Prólogo por J.D. Moscote
Hace algunos años, desde tribuna que supo de mcuhas de nuestras ilusiones, y refiriéndonos al autor de este libro, el doctor Belisario Porras, escribimos: "Nustro Presidente es uno de esos hombres singulares que de teimpo en tiempo aparecen en el seno de los pueblos, dijérase que para ser el centro obligado de la atención pública de sus contemporáneos, ya por las simpatías que desperitan ante las persecuciones de que por lo común son víctimas, ya por los odios o reacciones que inspiran cuando, a su vez, actúan de triunfadores. En efecto, sobre él ha pasado el oleaje terrible de venenosas cóleras, y, ahogado literalmetne enunmar de desgracias, ha salido de ellas convertido en un ídolo amado hasta de los mismos que le precipitaron y en su dolor se complacieron. Un hombre así, que debe de conservar fresco el recuerdo de tantas vicisitudes, que posee un talento claro, que ha leído y viajado mucho, que conoce a los hombres y es suspicaz, nervioso, apasionado y de temperamento domiador, tiene que haber realizado muchas y muy singulares acciones..." Y en el mismo trabadjo agregábamos: "Cualquiera que sea el juicio que la posteridad emita acerca de la obra política y social de nuestro actual Presidente, habrá de decir de él que fue, como efectivamente lo es, un espíritu progresista y enéregico con energía indomable; que sus hechos de gobernante lo acreditaron, como en realidad lo acreditan, de poseer clara comprensión de los problemas vitales de que pende la suerte del país; que poseyó, como es evidente que las posee, grandes ambiciones--legítimas--de dejar su nombre vinculado a útiles reformas materiales y administrativas, necesarias para el progreso económico de la nación; dirá, en fin, la historia lo en que ahora parecen estar ya de acuerdo sus contemporáneos, a saber, que fue uno de los más distinguidos istmeños de los últimos cincuenta años."
Al decidir pergeñar este prólogo a su libro de memorias, hemos vuelto a meditar aquello que acerca del doctor Belisario Porras dijéramos casi dos lustros atrás, y en verdad que no hemos rectificado nuestra opinión: para nosotros ese es el esqueleto espritual del ex-presidente de nuestro país y tal como lo vimos entonces se nos dibujó en el anecdotario que acabamos de leer.
En libro de anécdotas es una obra muy dentro del carácter, de la idiosincrasia del doctor Belisario Porras. Su amor al pasticísmo en el estilo, su dicción viva, concreta, alejada por instinto de las abstracciones, como corresponde a un hombre de acción--que hombre de acción ha sido y aun diríamos es el doctor Belisario Porras--se adaptan perfectamente al tono, a la "eironeia" de la anécdota.
Este resucitar de recuerdo de la propia vida que constituye el libro de memorias, reúneamables ventajas literarias. En primer término, resulta siempre interesante, sugestivo: se diría que conquista al lector, que lo atrapa, que lo envuelve en una atmósfera de la que no le es grato salir. Y cuando a estas memorias, a estos recuerdos--no vagos, no impresisos, no borrosos, sino prendidos a la frase onomatopéyica, descriptiva, más expresiva que el vocablo en sí, en su raíz, en su hondura, en lo que se esconde pero que se adivina--les puede el lector allar procedimientos de confrontación, que en los personajes, ya en la estela que de esos personajes quedó, el atractivo se centuplica por el magnetismo de lo cercano, por el placer de la comparación.
Por de contado que a la par de estas ventajas de sugestión se encuentran algunos inconvenientes: el de la nimiedad entre ellos. Es fácil hacer el libro de memorias nimio, ahogarse en el detalle de interés personalísimo o asfixiarse en yoísmo agudo sencillamente intolerable para el lector.
El doctor Belisario Porras soslaya con su peculair agilidad mental estos inconvenientes, porque nunca fue hinchado, ampuloso, ni en sus escritos, ni, lo que es muchísimo más dificil, en su oratoria, y a la hinchazón y ampulosidad lleva el yoísmo mal conducido.
Entre los máximos atractivos es imprescindible colocar también el de la condición del autor, que se puede afirmar aha sido el resumen de su vida, y lo sigue siendo: el doctor Belisario Porras es un hombre público.
Se habla con cierta frivolidad del hombre público como ente representativo; se califica a éste o aquel personaje, que en un determinado instante se destaca en la vida de un pueblo, de jombre público. Se nos antoja que somos en esceso liberales, concediendo lo que se podría considerar un máximo título. El hombre público reúne tales prerrogativas de hombría, casi tales definicioes de sexo, que deberíamos ser rescatados al aplicar esta idea y corporizarla. En algunao arte hemos leído que esa calidad de publicidad es tan delicada, tan sutil, que descuberte en el hombre indica una distinción, agregada a una mujer se transforma en un dicterio. Y ello obedece a que la publicidad en el hombre se espiritualiza y en la mujer se materializa. Pues bien, tipo de hombre público, de espiritualización de la cualidad, es el doctor Belisario Porras y de aquí que sus memorias, su anecdotario, estén aromados de ese perfume inquietante y pleno de sugerencias.
Sería muy difícil lograr una definición justa, perfecta, de lo que significa el hombre público; habría que ir reuniendo calidades bien diferentes de las del hombre de ciencia o del mismo literato, porque en el hombre público existe una agudización de ciertos sentidos cualitativos que no se hallarán en otro tipo humano. Goza de una sensibilidad especial, de unas intuiciones exquisitas, de una compresión tan singular que asombra hasta el grado sumo. Nos atrevíamos a concretar que eses aire externo inexplicable, del que enotamos detalles y no podemos justificar cerebrlamente conjuntos, son características del hombre público, ser de escepción y de sobre digno de estudio admirativo.
Nosotros encotnramos en esa agilidad y habilidad para escoger los títulos de las diversas anécdotas que integran este tomo, un arte extraño y soberbio, un dón que dice viveza, predominio de atención, un empuje que no desmaya, un secreto que al mismo autor le sería imposible describir. Por qué eligió tal frase, por qué alteró la prosodia de tal modo, por qué acomodó su ortografía forzando la pronunciación...? Se nos dirá tal vez que ello se debe a conocimiento del medio, a sus dotes de observación, a su costumbre de escuchar los elementos populares, que guardan esas contracciones y esos sugestivos disparates idiomáticos...No; hay algo más, hay mucho más, y eso es el precipitado de las cualidades esenciales del autor.
No es cuidado, limado, al estilo del doctor Belisario Porras en este manojo de recuerdos; y sin embargo, se leen páginas de una pureza lingüística finísmia, como aquella dedicada a la Navegación Hace Cincuenta Años. Quizá si el buril hubiera intervenido en la confección de este libro, la frescura, el aroma se hubieran desvanecido un tanto, y esta es una obra de aroma. Hasta sus repeticiones, sus empleos duros del gerundio, conservan vigor, virtud, la primera del escritor, y que hay que reconocer sin discusión al doctor Belisario Porras.
Al hablar de anécdotas, recuerdos, parte principal del libro, hemos dejado a un lado unos capítulos altamente curiosos en los que se descubre esa publicidad, calidad dle autor, saltando sin ropajes entre la colección de añoranzas. Pensamos que si faltaran esos capítulos a que aludimos, perdería la obra mucho de su encanto, proque es positivamente reveladora. Este libro de anécdotas es también un libro de justificaciones. Y un libro de justificaciones , de razones, tiene que ser todo libro de hombre público, porque esa justificación, ese ánimo de concencimiento es su razón de existir, es la base de su edificio vital.
El hombre público no es el escritor silencioso de gabinete, en la cómoda biblioteca, awuel que siente el placer de su producción y goza con el aplauso de la capillita de entendidos, de privilegiados; que casi se rebaja, se considera inferior, si le comprende todo el mundo: el hombre público vive para que se le vea, para que se le comprenda; y cuando no se le comprende, él explica si sentir hasta llegar al concencimiento. Y si halla oposición, combate, esgrime todas las armas, que su placer es ese dinamismo, esta ansia de lucha para hacerse entender. He aquí evidente el por qué de esas justificaciones secas o las otras combinadas con la anécdota, en las que es tan rico el libro del doctor Belisario Porras.
No olvidemos los retratos... ¡Qué facilidad encuentran estos cerebros plásticos, amigos de la concreción, para el retrato literario! Y, de veras, que en estas páginas del ex-presidente los hay bellísimos. Retratos en un rasgo; retratos en multitud de menudencias, retratos de sutilísima ironía--ése chrreante de gracia de Pihuila!;--retratos que se graban todos como en animada mascarada, con sutil acierto.
Y con los retratos, los paisajes; en en fondo de este tipo de escrotres hay una exquisita impresión del paisaje, un sentido de lo pintoresco francamente delicioso. Se destaca la anécdota en el paisaje y, su más extraordinario mérito, no se concibe sin su paisaje. Nos parece que éste es el más elevado elogio que del anecdotario del doctor Porras hemos podido hacer.
No es nuestro temperamento el más apropiado para la lisonja. Posiblemente no nos hayamos colocado en el plano más indicado para escribir el prólogo de esta obra. Nuestras cualidades las presentimos bien diversas de las del autor de este libro. Tal vez por ello nuestro examen sea más conscientemente imparcial, porque no nos creemos cegados. Hemos pretendido en estas líneas, que sriven de antesala al libro, buscar algunos distintivos a la personalidad repsedata de su autor. Y al dar remate a nuestra taria, no satisfechos, pero sí convenvidos de que algo hemos dicho que pudiera ser apoyo o punto de partidoa, para lubbcraciones de otros cerebor amigos al ahondar en personalidad tan sugestiva como la del doctor Belisario Porras, no queremos prescindir de repetir aquí algo que escribimos en el mismo trabajo al que aludimos al comenzar, y es esto: "De insistir en otros rasgos característicos de nuestro presidente señalaríamos de manera especial su exquisito dón de gentes, su charla amena, insinuante, pintoresca y siempre animada con que sabe ganarse a todos los que se le acercan; diríamos algo de su gencion gocial, de su refinada sensibilidad, de sus grandes cóleras y de sus grandes complacencias con tanto espíritu mediocre e incolor que sube y baja a diario las apacientes gradas del capitolio; pero tendríamos también que eregirnos en maestros de psicología práctica para determinar con exactitud cuáles eran estas condiciones suyas de corte intelectual y efectivo, son el producto natuarl de su psiquis y cuáles de una autoeducación constante, esemdara y sistemática." MLo que dijimos en aquella época del hombre podemos, sin variar una coma, dedicarlo a su obra. Los personajes como el doctor Porras cabe decir que viven en su obra, porque su vida retratada en el anecdotario es su libro cumbre.
BIBLIOGRAFíA
PORRAS, Belisario Trozos de Vida (Impresiones) Imprenta Alsina (Sauter, Arias & Co.) San José de Costa Rica, 1931.
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