura grande de color amarillento –hoy algo borrosa– con puntos y círculos negros. Un poco más adentro, en una concavidad que mira hacia la boca, se observan dos motivos similares y, al avanzar hacia el interior, encontramos otra pintura de las mismas características. Todas las figuras son fácilmente reconocibles y se trata de la representación de un felino. Estas pinturas de La Reconquista se apartan de los motivos característicos del arte rupestre patagónico y también son diferentes de la representación felínica descubierta en la estancia El Ceibo, que hasta entonces era la única conocida en la Patagonia.

Vista del valle J.-M. Franchomme. El valle tiene una dirección Sur-Norte y termina en la vega. En el flanco Este se hallan la Cueva de las Manos y la Cueva de los Yaguaretés (cruce de líneas).

El nombre de Cueva de los Yaguaretés alude a las figuras pintadas de color amarillo con manchas y círculos negros que se asemejan a los jaguares o yaguaretés (Felix onca). El recinto tiene 13m de profundidad y la altura disminuye de 3,5m, en la entrada, a 2m en el fondo. En su interior se ha acumulado muy poco sedimento y, dada su sección ovalada, el ancho máximo de 6m se registra en la parte central de la misma y a 1,25m sobre el suelo actual. Líneas color naranja, negro, rojo y blanco parecen dividir las paredes en una zona superior, abundante en pinturas, y otra inferior donde son escasas. De acuerdo con las concavidades de la roca, la cueva fue dividida en ocho sectores a partir de la entrada y en sentido inverso a las agujas del reloj. En todo el recinto, si bien son más frecuentes en el fondo, se observan manos negativas cuyo contorno es del mismo color que las mencionadas líneas. Se ha comprobado que las líneas se trazaron con posterioridad a las manos y que las de color naranja son las más recientes. Solo se registraron unas pocas representaciones de guanacos, dos de ellas cerca de la entrada en el sector I; la figura superior está cubierta por círculos blancos cuya visibilidad varía según los momentos del día, mientras que a la inferior se le superpuso una mano negativa de contorno blanco. Los signos geométricos son escasos, pero en el fondo (sectores IV y V) hay diez trazos rojos verticales de los cuales dos son en zig-zag.

Los motivos más notables de la cueva son las cuatro figuras de felinos: dos en el sector II y una respectivamente en el VII y VIII. Son amarillos con puntos, rayas cortas o círculos negros. Se reconocen con facilidad los miembros, en cuyos extremos presentan una gran mancha negra rodeada de puntos para figurar la palma y los dedos. La pata de los felinos son similares a los signos denominados ‘pata de puma’, presentes en otros sitios de la Patagonia y también asociada al motivo del sector VII.
 

En el conjunto II hay un par de yaguaretés enfrentados, que por su diferencia de tamaño –uno de 59cm y otro de 20cm– podría indicar que son un animal adulto y otro juvenil. El más grande está erguido sobre sus patas traseras, tal vez como queriendo representar el movimiento, y ha sido dibujado sobre una saliente de la pared. El jaguar del sector VII fue representado mirando hacia el interior de la cueva y todo parece indicar que se superpuso al dibujo de otro felino que fue abandonado sin terminar, pero que se lo incorporó a la representación definitiva. En la base de las extremidades hay una ‘pata de puma’ roja.
 


Afloramiento de ignimbrita con tres cuevas. La Cueva de las Manos a la izquierda y la Cueva de los Yaguaretés al centro. La cueva de la derecha no presenta pinturas rupestres.

El motivo del sector VIII es de interpretación difícil, pues si bien se reconocen la cola y los cuatro miembros, y el lomo se distingue gracias a los círculos y los trazos negros, no es sencillo identificar la cabeza. Círculos negros se observan por encima, por delante y atravesando en diagonal lo que sería el cuerpo del animal. Estos círculos que indicarían el dorso del animal, podrían señalar a la vez la presencia de más de un felino; sin embargo, ninguna otra parte anatómica vendría en apoyo de esta interpretación. Es probable que los círculos indiquen un movimiento cuyo centro está cerca de la cabeza, pues para indicarlo no es necesario la representación total del animal en cada postura, mientras que el giro en torno a la cabeza podría explicar la forma indefinida de esta en la representación. Tres improntas de manos negativas de contorno blanco han sido sobrepuestas sobre los cuartos traseros, el tórax y los miembros anteriores del jaguar; la forma de la mano parece indicar que pertenece a un mismo individuo. Por encima, cubiertos en parte por los círculos negros superiores, se observan motivos en cruz de color amarillo y que tal vez representen figuras humanas; asimismo, cerca de la pata trasera del felino que comentamos se pintó en rojo un pequeño guanaco. Este felino se halla casi enfrentado al guanaco rojo con círculos blancos del sector I.

En marzo de 1986 se realizó otra campaña a la estancia La Reconquista; los integrantes eran los mismos del año anterior, excepto que Isabel ‘Katy’ Ariet reemplazó a Irina Podgorny. El propósito de la expedición era, por una parte, completar el estudio y el relevamiento de la Cueva de los Yaguaretés, y por otra, recorrer los valles que confluyen en la vega tratando de localizar otras cuevas con arte rupestre. Para nuestra desilusión, comprobamos que los que en ese momento eran propietarios de la estancia habían dañado las pinturas de varias cuevas.

Gracias a las informaciones proporcionadas por los caseros de La Reconquista, hallamos nueve sitios –ya sean cuevas o aleros– con arte rupestre. La cueva Adolfo Álvarez –situada en el extremo sureste del cañadón que separa el afloramiento donde está la Cueva de los Yaguaretés del que corre por detrás de la estancia– conserva once manos negativas de contorno rojo y tres de contorno amarillo; el negativo de manos es el único motivo representado y si bien la pared mide cerca de veinte metros de largo, las pinturas se hallan concentradas en solo tres metros. Desplazada un kilómetro hacia el noreste, está la cueva número 3 sobre el pequeño cañón que divide en dos el afloramiento de la Cueva de los Yaguaretés. Se relevaron seis ‘patas de guanaco’ de contorno rojo, una mano negativa en amarillo, seis en rojo y una en blanco. Hay que destacar que el color amarillo de las manos no es del mismo tono que el de los felinos. La cueva número 2, en el extremo noreste del mismo afloramiento que la de los yaguaretés, es ancha y baja y en su interior predominan las manos negativas en rojo y blanco. Sobre la pared izquierda, sin embargo, hay una mancha amarilla con puntos negros, que recuerda tanto el motivo como el color de las representaciones de los jaguares.

Consideraciones sobre la Cueva de los Yaguaretés

La identificación de las representaciones con los yaguaretés se hizo sobre la base de los colores con los que están pintados: amarillo y negro. Sin embargo, entre los felinos de Sudamérica estos no son exclusivos del yaguareté; el puma, por ejemplo, presenta una variación cromática enorme y al nacer presenta puntos negros en su pelo. Sin embargo, no se conocen pumas amarillos y las manchas negras desaparecen unas semanas después del nacimiento. Existen diversas especies de gato salvaje cuyo color se acerca al amarillo y tienen el cuerpo cubierto de pintas oscuras: son los gatos montés, guiña, tigre y pintado. Los dos primeros habitan actualmente en la Patagonia al norte del río Santa Cruz; el norte de la Argentina es el límite meridional del hábitat actual de los otros dos. La forma y la distribución de las manchas determinan grandes diferencias entre los felinos, pues según las especies los puntos negros se agrupan para dar origen a líneas u otros motivos sobre la piel. En ninguno de los mencionados los puntos forman círculos; por el contrario, en el yaguareté las pequeñas manchas negras de la cabeza, hombros, muslos y patas son reemplazadas en los flancos por anillos negros con un punto central. La punta de la cola también es negra y sobre el lomo los círculos se transforman en manchas alargadas que, cuando se las mira de perfil, parecen trazos.

Los felinos de la Cueva de los Yaguaretés, por sus puntos negros sobre fondo amarillo, podrían ser atribuidos a varias especies. Sin embargo, el animal del sector VIII tiene círculos negros con un punto central también oscuro, motivo exclusivo del yaguareté; además, los círculos no cubren todo el cuerpo sino principalmente el lomo. Esto concuerda con las características del jaguar americano, ya que los círculos en la porción ventral son menos netos y pueden confundirse con las manchas oscuras de las patas. Unas líneas negras cortas delimitan el dorso de los animales representados en la cueva; en el caso del ejemplar del sector VIII se sitúan por encima de los círculos y corresponden a las motas sobre la línea dorsal. Asimismo, la cola de la representación del sector VIII termina en una mancha negra.
 

La distribución actual del yaguareté llega hasta los bosques chaqueños, aunque en tiempos pasados varios textos mencionan su presencia en la Pampa y otros los hacen llegar hasta la Patagonia septentrional. En 1741, Isaac Morris y otros siete marineros de la expedición de Anson, luego de catorce días de navegación desde Puerto Deseado con rumbo norte, fueron abandonados en la costa atlántica. El lugar exacto del desembarco es incierto, pero sin duda fue al sur del río Colorado ya que su desembocadura con múltiples brazos y terrenos fangosos impidió el avance por tierra hacia el norte de estos infortunados. Morris, en su escrito publicado en 1756, relata la aparición de un ‘tigre’ enorme que les causó mucha sorpresa e inquietud; por el contrario, las apariciones de ‘leones’ (pumas) son registradas sin ningún temor particular y hasta se relata una cacería. El animal que Morris describe tenía colores semejantes a los de un tigre –amarillo y negro– y dada la calificación de enorme no puede referirse a ningún gato salvaje: seguramente lo que vio fue un yaguareté. En consecuencia, la distribución geográfica de esta especie en tiempos coloniales alcanzó hasta la Patagonia septentrional y su límite máximo por ahora conocido sería el actual territorio del Chubut, pues no hay documentos que hagan referencia a la presencia del jaguar al sur del río Chubut.
 

         Yaguaretés del sector II.

Es probable que la presencia del jaguar se haya extendido a regiones más australes en períodos climáticos cálidos (máximo climático), como el que tuvo lugar hace entre 7000 y 8000 años; confirmaría esta idea el hallazgo de una mandíbula atribuida a un yaguareté en un sitio arqueológico cercano al estrecho de Magallanes. Es probable que los autores del arte rupestre hayan visto en este período a los yaguaretés, lo que a su vez permitiría fechar el momento en que se hicieron las pinturas. Pero también es posible que el animal fuera observado en otra época durante uno de los tantos desplazamientos que las sociedades indígenas hacían a través de la meseta patagónica. Poder atribuir una fecha exacta a las pinturas rupestres representaría una contribución esencial a este y otros análisis similares.


Yaguareté del sector VII.

La imagen del yaguareté ocupó y ocupa un lugar importante en la representación visual de ritos y creencias de varios pueblos amerindios actuales y del pasado. Su agresividad y fina percepción hacen de este animal el depredador más importante de América y son estos atributos particulares los que le otorgan la condición de animal fetiche; dado que el hombre también es un máximo depredador, ambos se sitúan en la misma posición dominante. Matar a un yaguareté, en consecuencia, es el acto más importante para los miembros de sociedades como los guato de Paraguay y los mojo de Bolivia: quien da muerte a un yaguareté recibe el grado social más elevado dentro del grupo; adquirir los atributos de este animal hace posible el dominio sobre otros seres. Para algunos grupos del Chaco (toba, mocoví y mbaya) vestirse con el cuero del yaguareté les concede protección y agresividad. En ocasiones de combate, los caingang de Brasil se pintan el cuerpo con manchas y líneas negras. El significado figurativo del poder está bien reflejado en la asociación entre el shamán y el yaguareté que establecen ciertas sociedades, como por ejemplo los barasana de Colombia, que usan el mismo término para referirse a ambos. La expresión más acabada de esta relación se encuentra entre los aztecas, cuya máxima divinidad (Tezcatlipoca) puede manifestarse bajo la apariencia de un jaguar (Tepeyollotl). Para el investigador Nicholas Saunders la imagen del jaguar representa la metáfora de la relación presa-depredador: una noción compartida por todos los pueblos amerindios. El uso de estas imágenes resultaría de la necesidad de establecer o reforzar el orden en las relaciones entre los individuos del grupo, como ocurrió en el noroeste argentino. Allí, las imágenes de jaguares que aparecen en el primer milenio de la era cristiana están vinculadas al proceso por el cual las desigualdades sociales se vuelven hereditarias. A pesar de las distancias, tenemos evidencias arqueológicas de contactos en tiempos prehispánicos entre la Patagonia y el noroeste: se trata del hallazgo realizado por Gómez Otero y Dahinten de una sepultura tehuelche del siglo XV que contenía textiles y un hacha de bronce procedentes de los valles catamarqueños.

En el interior de ‘La Taperita’ durante la estadía en La Reconquista en marzo de 1986. A la izquierda Jean-Marie Franchomme, en el centro Katy Ariet y a la derecha el autor de esta nota.

La imagen del yaguareté como símbolo de jerarquía es más evidente en las sociedades donde no existen manifestaciones observables del estatus social, como es el caso de los pueblos cazadores-recolectores. El motivo del jaguar en el arte rupestre de las sociedades de caza y recolección de la Patagonia no es, por lo tanto, un hecho aislado en el contexto de las culturas amerindias. Si así fuere, las representaciones de la Cueva de los Yaguaretés formarían parte de una larga tradición amerindia cuya raíz habría que buscar en la prehistoria.


Yaguareté del sector VIII.

El color rojo es predominante en el arte rupestre patagónico y el blanco y el negro están también presentes en casi todas las cuevas con pinturas; si bien el anaranjado no es muy frecuente, no es extraño observar manos negativas y trazos de esta tonalidad asociados a líneas de color blanco y/o negro, como el descripto para la Cueva de los Yaguaretés. Otros son más raros y fueron empleados para motivos aislados o limitados a un área muy restringida, como es el gris-celeste de tres manos negativas en un alero de la estancia Vega Grande. El amarillo tampoco es común y sin embargo manos negativas y zoomorfos de este color fueron observados en cantidad ínfima en unas pocas cuevas de la meseta central. En la cueva número 2 el amarillo está restringido a una mancha, pero en la Cueva de los Yaguaretés tiene importancia cuantitativa y cualitativa; a diferencia de lo que ocurre en el resto de las cuevas con arte rupestre, allí este color cubre una proporción considerable de la superficie pintada. Es frecuente que las manos negativas de contorno rojo o blanco, puedan asociarse a puntos negros que rellenan el espacio interno y, a veces, se continúan sobre el contorno; por el contrario, la superposición de puntos negros sobre el amarillo es exclusiva de las cuevas de La Reconquista.

Conclusión


Vista del valle J.-M. Franchomme desde el interior
de la Cueva de los Yaguaretés.

Los colores y las manchas de los felinos de la cueva estudiada indican que corresponden a una representación de yaguaretés. La observación de los animales puede haber tenido lugar en la zona de la cueva, pero si consideramos el nomadismo de sociedades cazadoras como las de la Patagonia, aún en tiempos históricos, no es posible descartar que los hayan conocido en otras regiones de más al norte. La representación del jaguar es común entre los pueblos americanos desde tiempos muy antiguos; las pinturas de yaguaretés en el arte rupestre patagónico no corresponden, por lo tanto, a un fenómeno aislado sino que se inscriben en el contexto cultural amerindio. La representación de los yaguaretés que nos ocupa puede ser considerada como resultado de un acto particular y único, que es reforzado por la ausencia de otras figuraciones similares en la Patagonia.

Por otra parte, el amarillo es un color poco usual en el arte indígena austral y su utilización indica una búsqueda e intencionalidad precisas. Si la explicación dada al simbolismo del yaguareté en los pueblos amerindios históricos y actuales es extendida a la pintura rupestre patagónica, es probable que estas representaciones sean las manifestaciones de un rito que busca establecer o reforzar las relaciones entre los individuos de un determinado grupo. Aun cuando admitamos que esta interpretación puede ser motivo de discusión, tanto por el tema como por el color de sus pinturas, la Cueva de los Yaguaretés es, en ese sentido, un testimonio único del arte indígena de la Patagonia.

Lecturas sugeridas

CARDICH A, 1979, ‘Un motivo sobresaliente de las pinturas rupestres de El Ceibo (Santa Cruz)’ Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, vol. XIII, pp. 163-182.

GÓMEZ OTERO J y DAHINTEN S, 1999, ‘Evidencias de contactos interétnicos en el siglo XVI en Patagonia’, Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Argentina, t. III, La Plata, pp. 44-53.

GONZALEZ ALBERTO REX, 1972, ‘The Felinic Complex of N.W Argentina’, en Benson E (ed.), The Cult of the Feline. A Conference in Pre-Columbian Iconography, Dumbarton Oaks Research Library and Colletions. Washington D.C.

SALTZMANN J y REIG O, 1988, ‘Los Gatos salvajes’. Fauna Argentina. Mamíferos, 2. Centro Editor de América Latina.

SAUNDERS NJ (ed.), 1998, Icons of power: feline symbolism in the Americas, London, Routledge.

 

(En Revista CIENCIA HOY - Volumen 12 - Nº 72)

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