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"La Vida del Dr. Belisario Porras"--Ensayo escrito por Camilo A. Porras, hijo del Dr. Porras, en su libro Retazos de Vida


La primera vez que recuerdo a mi padre fue arriba del Panazone en la Plaza de Santa Ana, donde se encontraba hospedado, creo que había terminado la Guerra de los Mil Días.

Me condujo ante él, mi tío materno Rito Paniza, quien me llevó de la mano hasta el piso alto de Panazone, en un apartamento con amplio balcón.

Esa vez tuve la ocasión de conversar con él, quien me obsequió una de sus monturas de jinete.

Le acompañaban muchos amigos y compañeros de campaña, entre los que recuerdo claramente al guerrillero Vistoriano Lorenzo a quien mi padre profesaba gran aprecio. Lorenzo a su vez le testimoriaba su admiración. Lorenzo vestía de blanco, con somrbero de paja y alpargatas, me llamó la atención por su amplia sonrisa y sus completos dientes, blancos y grandes.

Mi padre vestía de paletó gris (Luis XV) con chaleco y corbata azul. Sus zapatos, botas negras abotonadas de esmerada fabricación costarricense a donde mandaba hacer los zapatos a mano.

En esos días preparaba un viaje y se despedía de mí con profundo cariño. Creo que iba hacia Centroamérica. Entre sus amigos le acompañaban el famoso personaje conocido como el Negro Llorent quien animadamente trataba de conceverlo de que se quedara viviendo en la ciudad de Colón, para que abriera su bufete de abogado. Llorent era un hombre esmerado en el vestir y de finos modales.

Don Carlos Mendoza me impresionó por su porte gigantezco; era un hombre distinguido, siempre sonriente.

Estaba ahí Francisco Filós que era su secretario y más tarde socio en su bufete.

Juan B. Sosa, el historiador, que se mantenía callado.

Mi padre con gran solemnidad, como si yo fuese una persona mayor, me los fue presentando uno por uno, "Este es mi hijo Camilo," de lo cual yo me sentía orgulloso.

Después de ese incidente no vuelvo a recordarlo hasta el año de 1908 cuando nos envió a mí y a mi hermano Demetrio al Salvador. Mi hermano Demetrio gozaba de la indisimulada predilección de mi padre, porque era un muchacho afectuoso aún cuando este pretendía regañarlo.

En el año 1910 me correspondió vivir bajo el mismo techo en una casa frente a la Plaza de Satna Ana en los altos de la Cantina La Plata, donde se suscitó el incidente que paso a relatar.

Una persona le hizo varios diparos a mi padre para matarlo en plena calle, los cuales él sorteó; pero el presunto homicida fue puesto en libertad sin castigo. Mi padre igonoró el incidente.

En la casa de mi padre, en su intimidad era reservado, se dedicaba a sus lecturas en las horas de la noche, pero durante las horas de la tarde tenía contínuas reuniones con sus amigos.

Nos acompañaban Bernardo Vergara, su ahijado, a quien educó mi padre como a un hijo. Recuerdo que aún en la intimidad de la casa jamás dejaba de exhibir formalidad en el vestir; nunca le ví en pecho de camisa, o en chinelas.

Era esmerado y pulcro en su vestir, siempre elegante, tenía olor a fina fragancia masculina: sus zapatos lustrosos los cuales hacía limpiar siempre en la mañana.

Era muy formal en las comidas a rigurosas y invariables horas, obligándonos a la misma costumbre.

Tomaba te, le gustaban los plátanos, el pollo asado, las frutas, con predilección la papaya y la piña. Le encantaba como postre los helados de vainilla. Jamás tomó licor, y le disgustaba el olor del tabaco, no permitiendo fumar en su presencia.

Recuerdo el esmero en sus curbatas y prededores de los cuales tenía increíble colección. Sus colores preferidos para éstas prendas, el verde y el azul.

Pero sus vestidos siempre eran grises, como si fuera un uniforme donde quiera que estuviese, aún cuando visitaba el Pausilipo.

Era madrugador por hábito desde su niñez y a las cinco de la mañana estaba aseado y vestido escribiendo su correo, era la hora de escribir.

A las 7 era es desayuno, huevos pasados por agua, te, pan tostado sin mantequilla, luego leía cuidadosamente la prensa local, pero recibía periódicos extranjeros. Le gustaba estar bien informado de las noticias internacionales a las que daba mucha importancia; luego estudiaba como un escolar, bajo un metódico horario, creo que Historia y Derecho, luego en la tarde después de las tres y hasta las seis o siete se dedicaba a sus visitas; a las ocho y media se estaba retirando para dormir, hacía una cena muy ligera, generalmente frutas, pastel, y helados.


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