PEDRO AGUIRRE CERDA.
UNA MIRADA A SU LEYENDA.
Sebastián Jans
En
el aniversario de
Introducción. Un
desafío personal de alta significación, ha resultado enfrentar esta
Plancha, considerando que se trata de un trabajo a presentar en una
Tenida de Aniversario, ocasión en que se asigna tal responsabilidad a
un miembro del Taller, para hacer una exaltación a la memoria y a la
historia de Más aún, constituye una desafío importante, cuando la reflexión busca dar una mirada a su leyenda, desde la altura que permita el análisis superior de contenidos éticos en la acción pública ciudadana, que sirvan de referencia conductual a quienes hoy, enfrentados al servicio público desde la condición de iniciados, puedan sacar sus propias conclusiones y acervos, a partir de la enseñanza que arroja el ejemplo y la referencialidad conductual de quien otorga el nombre y la reivindicación ilustre que asume esta Respetable Logia en su nombre. No es la intención desmistificar su leyenda, porque no es lo que masónicamente corresponde. La idea es reflexionar sobre ella, explicársela de alguna manera, y dejarla allí, como elemento de reflexión, respetando todos sus alcances. Agradezco la oportunidad de asumir el desafío, y, ojala me otorguéis vuestra compresión y dispensa, si mis argumentos no estuvieren en el nivel que una ocasión memorable como esta lo amerita. Una primera definición. Etimológicamente, se entiende como leyenda a aquel relato que pone de manifiesto ciertos sucesos o personajes, que llegan a constituir cierta visión tradicional, trascendente o maravillosa, y que pueden estar basados en eventos históricos, magnificados por la recurrencia en la memoria colectiva, o producto de la imaginería popular. Claramente, en una leyenda la precisión histórica pierde relevancia, porque, lo que quiere resaltarse es la intención moral o espiritual, conteniendo casi siempre un núcleo de cierto perfil histórico, el cual se ha ampliado en mayor o menor grado con episodios imaginativos, por efectos de contaminación. La presencia de esta contaminación obedece a la evolución imaginativa, que puede provenir de motivaciones involuntarias, como errores, o interpretaciones antojadizas, o son resultado de la sugestión a raíz de un hecho sobrecogedor. También puede obedecer a la acción consciente de las personas que, por razones interesadas o puramente estéticas, alteran el embrión original del relato. Muchas leyendas tienen su raíz en las creencias religiosas, pero, también están aquellas de raigambre profana, secular o laica, según el tema del cual traten. Pueden haber sido inicialmente eruditas y haber adquirido una condición vulgar producto de su radicación en el inconsciente colectivo. Recordemos que la visión junguiana del inconsciente colectivo tiene que ver con esa especie de lenguaje común de los seres humanos, de todos los tiempos y todos los lugares, cuya simbolización expresa contenidos psíquicos que están más allá de la razón argumental, y que, en lo fundamental, son ideas y recuerdos que pertenecen al colectivo de un grupo humano y que son fruto de los recuerdos acumulados tras las experiencias de innumerables generaciones En el contexto masónico, una leyenda viene a ser un elemento simbólico cuyos caracteres y alcances tienen por fin la elevación espiritual, un propósito docente que apunta al estímulo de los mejores valores que hacen posible una idea de redención frente a la ignorancia y el error; es un modelo que se debe imitar por su pureza ejemplar, por su referencialidad valórica, que constituye un paradigma para quienes la reciben y la discurren. El desafío que nos hemos planteado, es dar una mirada política a la leyenda de Pedro Aguirre Cerda, porque le reconocemos hoy esa condición en el inconsciente colectivo de lo chileno, y al darle una mirada política, queremos hacer del paradigma de su leyenda, un elemento concurrente a lo que constituye lo cotidiano de nuestro transcurrir social, en el ahora, en el próximo mañana. Es decir, hacer de su leyenda un instrumento para la determinación de conductas concretas en el hacer político, en una sociedad sometida a profundas tensiones, donde la realidad replantea los desafíos históricos generados por las contradicciones recurrentes entre la sociedad política, la sociedad mercantil y la sociedad civil. Una leyenda
masónica, ciudadana y popular. Sostenemos la premisa de que Aguirre Cerda, figura consular de la historia chilena de la primera parte del siglo XX, es una leyenda masónica, ciudadana y popular. Masónica,
porque aquellos iniciados que han seguido su legado, han encontrado en
su ejemplo un indiscutible perfil masónico, que señala los desafíos y
las conductas que deben ser seguidas por el masón, tanto en lo mural
como en lo extramural. Ese legado adquiere los elementos propios de lo
legendario, cuando su nombre aparece recurrentemente en los testimonios
orales y escritos de su paso por Ciudadana, porque aportó una idea de sociedad, de democracia y de gobierno, que marcan un momento de inflexión en la gestión gubernativa, que viene a proponer una incorporación creciente de todos los sectores de la sociedad en el ejercicio republicano. Esa nueva visión sobre la cuestión pública ha dejando una profunda huella en la memoria colectiva de nuestra sociedad. De una manera importante, la idea de lo civil en la cosa pública adquirió una dimensión determinante, que ahuyentaría por muchos años todo atisbo de cuartelazo militar, factor que era y sería recurrente en América Latina. Comprobamos también que es una leyenda popular, porque, como muchos grandes hombres, traspasó la puertas de la historia y de su vida, para anidarse en el sentimiento popular durante gran parte del siglo XX, y cuyos efectos aún se dejan sentir para quienes recibieron directamente su legado. En la memoria colectiva, la imagen de PAC está asimilada en los íntimos quereres del sentimiento popular, y nuestros padres y nuestros abuelos nos lo hicieron llegar con el buen recuerdo y el reconocimiento, como un paradigma, como un ser humano de condiciones especiales, que expresaba cierta imagen paternal, una intensa pasión, la sensible bonhomía y la evidente sapiencia. Cuanto más vinculada a los pobres es la radicación de su leyenda, más profundos y arraigados son sus alcances. ¿Qué
factores influyeron en ese aquerenciamiento con su figura? Tal vez, lo
que primero pueda considerarse, son aquellos rasgos comunes a los
hombres de clase media de origen autóctono, una imagen muy cercana al
pueblo. Su tez era morena, su tamaño medio, su apariencia campesina:
“un negro”, como despectivamente lo llamó el liberal Gregorio
Amunategui. En efecto, su tipo era distante al rasgo europeo, que tenía
la clase política recurrentemente en sus personeros desde los días de En contradicción con ese prototipo, Don Pedro era “un negro” sencillo, franco, amistoso. Sus ojos bailaban con esa pícara expresión del hombre de pueblo, luciendo trajes cruzados sin la gallardía de la estampa patronal. Sus gruesos mostachos eran un desafío al atildamiento aristocrático de la época. El pueblo le puso como apelativo “Don Tinto” para remarcar su naturaleza morena, aún cuando la aristocracia peyorativamente trataba de vincular ese apelativo al consumo etílico. Como orador era a veces errático, lo que aumentaba la simpatía popular, aspecto que acrecentaría su leyenda. Baltasar Castro contaría que tuvo equívocos memorables, los que lejos de producir repudio, lo enquistaban más en el sentimiento de las gentes humildes, como cuando en la concentración a teatro lleno que lo recibió en Arica, subió al podio, y esperó que todos se callaran, y abrió su discurso diciendo: “¡Pueblo de Arequipa!”. Lejos de reprobar el error, los humildes irrumpieron en aplausos y jolgorio, superando la incomodidad de los más refinados políticos presentes. Para los sectores populares, el rostro y el porte de PAC, les daba esa sensación de familiaridad, de cercanía, de referencialidad afectiva, aspecto que considero decisivo en la formación de su leyenda. Como la esfinge morena de Juárez llega a ser prototípica del relato étnico-nacional mexicano, la esfinge de Aguirre Cerda podemos decir que es congruente con el relato étnico-nacional chileno, produciendo una integración en el inconsciente colectivo respecto de los distintos elementos que se fusionan para determinar lo chileno. Entonces, la leyenda habla de un hijo de una sencilla familia de agricultores aconcagüinos, de un hombre esforzado, tranquilo, prudente, recto de actitudes, profundamente chileno, un propulsor de grandes ideas, un realizador de objetivos, cercano a la gente, sincero de palabras. Una especie de padre para todos los chilenos de su tiempo. Un hombre que vislumbró el rol de la educación como tarea nacional. Su lema en la campaña presidencial parece apuntar a lo más sensible de los problemas de millares de chilenos, del tiempo en que le toca actuar: “Pan, Techo y Abrigo”. La gestación
de su leyenda. El
25 de octubre de 1938, hace 68 años, Aguirre Cerda fue elegido
Presidente de Como
es de vuestro conocimiento, el Frente Popular fue una experiencia que
tuvo sus expresiones exitosas en tres países en el hemisferio
occidental: Francia, España y Chile. Su génesis se encuentra en el
abandono de las concepciones rupturistas de los Partidos Comunistas
afiliados al Komintern o Internacional Comunista, liderada por el PC de Sabemos que el acceso del Frente Popular al poder en España, fue una de las varias causas de la guerra civil. La experiencia en Chile, en tanto, será determinante en la instauración del modelo de Estado de Bienestar, que terminaría destruido por el régimen de Pinochet, que impulsó el modelo neo-liberal. Los análisis sobre la experiencia del Frente Popular en Chile, creo que son conocidos por todos los presentes, pero, quisiera poner énfasis en algunos aspectos de lo que fue su propuesta programática: “Mantenimiento y defensa del régimen democrático, restaurando las garantías individuales y respetando todos los derechos; correcta generación de los Poderes Públicos, mediante la libre expresión de la voluntad ciudadana; supresión de las leyes represivas de carácter político; respeto a todo credo político, social y religioso”. “Planificación de la economía nacional, en forma de incrementar la producción minera, industrial y agrícola; legislación sobre empresas imperialistas; supresión de los monopolios; revisión del pago de la deuda externa”. “Reforma
educacional; continuidad de la educación hasta “Perfeccionamiento de la legislación laboral; legislación para los trabajadores agrícolas, parceleros y pequeños propietarios; perfeccionamiento de la reglamentación sobre la jornada de trabajo”. La obra del gobierno de Aguirre, por su brevedad, no fue tan efectiva en términos de gestión, como lo fueron sus logros políticos, en tanto fueron solo tres años, que culminaron abruptamente con la muerte del Presidente (noviembre de 1941) aquejado de una violenta tuberculosis, mal que en esos años no tenía cura. Desde
el punto de vista político, se señalan dos grandes logros para su
gobierno: la contención del fascismo, que como en muchas partes del
mundo, en Chile venía en alza, robusteciendo la democracia chilena; y
la creación de Pero, hubo otros logros: se aumentaron las matrículas en los tres niveles de la educación; se construyeron hospitales, se crearon “restoranes populares” para mitigar la pobreza, los que llegaron a atender a 1.245.506 personas en tres años. Contreras Labarca, entonces líder del Partido Comunista, señalaría como logros esenciales de su corto gobierno: restableció las libertades democráticas, derogó los decretos que disolvían los sindicatos obreros del cobre y el salitre, favoreció el aumento de los sindicatos, devolvió sus cargos a los profesores exonerados, vetó la ley que ilegalizaba al Partido Comunista, dio amparo a los españoles y judíos perseguidos por el fascismo. No se avanzó sustancialmente en la aspiración campesina de reforma agraria, aunque se trabajó en la colonización y en la adjudicación de propiedades a los indígenas. En el plano salarial, promovió las mejoras de los sueldos, sobre la base de financiarlos a partir de las utilidades de los patrones. A
través de una Ley de Reconstrucción y Auxilio, se enfrentó la caótica
situación generada en el sur del país, debido al devastador terremoto
de Chillán, poniendo en marcha un decisivo plan de ayuda para ese propósito,
que se complementó con la puesta en marcha de En lo relativo a la afirmación de nuestra nacionalidad, dedicó especial esfuerzo en el reconocimiento a la figura de Bernardo O´Higgins, el que hasta entonces había estado relegado a un segundo plano, producto de las odiosidades aristocráticas prevalecientes. Se dotó a las Fuerzas Armadas de material renovado y se otorgaron beneficios a quienes cumplían la conscripción. En el ámbito internacional, Chile fijó los límites de su territorio antártico, el 6 de noviembre de 1940. A
pesar de haber conjurado el peligro del militarismo y el fascismo, el
gobierno de Aguirre igualmente se vería enfrentado al riesgo del
cuartelazo militar. Provino de una conspiración dirigida por el general
Ariosto Herrera. El que fuera su Ministro de Salubridad, Salvador
Allende, sería testigo de la firmeza de ánimo del Presidente Aguirre
Cerda, para enfrentar la conjura, episodio que será ejemplarmente
determinante en la conducta que aquel tendría para enfrentar una
situación similar años después. Allende traería a colación el
hecho, en más de una oportunidad, recordando cuando ese “Presidente
moreno, de figura campesina” señalaría a los emisarios de los
conspiradores que estaba allí, en Factores que
inciden en su leyenda. Un factor determinante para la exaltación de Aguirre Cerda a su condición legendaria, lo constituye la encrucijada histórica en que surge su liderazgo y se proyecta como una figura nacional. Es la encrucijada en que se derrumban el relato nacional-militar y el relato oligárquico, producto de la crisis económica de 1929, y emergen nuevas alternativas frente a las incitantes seducciones del autoritarismo, que el militarismo y la aristocracia insuflaban ante el desorden social. En la apuesta política que se sintetiza en la figura de Aguirre Cerda, se expresa la conjunción de dos relatos cívicos: el relato social reivindicativo y emancipacionista de las clases desposeídas, y el relato cívico-nacional mesocrático. De este modo, frente al autoritarismo oligárquico, representado paradigmáticamente en las figuras de Alessandri y Ross Santa María, y frente al autoritarismo militarista con alcances filofascistas, representado paradigmáticamente en Ibáñez y González von Marees, Don Pedro se levanta representando el pulso democrático, civil y social que le exalta al liderazgo nacional. Es una encrucijada histórica que arrastra las intensidades de las luchas sociales de los proletarios, la emergencia del estatismo y su responsabilidad gestora del bienestar, la conjunción del relato democrático epopéyico, en el cual no está ajeno la influencia anímica de la sangrienta guerra civil española, que tendrá un efecto emocional significativo, aún en el propio Aguirre. Recordemos el relato de Neruda, en sus memorias[1], cuando narra su encuentro con el Presidente, que será determinante para la contratación del “Winnipeg”: “Don Pedro Aguirre Cerda me recibió con afecto (y dijo) – Sí, tráigame millares de españoles. Tenemos trabajo para todos. Tráigame pescadores; tráigame vascos, castellanos, extremeños”. Pero, sin duda, hay tres componentes que inciden de un modo decisivo en el perfilamiento legendario de su memoria: el reconocimiento en torno a su conducta social; el reconocimiento en torno a su conducta democrática, y el reconocimiento en torno a su conducta ante los credos. En
el primer aspecto, las distintas corrientes del espectro político
chileno, reconocieron una preocupación social en su legado, que encontró
una común convocatoria entre los que podían dar y entre los que debían
recibir. Un informe de Contribuyó
a introducir la idea de que la acción política no solo tiene que ver
con el adecuado y conveniente manejo de los asuntos públicos, sino que,
tiene que tener una nítida orientación hacia una idea de sociedad y
una idea de país. Hay un sueño de país que se hace carne en su acción
política, no solo en el momento en que accede a Sabemos
que, a pesar de provenir de una familia católica practicante, a los 27
años Don Pedro ingresó a A estos tres aspectos hay que considerar un elemento emocional ineludible: su abrupta muerte, que dejó en el pueblo, en los más humildes, la sensación de aquello que quedó trunco, de aquello que no pudo ser, porque se fue con el cuerpo de aquel que les había ganado su corazón, porque les había respetado, como quizás ningún gobernante anterior lo había hecho. La repentina muerte del Presidente, a semanas de cumplir recién tres años de gobierno, constituyó el ancla definitiva para sedimentarlo en el afecto, en la idealización y en la memoria de los pobres. Las clases
medias y su contribución a la leyenda. En Aguirre Cerda se ven representadas dos visiones sobre el rol de las clases medias, y que responden a percepciones que tuvieron un efecto colectivo en la acción política, de un modo determinante. Por un lado, el protagonismo político que alcanzan las clases medias, a partir de 1925, y el fin de la república parlamentaria, que estuviera dominada por la oligarquía terrateniente. Las clases medias, a partir de los años 1920, se consolidan como un sector social determinante en la política nacional, gracias a que en su seno se había desarrollado la inteligencia nacional, haciéndose depositaria del necesario relevo en el control del gobierno, ante la ineficiencia de la clase propietaria para conducir al país ante los nuevos desafíos de la realidad, y como insustituible para desarrollar el Estado, en un país que estaba sometido a las necesidades propias del siglo XX. Con Aguirre Cerda, la mesocracia retoma el liderazgo socio-político, que había perdido bajo el segundo gobierno de Alessandri Palma, quien se vinculara estrechamente a las clases propietarias, al punto que su propuesta de continuidad del régimen sería la candidatura del magnate Gustavo Ross Santa María. La mesocracia tuvo la particularidad de tomar el control del país, acogiendo la diversidad del Chile de entonces. Por primera vez, se sintió la sensación de que ser chileno no era solo la pretensión hegemónica de los dueños del país, sino que una nominación que daba pertenencia nacional, en tanto todos merecían una oportunidad. Contribuyó a esa sensación, el acoger la fuerza vital de la terratenencia más industriosa, así como el vigor de la aún dubitativa burguesía, con el propósito de industrializar a Chile. Pero, también, dio un espacio para la dignificación del proletariado, estableciendo la idea de la movilidad social, a partir de la educación y los derechos reivindicativos que se expresaban en las organizaciones sindicales. Otra lectura que debemos hacer de la mesocracia, es aquella que hicieron los extremos sociales, sobre el rol de los sectores medios, que se tradujo en una peyorativa definición: el medio pelo, mote que estableció la visión aristrocrática, pero, que también asumieron los sectores pobres más radicalizados. Decir medio pelo, era indicar que aquel motejado de ser de esa condición social, provenía de un origen pobre, pero, que a través de la movilidad social, se había ganado un lugar producto de su educación o del éxito económico, fruto de su trabajo y sacrificio, o de un eventual golpe de suerte. El medio pelo vino a ser la definición despectiva del rico, que se incomodaba ante la cultura y éxito de aquellos que habían remontado la barrera de la exclusión social. No era esa definición un reconocimiento al mérito, sino la categorización del advenedizo. Por cierto, era de medio pelo, toda la inteligencia nacional, la intelectualidad, los educadores, los grandes artistas, una parte importante y creciente de la clase política, la mayor parte de los empresarios que movían la economía local, los profesionales que administraban las empresas y la estructura del Estado, etc. Sin embargo, mirar hoy esa definición, a la luz de su aporte a la evolución política, social y económica del país, en lo esencial, ser de medio pelo constituyó un aporte determinante para concebir una idea de nacionalidad, que transversalizó la composición social de Chile, y que concibió la idea de integración en torno a una propuesta verdaderamente nacional, que acogía a todos los sectores y clases, buscando la protección de los más postergados, garantizando el emprendimiento, y echando las bases del desarrollo y la autosuficiencia productiva. Así, ser de medio pelo era apostar por una idea de paz social, basada en la convivencia, reconociendo los derechos de los más débiles. El Estado mesocrático fue el que estableció el derecho a presentar reivindicaciones económicas, el que hizo posible la legislación laboral, el que estableció sistemas públicos de salud y educación, el que estableció derechos para las personas, que años después vendrían a ser reconocidos como universales por la comunidad internacional, representada en las Naciones Unidas. También fue el que estableció la conciencia democrática del país, a través de la ampliación del derecho a sufragio y el perfeccionamiento del sistema electoral. Como nunca, Chile vivió en una democracia participativa, a través de un sistema electoral que reflejaba fielmente las tendencias de los electores. Pero, por sobre todo, la mesocracia construyó un verdadero imaginario nacional, un sentido de chilenidad, que antes solo era patrimonio de los pudientes. Construyó una idea de país, un relato cívico-nacional-popular, dando espacio para las distintas lecturas de lo chileno que se habían desarrollado a partir de fines del siglo XIX. Uno de los paradigmas fundamentales de la mesocracia, fue Pedro Aguirre Cerda, probablemente el más decisivo, el que refleja su evidencia arquetípica. De allí que lo mesocrático viene a ser un elemento determinante en su leyenda. Consideraciones
finales. La leyenda de PAC nutrió con su vital recuerdo más de cincuenta años la historia política chilena y el imaginario político popular, pero, en los últimos 20 años ha ido diluyéndose de la memoria colectiva, debido al paso de tiempo. De vez en cuando, los liderazgos políticos de los últimos años, han vuelto a referenciar en su figura, el sentido exacto del buen gobierno y de la gobernanza que hace efectivo el buen gobierno. La memoria colectiva es por lo general frágil, y las nuevas lecturas del pasado tienden a imponer un velo sobre aquello que en algún momento estuvo profundamente arraigado. Entonces, las leyendas vienen a caer en manos de las aficiones de algunos estudiosos del pasado o en los refinamientos de la academia. Allí, terminan siendo solo tradiciones que se convierten en fósiles del academicismo, perdiendo lo fundamental de su esencia. De esta logia y de quienes encuentran en el estudio de su obra la intensa significación de su trayectoria, depende que ese recuerdo legendario no muera. Y al conmemorar el aniversario de este Taller de Obreros de Paz, que encontraron en el nombre patronímico de ese memorable líder nacional la referencia de su identidad, hacemos votos para que, en los quehaceres que marcan el rumbo de sus integrantes, esté la intensidad necesaria para proyectar lo justo y perfecto para que la memoria de Aguirre Cerda siga viva. Aguirre Cerda es una figura laica por excelencia, que señala con acierto la sabiduría para enfrentar los problemas que cotidianamente marcan las contradicciones propias de sociedades plurales, sometidas a las exigencias de cada tiempo. Objetivamente, su corto gobierno, impidió que dejara una obra más vasta en sus alcances, pero, las señales políticas que quedaron de su gestión, han servido de referencias éticas para indicar el carácter de la gobernanza, que hace posible el verdadero servicio público en las mejores tradiciones republicanas. De
Uds. depende la perpetuación de ese legado, y al conmemorar vuestra
fundación como Taller, hagamos votos para que las motivaciones que
concurrieron a la adopción de vuestro nombre patronímico, lo que señala
indubitablemente vuestro compromiso de denotar la calidad de quien hacéis
memoria, se hagan realidad en vuestros actos de cada día. Quienes
asistimos hoy como visitadores, nos unimos espiritualmente a este
aniversario, regocijándonos de que este Taller siga siendo un espacio
donde el recuerdo del Presidente de
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