Sobre el plagio

Luis O. Brea Franco  Consultor académico y cultural

 La pasada semana trajo noticias desde España sobre otro caso de plagio que envuelve a un intelectual de gran fuste. Esta vez se acusa al galardonado ensayista y novelista, crítico y filósofo Luis Racionero. Anteriormente otras denuncias habían involucrado a creadores de la talla de Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa y a los Rolling Stones.

El plagio está hoy considerado como un pecado mayor en la cultura. Constituye, además, un delito. Sin embargo, hay momentos en que lo cultural y lo legal no necesariamente coinciden. Además, la visión actual no ha sido constante a través de la historia. El tema constituye un problema complejo y ha sido afrontado desde perspectivas divergentes según el horizonte temporal o teórico que lo ha postulado. Mostraré, aquí, algunas de ellas.

Antes de la Ilustración, el plagio no sólo era bien visto sino que se le consideraba socialmente útil pues contribuía a la difusión de las ideas. Un poeta castellano, francés o inglés podía apropiarse y traducir un poema de Horacio o Petrarca y estimarlo, además, como suyo. La estética vigente en aquel tiempo interpretaba el arte como imitación y, desde tal óptica, el plagio era una práctica totalmente aceptada. Así, las obras de plagiarios como Chaucer, Shakespeare, Coleridge y De Quincey forman parte fundamental de la cultura inglesa. En nuestra orilla lingüística, las obras de Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora, Quevedo, Fernández de Avellaneda, están totalmente marcadas por esta usanza. Troquela, también, la creación del mismo Cervantes, quien recurrió a ella en clave irónica, en el inmenso Don Quijote de la Mancha. Culmina, en nuestra literatura, en la obra singular de Pierre Menard, autor del Quijote.

Hoy, otra visión, derivada de posiciones posmodernas, toma consistencia y exige reconsiderar la idea del plagio desde las nuevas posibilidades y modos de creación y textualidad derivados de la informática: el hipertexto, los hipermedia, los ready-made, los collages, los intertextos. Ello permitiría superar los límites impuestos por los viejos conceptos románticos de originalidad, genialidad y autoría que confluyen hacia el repudio del plagio.

Desde otra posición, el psicoanalista francés, Lacán, afirma que la propiedad comienza con el robo, y esto nos coloca a todos, lingüísticamente hablando, como plagiarios: "Los significantes que empleamos no pertenecen a nadie en particular, por ello, para hablar hay que plagiar al Otro, hay que apropiarse de la palabra ajena".

Finalmente, con el uso permitido de la cita bibliográfica se produce una tácita legalización del plagio. La cita nos permite repetir lo dicho por otro para enunciar un pensamiento propio. Empero, el sentido de la cita no es la palabra del autor citado sino la de quien lo cita, pues el texto citado adquiere, en la nueva contextualidad en que se le sitúa, sentido diferente.

Todo ello evoca que la cultura es ámbito de lo diferente, de lo más y de lo menos, del matiz; nunca lugar de todo o nada. Es reino de tolerancia, aún ante el plagio.  Publicado en el diario "El Caribe", el lunes 30 de abril del 2001.