Los guerreros
expertos de los tiempos antiguos, en primer lugar se hacían a si mismos invencibles, y
entonces aguardaban un momento de vulnerabilidad por parte del enemigo. La invencibilidad
depende de uno mismo, pero la vulnerabilidad del enemigo depende de él. De esto se deduce
que quien es experto en la guerra puede hacerse a si mismo invencible, pero no es seguro
que sea capaz de hacer que el enemigo sea vulnerable. Dicho de otra forma: uno puede saber
cómo vencer, pero esto no significa necesariamente que vaya a vencer.
Defiendete cuando no puedas derrotar al enemigo, y ataca al enemigo cuando puedas
vencerle. Uno se defiende cuando su fuerza es inadecuada; ataca cuando es abundante.
Aquellos que son hábiles en defenderse se ocultan a si mismos como bajo nueve capas de
tierra; aquellos que lo son en ataque caen como un relámpago desde el cielo. Por tanto,
aquellos hábiles en atacar y en defenderse son capaces tanto de protegerse a si mismos
como de lograr una victoria aplastante.
Prever una victoria que un hombre ordinario puede prever, no es el espíritu de la
excelencia. No importa si triunfas en la batalla y eres aclamado universalmente como
"experto", pues levantar una hoja caida no requiere tener gran fuerza,
distinguir entre el día y la noche no es prueba de gran visión, oir un trueno no es
muestra de oído agudo.
En los tiempos antiguos, aquellos que eran llamados "hábiles en la guerra"
conquistaban a enemigos fácilmente conquistables. Y las victorias conseguidas por uno de
esos "maestros de la guerra" no significaban ni reputación de sabiduría ni
coraje meritorio, pues salían victoriosos sin riesgos. Sin riesgos, ciertamente se
consigue la victoria: se puede conquistar a un enemigo ya derrotado, sin necesidad de
planear el combate.
Por lo tanto, el comandante hábil toma una posición en la que no puede ser derrotado, y
no pierde la oportunidad de vencer a su enemigo. Un ejército victorioso siempre busca
batalla después de que sus planes le indiquen que la victoria es posible, mientras que un
ejército destinado a la derrota lucha con la esperanza de vencer, pero sin ningún plan.
Los que son expertos en la guerra cultivan sus políticas y se adhieren estrictamente a
las reglas trazadas. De este modo, tienen en su poder el control de los acontecimientos.
Los elementos del arte de la guerra son: primero, la medida del espacio; segundo, la
estimación de las cantidades; tercero, los cálculos; cuarto, las comparaciones; y
quinto, las posibilidades de victoria. La medida del espacio deriva del terreno. Las
comparaciones se hacen a partir de las cantidades y los cálculos, y se determina la
victoria según estas comparaciones. Así pues, un ejército victorioso equivale a un saco
en equilibrio contra un grano de arroz, y un ejército derrotado es como un grano de arroz
en equilibrio contra un saco.
Es a consecuencia de las disposiciones tomadas, que un general es capaz de hacer que sus
soldados luchen con el efecto de las aguas que, súbitamente liberadas de una presa, caen
sobre un abismo sin fondo.