La cuestión es ésta: pertenecer, tiene
sus ventajas... ¿Pero pertenecer a qué? ¿Cuál
es la invitación que, permanentemente, se nos efectúa para
que nos integremos culturalmente a un modo de ser, a un estilo de vida,
a un ámbito social? ¿Se nos invita a participar de lo más
noble y selecto de la cultura humana? ¿O se nos invita a lo burdo,
lo grosero, lo vulgar y degradante para el carácter, la educación,
la personalidad y el lugar que podemos ocupar? ¿Qué lugar
se pretende que ocupemos? ¿Y por qué cuesta tanto resistirse
a ocupar ese lugar tan poco importante, en un rol tan espectador y tan
poco protagonista? ¿Por qué, para no caerle incómodos
a los vulgares, se les tiene que hablar en el lenguaje de ellos? ¿Por
qué buscar la aceptación de ellos bajando de categoría
para que nos integren? ¿Acaso ellos elevan la calidad de su lenguaje
para integrársenos? ¿Por qué la jerga callejera
se impone por sobre el arte de expresarse con la preciosa dialéctica
de la que debería salirse de los colegios?
Pudiendo ser fuertes ante la debilidad cultural,
ésta se hace contagiosa debilitando a la gente, metiéndose
en su formación educativa (deformación maleducativa). Y estar
a salvo de eso no tiene por qué ser un propósito, cuando
ni siquiera se está sabiendo que se es víctima de una conspiración
manipuladora, por la cual el pueblo debe ser degradado culturalmente, para
que las industrias de lo mediocre sigan funcionando, al contar como consumistas
a los incapaces de elegir calidad. Estar a salvo de esto, sólo puede
ser un propósito en la medida en que se sepa cómo funciona
la trama oculta de la fabricación del ciudadano mediocre. El que
es mediocre, está imposibilitado de percibir que se lo está
usando. Por lo tanto, no tiene ningún motivo para querer liberarse
de nada, no se siente siervo de nadie. Y por eso, permanecerá en
la mediocridad hasta el fin de sus días de servidumbre al sistema
y sus zares. Gozará de la vulgaridad y aplaudirá a los vulgares
que le dan de comer la basura cultural de que se alimenta.
El ciudadano se selección, el que se ha propuesto
marcar un límite que no sea transpuesto por quienes necesitan siervos
consumistas a sus pies, tiene otra perspectiva. Su terreno cultural no
será fácilmente invadido por la incultura. Su estado de alerta
lo impulsará a cambiar de canal, de radio, de lectura o de gente
con la que esté, toda vez que advierta que está perdiendo
su tiempo y que debe sintonizar otra frecuencia, dedicar su atención
a otra cosa que la merezca.
Esto no significa evadirse de los suburbios de la
sociedad y de la cultura, donde no faltará un linyera culto o alguna
reflexión profunda y elevada en medio de un programa de bailanta.
Nada tiene de malo relacionarse con personas de todo nivel social y cultural,
y leer y escuchar todo tipo de cosas. Pero el sentido del equilibrio, del
tiempo y de la justa medida para cada situación, deben determinar
que uno se maneje en el ambiente en que le toque estar, y no terminar siendo
manejado. Quien tiene el control, tiene el poder. Quien sepa lo que quiere
ser, en una sociedad en la que se pretende que nadie sepa lo que podría
llegar a ser si se fuera libre y rebelde, tendrá la posibilidad
de ser diferente de todos los masificados. Por tratarse de alguien que
sabe cómo funciona la sociedad de consumo, alguien que sabe cómo
debería funcionar una sociedad ideal, y cómo debería
ser un ciudadano ejemplar, entonces, el que sabe, puede lograrlo. Y el
que puede, si quiere, estará a salvo de la servidumbre. Quien quiera,
sálvese...