PRESENCIA FEMENINA EN LOGIA.
UNA VISIÓN DESDE LA MASONERÍA.
Sebastián Jans
Uno de los aspectos que atraviesa con recurrencia las preocupaciones de
los masones, que recién incursionan en el camino iniciático, es la pretendida
exclusión de la mujer de las logias. De manera significativa, coinciden con
quienes profanamente pretenden una conducta anacrónica, por el hecho de que la
Orden Masónica no tenga logias de mujeres, en contraposición con la ya total
integración, en la mayor parte del mundo occidental, de la mujer a todas las
actividades humanas, realidad de la cual los francmasones tenemos que
congratularnos, porque nuestra Orden contribuyó de un modo determinante para
que ello ocurriera.
El plan de esta exposición pretende analizar la presencia femenina en Logia, lo que, sin duda, tiene el determinismo
de analizar la relación Masonería y Mujer, cuestión que inhibe ciertas
certezas de algunas posiciones desorientadas, y que incita a quienes no se han
dedicado a profundizar en los contenidos que hacen de nuestra institución un
camino iniciático específico.
El interés del Consejo de Docencia de la Respetable Logia
“Occidente” # 158, sin embargo, es concreto, y a partir de su titulación
haremos una exploración en torno a aspectos que son determinantes en la
comprensión masónica sobre la mujer en logia. No es un tema nuevo. Un
destacado investigador masónico, Francisco Sohr, quien fuera jefe del museo masónico
chileno, señalaría en una oportunidad: “La
discusión sobre la posibilidad de la pertenencia de la mujer a las logias,
empezó muy luego después de la fundación de la Gran Logia de Londres en 1717”[1].
Reconociendo esa constatación, trataremos de dar respuesta a algunas
de las inquietudes que rondan como sombras recurrentes, en quienes inician sus
pasos sobre el pavimento mosaico.
Latente
es para nosotros, masones de inicios del siglo XXI, lo señalado como
recomendación moral por Krause, el filósofo y masón alemán, de inicios del
siglo XIX, quien expresaba: “El hombre
que reconoce la idea de la unidad humana y de la dualidad inmediata, y la más
íntima contenida en esta unidad, se interesa con igual estima y amor hacia la
humanidad femenina que hacia la masculina: ama y respeta la peculiar excelencia
y dignidad de la mujer”.
LOS ORÍGENES INICIÁTICOS
EN LOS GÉNEROS
Para
indagar en los orígenes iniciáticos de los géneros hay que escarbar en las
tradiciones humanas en torno a sus creencias y concepciones de la vida. Las
tradiciones antiguas, en general se constituyeron en misterios que debían ser
develados por quienes eran introducidos en ellos. Tales misterios estaban íntimamente
ligados a un concepto religioso, a través del cual se explicaba el fenómeno de
la vida.
“La
institución de los Misterios – dice el Q:.H:. Juan Gabriel Arrate[2]
-, a través de un lenguaje simbólico, captaable sólo para quienes se hubieran
iniciado en ellos, permitió cubrir el conocimiento, los avances del
pensamiento, los descubrimientos, inventos y concepciones, para beneficio de la
humanidad y para el acrecentamiento de sus propios contenidos culturales”.
"Los
dioses revelan su saber a quienes ellos mismos eligen, ‑ se decía
‑, y esta distinción obligaba a mantener celosamente sus ideas; y para
evitar su extinción, buscaron con riguroso sigilo, la o las personas a quienes
confiarla. Así, los Misterios terminan por institucionalizarse y llevan a la
creación de entidades que se incrementan con la búsqueda cuidadosa de
elementos humanos, para iniciarlos, formarlos y hacerlos aptos para recibir por
comunicación o investigación personal, el mensaje cultural tan arduamente
elaborado y tan celosamente guardado”[3].
"Los
Misterios
- decía Aristóteles
- prooporcionan enseñanzas
para conocer la vida y esperanzas para soportar la muerte". Sócrates
pensaba que "Los Misterios dan
felicidad, porque a través de ellos se entra a la inmortalidad". Y
Virgilio declaraba: "Los Misterios me
enseñaron a practicar la piedad y a conocer y amar a los dioses"[4].
Desde
el tiempo de los egipcios, los Misterios presentan la muerte como antecedente de
la vida: la semilla muere, para que nazca una nueva planta; el día muere en la
noche, para renacer en el alba; la tierra muere cuando se aleja el sol, para
recuperarse en la próxima primavera; el ser muere, para que renazca el alma.
Todo
indica que los misterios antiguos dejaban los problemas de la justicia, del
orden, de la estructuración social, de la caza y la guerra, a los iniciados
hombres, en tanto, los aspectos relativos a las cosechas, a la fertilidad y la
acción sobre la tierra, a las iniciadas mujeres. Lo que estaba expuesto a la
luz solar era masculino, en tanto, lo que quedaba bajo el sombrío influjo de la
luna, era femenino. La semilla que se mutaba, el óvulo que se fecundaba, la
muerte, la recomposición, eran fenómenos propios de las sombras, por lo tanto,
de naturaleza lunar. Lo que brotaba a la luz, lo que se elevaba fálicamente
hacia los cielos, la ocurrencia de los sucesos durante el día, era de dominio
solar y, por lo tanto, masculino. En fin, lo que estaba sobre el nivel de la
tierra, era iniciáticamente masculino, en tanto, lo que estaba bajo ese nivel
era iniciáticamente femenino.
El
principio femenino rigió la fertilidad y por más de 25.000 años, las mujeres
personificaron a la Diosa de la Tierra y presidieron los ritos agrícolas, como
lo prueban los múltiples testimonios arqueológicos en los que abundan las
esculturas femeninas de sacerdotisas, magas o vestales.
Los
ritos femeninos dejaron su huella en la civilización. En Asia Menor, en la
proximidad helénica, las sacerdotisas realizaban sensuales danzas en honor de
la Diosa Artemisa. En Oceanía las mujeres rendían culto a la “Sabia
Madre”, bailando y tocando tambores. En Nueva Guinea, se honraba a la Madre
Ancestral y en Nueva Caledonia a la Diosa Kabo
Mandalat. En las antiguas tradiciones africanas hay muchos antecedentes. A
modo de ejemplo, en Guinea Ecuatorial y en Gabón, las mujeres bailaban y
tocaban campanas para honrar a la Diosa de las Cosechas. En Costa de Marfil, las
sacerdotisas participaban en danzas, ataviadas con grandes esculturas sobre la
cabeza.
En
América también se observaron prácticas similares con presencia femenina. Así,
indias precolombinas celebraban en marzo la ceremonia para honrar a la
Diosa Iatiku, que les concedía buenas
cosechas. En Perú y Bolivia, las mujeres se dejaban el cabello suelto mientras
danzaban en honor de la Diosa del Maíz, para propiciar el crecimiento del
grano. En Brasil, altas sacerdotisas
dirigían las danzas de fertilidad para propiciar la intervención de la Diosa
Madre del Maíz. En Chile, la machi mapuche
era la encargada de preservar los misterios que podían resolver los males que
afectaban a la comunidad indígena, e interceder a favor de la abundancia y por
la lluvia benefactora que posibilitaba la fecundidad.
¿A
donde apuntan estos antecedentes? Básicamente, a poner en evidencia que la
iniciación es un hecho que tuvo no solo una naturaleza masculina, sino que fue
entregada de un modo significativo y determinante, también a las mujeres. Ello,
no solo en el contexto de una concepción cultural, sino también como
consecuencia de una concepción iniciática y esotérica, en torno a misterios
que explicaban la vida y los procesos de la naturaleza.
LAS ÓRDENES INICIÁTICAS
FEMENINAS A PARTIR DEL SIGLO XVIII.
Para
el tema que nos ocupa, la presencia femenina en logia, tomaremos como
referencia, el periodo de desarrollo de la Masonería Especulativa o Masonería
Moderna, que nace historiográficamente con la fundación de la Gran Logia de
Londres, en 1717, que, como bien sabemos, no es, definitivamente, el nacimiento
de la F:.M:. como tal, sino solo el comienzo de lo que podríamos llamar su historia
oficial.
Difundida
la Masonería bajo los parámetros que caracterizan la fundación de la Gran
Logia de Londres, se advierte claramente una condición masculina en su concepción
iniciática. En la Gran Bretaña y en Europa Central, las logias se multiplican,
adquiriendo distintos matices, muchas veces propios del determinismo nacional,
pero, son conformadas exclusivamente por varones.
Excluidas
las mujeres nobles o de clase burguesa de tales organizaciones, que se advierten
atractivas para la especulación filosófica, pronto, aquellas pretendieron
tener el derecho a desarrollar aquel culto al libre pensamiento y alternativo a
la hegemonía espiritual católica.
Así, no pasaron muchos años para que, en Francia, varias mujeres,
entre las cuales había esposas de masones, formaran, en el mismo siglo XVIII,
instituciones masónicas femeninas. Como consecuencia de esa presión, fueron
creadas las logias de adopción o andróginas por el Gran Oriente francés, según
un acuerdo de junio de 1774.
Las logias de adopción dependían de una logia regular. El presidente
de la logia era, generalmente, el V:.M.:. de la logia madre, asistido por una presidenta. Las vigilancias eran
ejercidas por un hombre y una mujer, respectivamente. Esas logias andróginas
gozaron de gran popularidad en la corte francesa, al punto que la malograda
Reina María Antonieta, la cual no pertenecía a ninguna, llegó a aseverar que
todo el mundo estaba afiliado a alguna de ellas.
Se produjo una proliferación de pseudo-ritos y pseudo-logias, que
respondían a la fértil imaginería cortesana, y a quienes hacían lucro
aprovechándose de la buena fe de las personas. Así, en Alemania, Sohr[5]
recuerda que fundaron una Orden inspirada en la Masonería, pero, sin relación
con ella. Se llamaba Orden del Perro Dogo "Mopsorden",
ya que su emblema era un perro de esa raza, muy apreciados en Alemania en ese
tiempo. Sus miembros tenían que ser de religión católica, y pertenecientes a
las pequeñas cortes alemanas.
“Todas esas fantasías, dice Francisco Sohr[6]
eran frutos de las desviaciones masónicas del siglo XVIII en Francia y
Alemania”.
En Francia llegaron a término con la Revolución
Francesa, en tanto, en Alemania, el
Convento de Wilhelmsbad y la reforma de la masonería alemana que llevara a cabo
Ludwig Schroeder, fueron determinantes para separar lo masónico de las
extravagancias de las cortes. Después del fin de la revolución, resurgió un
movimiento femenino francés, sin gran éxito. En ese contexto surge el curioso
Rito Egipcio del controvertido Cagliostro, con logias femeninas presididas por
su esposa.
La actividad para-masónica que involucra a mujeres,
toma fuerza a fines del siglo XIX. En Abril de 1893, se fundó en
Paris la Grande Loge Symbolique Ecosaisse
Mixte de France "Le droit Humain", la que, en 1899, cambió su
nombre a Ordre Maçonnigue Mixte
Internationale - Le Droit Humain". Afirmaba
la igualdad esencial de los dos sexos: el hombre y la mujer, por lo cual, las
logias estaban compuestas por ambos sexos.
En 1902, en Inglaterra se forma la Masonería Mixta,
llamada también Co‑Masonry,
expresión traducida que también usamos en Chile. Fue fundada por la entonces líder
teosofista, madame Annie Bessant. Optaron por el nombre
de "Order of the Universal
Co‑Masonry in the British Federation". Annie
Bessan se había hecho iniciar con otras seis teosofistas en Paris. La
Logia‑Madre en Londres fue la "Human
Duties" Lodge N° 6. En Norteamérica, el francés Mazzarelli, fundó
en 1903 la "Alpha Lodge". En
1909 se unieron 20 logias de esa denominación, para formar la "Federation of Human Rights". Ninguna de ellas sería reconocida
como masonería regular.
Actualmente en Inglaterra existe la "Honorable
Fraternidad de la Masonería Antigua”, que trabaja en el Rito de Emulation
y que está compuesta de mujeres, pero, que no tiene relación alguna con la
Gran Logia de Inglaterra, que regulariza a la Masonería Universal.
LAS LOGIAS FEMENINAS EN
CHILE.
En 1928, la Masonería Mixta surge en Chile, al
fundarse una logia de la Orden "Le
Droit Humain" bajo los auspicios de la Orden francesa del mismo nombre.
Los fundadores fueron principalmente hermanos de la Gran Logia de Chile, cuyo
propósito era sacar a las mujeres de la influencia retrógrada del clero. La
Gran Logia de Chile estaba muy preocupada por las consecuencias que esa nueva
obediencia irregular podría tener en la Masonería regular y en la opinión del
mundo profano.
“La preocupación del Gran Maestro de la Gran Logia
de Chile y de su Consejo – dice Francisco Sohr [7]-,
se manifiesta en las discusiones y los informes que se prepararon a su
pedido”, como lo evidencian los papeles y documentos dejados por el Gran
Maestro, René García Valenzuela, disponibles en los archivos de la Gran Logia
de Chile.
En definitiva, ocho miembros de logias dependientes
de la Gran Logia de Chile, abandonarían esta Obediencia, para sumarse a aquella
iniciativa, dependiente de la Orden mixta francesa. Pasarían,
sin embargo, cuarenta años para que se constituyera la primera logia femenina,
lo que vino a ocurrir en enero de 1970, al fundarse la logia “Araucaria”,
por parte de integrantes del Centro Femenino “Aurora
de Chile” # 24, dependiente de la Logia “Aurora de Italia” # 24. Este hecho viene a ser el antecedente
inicial de la masonería femenina chilena, y contó con el reconocimiento
jurisdiccional del Gran Oriente de México, que le entregó la respectiva Carta
Patente, en febrero del mismo año.
En 1983, nacería una nueva
logia, bajo el nombre de “Acacia”
# 2, lo cual permitirá fundar la Gran Logia Femenina de Chile, en mayo del
mismo año. Pronto, se sumaría una nueva logia, en 1985, bajo el nombre de “Atenea”.
Hoy cuentan con logias en Santiago, Viña del Mar, Quillota, Concepción,
Talcahuano, y tienen trabajos masónicos femeninos en La Serena, Temuco,
Valdivia, Puerto Montt y Punta Arenas.
Sus vinculaciones se
encuentran, a partir de los años 1990, con la Masonería Francesa, a través de
la Gran Logia Femenina de Francia y la Gran Logia de Francia, toda vez que se
produjo una desvinculación con el Gran Oriente mexicano, e integran el Centro
de Enlace y de Información de las Potencias Masónicas firmantes del
Llamamiento de Estrasburgo, cuya sigla en francés es CLIPSAS, creado en 1961.
Bajo su activo impulso se
han creado logias femeninas en Argentina, Bolivia y Uruguay. Trabajan con el
Rito Escocés Antiguo y Aceptado, lo que representa, sin dudas, una contradicción
iniciática significativa, considerando la naturaleza masculina, que este
contiene, con rasgos caballerescos y componentes esotéricos de clara naturaleza
solar-fálica. Parte de su
reivindicación histórica e iniciática está contenida en el libro “Mujeres
con Mandil. Una historia femenina de la Masonería en Chile. 1959-2003”.
Su
justificación iniciática está señalada en ese libro cuando indican: “Sentimos
que tenemos motivaciones, sensibilidad y
rasgos de afectividad, y una serie de aspectos psicológicos, que redundan en
una modalidad de trabajo peculiar y nos hacen sentirnos cómodas con nuestras
iguales”. “Vamos hacia la
autorrealización de una mujer informada, sintonizada con su tiempo y su
entorno. Capaz de trabajar por la transmutación hacia una personalidad armónica
y positiva, que logre hacer florecer lo mejor de sí misma. Con una definida
capacidad de identificación con los demás y que dedique sus mejores esfuerzos
a llevar al mundo profano lo adquirido en el templo”.
LA IRRUPCIÓN DE LOS
DERECHOS DE LA MUJER.
Gran
parte del siglo XX, estuvo marcado por la irrupción de la demanda por los
derechos femeninos y la lucha por imponer la igualdad de géneros en la
civilización occidental; demandas que han permitido la inserción de la mujer
en la sociedad contemporánea. Sabemos de los ingentes esfuerzos realizados por
la Francmasonería en apoyo de ellas, lo cual ha sido muy potente en la realidad
chilena.
Desde
el punto de vista de la generación de los derechos y libertades humanas, la
liberación de la mujer y el reconocimiento de sus derechos son parte de la
tercera generación de los derechos humanos y civiles.
Ubicados
en el contexto histórico de la emergencia de esos derechos y libertades,
deberemos reconocer que la lucha por los derechos de la mujer ha sido superada
históricamente. Resulta obvio que la mujer es reconocida hoy en plenitud e
igualdad frente a los derechos del género masculino, por lo menos en la
civilización occidental, a pesar de que haya situaciones que provoquen desmedro
y desigualdad. Como todos los derechos humanos, en la Humanidad hay un
reconocimiento de su existencia y vigencia, aún cuando ellos puedan verse
conculcados en muchos lugares. Es lo que ocurre con todos los derechos y
libertades que la Humanidad ha consagrado como inalienables.
No
fue la buena voluntad de las sociedades, imbuidas por conceptos de hegemonía
masculina, las que llevaron a la consagración de los derechos de la mujer, sino
que las demandas de feminismo y la decidida presencia y acción de la mujer en
procesos que han cambiado la cultura y la civilización. En ello tiene una
influencia significativa lo que podríamos llamar “la revolución sexual”,
que se hace presente en la sociedades democráticas, donde tendrá un
efecto determinante la píldora anticonceptiva, la profesionalización de la
mujer y la precariedad del trabajo masculino, producto de los cambios socio-económicos
de la sociedad contemporánea, que evolucionaron de la sociedad industrial
capitalista, al proceso de transnacionalización financiera y, en definitiva,
hacia la globalización.
La
píldora anticonceptiva y la masificación de los otros métodos para prevenir
el embarazo, liberó sexualmente a las mujeres de todas las clases sociales,
superando el concepto instrumental que les asignaba funciones simplemente
reproductivas; ello trajo un impacto sicológico significativo.
Si
bien la profesionalización de la mujer, aún es inferior porcentualmente que
los índices masculinos, es un hecho que ella va en aumento, aún cuando se
presenten realidades como el desnivel en los ingresos. La profesionalización ha
consolidado la presencia femenina en todos los escenarios de desarrollo laboral,
y resulta un dato ciertamente curioso, en aquellos donde todavía se advierte
exclusiva presencia masculina.
El
tercer aspecto que ha influido en la consolidación de los derechos de la mujer,
es la inestabilidad del trabajo, donde hombres y mujeres pasan por periodos de
cesantía recurrentes, lo que obliga a que, en periodos de inestabilidad
laboral, sea la mujer la que aporte al sustento de la familia. Ello crea una
situación de hecho, que genera condiciones de igualdad dentro de la pareja, que
valida el aporte y la significación femenina, de un modo determinante.
La
evolución socio-económica y cultural de la sociedad, entonces, ha dejado
establecidos los derechos femeninos, y lo que hoy predomina es la lucha contra
la discriminación. Es la diferenciación en la aplicación de los derechos lo
que configura el carácter de las demandas de las mujeres, y eso marca la
apreciación de los problemas que le afectan como género.
Si
hay demandas nuevas para los derechos de las mujeres, ellas no son exclusivas de
ese género, sino que tocan a toda la especie, como por ejemplo, el derecho a la determinación
de vientre, es decir, la libertad que tiene la mujer para decidir sobre la
concepción, un tema ético de importancia creciente en sociedades que se ven
afectadas por la sobrepoblación, en algunos casos, o por el envejecimiento en
otros. La sobrepoblación se relaciona directamente con menores derechos en la
mujer, y el envejecimiento se relaciona con el mayor ejercicio de tales
derechos.
LA NATURALEZA DEL GÉNERO Y
EL CARÁCTER INICIÁTICO.
Toda
Iniciación representa un modus, una
forma, un contexto, en el cual se hace el carácter y contenido de la vía iniciática.
Ello es lo que hace diferente un tipo de iniciación de otra, un propósito
iniciático de otro. Ello tiene alcance también en relación con los géneros,
donde lo relativo al contexto adquiere sus perfiles en función de la naturaleza
de cada cual. Ergo, la
Iniciación es un proceso que se vive en el género, de un modo esencial. Así
lo comprueban las tradiciones iniciáticas, desde lo más remoto de los tiempos,
porque hay una vivencialidad sensorial, anímica, una sensibilidad, una
emocionalidad, que hace diferentes los procesos iniciáticos, como consecuencia
de la propia naturaleza sexual de los individuos.
Si
los géneros no aprendemos a reconocer nuestras diferencias, tampoco podremos
tener definidas las condiciones en que se funda nuestra igualdad. En atención a
ello, surge la convicción de que las experiencias iniciáticas trascendentes no
pueden ser homogenizadas. Sobre
ese fundamento, nada ni nadie puede inhibir, soslayar o negar el derecho de la
mujer a la iniciación.
La
Masonería, que hunde profundamente sus raíces en la génesis de la Gran Logia
de Londres, no podría, en modo alguno, negar el derecho a la Iniciación y a la
búsqueda de la perfectibilidad humana en la mujer. En primer lugar, porque el
mensaje y la doctrina de la Masonería es un conjunto de ideas que promueven los
más altos valores humanos, basados en la fraternidad, en el amor a la Humanidad
y en la superación del error. En torno a ese conjunto de ideas formidables, se
ha constituido una verdadera cultura que legítimamente debemos llamar masónica,
que ha perneado a nuestra civilización.
En
un ámbito distinto, la Masonería
Femenina responde a una tradición que tiene su punto de partida histórico,
en una coyuntura histórica propia del desarrollo de la participación de la
mujer, en procesos que son plenamente identificables en sus eventos históricos.
La
iniciación de la mujer es un derecho, que las mujeres como tales han construido
por su propia capacidad y perseverancia. Ello se manifiesta en la especificidad
de su género, y en un medio que tiene otros nombres, otras distinciones, otras
intensidades, donde desarrollan sus ritos lunares, sus singularidades, propias
del sentir y del discurrir de su género.
Ello
no es exclusión de género, sino que tiene que ver con el simple dato de la
causa que hay espacios en nuestra cultura que son exclusivos para las mujeres, y
otros que son exclusivos para los hombres, porque nuestras diferencias antropomórficas
determinan nuestras diferencias
espirituales.
Es
indudable que la perspectiva del género, le permite a la mujer tener una visión
más integral de las determinaciones del rol femenino, que se ajusta más a sus
intereses y percepciones. La mujer, por esencia, es una productora de símbolos,
en que se destaca la constitución de la propia conciencia femenina, como un
agente ético significativo. Allí se conceptualiza la subjetividad y la
construcción de la experiencia, donde se afirma su capacidad axiológica, la
potencialidad propositiva y su voluntad objetivadora. Ello en un mundo donde han
dejando de ser ciudadanas de segunda categoría y se convierten en referentes éticos
de sus comunidades.
Por
esto mismo, resulta anacrónico, considerar el
establecer el derecho de la mujer a la iniciación, lo que viene a ser un
transnochado machismo, pues, ese derecho ya existe, por obra de la propia acción
femenina. Hoy existen logias femeninas y logias mixtas en muchos países, y
también en el nuestro. Su nivel de efectividad y su rango de crecimiento no son
un dato soslayable en modo alguno. Sobre ese criterio es más que respetable la
existencia de opciones iniciáticas, bajo denominaciones tales como: Masonería
Femenina, Masonería Mixta y Co-Masonería.
Sin
embargo, no por el común uso del vocablo “masonería”, debemos considerar
que estamos hablando de un mismo concepto, y lo que es más importante, de una
misma concepción iniciática.
EL PUNTO DE VISTA
ANDERSONIANO.
Es
un hecho que la fundación de la Gran Logia de Londres, en 1717, tuvo un impacto
espiritual en la sociedad europea del siglo XVIII y que tuvo efectos en toda la
civilización occidental. Los principios postulados por la Constitución de
Anderson, que el V:.H:. Jorge Carvajal Muñoz, ha llamado la
Gran Carta de Tolerancia del siglo XVIII,
tuvo un significativo impacto en las ideas y en las conciencias de su
tiempo.
En
los hechos, una proposición que hablaba de la Fraternidad Humana, por sobre las
querellas de conciencia que venían cobrando tantas vidas por varios siglos, a
propósito de las divergencias religiosas, rompía de un modo éticamente
sugerente la inercia de confrontación y llamaba a congregarse en torno a lo
esencial del ser humano. Es imposible que ello no fuera una buena nueva también
para las mujeres ilustradas de su tiempo, en tanto, el mensaje andersoniano era
válido para hombre y mujeres.
Pero,
como todas las buenas ideas, que ganan su asentamiento en los grupos humanos,
emergieron lecturas distintas, producto de los grados diversos de madurez de
tales ideas, en las distintas conciencias.
Muchas
de las definiciones, muchos de los contenidos, vinieron a ser alterados en su génesis,
al punto que solo en los últimos 100 años se ha podido despejar con claridad
prístina, los aspectos que hacen la regularidad masónica. De tal modo que la
Masonería ha tenido muchas vicisitudes que favorecieron su vulgarización, en
una interminable lista de ritos y denominaciones, producto de la acción
inescrupulosa de muchos audaces, cuyo efecto aún hoy se deja sentir con fuerza.
Sin embargo, la línea esencial logró mantenerse, y la referencia andersoniana
permitió que la verdadera Tradición quedara debidamente cautelada.
Como
lo indica el Q:. H:. Sohr[8],
“la
primera vez que se declara que solamente hombres pueden ser masones, es en la
primera constitución de Anderson de 1723. La frase redactada por Anderson es
citada por Sohr: "las personas admitidas a una logia deben ser buenos y
leales hombres… ni siervos ni mujeres" (the persons admitted members to a lodge, must be good and true men... no
bondmen, no women)".
Mackey declarará que ese pronunciamiento es un landmark. Sostendrá categóricamente que todos los manuscritos y
documentos antiguos se refieren solamente a hombres. Por
cierto, es conocida la divergencia sobre los distintos
linderos fijados por los eruditos masones norteamericanos
Albert Mackey y Albert Pike. Sabemos que éste último refutó gran parte de las
afirmaciones del primero, sin embargo, en lo que no hubo divergencia fue en lo
referente al “Landmark XVIII” señalado
por Mackey, en el que se especifica el conjunto de cualidades y requisitos que
el candidato a la Iniciación debe cumplir: una de las cuales es
estar en edad viril.
Por
cierto, respecto de las refutaciones efectuadas por Pike, ellas solo
cuestionaron lo referido a la edad viril,
es decir en que momento el joven se hace hombre, pero, no la condición viril
del candidato a la Iniciación. Salvo ese aspecto, quedaría asentada la idea de
Mackey, en cuanto a que la condición viril es uno de los aspectos que derivan de la esencia misma de la Orden y que su establecimiento data de
la más remota antigüedad.
Este
criterio será refrendado en la “Declaración
de los Principios Fundamentales para el reconocimiento de las Grandes Logias”,
emitida por la Gran Logia Unida de Inglaterra, el 04 de septiembre de 1929, que
señala 8 puntos que son exigencia para la regularidad masónica. El cuarto
principio señala taxativamente: “La
Gran Logia y Logias particulares estarán exclusivamente constituidas por
hombres; cada logia no mantendrá ninguna relación masónica, de cualquier
naturaleza que sea, con logias mixtas o Talleres que admitan mujeres entre sus
miembros”.
En
la visita realizada el año 2005 a la Gran Logia de Chile, por el V:.H:. Marqués
de Northampton, Spencer Douglas David Compton, Pro Gran Maestro de la Gran Logia
Unida de Inglaterra, señalaría, en un discurso realizado ante una asamblea de
masones chilenos, lo siguiente: “En
Inglaterra consideramos la regularidad de origen y práctica masónica como una
de la bases de nuestra relación con otras Grandes Logias, y nuestros principios
básicos para el reconocimiento de otras Logias fueron codificados y adoptados
en 1929”.
UNA COMPRENSIÓN INICIÁTICA
DE LA MASONERÍA.
Iniciáticamente,
el concepto de Tradición dice relación,
no con una costumbre antigua o una reiteración de una forma aceptada de hacer o
interpretar las cosas, sino con la esencia de lo que se comunica a través de la
vía iniciática, mediante distintos estadios de comprensión de los misterios
que la constituyen.
Sabemos
que tal concepto, en el uso vulgar, es quizás uno de los más desvalorizados en
el lenguaje contemporáneo, en los modelos de gestión, en la vida cotidiana. En
algunos casos, llega a ser considerado como un anatema. Se ha hecho común que
sea percibido como un lastre, como lo viejo, lo añejo, lo que está en desuso,
y, en no pocas ocasiones, en el mejor de los casos, en relación con lo folk o lo exótico.
La
idea de cambio que, durante gran parte de los últimos 200 años, ha tenido un
énfasis en los ámbitos de lo social o en las contingencias políticas, hoy se
encuentra firmemente radicada en los modelos de gestión de las corporaciones
del mundo global, y se hace culto a un paradigma de innovación desde una
perspectiva extremadamente superlativa. De alguna manera, pareciera que se ha
asentado la idea de que lo único que no puede cambiar, como actitud paradigmática, es el
cambio mismo.
Por
cierto, la racionalidad del cambio –cuando este es efectivamente racional -,
dirá que cuando este carece de direccionalidad y lógica, es inútil, y que,
para hacer un cambio, es preciso saber lo que tenemos que cambiar y qué es lo
que debemos conservar. Esto tiene mucha importancia, frente a la recurrencia que
manifiestan algunos masones, sobre el carácter, contenido y profundidad, que
debiera tener un proceso de “aggiornamento”
de la Orden, frente a las realidades del mundo de hoy.
La
Masonería no oculta ni pretende ignorar su condición tradicional. Es más, en
muchas ocasiones nos lo recuerda con énfasis a través de sus rituales.
Tradición,
por esencia, es lo que se transmite a través del tiempo, lo que nos llega de
quienes nos anteceden, y lo que transmitimos a quienes nos siguen. Sin embargo,
aditivamente, desde un punto de vista iniciático, existe una íntima relación
entre Tradición y Sabiduría, en
tanto la primera se funda en la segunda, y ésta debe subsistir en sus
componentes de un modo inalterable, para establecer los
objetivos a los que nos dirigimos. Tales objetivos pueden ser una idea de
iluminación, una idea divina, una idea de cambio, o una idea de verdad.
Así,
la característica paradigmática que asume la tradición, se aproxima
potentemente a la naturaleza de las verdades que se busca interiormente. De allí
que, en las organizaciones tradicionales, quienes conservan el conocimiento que
hace la tradición, asumen el rol de “guardianes” y cancerberos de la
doctrina. Son ellos los curadores de la verdad transmisible, de traer (tradere)
la herencia acumulada, no solo en el contenido, sino en la forma, es decir, el
vino y el cáliz que lo contiene.
Las
vías iniciáticas son tradicionales por esencia, porque contienen verdades que
deben ser conocidas gradualmente, por quienes son introducidos en el
conocimiento. En el caso de la Masonería, esta recibe una tradición fundada en
la Sabiduría Antigua, que se retoma en un evento singular: la fundación de la
Gran Logia de Londres, punto de partida de lo que se ha llamado la Masonería
Moderna o Especulativa. La proposición iniciática que ella plantea, tendrá
efectos significativos sobre la vida
iniciática de muchas personas – hombres y mujeres -, pero, en esencia, definió
una concepción sobre la Iniciación, es decir, un modo, una tradición.
Entonces,
cuando hablamos de Masonería, con
todas sus implicancias iniciáticas, simbólicas y tradicionales, hablamos de
una manifestación espiritual intrínsicamente masculina. Un espacio simbólico,
un carácter iniciático, y antiguos usos tradicionales – con presencia de
signos, palabras y toques -, que hacen, por su especificidad y naturaleza,
peculiar y necesariamente masculina la esencialidad masónica.
La
Masonería representa y contiene fielmente una tradición, una forma, un
conjunto de alegorías y símbolos. Es exclusivamente masculina, porque todo el
contenido ritual, el lenguaje, las expresiones simbólicas, el corpus mistérico, la doctrina, dicen relación con la naturaleza
viril. Así lo señalan inobjetablemente sus tres ritos simbólicos que llevan
al iniciado de la categoría y condición de Aprendiz a la de Maestro Masón.
Ello
no inhibe, no desvirtúa, ni objeta, ni obstruye, la potencialidad iniciática
femenina, ni los derechos que emanan de su género; por el contrario, asienta la
idea de que el culto de Isis merece
también su oportunidad exclusiva, pues, existiendo igualdad de oportunidades y
derechos, entre los hombres y las mujeres, la vivencia espiritual entre uno u
otro género es distinta. Los valores pueden ser iguales, las aspiraciones del
hacer social y cultural pueden ser las mismas, pero, la percepción subjetiva de
los fenómenos interiores, no son símiles.
No
viene al caso abundar en argumentos sobre lo que nos hace fisiológicamente y psíquicamente
diferentes, lo que nos diferencia material y espiritualmente, para que esto sea
debidamente entendido.
Como
hombres ilustrados, que trabajamos por el bien de la Humanidad, debemos
alegrarnos de la oportunidad que nos da la Masonería, de reconstruirnos y
crecer como hombres, en un espacio de singularidad. Así también, debemos
alegrarnos de que las mujeres puedan trabajar en un espacio logial, para su
perfeccionamiento y de la Humanidad. Debemos, por lo mismo, hacer votos para que
nuestros caminos iniciáticos converjan en
la sociedad de que somos parte, en el respeto a la condición diversa de nuestra
opción iniciática y simbólica. Por cierto, hay
un espacio de encuentro y de realización común: la sociedad en la cual toda
concepción iniciática está inmersa. La cooperación se hace en el exoterismo:
el humanismo. Allí hay un campo de acción común, que deben reflejar las
coincidencias de propósitos espirituales comunes, porque la vida y la realidad,
la cultura y la civilización, son producto de la acción de ambos sexos.
Oriente
de Santiago, agosto 2006.-
[1] Francisco Sohr. “Masonería y Mujer”. Anuario # 11. Resp:.Log:. de Investigación y Estudios Mas:. “Pentalpha” # 119.
[2] Juan Gabriel Arrate “Los Misterios Antiguos”, Anuario # 6. . Resp:.Log:. de Investigación y Estudios Mas:. “Pentalpha” # 119.
[3] Idem
[4] Idem
[5] Francisco Sohr. “Masonería y mujer”.
[6] Francisco Sohr. “Masonería y mujer”.
[7] Idem