Las obras de la cultura

Luis O. Brea Franco Consultor académico y cultural

La cultura cristaliza en obras y estas necesitan de un soporte material para manifestarse. Sin embargo, las obras de la cultura transcienden el medio en que se revelan: el mármol de la escultura o el barro de la artesanía; la hoja de papel y la tinta que recoge y guarda la partitura de Mozart o las aventuras de Don Quijote o el CD, el vídeo, el celuloide, el código digital que contiene y tutela la música, la actuación, la danza. Hay siempre en las obras de la cultura una referencia fundamental a la materia, pero su característica no la encontramos en el soporte material. A menudo, es el medio material el que revela su plenitud en la obra, como sucede a la caoba dominicana en las obras de Prats Ventós.

Hoy conocemos mucho sobre las técnicas específicas de cada arte para producir obras valederas. Empero, se nos escapa la significación intrínseca de las obras de la cultura. La Estética ha intentado, sin éxito, definir el valor agregado, el intangible no sé qué que se revela en ellas. Sólo ha podido constatar que, a través del andamiaje material en que se manifiestan, señalan fuera de sí mismas, hacia otra cosa. En ellas se produce una referencia a otro horizonte o sentido, diferente al del mundo inmediato en el que vivimos cotidianamente. Por ello, se dice, que las obras son metáforas. Hay, en ellas, indicación a otros sentidos de la realidad. Nos invitan a seguirlas, y en ese transito, a colocarnos en otra perspectiva de realidad. El llamado, que obra en ellas, a movernos y a participar de ópticas diferentes a las inmediatas, testimonia su característica simbólica: ser flecha que convida a trascender a otra dimensión.

Para acceder a lo simbólico, en cuanto lo atesorado por una creación de la cultura habríamos de detenernos ante ella y abrirnos a lo que nos dice y manifiesta: dejarla ser, dejarla hablar: Dejarla reposar en las posibilidades de su propio ser.

¿Hacia donde señala una obra de cultura? Indica siempre hacia un conjunto de valores, hacia una historia, hacia prácticas sociales, tradiciones y modos de adoración. Engloba y habla a una idiosincrasia y a modos concretos de vida. Se inserta en el contexto de una cultura viva. Habla a un pueblo y a una época. En ellos, cobra sentido, y les otorga nuevo sentido. Se despliega en el universo de una cultura histórica y en él crea perspectiva y dirección.

De ahí nace la jerarquía de las obras de la cultura, su carisma, frente a otras producciones humanas. Mientras estas últimas apuntan a funciones, la función del escribir, en un lápiz, por ejemplo; aquellas apuntan a plenitudes de significados, a las constelaciones de sentido que constituyen una cultura. Por ello, cuando se las aísla de su tejido vital, de su propio mundo y se las trata como cosas universales o simple mercancías, enroscan en sí mismas y se tornan mudas.
Publicado en el diario "El Caribe", el sábado 31 de marzo del 2001.