El Barroco en México: Palacio de los Condes de Santiago de Calimaya.
" Este, que ves, engaño colorido,
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido..."
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Sor Juana Inés de la Cruz.
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Más o menos hacia mediados del siglo XVII, se comenzaron a manifestar renovadores cambios en la arquitectura de la ciudad de México. Obedeciendo a una tendencia de carácter universal, se produjo una tensión entre los arquitectos conservadores y los de vanguardia de aquella época; esto es, entre quienes todavía consideraban válida y vigente la arquitectura manierista y entre aquellos que, buscando una mayor riqueza de expresión, comenzaron a desarrollar y a incorporar en sus obras los nuevos elementos barrocos prefigurados en la poesía de la época.
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Es así como en este siglo se inicia la producción importante de la arquitectura barroca. Durante este período, hasta cuyo inicio la arquitectura se expresara de una manera más bien sobria, con tendencias clacisistas arraigadas en el barroco español, el nuevo estilo adquiere madurez; llegando finalmente, en el siglo XVIII, hasta su máxima expresión en las formas del churrigueresco. Hasta este momento, los teóricos tuvieron una concepción del barroco muy general; todavía se pueden encontrar perfiles rectos y entrepaños sin decorar; solo las alteraciones más obvias del arte clásico habían sido tomadas en cuenta, como la utilización de columnas salomónicas, pilastras estípites; cornisas de amplio movimiento, vanos mixtilíneos, frontones rotos y profusa ornamentación.
Desprendiéndose del refinado culteranismo de la poesía que le fue contemporánea, el arte barroco en la arquitectura, la escultura, el labrado de maderas y la orfebrería nunca pretendió ser entendido por la razón ni por la inteligencia, sino por los sentidos; buscando fuertes efectos emocionales en el espectador.
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En el barroco mexicano surge la voluntaria alteración en las proporciones de los elementos arquitectónicos; la multiplicación y realce de las formas en los arcos, la incorporación en los frontones de abundantes, irregulares y realzadas molduras. La columna se convierte en pilastra exhuberantemente ornamentada; se decoran todos los entrepaños; las líneas se rompen hasta el infinito, y la talla y la escultura se convierten en elementos decorativos definitorios de la fábrica de los edificios.
Las manifestaciones artísticas producidas en la Nueva España desde mediados del siglo XVII hasta finales del siglo XVIII son barrocas; pero, de acuerdo a las características de cada una, presentan modalidades muy particulares. No es posible una clasificación del barroco, ya sea por su tipología o esquemas determinados, pues el barroco precisamente se caracteriza por la diversidad de sus formas y un creador ejercicio de la libertad para la composición de éstas; lo que en México y otros territorios de la Nueva España se manifestó respondiendo a circunstancias sociales específicas.
Lo que merece destacarse como muy significativo es el hecho de que la arquitectura barroca surgió y triunfó en el territorio americano gracias a la consolidación de la cultura criolla y al nacimiento de un sentido de arraigo y nación. Al analizar las formas, hay que añadir una referencia a sus creadores, a los arquitectos que dieron vida y sentido a esos artificios, y que hicieron posible el surgimiento de una arquitectura barroca mexicana.
La arquitectura religiosa y civil de nuestra capital siguió los cambios favorecidos por la prosperidad creciente del virreinato. Los conventos y mayorazgos criollos tuvieron residencias cada vez más ostentosas, las fortalezas se convirtieron en grandes palacios, los que lucían desde la fachada los escudos y armas de sus propietarios para revelar su riqueza y su importancia.
Sucedió así con el Palacio de los condes de Santiago de Calimaya, del cual no se sabe con exactitud cuando fue iniciada la construcción; pero es probable que haya sido en el año de 1528. Su primer propietario fue el abogado Juan Gutiérrez Altamirano, originario de Salamanca y emparentado con Hernán Cortés; quien fundado el mayorazgo que culminó en condado; habiendo recibido en encomienda los pueblos de Calimaya, Metepec y Tepemeyalco; y además llegando a poseer posteriormente Coyoacán y Tacubaya se estableció en la ciudad de México, ubicando su casa en la gran calzada de Iztapalapa, en contra esquina de la iglesia en cuyo anexo se halla el Hospital de Jesús; hoy la calle de Pino Suárez, con número 30, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Esta casa debió caracterizarse durante los siglos XVI y XVII por su solidez y el derroche en su construcción además de la gran superficie que ocupaba. La primera residencia, de estilo plateresco, sufrió hundimientos y averías; por lo que en aquel entonces, los arquitectos Lorenzo Rodriguez y Cayetano de Sigüenza hicieron un reconocimiento a la casa dictaminando que ésta se encontraba en pésimo estado; por lo cual se ordenó su demolición para erigir ese mismo lugar el actual palacio que ahora disfrutamos; conservándose de la construcción antigua únicamente los escudos heráldicos, el de armas, y la cabeza azteca de serpiente que se encuentra adosada en el basamento en la esquina que conforman las dos fachadas: "como si surgiera de la tierra, a sostener sobre sus fauces inmortales, la carga del virreinato." - comenta Salvador Novo.
A finales del siglo XVIII, se construyó el palacio que actualmente existe, por el gran alarife Francisco Antonio Guerrero y Torres, y también por el cantero Bartolomé Coronado:
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" ..labrar de cantería
las casas que vos el dicho licenciado tenéis en ésta dicha ciudad,
en la calle del Hospital que va a Ixtapalapa, una portada de las dichas conforme a una traza
y pintura que tengo que dar a vos"
... quienes fueron contratados por el Sr. Manuel Lorenzo Gutiérrez Altamirano, séptimo conde de Santiago, y dando como resultado, sin duda alguna, la culminación con gran destello de la última manifestación barroca construida en la Ciudad de México. El arquitecto Guerrero y Torres sintetizó todas las corrientes arquitectónicas que tenía nuestra capital en aquel entonces y, con gran claridad, supo interpretar el gusto y refinamiento de la clase criolla dominante.
Se preocupó por el diseño y composición de las fachadas y por la organización interior; restituyó el uso de las columnas y de las pilastras, e impuso en este edificio un nuevo sentido a la decoración ornamental, trasformando los espacios y realizando así una de las mejores síntesis del barroco mexicano.
De gran carácter y personalidad ésta casa es construida en dos plantas. No tiene entresuelo y a ello se debe la belleza de su fachada, revestida de tezontle, con decoraciones mixtilíneas y nobles gárgolas en forma de cañón. En la esquina que forman las fachadas principal y lateral se encuentra empotrada ya se dijo - una cabeza de serpiente, originalmente tomada del Coatepantli del Templo Mayor.
El primer nivel es una combinación de puertas y ventanas que se prolongan a lo largo de la fachada; ya que originalmente estas fueron accesorias arrendadas a particulares. Los marcos de puertas y ventanas son de piedra.
En el piso segundo, el ritmo de la composición arquitectónica cambia; dominando el área de macizos en relación con los vanos y solo se interrumpe por el enmarcamiento del segundo cuerpo de la portada, del que sobresalen el balcón principal y los secundarios, los cuales tienen barandales de hierro forjado. Sobre el tezontle se dibujan con gran belleza los típicos encuadramientos de los vanos, jambas prolongadas hasta las cornisas, y en el centro de su fachada las columnas clásicas alternan con cordones ondulados.
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El portal es de dos cuerpos, y en el primero está la puerta con un arco mixtilíneo, flanqueada por un par de columnas con capiteles jónicos a cada lado.
El portón de esta residencia es espléndido y quizá de lo más hermoso que pueda ostentar un portón: tallado en madera, importado de Filipinas, ornamentado con motivos heráldicos que sostienen los escudos de los Castilla, Velasco y Mendoza. "Sus cercos y peinazos
- señala el Marqués de San Francisco - son fuertes y toscos, pero están profundamente adornados con tallas de estilo barroco de bastante finura
No hay superficie en ésta puerta que no esté adornada con tallas, ya representen éstas las armas de Velasco y Altamirano, ya figuren en ellas trofeos de guerra, bichas, aspas y florones."
En el segundo cuerpo de la portada se abre un balcón que ostenta columnas pareadas con capiteles corintios y remates desmesurados sobre el entablamiento. La cornisa se enrolla en dos volutas, cada una con una escultura de niño encima, para dar lugar al escudo cuartelado, de mármol en relieve. El interior de la casa ostenta un arco en el zaguán que nos conduce al patio principal, amplio y lleno de luz.
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El patio principal tiene forma cuadrangular; está limitado por arcos de medio punto de dos niveles además de contar con amplios corredores en tres de sus lados. En las enjutas aparecen los escudos de las familias emparentadas con la casa de los Condes de Santiago; sobre ellas, las gárgolas interiores del patio "con sus grotescos mascarones, que por no morirse de nostalgia, tienen la misión de recoger el agua de las azoteas, entretenerse con ella y abrir la boca para arrojarla a las baldosas con estrepitoso ruido."
Los soldados de piedra - "con casco y lanza", que estaban en el pretil de la azotea para memorar la prerrogativa otorgada por decreto del Virrey a los condes de Santiago para poseer una guardia personal, fueron quitados de su lugar posteriormente y enterrados en el patio de la casa: "es fama que al prescindir de ella el conde por falta de fondos, su yerno don Ignacio Leonel Goméz de Cervantes los mandó poner de busto, con excepción del de la esquina que era de cuerpo entero, pagando por esto una pensión en las cajas reales."
Este patio cuenta con una fuente que se localiza en el muro contrario a la escalera principal; su forma es de tazón de medio punto y va empotrada en el muro; el pedestal se conforma por una sirena de dos colas montada en un delfín, mostrando una concha a sus espaldas, y tocando una guitarra.
La escalera principal está en el corredor norte, arranca bajo un arco de piedra trilobulado que ostenta enjutas con ornamentación vegetal. Tres rampas dan acceso al segundo nivel; la principal se encuentra franqueada por un león y un jaguar esculpidos en cantera. Los peldaños de las escaleras son también de cantera; y los barandales, al igual que los de los pasillos del segundo piso, son de hierro forjado. Un arco mixilíneo remata el desembarque de la escalera; que a diferencia del primer nivel, está enmarcado con pilastras molduradas. Los dormitorios estaban ubicados en torno a los patios y tenían comunicación contigua.
La familia vivía en la planta alta, profusa de macetas y tibores, con plantas y flores en sus barandales y corredores. Al terminar la escalera, a mano derecha se encontraba el despacho y el archivo del conde; las restantes habitaciones eran utilizadas para guardar vajillas, despensa, cocina, cuartos de las cocineras, amas de llaves, damas de compañía, y otras personas allegadas.
La capilla doméstica está compuesta por dos espacios, el primero es la sacristía, localizada a un costado de la escalera principal, y el segundo estaba ocupado por la propia capilla doméstica. Su acceso es a través de una rica portada de estilo barroco con arco mixtilíneo, de molduras móviles, follaje rococó y columnas sobre pedestales en las que se hallan esculpidos dos niños a manera de atlantes. La portada está rematada por una venera dedicada a Carlos III, en 1816.
Las dimensiones interiores de la capilla son pequeñas; en su interior se conservan dos reclinatorios, pinturas de la época y un altar tallado en hoja de oro. Su cúpula es octogonal y sobre las pechinas se abren óculos que dan luz al interior.
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El salón principal - llamado "del dosel", porque en él presidía, bajo rico baldaquín de damasco encarnado, el retrato del monarca reinante con un sitial de caoba debajo a manera de trono. - se localiza del lado de la fachada principal, con la entrada por el corredor superior poniente; es un espacio amplio en el que se desarrollaban las actividades sociales más importantes de la familia. Llamado también "el gran salón", y no menor a 22 m. de longitud, albergaba el estrado más grande de las casas señoriales de aquella época. Dice Federico Mariscal: "separaban el estrado del resto de la inmensa cámara, unas columnillas de madera con capiteles corintios y unidas por un armazón de madera que en el intercolumpio central tiene la forma de un arco trilobulado, y que servía para colgar de él un cortinaje."
A un lado y otro de la escalera en la planta baja se localizaban las habitaciones del portero y de los caballerangos. Las áreas de servicio estaban en el traspatio, donde se ubicaban la cocina, los baños y las habitaciones de los sirvientes, además de las caballerizas, lugar para guardaban los forrajes, los arreos de montar y las guarniciones para el coche. Las cocheras se hallaban al fondo del patio. En la actualidad este patio se encuentra cubierto por una gran losa y un plafón de madera, siendo utilizado en estas condiciones para sala de conferencias y representaciones teatrales.
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En la parte superior de la casona, se encuentran construidos dos cuartos, mandados a hacer por el pintor campechano Joaquín Clausell casado con la hija mayor del Conde de Santiago de Calimaya. Este los utilizó como su estudio o taller, un lugar que le sirviera de refugio y de reunión.
Clausell conoce al pintor Gerardo Murillo "Dr. Atl", el cual lo incita a pintar, y entre la abogacía y la pintura pasa su vida, por lo cual encontramos una gran cantidad de obra "informal" en las paredes de su estudio; la gran mayoría de esta obra no tienen ni firma ni fecha; y aunque este sea posiblemente el resultado de una actividad informal de distracción, en ella Clausell siempre se expresó con gran espontaneidad; el color en sus pinturas es rico pero recio, sus formas son vigorosas pero no exentas de sentimientos, llenas de intimidad y bañadas de una penumbra misteriosa apenas rota por unas cuantas manchas de sol.
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El estudio era un lugar con amplias ventanas hacia el paisaje del sur e inmensas paredes que le sirvieron de espacio para la creación de la obra mural que hoy vemos. La composición de las pinturas en los muros responde a una fragmentación - superposición de recuadros de diferentes dimensiones, con criterio de caballete. Aquí Clausell se sintió con la libertad de pintar lo que quería y donde quería; por eso encontramos una gran cantidad de imágenes sin secuencia. Este aparente desorden revela una sensació de la incertidumbre constante que lo rodeaba, figura también sus anhelos, pensamientos y sueños interiores; la utilización de los muros por el artista otorga al lugar un sello muy personal. No se sabe cuando comenzó a pintar las paredes, ni por cuanto tiempo; pero es evidente que lo hizo durante varios años.
El palacio de los condes de Calimaya es, sin duda alguna, una de las edificaciones más importantes de su época, no solo por la magnificiencia de la obra arquitectónica, sino porque gracias a ella nos transportamos en el tiempo y podemos atisbar la vida aristocrática de su tiempo. Declarada monumento nacional en 1931 por el D.D.F., y adquirida por ésta Dependencia en el año de 1960, la casona se ha sido habilitada para instalar en ella el Museo de la Ciudad de México. La obra de restauración y adaptación estuvo a cargo del Arq. Pedro Ramírez Vázquez, siendo su apertura al público en el año de 1964. El palacio vuelve a cerrar sus puertas en 1993 para ser remozada por el arquitecto Ricardo Legorreta. Actualmente se realiza un proyecto de restauración a cargo del arquitecto Constantino Lameiras y una reestructuración museográfica bajo la dirección de María Amparo Clausell, nieta del pintor impresionista.
El antiguo palacio contiene la suma de las características, el ambiente y el transcurrir de una época digna de atención en donde la vida del pueblo, aún excluido de la vida palaciega, es personaje central en sus variadas manifestaciones: el hombre en el espacio y su espíritu en el tiempo, la ciudad como común denominador de la historia desde la época prehispánica hasta nuestro tiempo, desde el Calmecac hasta la del presente. Cada época de la ciudad ha tenido distintas aristocracias; sin embargo, ante el devenir de los cambios sociales y la caída o decadencia de las familias de los poderosos, la ciudad como ente vivo resguarda para sí aquello de valor que ha constituido parte de su historia y forma ya también parte de su heredad para el futuro.
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