El bueno, el malo y el feo (III)

Miguel Báez Durán

Cómo ser mujer y heredar en el intento

        Para quienes gustan curar sus insomnios en las salas de cine, la primera semana de abril se exhibieron Elisa antes del fin del mundo, Sobreviviendo a Picasso, Evita y Enemigo íntimo. Para quienes buscan entretenimiento, y ya no se diga calidad, la solitaria opción era Jerry Maguire, puesto que las otras nominadas al Oscar seguían sin pisar el desierto. Otro camino que los adoradores del monigote dorado pueden seguir, es el que los conduzca a la tienda de videos y así repasar las aduladas del año pasado. Algunos se postrarán ante el marrano que habla (Babe), otros se deleitarán con el patrioterismo gringo (Apollo 13) y los últimos quedarán convencidos de que Mel Gibson es un gran protagonista en Corazón valiente aunque no sepan por qué le hacen tanto tango a un tal Marcello Mastroianni que hace poco falleció. Ni se dignarán a rentar las no nominadas Adiós a Las Vegas y Pena de muerte e ignorarán a las sí nominadas El cartero y Sensatez y sentimientos por considerarlas “lentas”. Ni modo, hasta para la gloria del celuloide hay retrasados.
       Sensatez y sentimientos (Sense and Sensibility, 1995), basada en la novela de Jane Austen, narra las desilusiones amorosas de las hermanas Dashwood, Elinor (Emma Thompson) y Marianne (Kate Winslet), a finales del siglo XVIII en la apretada Inglaterra. Ni ellas, ni su madre (Gemma Jones), ni mucho menos la pequeña Margaret (Emilie Francois), pueden heredar, por ser mujeres, la cuantiosa fortuna del padre y se ven obligadas a depender de un medio hermano y su tacaña esposa, Fanny (Harriet Walter). Ya en el campo, soportando samaritanos metiches, se presentan los pretendientes de las hermanas que las salvarán de la ruina económica y de la soltería: el sumiso Edward (Hugh Grant, como de costumbre), el coronel de mediana edad (Alan Rickman) y el libertino Willoughby (Greg Wise). El título del filme se debe a los comportamientos dispares de las dos hermanas. Mientras Elinor es toda recato, educación y raciocinio; Marianne, más joven por supuesto, no teme mostrar sus emociones. La Thompson, ganadora al Oscar por adaptar la cine la novela, está, en su papel de mujer sometida a la prudencia y a las normas sociales, tan impresionante como en anteriores actuaciones y sin contar su detestable Carrington. Elinor se debate, como lo hiciera el mayordomo interpretado por Anthony Hopkins en Lo que queda del día, entre el deber y el amor silencioso que la desgarra. Los efectos en el espectador son la risa y el llanto. Kate Winslet, quien ya participara en Criaturas celestiales, es una constante revelación, una belleza renacentista. Hay que ver si se mantiene como Ofelia en Hamlet de Kenneth Branagh y en la que promete ser la madre del género de desastres: el Titanic. Por lo pronto, su Marianne irradia rebeldía, susceptibilidad y desamor. La más rebelde de las hermanas Dashwood es Margaret, quien, haciendo a un lado la etiqueta, escala árboles, se esconde debajo de las mesas y cuenta secretos. A ellas les siguen una larga fila de personajes deleitables, chapados a la antigua, con gustos refinados y buenos modales. Algunas gracejadas, sin alcanzar la farsa y con un respetuoso humor inglés, se fusionan en el implícito lagrimeo. Secuencias como el ataque de Fanny a la apagada Lucy, el encuentro en el baile con Robert, las intromisiones de la prominente señora Jennings o el lloriqueo climático de Elinor vienen a la memoria. Los aspectos técnicos tampoco fueron descuidados. La ambientación, los paisajes y la fotografía son hermosos reflejos en la pantalla. El vestuario, ostentoso para los acomodados y repetitivo para las Dashwood por su condición económica, fue diseñado con coherencia. El universo de Sensatez y sentimientos, comandado por el taiwanés Ang Lee (director de El banquete de bodas y Comer, beber, amar) es magistral en sus restricciones, su solemnidad europea y sus romances enigmáticos. Es una cinta de las buenas que le gana por mucho a astronautas, guerreros medievales y puercos parlanchines.

Ojo por ojo y nombre por nombre

        Esto es una advertencia. Los nombres no hacen al actor, ni a la película. Nomás la adornan. Eso le ha sucedido a la última realización de Barry Levinson (Bugsy, Rain Man), mal traducida como Los hijos de la calle (Sleepers, 1996). Cuatro amigos, habitantes de un barrio en Nueva York e interpretados en sus vidas adultas por Jason Patric, Brad Pitt, Billy Drudup y Ron Eldard, juegan una broma tan pesada que terminan siendo, luego de casi triturar a un transeúnte, ultrajados en el reformatorio por el lascivo guardia Nokes (Kevin Bacon). Décadas después, dos de ellos enfrentan al violador y ejercen su venganza matándolo. Pronto surge la conspiración para defenderlos de la cual también forman parte, además de Shakes (Patric) y Michael (Pitt), el padre Bobby (Robert De Niro) y Snyder (Dustin Hoffman), un abogado alcoholizado.
        Con mencionar los apellidos de Levinson, De Niro y Hoffman se espera un largometraje brillante. Pero Los hijos de la calle es pura finta. Tanto Robert De Niro como Dustin Hoffman, cuyas trayectorias son bien conocidas, están relegados a personajes secundarios, a escasos minutos para desenvolverse y a ser los desperdicios de este filme. Los protagonistas, Patric y Pitt, tampoco logran despegar. Hasta los incipientes trabajos de sus contrapartes adolescentes los rebasan. La anécdota se siente comprimida aún tras las dos horas y media de duración. No escasean los instantes en que se invita al sueño. El tabú de la violación en reformatorios o cárceles (el término “sleepers” se refiere a los jóvenes que han pasado por correccionales y a él se debe el título en inglés), aunque haya sorprendido a muchos, es ya conocido en el cine y ha sido explorado, tanto en forma seria como grotesca. En Los hijos de la calle, sin embargo, los temas de abuso, culpa católica y hombría son tratados con ligereza, con recreaciones púdicas y sin ninguna profundidad. Los adultos no dejan atrás la adolescencia, no olvidan sus traumas y es bastante difícil simpatizar o, por lo menos, compadecerse de ellos. En el desenlace, claro, se logra el cometido. Los acusados salen y el grupito cena alegremente en el mismo lugar donde balearon al custodio Nokes. Se abrazan, se echan sus botanas y cantan sus canciones sesenteras. Por medio del narrador, se indica que nadie enfrentó al dragón, que nadie superó sus complejos. El reparto era impresionante y la trama atractiva hasta cierto punto, pero por más nombres que quiso presumir el señor Levinson, no se salvó, y sus hijos de la calle son tan malos como el título trasladado a nuestro idioma.

Clásicos al vapor desde el reino mágico

        Pobre de ti, Cuasimodo. El ambicioso ratón, dueño de estudios, complejos turísticos y millones de mentes infantiles alrededor del mundo, te ha cambiado el nombre por Quasimodo (Quasi de cariño), alterado tu historia y convertido en una caricatura muy fea sí, pero tierna, educada, limpia y de nobles pensamientos. Ahora eres el estreno en video del mes, el signo más representativo de Francia en Epcot y otro recordatorio de la ineptitud de los actores de doblaje en México. Porque, sin duda y aludiendo al dicho que reza traducttore, traditore, la versión en español del último “clásico” de Disney, El jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame, 1996), es infinitamente menor a la versión original. Aparte de las falacias de los traductores —Esmeralda insultando a Phoebus dentro de la catedral con un “alimaña” en vez de un “hijo de...” o Frollo cantando “bulldog” cuando en realidad dijo “vulgar”—, las reincidentes voces en castellano se notan fingidas, mal entonadas y no se diga molestas en los números musicales. No vale la pena ni mencionar sus nombres. Quasimodo es el que dobla al agente Mulder en Los expedientes secretos X, el archidiácono es Krusty el payaso en Los Simpson y Esmeralda es la hija de Enrique Rambal, ex conductora de Telemundo. Aún peor, después de los créditos, está Luis Miguel. ¿Será necesario el doblaje cuando ya la animación está tan adelantada como para lograr que los personajes muevan las bocas de acuerdo a lo que hablan? ¿No será posible estrenar, como se hizo con El rey león, una versión subtitulada y otra doblada? Porque, claro, hay que recordar que los niños son tan idiotas que no pueden leer “las letritas”. Si las cintas animadas son exclusivas para los párvulos, entonces ¿por qué Disney presenta, en las versiones originales, voces conocidas?
        Es cierto que se incluyeron los talentos sonoros de Tony Jay como Frollo (quien le da una suprema entonación cavernosa al personaje), Kevin Kline (Beso francés) como Phoebus, Tom Hulce (Amadeus) como Quasimodo y Demi Moore (alguien tenía que fallar) como Esmeralda. Es un hecho que la animación es impecable y que se utilizaron recursos cibernéticos para mover las multitudes. Es verdad que se rompieron esquemas con el personaje de Frollo. ¿Cuándo se había visto en alguna película de Disney a un viejo rabo verde, fariseo e hipócrita, desear y expresar tal deseo por el personaje femenino? ¿Cuándo pudieron descubrirse tintes de fetichismo como los expresados por Frollo frente a la chimenea y su subsecuente remordimiento al caer de bruces? El juez Frollo es represivo y dominante con el jorobado, empujándolo al encierro y prohibiéndole asistir a festivales, mientras, en su interior, lo controla la cachondez por Esmeralda o el exterminio de la misma. Odia a los gitanos porque hacen lo que él quiere hacer, pero su posición no se lo permite. Sin embargo, El jorobado de Notre Dame no podía estar exenta de serios errores, ya constantes en la idiosincrasia (si es posible denominarla así) Disney. Las entrometidas gárgolas, sus “gags” y comentarios burlones son un claro ejemplo de ello. Más les hubiera valido quedarse mudas, como la cabra Djali, o no haberse aparecido. El vicio de supeditar el clima a las emociones de los personajes se niega a morir. Quasimodo es coronado como el rey de los bufones y el día es claro. Quasimodo es torturado por la multitud y el cielo adquiere tonalidades anaranjadas. Quasimodo regresa llorando a su encierro y empieza a llover. La relación entre Quasimodo y Esmeralda, por ser los dos unos alienados, es descuidada. La marginación se contempla a través de los ojos de Mickey Mouse. Al final, tanto feos como gitanos son aceptados por los habitantes de París. Otro defecto es la incongruencia de ciertos pasajes. Phoebus es corrido de la catedral por el archidiácono y Djali. Acto seguido Frollo amenaza a Esmeralda y sale. Esmeralda abre la puerta. Se da cuenta de que hay guardias esperándola. De repente, el arcediano y Djali vuelven a aparecer por arte de magia Disney. ¿Era mucho pedir a los dibujantes una pizca de atención?
        Pobre de ti, Cuasimodo. Desaprovechaste la oportunidad de destruir a tu martirizador, te salvaste por un pelo de la muerte que te merecías, te dieron un final feliz, aunque sin chamacona, donde los parisinos te llevan cantando sobre sus hombros y tu película animada fue de las feas.

Sensatez y sentimientos (Sense and Sensibility, 1995). Dirigida por Ang Lee. Producida por Lindsay Doran. Protagonizada por Emma Thompson, Kate Winslet, Alan Rickman y Hugh Grant.
Los hijos de la calle (Sleepers, 1996). Dirigida por Barry Levinson. Producida por Steve Golin y Barry Levinson. Actúan: Jason Patric, Brad Pitt, Robert De Niro y Dustin Hoffman.
El jorobado de Notre Dame (The Hunchback of Notre Dame, 1996). Dirigida por Gary Trousdale y Kirk Wise. Producida por Don Hahn. Con las voces de Tom Hulce, Demi Moore, Kevin Kline y Tony Jay en la versión original.
 

Publicada en La tolvanera el 21 de abril de 1997.

 
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