TEATRO "LEONARDO Y LA MÁQUINA DE VOLAR"
Un inventor, un artista, un genio
Por Gorge Gómez
Cuando la palabra tiene la suficiente magia de conmover, cuando la historia sacude los sentimientos, cuando los actores logran las emociones a través de la palabra y de la historia en una íntima comunicación con el público, surge el gran teatro, y es lo que ocurre con la obra que se presenta en la Sala II del Teatro Circular de Montevideo "Leonardo y la máquina de volar" del dramaturgo mexicano Humberto Robles, quien codirigió esta puesta en escena con Daniel Torres.La obra aborda el último tramo de la vida de Leonardo Da Vinci (1452-1519) en un castillo donde tiene como alumno al joven Francesco. Allí Leonardo hace un breve repaso de sus inventos, es como cree que lo van a recordar, como inventor del tercer diente del tenedor, o de la servilleta, o como el inventor de elementos de artillería que cambiaron la forma de las contiendas bélicas. No habla demasiado de su creación como artista, aunque logró atrapar la sonrisa de las mujeres, uno de los enigmas que siempre lo inquietaron (La Gioconda). Será la frustrada máquina de volar la que volverá (a pesar de todo) a ser ese 'imposible' a desafiar, imposible que no sólo pasaba por el vuelo del hombre como un desafío, sino como un sacrilegio ante la iglesia y las propias posibilidades físicas de Leonardo de concretarlas. El dramaturgo Humberto Robles recrea esos momentos a través del propio Leonardo y de su alumno Francesco con una gran carga de lirismo, de mucho e inteligente humor, de fascinación positivista, y una demostración del poder que tienen los sueños, las ideas, y las convicciones que, ante la realidad de lo que es hoy la humanidad, dejan sembrada la esperanza.
Es un espectáculo íntimo, majestuoso, sostenido por dos actores magníficos. Roberto Fontana tiene la fuerza magistral y la ternura desvalida de los últimos momentos de Leonardo, mantenidas a través del brillo de sus ojos y de su voz inconfundible que hace de la palabra herramienta de valor inconmensurable a través de los sentimientos de cada personaje a lo largo de su extensa y brillante trayectoria en el teatro. No es fácil estar a la altura de una actuación como la de Fontana. Fernando Amaral compone un Francesco tímido al principio que va creciendo con un trabajo impecable de transiciones, para explotar en los dos relatos de la escena del vuelo, tan realista la primera para el público, como poética la segunda para Leonardo. Un gran trabajo actoral.
En la parte técnica hay un cuidado vestuario de Verónica Lagomarsino, destacándose la ropa del final de Leonardo, dándole la fuerza justa de la pureza y del vuelo final; exacta la ambientación musical de Alejandro Arezzo; despojada la escenografía, con telas colgadas que daban conjuntamente con la iluminación las transformaciones de los climas requeridos de cada escena, ambos rubros de Álvaro Domínguez.
Para lograr un espectáculo de este nivel, hay detrás una dirección que cuidó todo, y que logró que todo estuviera desarrollado con sensibilidad y talento, eso es mérito de Daniel Torres y Humberto Robles.
Si van a Montevideo, no dejen de ver esta obra, realmente es alimento para el alma, porque es además teatro de verdad: actores (grandes), texto y público. Imperdible.