Por Luis O. Brea Franco
Sísifo fue un personaje de la mitología griega. Era el más astuto de los mortales y el menos escrupuloso. En sus andanzas engañó a todos, incluyendo a Zeus y a su hermano Hades, rey de los infiernos. Por ello le fue impuesto un castigo ejemplar. Fue condenado a subir una tremenda roca desde el pie de una colina hasta la cima y dejarla rodar al otro lado. Pero, cada vez que estaba a punto de llegar a la cúspide el enorme peso de la piedra se acentuaba de tal manera que era imposible sostenerla y ésta rodaba hasta el fondo de la colina. La tarea era infinita: comenzar constantemente de nuevo.
A mí siempre me ha aparecido el destino de Sísifo como una excelente metáfora de la historia y de la realidad política dominicana.
Cada cuatro años todo comienza desde cero. A las anteriores administraciones se las acusa de no haber sabido lo que tenían entre manos, que no tenían plan ni método, que utilizaron mal los recursos públicos, cuando no de manera ilegal, de forma alegre y desenfadada. Tal actuación ha sido tan común que, para todos nosotros, constituye la cosa más normal del mundo. En realidad muy raramente se formalizan acusaciones o se presentan pruebas contundentes de los supuestos desafueros. Casi siempre todo queda ahí: en nuevos experimentos institucionales y en muchas palabras. Al término de cada gestión la piedra vuelve a caer hasta el fondo. De nuevo todo se repite y se comienza a construir de nuevo la "autentica" nación.
Sin embargo, nos luce que últimamente nuestro destino sisifiano se ha venido acentuando.
La nueva administración aspira no sólo a denunciar o a perseguir lo que a sus ojos aparece no del todo diáfano o, en todo caso, en disonancia con sus criterios o metodología de trabajo. Ahora se reivindica el poder de gobernar también sobre el pasado. Se reivindica la potestad de desautorizar los actos y decisiones legitimas de un gobierno constitucional, regularmente elegido. Se abroga la facultad de los jueces. Para ello se revisan minuciosamente todas las actuaciones de las pasadas autoridades a fin de revocar las que no estén en consonancia con los puntos de vista o intereses de los nuevos gobernantes. El universo se inicia con nosotros, todo lo anterior es vano, escabroso, discutible.
¿Qué se derivaría de tal intensificación de nuestro destino? Que los gobiernos a venir podrían sentirse legítimamente motivados a seguir el ejemplo de los actuales gobernantes y, justamente, podrían pretender gobernar también sobre el pasado, revisando y revocando a su vez las decisiones de las autoridades ahora en ejercicio. Con ello nuestro sistema jurídico sólo tendría validez por cuatro años. Lo que dura el gobierno de turno.
A este paso perfeccionaremos nuestro
caos institucional y sin dudas estaríamos avanzando a paso firme
y seguro a cavar la tumba del Estado de Derecho que tantas luchas y sacrificios
nos costado edificar. Meditemos bien en las consecuencia de todo esto.
Publicado en el diario: El Caribe, sábado 21-22 de octubre del 2000, edición No 17018, año 53