En operaciones
bélicas, cuando se requieren mil carros rápidos de cuatro caballos, mil carros pesados,
y mil soldados; cuando han de transportarse provisiones para un millar; cuando existen
gastos en casa y en el frente, y estipendios para enviados y consejeros, el coste de
materiales como goma y laca, carros y armaduras, asciende fácilmente a mil piezas de oro
al día. Un ejército de cien mil hombres puede ser puesto en campaña solo cuando este
dinero está en la mano.
Una victoria rápida es el principal objetivo de la guerra. Si la victoria tarda en
llegar, las armas pierden el filo y la moral decae. Si las tropas atacan ciudades, su
fuerza se desgasta. Cuando un ejército se implica en una campaña prolongada, los
recursos del estado disminuyen rápidamente.
Cuando tus armas están melladas y el ardor decae, tu fuerza exhausta y el tesoro gastado,
los jefes de los estados vecinos tomarán ventaja de la crisis para actuar. En ese caso,
ningún hombre, por sabio que sea, será capaz de evitar las desastrosas consecuencias que
de ello resulten. Por todo ello, mientras que hemos oido mucho acerca de despilfarros
estúpidos en tiempo de guerra, no hemos visto aún una operación inteligente que fuese
prolongada. Nunca ha existido una guerra larga que haya beneficiado al país.
De todo esto se deduce que aquellos incapaces de comprender los peligros inherentes al
empleo de tropas, son igualmente incapaces de comprender cómo emplearlas ventajosamente.
Aquellos expertos en hacer la guerra no necesitan una segunda leva de reclutas, o más de
dos aprovisionamientos. El equipo militar se transporta desde casa, pero se confía en el
enemigo en cuanto a las provisiones. Así, el ejército estará plenamente provisto de
comida.
Cuando un país se empobrece a causa de operaciones militares, es debido al transporte
distante; llevar suministros a largas distancias deja al pueblo desamparado. Mientras las
tropas están reunidas, los precios suben. Cuando los precios suben, la riqueza del pueblo
baja. Cuando la riqueza baja, el pueblo sufre duras exigencias. Con esta pérdida de
riqueza y fuerzas, los que tienen recursos se ven extremadamente empobrecidos, y siete
décimas partes de sus recursos se disipan. Y entre los gastos del gobierno, aquellos
debidos a reponer carros rotos, caballos agotados, armaduras y cascos, arcos y flechas,
escudos, manteletes, y carros de suministros, consumen hasta un 60 por ciento del total.
Por ello, un general inteligente hace que sus tropas se aprovisionen del enemigo, pues una
medida de provisiones enemigas es equivalente a veinte de las propias, y una medida de la
comida del enemigo equivale a veinte de las propias.
De cara a incrementar el coraje de los soldados al atacar al enemigo, ha de
encolerizarles. De cara a capturar más botín del enemigo, ha de recompensarlos.
Por ejemplo, en una lucha de carros de combate en la que diez carros enemigos han sido
capturados, recompensad al que ha tomado el primero. Reemplazad las banderas enemigas con
las propias, mezclad los carros capturados con los vuestros, y montadlos. Tratad bien a
los prisioneros de guerra, y cuidad de ellos. Esto es llamado vencer una batalla y
salir reforzado.
Por todo esto, y dado que lo único valioso en la guerra es la victoria, no prolongueis
las operaciones. Y el general que comprende como emplear las tropas, es el árbitro del
destino de la nación.