Historias del futuro

A. Benítez Gutiérrez


(...) lo que no es historia no es historiable.

Rafael Marín


Y sin embargo...


I


Acabo de leer que la ciencia ficción es, y cito literalmente, un intento de escribir la historia de lo que aún no ha ocurrido (1). Es ese un error que me parece evidente: confundir los hechos con su interpretación, olvidar que la historia es diferente de la explicación que de ella se hace. Así, si hubiera un propósito declarado de la literatura de ciencia ficción acerca del futuro, sería como mucho el de historiarlo, es decir, dotarle de ese poder evocador que tiene el pasado precisamente por ser tan incierto como manipulable y, a pesar de ello, indiscutible.

Esta fascinación es la que inspiraba a Isaac Asimov el 1 de agosto de 1941 cuando viajaba en el Metro de Nueva York, camino de una de sus regulares entrevistas con John W. Campbell, director de la revista Astounding Science Fiction. Contaba el autor que, en busca de una idea que proponerle a su editor, ojeaba un libro sobre las operetas de Gilbert y Sullivan y sus ojos se posaron en un grabado que representaba un desfile de granaderos, que le hicieron pensar en el militarismo, éste en los imperios y éstos en el romano y su caída. Fue la transposición de esa época histórica a un escenario galáctico la idea que presentó para un relato, y gustó tanto a Campbell que tras dos horas de discusión se acordó que Asimov escribiría una serie, Fundación, que, a la postre, sería la de mayor éxito jamás escrita, ganadora de un Premio Hugo especial en 1966 y perpetuamente reeditada desde que fue recopilada en tres volúmenes en los primeros años 50.

No se trató, como podría parecer, de una casualidad completa. Asimov, según confesó, estaba interesado en escribir lo que el llamaba un histórico-futuro, es decir, un relato narrado con la hipotética perspectiva de un futuro para el cual éste fuera historia. Reconoce también el autor que el concepto probablemente no fuera suyo aunque ya hubiera escrito un relato largo con esta técnica, Pilgrimage (2). En efecto, uno de los relatos favoritos de su adolescencia estaba presentado también como una crónica (3), aunque asegura no haber recordado este detalle a la hora de escribir Fundación, al menos conscientemente.

Por otra parte, la idea de la historia del futuro había saltado al candelero cuando en el número de febrero del mismo año de Astounding su director había proclamado que todos los relatos de Robert A. Heinlein, por entonces escritor en sus inicios y, sin embargo, de éxito inmediato, respondían a un proyecto de tal naturaleza (4). Precisamente en el número de mayo apareció un esquema de esa historia del futuro. ¿Estaba tan fascinado Campbell por la idea que quiso embarcar a Asimov, en el que el probablemente veía el potencial para ser el talento que con el tiempo efectivamente fue, en un empeño similar? Campbell es famoso por haber prestado un continuo apoyo a sus escritores. No contentándose con esperar a que llegaran los relatos, proponía ideas y las discutía apasionadamente, y era capaz de conseguir que dos autores produjeran relatos radicalmente distintos partiendo de la misma.

Si ese era su propósito con Heinlein y Asimov, lo consiguió. Y hasta el punto que la Historia del Futuro de Heinlein y la serie Fundación de Asimov constituyen ejemplos de los dos principales enfoques que se pueden adoptar a la hora de historiar los tiempos por venir: desde dentro, en un tono inmediato que podría decirse periodístico, y en la forma distanciada que caracteriza a la crónica histórica.


II


La Historia del Futuro de Robert A. Heinlein está formada por una veintena de relatos y media decena de novelas que, aunque con un plan previo, se escribieron sin respetar orden alguno, según la inspiración del escritor, unas veces en rápida sucesión, otras con años, o décadas, de intervalo, y, por tanto, los lectores no tuvieron fácil en su tiempo apreciar una continuidad, aunque si un fondo común, por otra parte no muy evidente. Quizá por esto no hubo ningún furor apasionado entre los aficionados por leer el siguiente relato, y Heinlein, puede que desanimado, no llegó a escribir la totalidad de los cuentos inicialmente previstos.

Por contra, los ocho relatos largos y novelas cortas de la inicial serie de la Fundación aparecieron en un riguroso orden cronológico, en una marcha firme hacía la constitución de un Segundo Imperio que sabemos desde la primera página que será ineludiblemente instaurado y que, de hecho, es la época desde la que los hechos narrados se contemplan como historia. Empero, Asimov no tenía más presupuesto que éste al comenzar el primer relato, lo que no impidió que su desarrollo fuera en todo momento lógico y consistente, cosa que quizá no pueda decirse de la Historia del Futuro de Heinlein.

La serie de Asimov acabó con la publicación de la última de tres partes de And Now You Don't en el número de enero de 1950 de Astounding Science Fiction, aproximadamente al mismo tiempo que el proyecto de Heinlein languidecía sin pena ni gloria a pesar de la indudable calidad individual de cada relato, fatalmente lastrado por su falta de vertebración.

Pero, al mismo tiempo que los grandes maestros se retiraban, las figuras emergentes de la nueva década retomaban la tarea. Primero fue Poul Anderson y pronto le siguió Cordwainer Smith, y ambos optaron por el modelo heinliano, aunque con enfoques marcadamente distintos. En efecto, la historia futura de Anderson pasó desapercibida para la mayoría (5), pues ni se hizo un anuncio como con Heinlein ni su naturaleza resultaba inmediatamente evidente de la lectura de sus relatos, como sí era en el caso de los de Smith. Tanto es así que la concepción del éste es conocida por el ciclo de Los Señores de la Instrumentalidad, mientras que la saga de Anderson carece de nombre y hasta de cronología oficial. Las diferencias son evidentes: los relatos de Anderson abarcan diversas épocas claramente diferenciadas, hasta el punto de poder parecer independientes al lector ocasional, mientras que Cordwainer Smith centró su ciclo en un escenario que, aunque se extiende por miles de años, no puede substraerse a la continua presencia, obsesiva al tiempo que lejana, de los Señores de la Instrumentalidad, gobernantes absolutos e invisibles.

Las historias futuras así concebidas se convierten en auténticos universos literarios que pueden contener todo lo que necesita un escritor para expresar sus ideas, sus inquietudes e interrogantes. Es más, los aficionados pueden engancharse a ellos cuando sus gustos sintonizan con los elementos que soportan la concepción del autor. Por otra parte, para éste disponer de un universo propio representaba la gran ventaja de no tener que diseñar uno nuevo para cada cuento o novela, con el agravante de que el espacio siempre limitado de la narración puede ser insuficiente para hacer un bosquejo mínimamente detallado. Cuando, por contra, el relato estáinmerso en un escenario previamente desarrollado, pueden darse muchos detalles por supuestos en la confianza que el lector fiel los conoce y aprecia. Aún más, si un texto de historia tiene por objeto, más allá de la mera enumeración de gobernantes y batallas, describir una civilización perdida en el pasado, una novela de ciencia ficción debe hacer lo mismo con la sociedad futura que postule como marco de unos hechos que por lo demás pueden ser convencionales. Salta a la vista que la estructura de una novela histórica no será muy diferente de una futurista, y que los mejores ejemplos de la literatura histórica, ficción y no-ficción, pueden usarse, y lo han sido, como modelo para la ciencia ficción (6).


III


Aparentemente, todo son ventajas. Pero no siempre es así. Si bien para Dios, según dice Santo Tomás de Aquino, el tiempo el algo que Él conoce en su infinitud, pues Lo ve como nosotros podemos contemplar un cuadro, el autor medio de ciencia ficción, y aun los más dotados, está lejos de poseer este atributo de la divinidad. Así, la primera consecuencia de abordar una historia futura es, naturalmente, el caos. Caos que asoma su fea nariz en las incongruencias que, quieras que no, primero asoman y después campan por las obras que ¡ay! deberían formar un todo homogéneo. Esto es evidente en Los Señores de la Instrumentalidad, cuyo análisis revela que, por mucho que se intente, las fechas que se atribuyen a ciertos hechos en unos relatos no pueden conciliarse con lo que se dice en otros.

Pero más irritante para el autor que este deslizarse hacia la irrealidad, sin duda, es ver como su creatividad queda coartada por la exigencia de la coherencia. ¿Cómo escapar de ellos? En los primeros años de su carrera, Robert A. Heinlein firmaba con seudónimo los relatos que no pertenecían a la Historia del Futuro para evitar confusiones, pero pronto se cansó de ello. Asimov, por su parte, no recurrió a ningún subterfugio, fiándolo todo a su capacidad de narrador riguroso y, aparentemente, triunfando. Y esto es cierto respecto a los hechos, pero no por lo que concierne al fondo, pues inevitablemente, la tecnología que soportaba a la Fundación en sus inicios acabó haciéndose obsoleta y contradiciendo abiertamente no sólo a la adjudicada al precedente Imperio (7), ¡sino que se nos aparece anticuada incluso comparada a la de hoy mismo!


IV


Como, al fin y al cabo, el escritor de ciencia ficción no es un profeta, debe aceptar estas cosas como gajes del oficio. Por otra parte, nuestros narradores son profesionales, cuando se ganan la vida con ello, y son por lo tanto vulnerables a seducciones que los aparten del recto camino del arte, como ocurrió con Frank Herbert.

Autor este de modesta fama, no pareció que la publicación serializada de Dune World en la revista Analog Science Fiction durante 1963 fuera a modificar su reputación, como tampoco su continuación The Prophet of Dune, aparecida también en Analog en 1965. La publicación de ambas novelas, reunidas en un sólo volumen con el título de Dune, no fue empresa fácil a falta de editorial que quisiera hacerse cargo de tan voluminosa obra con tan escasas perspectivas de ventas. Al final la pequeña empresa Chilton, de Filadelfia, realizó una primera edición de únicamente 2000 ejemplares en tapa dura. Después, la locura. Dune se convirtió inmediatamente en un libro de culto y agotó edición tras edición hasta más de un millón de ejemplares. Prueba de la marginación que sufría la ciencia ficción a mediados de lo sesenta es que, aunque durante 26 semanas consecutivas la obra de Frank Herbert fue el libro más vendido en los Estados Unidos, nunca figuró en ninguna lista de best sellers.

Y en esta última circunstancia encontramos el peligro supremo que acecha al autor cuya historia futura triunfa entre el público. Si bien Frank Herbert había planeado cuidadosamente lo que en principio pensó sería una tetralogía para que fuera vehículo de las ideas que quería trasmitir, y que el rigor de sus presupuestos se trasluce en los muchos paralelismos, a la par de diferencias, que Dune presenta con la Fundación de Asimov, a la postre su mismo éxito acabó traicionándole.

Pues el éxito, no lo duden, puede ser un veneno.


V


Claro que todo depende de cómo se tome. Larry Niven y Ursula K. Le Guin son autores exitosos, nadie lo duda, y buena parte de su fama, y sus ingresos, se basan en la serie del Espacio Reconocido y el ciclo de Hain, respectivamente, pero sus historias son eso, suyas, y sólo secundariamente pertenecen a una serie o historia futura. Cuando el lector se acerca a La Mano Izquierda de la Oscuridad, de Le Guin, o a Mundo Anillo, de Niven, lo hace porque son buenas obras de buenos autores, sin que sea necesario más argumento para justificar su compra. La visión histórica, implícita o evidente, es una ayuda, un recurso para conseguir la tan difícil coherencia interna de un relato, máxime cuando es de ciencia ficción, no un reclamo para su venta.

No es de extrañar entonces que las dos novelas citadas, ambas premios Hugo y Nébula, aparecieran en edición de bolsillo y que particularmente la de Niven tuviera dificultades para reeditarse a pesar de haberse agotardo rápidamente. Cabalgando sobre la cresta de la ola de Dune, los editores habían descubierto que la ciencia ficción podía ser un gran negocio, pero no en cualquier forma y estilo, sino dentro de una formula muy concreta: la novela de gran extensión encuadrada, a ser posible, en un saga o ciclo. Los autores que no se ceñían a este esquema podrían publicar, pero no esperar que las editoriales promocionasen sus obras. Es más, gracias al fenómeno paralelo de El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien, que hizo que la fantasía perdiera su consideración de marginal y pasase a ser una continua fuente de textos hipertrofiados y superventas, la ciencia ficción empezó a perder terreno en la consideración de los editores de literatura fantástica.

Así, mientras que en la segunda mitad de los años 70 surgían y se afianzaban autores como John Varley y George R. Martin, que, cada uno por su lado, hicieron que la mayoría de sus obras estuvieran vertebradas por su propio universo común, directos herederos de las historias futuras de Heinlein y Anderson, empezaban a sentarse las bases de lo que a principios de los 80 significó el uso y abuso del recurso que yo llamaría periodístico: no se trata ya de una novelística influida por la estructura y el contenido de la historia, sino de convertir en histórica a la sensación de un momento, cambiando la perspectiva de una reflexión distanciada por la excitación de la última moda.

En un fenómeno extraño al inexistente mercado de la ciencia ficción en España, los editores americanos comenzaron a apostar por la explotación exhaustiva de los títulos y autores de mejor venta, y, con el cebo de anticipos de siete cifras, consiguieron que los relatos que habían tenido un final lo perdieran, superando así la limitación divina que impide hacer que lo que fue no sea. En estas condiciones puede crearse una narrativa espuria basada en la atroz presunción de que el futuro es hijo del presente, cuando todo lo más es nieto bastardo del pasado.

La reanudación de la serie Fundación de Asimov es un ejemplo claro de esto. En su autobiografía póstuma (8), Isaac Asimov nos describe las presiones de los directivos de su principal editorial, Doubleday, para que retomase una historia a la que en su momento había dado conclusión. Lo hizo, y fue un éxito, y después escribió otra, y otra, y otra, y... es difícil adivinar qué hubiera pasado si la muerte no le hubiera alcanzado finalmente cuando aun pensaba que le quedaban años por delante (9), aunque él mismo reconociera que se había quedado sin ideas para una nueva y forzada continuación (10).

Sin llegar a los extremos de Arthur C. Clarke y sus continuaciones de Cita con Rama en "colaboración" con Gentry Lee, y reconociendo que encuentro motivos para disfrutar tanto de Los Límites de la Fundación de Isaac Asimov como de sus novelas posteriores, y aun a despecho de la aceptación del público general, que hizo del libro un best seller, y de los aficionados, que le otorgaron el Hugo, debo rechazar que el último motivo para que se escribieran fuera no la inspiración o el interés de autor, que sin duda fue el primero, sino dar a la luz un producto susceptible de explotación comercial, como bien lo indica la petición de la editorial a Asimov de que Los Límites de la Fundación, como las que la seguirían, fuera una novela de más que mediana extensión (11).


VI


¿Quién puede salir vencedor de esta lucha entre la búsqueda, por otra parte legítima, del beneficio, y la necesidad de una literatura digna? Fuerza es decir que la derrota de la segunda parece tan rápida y definitiva que hablar de lucha implica un optimismo desmesurado, cuando no ignorancia del hecho consumado que muestran las librerías. Al fin, el poder de las editoriales es tal que puede pensarse que el único recurso que le queda al escritor de éxito que se ve forzado a escribir una y otra vez la misma obra es aquel por el que optó Robert A. Heinlein a partir de El Número de la Bestia: convertir el relato en una orgía autoparódica.

Una nota de esperanza puede encontrarse en un hecho que en nuestro país pasa desapercibido, pero que es evidente en los Estados Unidos: que la ciencia ficción la forman las novelas pero la hacen los relatos. A falta de las revistas que puntualmente salen cada mes al mercado norteamericano, aquí se piensa que el cuerpo principal de nuestro género lo constituyen las novelas, lo que es cierto en cuanto al volumen y a la crítica, pero no en lo que se refiere a las ideas. Éstas nacen primeramente en los cuentos, y es en ellos donde se ensayan los estilos y enfoques que después pasarán a las obras de mayor extensión sólo si se demuestra que son válidos.

Ese mar de inventiva que son los relatos publicados en las revistas especializadas permanece desconocido para el aficionado de habla hispana puesto que carecemos de un medio que los reproduzca con continuidad, como lo fue, y no siempre, Nueva Dimensión. Como islas en ese océano literario, hay autores que siguen desarrollando sus historias del futuro en la escuela de Heinlein, Asimov y Anderson. Este último escribió en su ensayo The Discovery of the Past (12): Si no otra cosa, el pasado puede mostrarnos como muchos elementos totalmente imprevisibles siempre han interactuado en la conformación de la historia. Un pensamiento en las antípodas de aquellos que afrontan la ciencia ficción como un desafío por conseguir la actualidad y no como un análisis de las posibilidades del futuro y que, consecuentemente, están condenados ha sufrir a medio plazo igual olvido que el que ellos hacen de la historia, quedando, como tantos otros en el pasado, arrojados al margen del camino por fuerzas que quisieron ignorar pero que no les ignoraron a ellos.


Así, una cosa que hemos aprendido
de la historia es que juega con
bazas inesperadas.

Poul Anderson
The Discovery of the Past


Notas


1. Domingueros espacio temporales por Juan Manuel Santiago. Núcleo Ubik nº1, p.34. Madrid, Octubre de 1994.Vuelta

2. ASIMOV, Selección-1, pp. 139 y 140 Bruguera. Barcelona, 1975. Vuelta

3. La edad de oro de la ciencia ficción I por Isaac Asimov (recopilador). pp 275 y 276. Martínez Roca, Barcelona, 1976.Vuelta

4. Historia del Futuro 1 por Robert A. Heinlein, p.12. Acervo, Barcelona, 1980. Incidentalmente, Neil R. Jones ya había hecho lo mismo en los años 30. Pero autor menos vigoroso que Heinlein, quizá más sutil, la naturaleza de su trabajo pasó desapercibida a sus contemporáneos. O quizá aún no era el tiempo para la idea de la historia del futuro.Vuelta

5. Los grandes Imperios Galácticos por Carlos Sáiz Cidoncha. NUEVA DIMENSIÓN nº 141, p. 141 Ediciones Dronte, Barcelona, 1982.Vuelta

6. El patrón que Isaac Asimov admite haber usado para Fundación es Declive y Caída del Imperio Romano de Edward Gibbons.Vuelta

7. Asimov y Clarke: Coherencia Argumental vs. coherencia tecnológica por Rodolfo Martínez. MASER BOLETÍN INFORMATIVO nº 1, p.9. Madrid, Abril 1988.Vuelta

8. Memorias por Isaac Asimov, pp 388-390. Ediciones B, Barcelona, 1994.Vuelta

9. Memorias por Isaac Asimov, pp. 462 y 463. Ediciones B, Barcelona, 1994.Vuelta

10. Memorias por Isaac Asimov, pp 440 y 441. Ediciones B, Barcelona, 1994.Vuelta

11. Memorias por Isaac Asimov, p. 404. Ediciones B, Barcelona, 1994.Vuelta

12. Incluido en Past Times por Poul Anderson, p.137. Sphere Books, Londres.Vuelta


Apéndice: También la ciencia ficción española


También en la ciencia ficción española se ha empleado el recurso de la historia futura, aunque es más raro que se aborde de forma explícitamente histórica. El ejemplo más antiguo lo constituye la saga de los Aznar de Pascual Enguídanos, quién inició en los años 50, dentro de la colección Luchadores del Espacio de Editorial Valenciana, la publicación de un ciclo de novelas aparecidas bajo el seudónimo de George H. White que arrancando en el presente llegarían, en su prolongación escrita ya en los años 70, a millones de años en el futuro, en un despliegue de imaginación que aún nos asombra.

A principios de los 70, Angel Torres Quesada, que firmaba como A. Thorkent en la colección La Conquista del Espacio de Editorial Bruguera, da a la luz la serie del Orden Estelar que, inicialmente centrada en la reconstrucción de una civilización galáctica tras la catastrófica caída del Imperio Terrestre, y planteada como estrictamente cronológica, al igual que la obra de Enguídanos, pronto las trabas e imposiciones convertirían en algo más desordenado y, paradójicamente, más rico, abarcando épocas anteriores y posteriores en un empeño literario notable y aún inconcluso.

Más penoso es saber que las historias de Carlos Sáiz Cidoncha que nos faltan no es que estén sin escribir, sino que no han encontrado editor. Así hemos de conformarnos con las novelas Antes del Imperio y La Caída del Imperio Galáctico y el relato Los Amantes de la Nebulosa como avances de lo que habría de ser la historia de la construcción de la hegemonía humana en la galaxía a través de un imperio y su posterior derrumbe em medio de luchas civiles.

Finalmente podemos pasar de las historias futuras parcialmente inéditas a las hasta ahora totalmente desconocidas, como las creadas por Guillem Sánchez y Eduardo Gallego, por una parte, y Rodolfo Martínez, por otra. Este último me ha hecho llegar detalles de sus planes, y puedo decir que de cumplirse sus intenciones, y publicarse el buen puñado de relatos y novelas que ya tiene redactadas, alumbrará una obra comparable en su conjunto a las mejores.



Publicado originalmente en El Fantasma vol.8 (julio 1995)

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