Bandera Roja Nro. 54 - Edición especial:

NO A LA GUERRA - 5 de octubre de 2001

 

 

- Contra el imperialismo, el militarismo y la guerra

 

- La guerra y la paz

 

- Terrorismo ¿Cuál? ¿De quién?

 

- La religión como velo de intereses materiales: Tres opios extremistas

 

- Los medios preparan  el escenario de la masacre

 

- La ONU es una cueva de bandidos

 

- Bin Laden: Otra perla del collar de la CIA

 

- Argentina: “Demasiada democracia”

 

- Un planeta bajo sospecha

 

 

 

Contra el imperialismo, el militarismo y la guerra

 

 

El último 11 de septiembre constituyó una de esas fechas “bisagra”, o emblemáticas, tanto o más que el 9 de noviembre de 1989, en que fue derribado el Muro de Berlín.

 

    El imperialismo norteamericano emprendió una ofensiva hacia el militarismo y la guerra –en primer lugar por el control de Asia central– que puede ir in crescendo en una escalada cuyas proyecciones son difíciles de prever.

 

    Esto es independiente de quién realizó los atentados. Bush, Cheney, Rumsfeld y los restantes miembros del cartel petrolero y del complejo militar-industrial hicieron correr como buena –sea o no cierta– la versión que más les convenía para dar inicio a esa escalada hacia el militarismo y la guerra. Pasadas más de tres semanas, no podrían repetir lo de las torres de Oklahoma, y reconocer que fue “su” propia ultraderecha: por eso, sea lo que sea que haya sucedido, van a seguir avanzando en un camino del que sólo se conoce el inicio y el certero horror que traerá aparejado para los pueblos del mundo.

 

    Lejos de la metafísica definición oscurantista de Bush acerca de “el bien y el mal”, estamos ante una guerra por bienes muy tangibles como el petróleo, en particular el del Asia central.

 

    Estados Unidos pretende pegar un salto en la colonización del planeta. Aspira, así, a revertir su propia evidente crisis económica y, por otro lado, desplegar una política preventiva en su puja económica con la Unión Europea, en el terreno militar, el único en el que la potencia del Norte es hoy todavía ampliamente hegemónica.

 

    Rusia los acompaña para apuntalar sus propios objetivos contra los chechenos en el Cáucaso y en las tres repúblicas musulmanas de Asia central (Turkmjistan, Ubekistan y Tadjikistan). Los 25.000 soldados rusos estacionados en Tadjikistan constituyen una virtual cabecera de playa para el desembarco de las tropas yanquis en la frontera norte de Afganistán, junto a la guerrilla antitalibán pro moscovita.

 

    Aparte de masacres (las “guerras limpias” sólo existen en CNN) es muy posible que también presenciemos un proceso de crisis, luchas de masas, golpes de estados, guerras cruzadas y muchos otros fenómenos.

 

    Para evitar echar nafta sobre el fuego, Bush dice reconocer ahora el derecho de los palestinos a tener su Estado, y trata de frenar el salto que pretenden los militares colombianos. Prefiere actuar como un cirujano, y “extirpar” parte por parte. No está dicho que lo pueda lograr.

 

    La lucha contra la guerra es un deber de los socialistas y de toda persona democrática que no quiera ser arrastrada a abismos de horror.

 

    Toda acción contra la guerra, como la convocada el sábado 29 de septiembre en Estados Unidos y que fue acompañada en Europa y en otros países –incluyendo la agitación callejera de la LSR en Buenos Aires ese mismo día– tienen mucha importancia y hay que redoblarlas.

 

    También hay que multiplicar pacientemente la explicación a los trabajadores y el pueblo para que se transformen en firmes voceros y propagandistas en contra de la guerra, el militarismo y el imperialismo.

 

    Ese es el primer e inmediato paso a dar en un mundo en convulsión y en un país, como la Argentina, que se desploma sobre los trabajadores y el pueblo. Ese es el objetivo de esta edición especial de Bandera Roja.

 

 

 

   Todos los indicadores del tercer trimestre de la economía norteamericana demuestran que entró en una caída cuya magnitud todavía es desconocida.

 

    Se acaba de producir la novena rebaja de las tasas de interés en lo que va del año. La FED (la tasa de los bonos del Tesoro norteamericano) fue bajando del 6,5% al 2,5% y es muy probable que haya un nuevo recorte, con lo que caería a un tercio de su nivel de comienzos del año.

 

    Por más que la prensa intenta presentar los sucesos económicos como consecuencia de los atentados, no hay un análisis burgués serio que no diga lo contrario: el polvo de las explosiones sirve para disimular las verdaderas razones de una crisis que seguiría su rumbo con o sin atentados.

 

    A esto se suma que la locomotora alemana no aparece (y pierde fuerza) y que la japonesa está paralizada desde hace más de una década.

 

    Es en este cuadro donde puede actuar como reanimador parcial el complejo militar-industrial, con el Estado como cliente cautivo. Ahí está una de las bases del renacimiento del militarismo. La otra tiene que ver con el decreciente rol de la economía norteamericana en el ámbito mundial y su necesidad de intentar frenar ese retroceso por la vía en que es notoria su superioridad –la militar–, para buscar un reparto del mundo aún más favorable a sus intereses.

 

 

 

   En lo fundamental, la burguesía árabe ha carecido de vida independiente pasando de la sumisión-asociación al imperio otomano (turco), al inglés y francés después de la primera guerra mundial (ahora en plena era de la combustión a petróleo y de la industria automotriz).

 

    Nada de eso se modificó en lo sustancial con la independencia formal posterior a la segunda posguerra. El imperialismo franco-británico en retirada fue siendo sustituido por el estadounidense y su alfil, Israel, un Estado creado, mantenido y agrandado mediante sucesivas guerras y una constante represión al pueblo palestino.

 

    Así se fue configurando uno de los mayores y más repugnantes contrastes de la historia reciente: pueblos indigentes gobernados por una clase dirigente cuyos componentes se contaron entre los más ricos del mundo, atados con cadenas de oro a la banca y al capital financiero occidental.

 

    El nacionalismo y la religión fueron, en manos de esa clase dirigente, una poderosa herramienta de sometimiento de las grandes masas pobres.

 

    Al desaparecer el nacionalismo laico, el islamismo pasó a primer plano. La polarización social creciente, la marginación crónica, el desprecio por una vida que realmente no valía la pena de ser vivida, fueron sentando las bases para el surgimiento de distintos extremismos islámicos que pasaron a ser los usurpadores religiosos de los sentimientos antimperialistas en la región y a disputar su lugar en la burguesía árabe utilizando el ariete religioso y los mártires. Los talibanes y su barbarie son parte de este fenómeno operado en las clases explotadoras, y merecen por completo nuestro repudio.

 

    No obstante, no hay que perder de vista que los talibanes son hijos de Estados Unidos y de la resistencia a la invasión “soviética” de 1979: sin la CIA no existirían. Y tampoco sin las Fuerzas Armadas paquistaníes que fueron su retaguardia y se hicieron millonarias con el tráfico de opio, incluyendo el haber pasado a tener cinco millones de consumidores en su territorio, inexistentes 20 años antes.

 

    Lo mismo sucede con las hoy tan temidas “madrasas” (colegios religiosos) que fueron instaladas como apoyatura y cantera de reclutamiento para la resistencia afgana contra la URSS, con lo que se creó un Frankenstein que ahora amenaza con volvérseles en contra.

 

 

 

   Hay muchas contradicciones en Estados Unidos y su sector más belicista, con sus socios de la Unión Europea (UE): salvo el Reino Unido, los demás países, hasta ahora. sólo apoyan con reticencia a Estados Unidos. Los problemas militares planteados para la UE no son menores. Pero lo más dificultoso para Europa es responder a la pregunta: ¿Hasta dónde quiere llegar el sector que tomó los hechos del 11 de septiembre para poner proa rumbo a una escalada militar?

 

Estados Unidos intenta irrumpir con fuerza, como antes hizo en los Balcanes (en la disputa por los restos de la vieja URSS), ahora en Asia central y su petróleo.

 

El entramado tejido durante una década por la Unión Europea –y en particular por el imperialismo alemán en relación con la ex URSS– se encuentra jaqueado, por más que el “mate” no esté cerca y la partida continúe.

 

 

 

   Si se desata la guerra abierta, los socialistas revolucionarios estamos en favor de la derrota de Estados Unidos y sus compinches, con la certeza de que sería lo mejor que le podría suceder a la humanidad para no seguir hundiéndose en la barbarie y el militarismo.

 

 

 

   Al mismo tiempo, no damos ningún tipo de apoyo, ni de solidaridad, ni integramos “el campo” de los jefes burgueses del talibán o de Bin Laden.

 

    Por el contrario, decimos ante quien quiera oírnos que, como lo ha hecho siempre toda dirección burguesa –religiosa, laica o como sea– abandonará la causa de la nación agredida por el imperialismo, pactará con él o se rendirá, más pronto o más tarde.

 

    La única forma de enfrentar victoriosamente al imperialismo es haciéndolo en todos los terrenos: impulsando un proceso de movilización y lucha antimperialista que sólo puede triunfar –máxime después de la experiencia nacionalista de la región con Nasser– si se va entrelazando con una lucha anticapitalista que sepulte a la ruin burguesía árabe, sea musulmana, atea, agnóstica o de la creencia que sea.

 

 

 

   La lucha contra la guerra está en la orden del día, incluso si comenzaran los bombardeos u otras acciones bélicas cuando esta edición ya esté en la calle.

 

    La gran tarea de esta hora es levantar pacientemente una gran ola de repudio a la guerra de agresión contra un pueblo distante miles de kilómetros de Estados Unidos y que, quizá, hasta puede no haberse enterado de que hubo atentados.

 

    Es una tarea ciclópea, de explicación incansable y eficaz, por lo que puede ser muy útil organizarse en comités que distribuyan y evalúen tareas. Tenemos en contra la propaganda del imperialismo y de la burguesía. Pero tenemos a favor que en el pueblo hay desconfianza y bronca crecientes hacia el imperialismo. Y no nos encontraremos con oídos sordos.

 

 

 

Revolución Socialista Internacional o más Barbarie Capitalista

 

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La guerra y la paz

 

 

     Los socialistas revolucionarios impulsamos con energía todo tipo de acción contra la guerra de agresión imperialista y sus consecuencias terribles para los pueblos del mundo. Al mismo tiempo, intentamos explicar sus causas (al igual que las de todas las guerras) y cómo terminar con ellas.

 

     Las guerras son “la continuación de la política por otros medios”. En una sociedad basada en la explotación, la dominación y la opresión son la forma militar de intentar perpetuar esas relaciones sociales frente a las sacudidas que ocurren por distintas razones.

 

     Mientras se mantenga la sociedad de clases, el imperialismo, el capitalismo y sus epifenómenos de opresión, racismo, discriminación, xenofobia, etc., no habrá posibilidad de paz real.

 

     El siglo XX fue un siglo de guerras, calientes o frías. A la carnicería que fue la primera guerra mundial le siguió una “paz armada” de veinte años (con guerras civiles como la de España y su millón de muertos), hasta el estallido de la Segunda Guerra y sus 50 millones de víctimas que culminaron con el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki a manos de los yanquis.

 

     La Guerra Fría desangró a los pueblos del mundo en la carrera armamentista y cosechó 30 millones de muertos en guerras en “la periferia”, teniendo como punto saliente a Vietnam.

 

     Terminada la Guerra Fría y consumado el genocidio –aun en curso– en Irak, Bush padre proclamó un “nuevo orden mundial”.

 

     Pero la realidad demostró, ya en la década pasada, que no había nada “nuevo”, que era superlativamente más de lo mismo: un millón de muertos en Ruanda, otro tanto en Irak a consecuencia del hambre impuesto por el bloqueo, el interminable holocausto del pueblo palestino, los exterminios y destierros en la ex Yugoslavia y su tierra arrasada para servir de base militar a la Otan_

 

     Hay que oponerse firmemente a la guerra que se está preparando, pero sin por eso “embellecer” la horrenda realidad impuesta por el imperialismo, como si lográramos “la paz” en el caso de frenar esta nueva guerra.

 

     Antes del 11 de septiembre no había “paz” en el mundo sino violencia y guerras: en Irak, en Palestina, en Africa, en Colombia, bases militares por doquier en América latina, choques entre India y Pakistán por Cachemira y una lista que sería interminable.

 

     El armamentismo y la guerra son tendencias inherentes al imperialismo y, en términos relativos, al capitalismo.

 

     Mientras no sean derrocados el imperialismo y el capitalismo en el grueso del planeta, no habrá paz real ni duradera, sólo posible en una sociedad donde se eliminen la explotación y la opresión. Para nosotros esa sociedad será socialista, a escala latinoamericana e internacional. En tanto no se logre, cualquier “paz” transitoria será efímera, una mera tregua entre dos guerras, de las que los explotados y sus vanguardias revolucionarias podrán –o no– sacar algo positivo a condición de no confundirse ni desarmarse políticamente con la propaganda enemiga. Para esa tarea, ya está el Papa.

 

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Terrorismo ¿Cuál? ¿De quién?

 

 

 

    Desde hace 23 días el mundo está siendo bombardeado por la campaña de propaganda imperialista contra el terrorismo.

 

    Viniendo de quien viene, es necesario descartar que esta campaña esté dirigida a desenmascarar al principal terrorista –pasado y presente– del planeta: los Estados Unidos y su insular “colonia” británica.

 

    Por eso, cuando hablan de terrorismo, no hablan de las masacres de Irak, de la masacre de los barrios de la ciudad de Panamá en 1989 y, menos aún, del genocidio de casi cuatro millones de vietnamitas, el pequeño país sobre el que –antes de ser derrotados– los Estados Unidos dispararon más bombas que durante toda la segunda guerra mundial.

 

    Es obvio que tampoco hablan de revolucionarios partidarios del terrorismo, cuya metodología los marxistas condenamos desde siempre, con una posición que fue perfectamente sintetizada por León Trotsky: “_Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, las hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir con su misión_”(*).

 

    Los atentados del 11 de septiembre fueron una matanza indiscriminada y condenable contra miles de personas. El problema es ¿quién lo hizo?

 

    Han pasado tres semanas y Estados Unidos no ha proporcionado ninguna prueba de lo que afirmó CNN a las 9.17 am de aquel 11 de septiembre: “Fue una banda cuyo jefe se esconde en una cueva de Afganistán”.

 

    Si Estados Unidos tuviera pruebas de ello no sólo se las habría entregado a sus aliados más directos, sino también a Pakistán, a Afganistán y se las brindaría a la opinión pública mundial para soldarla detrás de sí.

 

    No sólo no hace nada de esto sino que empiezan a crecer los interrogantes que nacieron con los hechos mismos del 11 de septiembre y con la brutal simpleza con la que, aparentemente, fue sobrepasado el más férreo aparato militar del mundo, incluyendo el Pentágono, atacado una hora y cuarto después que la primera torre, sin que nadie lo detenga.

 

    Un misil Moscú-Washington demora 15 minutos. El Pentágono ¿estaba indefenso?, ¿la Fuerza Aérea estaba durmiendo? El factor sorpresa puede explicar –relativamente– el primer atentado, pero no el segundo (18 minutos más tarde), y mucho menos el que ocurrió una hora y cuarto después. ¿Necesita más de una hora y cuarto la inteligencia de Estados Unidos para poner en alerta a sus Fuerzas Armadas y actuar contra gente armada con cutters y cuchillos? Francamente, es poco creíble.

 

    El atentado con el que bandas fascistas yanquis volaron las torres en Oklahoma, fue endilgado inicialmente al terrorismo islámico. A más de tres semanas del 11 de septiembre ello no puede repetirse: el imperialismo no puede permitirse retroceder sin un altísimo costo en todos los planos. Por eso, lo más probable es que avance, como viene instrumentando, en el terreno diplomático y militar.

 

    Los miles de hombres de la CIA y el Pentágono, que manejan –sólo ellos– un presupuesto de US$ 40.000 millones, y disponen de la más sofisticada tecnología para el espionaje, no han podido encontrar hasta ahora una sola prueba de nada. Eso es en sí mismo una prueba contundente de algo: estamos en presencia de una macabra confabulación guerrerista destinada a encubrir, frente a los pueblos del mundo, una escalada armamentista gigantesca, impulsada por la industria de guerra, del petróleo y otros sectores de la gran burguesía estadounidense.

 

    El ex jefe de los servicios de inteligencia pakistaní durante los tiempos de la guerra contra la URSS, declaró recientemente –en reportaje emitido por América TV– que es imposible que no haya sonado al menos una de las alarmas con que cuentan los aviones; él, además, le adjudica la autoría a comandos israelíes.

 

    Por supuesto, carecemos de elementos para tomar partido por alguna de las versiones en danza. Pero de lo que sí estamos seguros es de que sin la autorización, el visto bueno, o el “dejar pasar”, de parte de la cúpula militar norteamericana, es poco menos que imposible la realización de atentados como los del 11 de septiembre. Máxime cuando, entre la montaña de propaganda desplegada en estos días, se “filtró” que el FBI tenía informaciones de que algo se estaba preparando_ pero nadie hizo nada para impedirlo. Hoy mismo, Colin Powell aseguró: “Teníamos noticias, no precisiones”.

 

    Quizá el “terrorismo” tenga forma de pentágono; quizá no. Pero no puede investigar nada sin autoimplicarse. Cualquiera sea el caso, el imperialismo utiliza los efectos de lo ocurrido para tratar de unir, por lo menos por ahora, al grueso del pueblo norteamericano detrás de su ofensiva armamentista, del revanchismo y de la guerra.

 

    El mundo está siendo invadido por el olor nauseabundo del imperialismo en descomposición, que está arrastrando a la humanidad a abismos de barbarie. De lo que se trata es de combatir contra él.

 

JORGE GUIDOBONO

 

 

 

     (*) “Acerca del terrorismo”, Der Kampf, noviembre de 1911.

 

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La religión como velo de intereses materiales

Tres opios extremistas

 

“También las denominadas guerras religiosas del siglo XVI involucraban sobre todo intereses de clase materiales [...]. Aunque se realizasen bajo el signo religioso, y aunque los intereses, necesidades y exigencias de las diferentes clases se disimulan detrás de una pantalla religiosa, no cambió en nada el asunto y se explica fácilmente por las circunstancias de la época.”

 

F. Engels, La guerra campesina en Alemania.

Ob. escogidas, Ed. Cartago, Tomo 2, pág. 189.

 

 

 

    Este texto de Engels fue escrito un siglo y medio atrás, y conserva vigencia y vigor en un mundo capitalista que se sobrevive a su propio agotamiento y decadencia. La pantalla o el velo religioso es sólo una apariencia utilizada para encubrir intereses materiales precisos.

 

    En esto, como en todo, Bush miente cuando pretende convencernos de que existe un único fanatismo, que sería el islámico. Hay, como mínimo, tres extremismos y fanatismos religiosos diferentes actuando en el mundo hoy: la Confederación Cristiana de Iglesias (representada por Bush), la ultraderecha religiosa sionista (aliada a Sharon) y la islámica, que tiene varias expresiones aunque la “demonización” imperialista coloque hoy el foco sobre Bin Laden.

 

    No es casual que Bush llamara a una cavernícola lucha del “bien” contra el “mal”, y que a esa causa la llamara “justicia infinita” (la que para un creyente supuestamente sólo puede realizar dios). La terminología correspondía a las Cruzadas de hace casi 1.000 años y sólo le faltó agregar “muerte a los infieles” para completar el cuadro.

 

    Pero esto se corresponde perfectamente con el hecho de que el bloque oscurantista de iglesias cristianas de ultraderecha fue la base de masas que posibilitó el triunfo de Bush en las internas del Partido Republicano, y también le aportó una gran masa de votantes en las elecciones presidenciales de noviembre del 2000 que, finalmente, se resolvieron en favor de Bush mediante un fraude escandaloso.

 

    Y Bush les demostró fidelidad. Su primera medida de gobierno fue suspender cualquier tipo de subsidio a toda organización no gubernamental que alentara cualquier tipo de planificación familiar o que defendiera el derecho al aborto.

 

    En estos meses de gobierno recrudecen campañas y prácticas oscurantistas alentadas desde el poder ejercido por un libertino devenido religioso y con cara de poseso, como por ejemplo las campañas a favor de la virginidad hasta el matrimonio y otras del mismo estilo.

 

 

 

    Sin embargo, para el imperialismo yanqui no se trata de una guerra religiosa sino de una lucha en varios frentes.

 

    El primero tiene el negro del petróleo como insignia. Apunta a la riqueza petrolífera de Asia central y de las tres repúblicas ex soviéticas de la región. Estados Unidos pretende la construcción de un oleoducto que lleve el oro negro al Mar Arábigo, lo cual no han podido negociar hasta ahora con los talibanes, a pesar de las gestiones del empresario argentino Carlos Bulgheroni, de Bridas. En función de esos objetivos, el Estado norteamericano defiende las posiciones conquistadas por sus socios, los reyes de Arabia Saudita y los emires y rufianes coronados de la región, que tienen una relación privilegiada con Estados Unidos en todos los terrenos, incluido el militar (en particular desde la guerra del Golfo de 1990/91).

 

    En segundo lugar, Estados Unidos apuesta a colocar al complejo militar-industrial como locomotora de su economía (o de un sector de ésta) una vez agotado el boom de los noventa, por más artificioso que éste haya sido.

 

    Todo esto es parte de un intento de salto en la colonización yanqui del planeta y de subordinación preventiva de sus competidores económicos. Al servicio de estos intereses –y a fin de velarlos y encubrirlos– se utiliza la fraseología religiosa, el racismo y el hollywoodense cuento de que un señor con barba, escondido en una cueva de Afganistán, dirigió el operativo del 11 de septiembre a miles de kilómetros de distancia.

 

 

    Con respecto a la derecha extremista de la religión judía, su peso no para de aumentar en las tres últimas décadas, no bien se fueron evaporando los efluvios “socialistas” de los kibutz y otros cantos de sirena con que el imperialismo encandiló a la izquierda judía en el mundo durante los años ’50 y ’60, para inventar un Israel “socialista”, o poco menos.

 

    La derecha religiosa, aliada a la derecha militar, busca varios objetivos. Defender a los 350.000 ocupantes, “colonos”, de Gaza y Cisjordania. Como punto común de Sharon, los religiosos y parte de la gran burguesía, ese objetivo es más amplio y lo empezó a llevar adelante inmediatamente después de los atentados: un salto en la ocupación militar de la región y de la represión y matanzas en ella. Avanzar hacia “la solución final” mediante la multiplicación de masacres como las de Sabra y Shatila, en lo que ya tiene amplia experiencia genocida Sharon. Esto ha tenido dificultades en avanzar porque entorpece la política más general de Estados Unidos, que le pone trabas.

 

    En relación con el “extremismo islámico”, Howsbaun señala que Bin Laden y su familia son la segunda fortuna de Arabia Saudita, después de la del monarca y su familia. Y expresan a los sectores de la burguesía saudita que buscan un mayor acceso a las rentas petroleras y, si pueden, al poder, para lo cual tejen alianzas con los “bazzaríes” –los comerciantes– y se apoyan en las grandes masas de indigentes, sin empleo, jóvenes y desposeídos. En todos ellos anida una solidaridad muy fuerte con el pueblo palestino victimizado y un odio muy profundo al imperialismo, en primer lugar al norteamericano, pero también a sus viejos amos coloniales europeos.

 

    El extremismo islámico ocupó el lugar que, tras el retiro colonial de la segunda posguerra, dejó el nacionalismo burgués no religioso –el nasserismo en sus distintas variantes–, que se prolongó durante un cuarto de siglo demostrando su impotencia orgánica para enfrentar seriamente al sionismo y a su amo imperial.

 

    Un hecho reciente termina de desnudar la falacia de la campaña “antiterrorista” de Bush. El primer día de octubre explotó un coche bomba frente a las puertas del cuartel general indio en Cachemira. Un grupo islámico reconoció su autoría y reclamó el retiro de la India del territorio en disputa. ¿Guerra religiosa?: No, guerra de conquista en las fronteras del balcanizado virreinato británico, convenientemente trazadas por “la rubia Albion” al retirarse de la región.

 

JORGE GUIDOBONO

 

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Los medios preparan el escenario de la masacre

 

    La Guerra del Golfo puso en evidencia que la bandera de la libertad de expresión levantada por el capitalismo no es más que un simple instrumento ideológico y de propaganda que se adapta a los tiempos y las circunstancias.

 

    Para los medios de comunicación, encabezados por la CNN fue una “guerra limpia”, sin muertos, casi una expresión de “buen gusto” para evitar morbosas imágenes de cadáveres y pueblos arrasados.

 

    Salvo algunos pantallazos excepcionales de casas bombardeadas y algunos iraquíes llorando, la guerra para millones de espectadores en todo el mundo careció de crueldad, menor incluso a la que muestran los video games con los que se entretienen niños y adultos en los plácidos fines de semana hogareños.

 

    Lo mismo sucedió cuando la OTAN bombardeó Yugoslavia y, tal como lo anunció el propio presidente George Bush, se repetirá con la invasión a Afganistán y la anunciada militarización del mundo que piensa llevar adelante el imperialismo.

 

    Este periodismo “ético” como lo definieron varios analistas al estilo de Mariano Grondona, tomó cuerpo con la total ausencia de imágenes de cadáveres en los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York y al Petágono del pasado 11 de septiembre.

 

    En la línea de la Guerra del Golfo y el bombardeo a Yugoslavia, se le evitó a los norteamericanos y al mundo el despliegue de restos humanos y sangre; error, según los nuevos ideólogos de los medios, que se cometió durante la guerra de Vietnam.

 

    En realidad, no se busca resguardar la sensibilidad de los espectadores, sino de evitar que la visión de la masacre humana tenga un efecto contrario al objetivo que persigue el imperialismo. De ahora en más, la guerra será una cuestión “privada” en la que intervendrán especialistas y asesinos con licencia para matar sin que se vea en la prensa y la televisión.

 

    El mensaje de Bush es claro: aquellos que no sean alcanzados por las matanzas pueden descansar con sus conciencias tranquilas, porque lo que no se ve o no se sabe, no existe.

 

    “Iniciaremos muchas acciones que no serán informadas, porque ésta será una guerra larga”, dijo Bush en su discurso en el Capitolio.

 

    El mundo se prepara así para ver por televisión cómo miles de lucecitas de Navidad –misiles– surcan los cielos en un juego casi inocuo y hasta con cierto grado de esteticismo.

 

    En tanto, los “partes de guerra” que reproduce la prensa argentina se pliegan a esta estrategia. El diario Clarín marcha a la cabeza como órgano de difusión del Pentágono y deforma cada noticia desde su propia óptica.

 

    Cuando el secretario de Medio Ambiente del gobierno se vio obligado a renunciar a su puesto por oponerse a que la Argentina se involucre en el conflicto, Clarín tituló en tapa que había justificado los atentados a los Estados Unidos.

 

    El funcionario sólo había analizado las razones por las que se habían producido los ataques, pero para el diario se trataba de una aprobación al accionar de Osama Bin Laden, si es que éste es el autor ideológico de los hechos.

 

    Desde una u otra óptica –más reaccionaria o más progresista– se presenta a los afganos, dominados por el oscurantista régimen talibán, como una amenaza para Occidente porque reproduce fanáticos capaces de arrasar al mundo con armas bacteriológicas, bombas nucleares o atentados de todo tipo. Aunque no se lo expresa en los brutales términos del vaquero Bush, la prensa en general avala la guerra del “bien” que encarnaría Occidente contra el “mal” representado por Oriente en un verdadero choque de civilizaciones.

 

    En el orden local, también se abona el terreno para que la amenaza oriental esté latente. La oscura Triple Frontera –Brasil, la Argentina, Paraguay– recibe amplia difusión en la prensa como un nido de terroristas ligado a Bin Laden, con informes permanentes sobre presuntas “cuevas” de Hezbollah o Al Queda, la organización del multimillonario saudita sin que se haya comprobado la veracidad de las informaciones.

 

    La perla de todo esto la dio hace poco el noticiero de TN, cuando un grupo de piqueteros bloqueó el Puente Pueyrredón. Ataviados con sus tradicionales pasamontañas o cubriéndose la cara con pañuelos, según relataba el conductor que estaba en el piso del canal, daban la imagen de “mujaidines”, mientras que el cronista que se encontraba en el puente comentaba: “La verdad, dan miedo”.

 

    Por la noche, en un montaje digno de Spielberg, TN volvió a emitir esas imágenes donde esta vez se observaba en la pantalla una enorme hoguera, teniendo en primer plano a un “mujaidin” armado con un palo. La cámara, al acercarse a tres cubiertas incendiadas, trataba de mostrar una ciudad arrasada por las llamas y asediada por fanáticos fundamentalistas.

 

    El escenario de la operación “Libertad duradera” apunta a montar un decorado casi humanitario para la prensa occidental, donde la información estará digitada por la CIA y el Pentágono, dando forma definitiva al ojo del Gran Hermano a escala mundial.

 

RAUL TARUFFETTI

 

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La ONU es una cueva de bandidos

 

     Sobre la base de la victoria militar aliada en la Segunda Guerra, se fundó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el objetivo de ser el ámbito de lo que después se denominaría “coexistencia pacífica” entre el imperialismo mundial y la URSS presidida por Stalin.

 

     El “equilibrio” se basaba en el derecho a veto que ejercían sus cinco miembros permanentes: Estados Unidos, la URSS, Francia, Gran Bretaña y China. Esta última estuvo representada durante casi 30 años por Taiwan, el régimen títere que Mao Tsé Tung echó al mar en l949. Resolviera lo que resolviera la Asamblea General de la ONU o los 10 miembros no permanentes de su Consejo de Seguridad, el veto de uno solo de los miembros de esa monarquía colegiada de los cinco “grandes” podía volver todo a foja cero.

 

     Incluso en el apogeo de la Guerra Fría, los países con que contaba cada bloque tenían un valor secundario para decidir en los problemas de fondo. Así, Stalin no utilizó su poder de veto que hubiese posibilitado evitar que las tropas yanquis marcharan sobre Corea tras la bandera de la ONU en 1950; y Eisenhower dejó que los tanques rusos aplastaran a la revolución húngara en octubre de 1956.

 

     Las cosas siguieron así por largos años.

 

    La resolución número 242 de la ONU (junio de 1967) ordenaba a Israel devolver a Jordania los territorios de Gaza y Cisjordania conquistados en la reciente guerra (llamada “De los Seis Días”). Sin embargo, la segunda Intifada –que cumplió un año el último 28 de septiembre– trata de hacer realidad, parcial, la letra muerta de aquella resolución de hace más de tres décadas, a lo largo de las cuales llegó a 350.000 el número de colonos sionistas instalados en esos territorios.

 

    En incontables ocasiones, la Asamblea General de la ONU resolvió el cese del bloqueo yanqui sobre Cuba, con el resultado que está a la vista; es decir, ninguno.

 

    El genocidio perpetrado contra el pueblo iraquí lo encabezó Bush padre con la cobertura de la ONU. Pasado el momento más activo de la agresión militar –que todavía continúa– las Naciones Unidas enviaron grupos de “expertos” para inspeccionar las instalaciones militares iraquíes (por lo que, en más de una oportunidad, fueron expulsados por su carácter de vulgares espías al servicio de Estados Unidos).

 

    En algunas oportunidades la ONU, con su “paraguas humanitario”, fue el respaldo para la intervención militar norteamericana. Ese fue el caso de Somalia en 1993, con la peculiaridad de que fueron expulsados a bombazos por el pueblo.

 

    Otras veces, simplemente guardó silencio, como lo hizo ante el genocidio de un millón de personas en Ruanda en 1994, ejecutado bajo la batuta imperialista que atizó odios tribales para mejor repartirse el Africa y sus riquezas.

 

     En contra de esta trayectoria, la ONU se reunió en el mismo día para condenar los atentados del 11 de septiembre. Pero nada dice de que 20 de los 53 países africanos están en guerra. Tampoco acerca de que en la guerra por el control de las riquezas del Congo intervienen seis países. Ni de que las tropas francesas, belgas, británicas y norteamericanas entran y salen del continente como quien pasea por su casa.

 

     Previo a la creación de la ONU, existía la “Sociedad de las Naciones”, a la que Lenin definía como una “cueva de bandidos” y jamás se le ocurrió que la URSS se integrase a ella (lo que no significaba carecer de una política exterior firme y audaz).

 

     Siguiendo esa tradición, los revolucionarios socialistas entendemos prioritario denunciar ante los trabajadores el cínico papel de “taparrabos” imperialista que desempeña la ONU, y terminar con las ilusiones que el stalinismo contribuyó a sembrar, sobre su supuesta imparcialidad ajena a los intereses de las clases sociales y de las naciones.

 

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Otra perla del collar de la CIA: Bin Laden

 

    El dictador panameño Noriega había sido agente de la CIA y, como tal, desempeñó un papel activo en la guerra de la “contra” que hostigó durante años a la revolución nicaragüense-sandinista de 1979. Una vez cumplido ese objetivo, Estados Unidos invadió Panamá en 1989, y se llevó y encarceló a Noriega.

 

    Saddam Hussein fue agente de la CIA y dirigió una guerra contra la revolución iraní de 1979 que duró ocho años y costó un millón de muertos. Estados Unidos y la Otan pertrecharon a Hussein en aquellos años.

 

     Antes de invadir Kuwait, Saddam consultó a la Embajada de Estados Unidos en Bagdad, y se le respondió que el Departamento de Estado no objetaría el operativo. Esto resultó falso y Estados Unidos desató contra su anterior aliado la “Tormenta del desierto”, primer episodio de la guerra que, en forma de ataques aéreos semanales, continúa hasta nuestros días.

 

    Montesinos fue, durante más de una década, agente de la CIA, hasta que ésta se enteró de que el “Rasputín” de Fujimori, entre sus múltiples actividades, también les vendía armas a las Farc colombianas.

 

    Estados Unidos invirtió más de US$ 10.000 millones en abastecer –desde Pakistán– la guerra de las organizaciones de derecha afganas contra la ocupación del ejército de la ex URSS en la década de los ’80. La CIA jugó un papel de primer orden en esa guerra y Osama Bin Laden fue uno de sus hombres destacados. Con la caída de la URSS, la CIA y Estados Unidos perdieron interés en la región y se retiraron de Afganistán.

 

     En 1998, mientras la India y Pakistán realizaban pruebas nucleares, el viejo agente de la CIA –y multimillonario saudí– pasaba a ser el nuevo “Satán”, a quien se responsabilizó por los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Kenya y Tanzania.

 

    El 11 de septiembre, a pocos minutos del primer atentado contra las Torres Gemelas, la CNN anunciaba que el “cerebro” era Bin Laden.

 

     Con el correr de las horas –y de los atentados–, sin que mediara ninguna prueba, el último “Satán” fue proclamado “enemigo público número uno”.

 

     Al margen del grotesco montaje imperialista y de su probable falsedad, cabe preguntarse: ¿pudo Bin Laden impulsar los atentados que matarían a personas inocentes?

 

     Creemos que sí podría haber sido capaz de hacerlo. Por dos razones: primero, por su rol de agente de la CIA y viejo aliado de Estados Unidos. Segundo, por su carácter de multimillonario, para quien la vida humana carece de relevancia. Si tuvo o no algo que ver con los atentados del 11 de septiembre, es otro tema.

 

J. G.

 

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Argentina: “Demasiada democracia”

 

      Ramón Mestre, el ministro de Interior de la Argentina, advirtió en rueda de prensa:

 

      “—Vamos a una sociedad con mayores niveles de control.

 

      ”—¿Con qué riesgo para las libertades democráticas?

 

      ”—Ese es el gran debate que se abre ahora.” (Página/12, 28/9/2001)

 

      Cinco días antes, en el norte del país se produjo el siguiente diálogo entre un juez federal y un agente del Side:

 

      “—¿Cuáles son los motivos para mantener encerradas a estas personas?

 

      ”—En realidad parece estar todo bien, lo que pasa es que son demasiado morochos.” (Clarín, 23/9/2001)

 

 

 

     El “gran debate” que propone Mestre ha sido intercambiado por un inconsulto achicamiento de las libertades democráticas, que antes del 11 de septiembre ya no gozaban de buena salud. 

 

     Los atentados en Estados Unidos, además del afianzamiento de la Alianza en la política proimperialista, sirvieron al gobierno para avanzar en medidas de represión interna que prometen ir incrementándose.

 

     De la Rúa se comprometió (además de fortalecer la vigilancia de las fronteras y de informatizar los DNI), a sacar a los agentes del Side a las calles en tareas conjuntas con la CIA, el FBI, la DEA y los servicios secretos de toda la región. Algo así como los pasos previos de un enorme Plan Cóndor. Pero los muchachos del Side tal vez tengan compañía en sus tareas: el ministro de Defensa, José Horacio Jaunarena, intenta la reestructuración de las Fuerzas Armadas para que los militares vuelvan a abocarse a tareas de “inteligencia interna”, cuestión que actualmente tienen prohibida.

 

     El tobogán en el que se encuentra la economía argentina y sus permanentes ajustes, obliga al gobierno a restringir la oferta democrática a una mayor vigilancia y represión social. La mentada “amenaza externa” de la que cotidianamente nos alertan, somos nosotros mismos, los millones de pobres, explotados y oprimidos. (Y ojo con los que se opongan al avance de sus medidas de ajuste: seguirán el camino de Emilio Alí, sin tantos trámites.)

 

     Entre tanto, el país se va llenando de uniformados norteamericanos para la realización de ejercicios militares conjuntos de ejércitos del continente; centenares de marines entrenan en Misiones, como práctica en una geografía adecuada para afrontar una eventual intervención directa en Colombia; sigue en pleno avance el Operativo Cabañas 2001; se extiende el reclutamiento militar de niños en el norte argentino; y Tierra del Fuego se apresta a transformarse en base de operaciones al servicio de Estados Unidos.

 

     El “enemigo terrorista externo”, al que todavía nadie ha podido identificar claramente, ha servido de excusa para aumentar la vigilancia de cualquier portador de cara “sospechosa”. El enemigo del que pretenden defenderse con despliegues, reequipamientos y remodelaciones de fuerzas represivas, no habita en cuevas ni conduce aviones: anda a pie, y es un ejército de millones.

 

     Por eso sigue dando vueltas la idea de crear un Superfuerza de seguridad de 65.000 hombres en el país. Por eso Jaunarena continúa impulsando la reforma de la Ley de Defensa de la Democracia y la Seguridad Interior, creada tras la caída de la última dictadura militar para desarticular la estructura de inteligencia de los genocidas.

 

     Uno de los argumentos que esgrime el proyecto de Ley apoyado por el ministro es la necesidad de poder actuar con velocidad y aptitud ante posibles levantamientos populares. Como uno de los ejemplos, se mencionan los acontecimientos ocurridos en General Mosconi.

 

     “Demasiado morocho” será, entonces, delito suficiente. Al que pueden agregarse: demasiado musulmán, demasiado judío, demasiado pobre, demasiado zurdito, demasiado homosexual, demasiado piquetero, demasiado joven, demasiado_

 

JULIO HERNANDEZ

 

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Un planeta bajo sospecha

 

Punto final. Se terminó lo que se daba, que era poco, en materia de derechos civiles y, ni que hablar, de los derechos humanos. “Están con nosotros o con los terroristas”, escupió George Bush poco después del atentado. Y comenzó la “cruzada”. Quien no esté encolumnado de manera incondicional tras los Estados Unidos, será reconocido como parte de un enemigo que aun no se sabe quién es. Mientras lo buscan en alguna cueva subterránea, en la superficie el aire se tornará cada vez más irrespirable.

 

     El secretario de Justicia norteamericano, John Aschcroft, pidió al Parlamento que autorice a las fuerzas de seguridad a violar “legalmente” la vida privada de cualquier ciudadano. Esto incluye, entre otras cosas, “pinchar” teléfonos, controlar mails o introducir micrófonos en los domicilios de todas las personas consideradas sospechosas de ser_ sospechosas.

 

     El FBI está siguiendo 120.000 pistas y, por ahora –sólo por ahora–, ha encarcelado a más de 500 personas siguiendo la máxima de “todo el mundo es culpable hasta que demuestre lo contrario”. Y esto recién empieza.

 

     Horas después de que Bush autorizara a su fuerza aérea a derribar cualquier avión civil ante la presunción de estar conducido por “aeroterroristas”, Tony Blair autorizó a “las fuerzas del orden” a detener por tiempo indeterminado a cualquier persona que considerasen sospechosa. Quienes vivieron en la Argentina de los ’70, pueden asociar estas medidas con los encarcelamientos sin causa que se practicaban bajo la fórmula “a disposición del Poder Ejecutivo”, con lo que hubo quienes llegaron a permanecer en esa situación, sin juicio ni proceso alguno, durante ocho años en prisión.

 

     Los diarios londinenses arrojan: “Los próximos seremos nosotros” y la fiebre “antiterrorista” inunda Inglaterra, y a toda Europa. Se forman largas colas en las tiendas que venden máscaras contra armas bacteriológicas, se militarizan las ciudades más importantes y los hospitales se encuentran en alerta roja ante probables antentados “bioterroristas”.

 

     Sobre esta base, Tony Blair avanzó con audacia y anunció tener “pruebas” de la existencia de tres “sospechosos” de vinculación con los atentados que, presumiblemente, apuntarían a la responsabilidad de Bin Laden.

 

     En varios estados norteamericanos, poseer rasgos árabes es garantía de golpiza o muerte, se sugiere no difundir el “pacifista” tema Imagine de John Lennon o vender libros “anticristianos” como los de Harry Potter. Eso sí, uno puede caminar libremente con una remera que exige la muerte del “architerrorista” Osama Bin Laden, disparar a su silueta en cualquier polígono o limpiarse el traste con el papel higiénico que tiene su cara impresa y cuya venta (cuesta US$ 10) sirve para engrosar un fondo para los familiares de las víctimas. (Mientras, el traste de millones de afganos será limpiado con pólvora.)

 

     Varios docentes norteamericanos han sido sancionados por no compartir la visión oficial respecto de los atentados. Muchos periodistas fueron despedidos o censurados por el mismo motivo. A cambio, un centenar de canales, incluyendo a los más importantes, ofrecen a millones de televidentes norteamericanos y del resto del mundo la democrática posibilidad de elegir entre observar la cadena nacional y mundial de noticias y propaganda bélica, o alistarse como voluntario.

 

     La máxima expresión de la democracia capitalista, Estados Unidos, se prepara para pegar un salto sobre sus ya retaceadas libertades. De sus cárceles superpobladas con dos millones de reclusos (de los cuales el 75% son negros e hispanos), pasará a la generalización, de costa a costa, de la “tolerancia cero” inaugurada por el alcalde Giuliani en Nueva York. Y espera que su ejemplo sea seguido por sus aliados de la Tierra. Tras la bandera de “Libertad duradera”, el imperio más poderoso del planeta deja ver su verdadero rostro de dictadura del capital: el rostro del exterminio y la explotación sin límites, que chocan con las más mínimas libertades democráticas.

 

JULIO HERNANDEZ

 

 

 

LIBERTAD a los presos políticos de la Argentina,

 Latinoamérica y el mundo