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"Mi Filiación al Liberalismo I (el Dr. Gil Colunje)"--Ensayo escrito por el Dr. Belisario Porras, publicado en 1931

Era el año de 1865. Adolescente todavía, apenas podía darme cuenta de lo que pasaba en el ambiente nacional. Sin embargo, algo de sumblime agitaba las alas de mi espíritu y en sueños se me presentó, más de una vez, la imagen de la Patria en toda su majestad altiva y bella. Vientos de renovación soplaban de uno al otro extremo de la República. En la Constitución de Río Negro, tajada luego por la mano brutal de la tiranía, garantizada estaba la vida de la democracia. Todo estaba asegurado en aquel libro que era un monumento creado por cerebros iluminados con los rayos del gigantesco sol de la Libertad, que más tarde fue eclipsado para siempre en el hermoso suelo de Colombia… Los que gobernaban eran hombres que reunían todas la virtudes ciudadanas. Las ideas liberales dormidas hasta entonces, se abrían paso e iban filtrándose en el espíritu de los que, como yo, todavía estaban en aquella edad risueña en que todo se mira a través de brillatísimos lentes, sin llegar a comprender siquiera los profundos arcanos de la vida.

Mi padre, aunque alejado del maremágnum de la política activa, era conservador, poderoso motivo para haber seguido sus huellas en aquel campo, pero no fue así. Bastaron cierto hechos que habré de mencionar para sentir que en mi corazón y en mi mente germinaban otras ideas, robustecidas más tarde con la savia vivificante de las doctrinas sustraídas de los textos, muy raros por cierto, que llegaron a mis manos, allá en la soledad de mi pueblo natal, cabe la sombra del hogar materno.

Luego, el conocimiento íntimo que tuve de dos hombres,-dos de aquellos que en la época de que hablo eran todo corazón y cerebro,-decidió de manera espontánea mi filiación al liberalismo. Hoy, después de tantos años, rememoro los acontecimientos y ante mis ojos surgen excelsas y sublimes, en la gran majestad de su grandeza, las figuras de esos dos grandes caudillos del liberalismo, que respondieron a los gloriosos nombres de Gil Colunge y Buenaventura Correoso. Fue de la mano de estos dos preclaros hijos del istmo, grandes en toda la acepción de este vocablo, como traspasé los umbrales de la adolescencia y entré a formar en las filas del partido, que más tarde me tocó defender en los campos de batalla, en el gobierno y fuera de el, en la prensa y en la tribuna, cuando era un delito pensar, las libertades públicas de habían sucumbido al golpe férreo que les atestara un déspota traidor.

Y he aquí mi primera impresión sobre uno de aquellos hombres. Era yo niño cuando ascendió Colunje a la presidencia de Panamá, y a poco de ello, en la visita que hizo a los pueblos, como solían hacerlo los Presidentes, llegó una mañana con tal carácater a Las Tablas, Vivía yo al cuidado de mi abuela, en la casa más antígua del pueblo, en la plaza, en frente precisamente, de la que alojó al doctor Colunje con numerosa comitiva. Es una impresión que se grabó muy fuerte en mi, porque en mi casa eran muy partidiarios de Colunje, y la ansiedad que tenían por su llegada se reflejó completamente en mi alma. Desde el portal de la casa vi llegar al grupo de jinetes y pude huir y ver cuando las gentes, tanto en mi casa, como en las casas vecinas, decían, señalando con el dedo, quién era el presidente "Aquel, el de sombrero blanco alón. Ese a quién le tiene el caballo. El que está ahora desmontándose…" Y al cabo de media hora todavía me hallaba en el portal, observando los movimientos de los recién llegados, cuando vi salir de la casa, al doctor Colunje, el del sombrero blanco alón, acompañado de dos personas más, una de ellas vestida de militar, con quepis y pantalón rojos, y con chaqueta azul con botones dorados. Tomaron la dirección de mi casa y quedé sorprendido cuando los vi subir las gradas del portal y, sobre todo, cuando Colunje llegó y me tomó la mano: " Este debe ser el hijo de Demetro…" Saludó en seguida a mi abuela, que había salido a recibirlo, y entró a la sala que estaba a la vista. Allí mi abuela les brindó asiento a todos, y Colunje tomándome entre sus piernas, me dijo: "Mucho te pareces a tu padre"; y, acariciando mis cabellos y mirándome de fijo, repuso: "Que ojos tan grises, con ellos no podrás ver…"; y siguió: "Apostemos a que no ves lo que hay en aquella palma!" Era la palma de la libertad, sembrada en el centro de la plaza…Dirigiéndose luego a mi abuela, indagó por mis adelantos en la escuela, el nombre del maestro, etc, etc, a lo que ella contestó que yo estaba muy adelantado pues ya había leído todos los libros que habían el el pueblo. Al oir esto, el Dr. Colunje preguntó admirado: "Cuántos son esos libros?" "Tres", respondió mi abuelita: "La Biblia, El Quijote, y el Gil Blas de Santillana, los cuales se han conseguido prestados con algunos amigos…" Sonrió satisfecho, y levantandome en peso me dijo: "Eres digno hijo de tu padre, y desde ahora te auguro que llegarás a hacer algo en este país."

La visita fue muy corta, y cuando concluyo, Colunje al irse, me hizo el obsequio de una onza de oro y me dijo al ponerla en mi mano: "Toma, es para ti, compra con ella otros libros…" Sin duda quizo, al escribir a mi padre, que moraba ya en Bogotá, informarle acerca de mí.

Algún tiempo después llegaron hasta Las Tablas los ecos de odiosos, obra de la tremenda oposoción que le hacían ciertas gentes. Cuáles fueron esos hechos? Yo no lo sé, pero recuerdo que una tarde jugaba yo al trompo con otros niños, en frente de una casa del Palenque, cuando oí pronunciar el nombre de Colunje. Impresionado me acerqué al portal y me recliné a uno de sus pilares para oir mejor. Estaban allí reunidos unos cuantos vecinos, seguramente los políticos de la aldea natal…El uno decía que Colunje había sido cruel, el otro agregaba otros epítetos, y alguno más, aseguró que era un ladrón…No me pude contener, y con el trompo en la mano convulsa, empuñado fuertemente, lo arrojé a la cara del último, que le rompí, huyendo en seguida a más no poder…Hoy, depués de tantos años, recuerdo aquella escena y no me arrepiento de haber arrojado el trompo sobre el rostro del insultador de oficio…Quién pudiera siempre tener un trompo en la mano para vengar las grandes ofensas!

Mi interés político y mi interés por los hombre públicos, nació entonces, y algunos años después, cuando fui a estudiar a Bogotá, mi mayor deseo y mi mayor emoción al realizarlo, después de ver y abrazar a mi padre, fue ver a Colunje y abrazarlo también. Era entonces magistrado de la Corte Suprema, y mi padre me llevó a verlo. Se encontraba todavía soltero y recuerdo que vivía modesta y austeramente, en un cuarto de la casa que ocupaba con su familia en el camellón de La Concepción el general Emigdio Briseño. Me tomó de la mano y me la estrechó, tratándome ya de amigo. Me habló del frío de Bogota y de las precauciones que debía tomar, y luego se entretuvo con mi padre acerca de mi educación. Fue él quien decidió que mi padre me colocara, no en el Colegio de Concha, ni en el de Marroquín, -conservadores amidos de mi padre,-sino en la Universidad Nacional. Fue él quien se interesó vivamente, luego, en mi aprendizaje de la Ciencia Constitutional, de la cual fue un sabio profesor cuando era al mismo tiempo Rector del Colegio del Rosario, y fue él quien se enterpuso entre mi padre y yo cuando ocurrieron en mi carrera de estudiante incidentes, como el de la excomunión del Arzobispo de Bogotá en contra de los estudiantes de San Bartolomé, entre quienes figuraba yo.

Años después, al regresar yo a Bogotá con el fin de terminar mis estudios que había tenido que suspender a causa de la revolución, lo encontré ya casado. Su vida seguía siendo tan austera, modesta y sencilla, como cuando le conocí ocupando un cuarto de la casa del general Briceño. Por ese tiempo me trataba con toda seriedad, como si yo fuera su igual. La dignidad del hombre se reflejaba sobre todos los demás, a quienes trataba, jóvenes o viejos, con igual e inalterable sencillez. A veces me encontraba en la calle y se complacía en seguir conmigo por el mismo camino, preguntándome de Panamá, a la cual recordaba con amor, con nunca desfalleciente curiosidad.

Como sera amigo de mi casa y la visitaba frecuentemente, allí tuve ocasión de apreciar sus quilates. De mi padre era amigo personal, pero de mi cuñado era amigo personal y político. Como ambos eran amigos del doctor Manuel Murillo Toro y del doctor Felipe Pérez, y ambos frecuentaban mi casa, fue allí donde se iniciaron muchos nombramientos nuñistas. Allí se acordó que Murillo iría una vez al Senado en silla de manos, con todo y la enfermedad que ya le aquejaba, para utilizar su voto. Allí donde oí referir como el general Mosquera había conseguido que Murillo le ayudaría para ser Presidente del Senado la última vez que fue sentado en el umbral del zaguán, envuelto en una capa. Sorprendido Murillo, apenas pudo preguntarle: "General, usted aquí?"-"Sí"-le contestó-"aquí me tiene. He venido a pedirle el voto para ser mañana Presidente del Senado." Era imposible rehusárselo. Allí también se le marcó rumbo en muchos casos al Partido Liberal. Por todo esto puedo dar fe de que Colunje era el hombre de la convicción. Sin alterarse afirmaba su parecer y su determinación inclinaba a los demás. Murillo era el jefe indiscutible que daba las conclusiones. Felipe Pérez era el de la ilustración, estratega chispeante; pero Colunje era la fiemza. Cuando había alguna vacilación, él era quien alentaba con su fe. Era hombre de virtudes insospechables. Austero, sencillo y modesto, no reía casi nunca y, sin embargo, inspiraba simpatías muy hondas.


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