El bueno, el malo y el feo (IV)
Miguel Báez DuránEl verano está regresando y, con él, vendrá una avalancha de filmes cien por ciento hollywoodenses. Los temas siguen siendo los mismos del año pasado. Y hasta del antepasado. Otra vez abundan feroces dinosaurios (El mundo perdido), murciélagos sacados de historietas (Batman y Robin), héroes mitológicos al estilo Disney (Hércules), churrazos de acción (Riesgo en el aire, Máxima velocidad 2) y desastres imprevistos (Turbulencia). ¿Para qué quejarse si, después de todo, La Laguna, en el aspecto cinematográfico, vive en un verano hollywoodense perpetuo con los chistes estúpidos de Travolta en Michael; con la mañosa, sensiblera y doblada biografía de una “leyenda” en Selena; con los efectos espectaculares, pero vacíos, en La isla del doctor Moreau; con las jaladas caóticas de El pico de Dante; con el persistente ego de la Streisand en la aburrida El amor tiene dos caras; con el autorefrito de Edward Burns (realizador de El juramento) en Ella es; o con la detestable anti-actuación de Ricki Lake en Amor por accidente? Las únicas cintas que burlaron la intrascendencia, dejando un buen recuerdo en el espectador, y que rompieron récord de menor estadía en las salas de cine han sido En busca de Ricardo III, Fargo, Larry Flynt: El nombre del escándalo y Claroscuro. Perpetuidad veraniega
El director Scott Hicks, en Claroscuro (Shine, 1996), relata la vida del pianista australiano David Helfgott (Geoffrey Rush). El primer contacto entre este peculiar personaje y la cámara se da bajo la lluvia. En delante, David conducirá el ritmo narrativo en retrospectivas recordando la dolorosa relación con su padre, un polaco judío refugiado en Australia, Peter (Armin Mueller-Stahl); su genialidad en el piano que pronto sorprende a la sociedad y trae consigo admiración, becas y la amenaza de alejarse del nido; el paso por escuelas bajo la tutela de Cecil Parkes (Sir John Gielgud) y las competencias entre alumnos; su trágico desquiciamiento y la redención por el amor de la astróloga Gillian (Lynn Redgrave). Cabe mencionar que la idea de filmar Claroscuro surgió cuando Scott Hicks conoció al verdadero David Helfgott tocando el piano en un bar. Tiempo después, Helfgott repetiría esta hazaña frente a millones de personas en la ceremonia de los premios de la academia.
Hicks no trata a la ligera el abuso, la sobreprotección y el dominio de Peter hacia su hijo. El padre lo ama y quiere su felicidad, desde un particular punto de vista. Dicha felicidad, de acuerdo con el patriarca pueblerino, sólo puede ser alcanzada dentro de la familia. Pero cuando David, siendo niño, pierde un concurso escolar y Peter le ordena que debe ser un ganador; el padre nunca sospecha que, para ser exitoso, David tiene que separarse de su familia. Aunque podría pensarse lo contrario, Helfgott no es ningún Forrest Gump. Sus actividades no forman parte del american way of life, no juega futbol, no va a la guerra de Vietnam, ni saluda a presidentes muertos. Helfgott, más bien, es un estudiante obsesionado con su arte y con su piano a tal grado que cae en desgracia. Ya adulto, al reincorporarse a la sociedad, es más humano y menos máquina. Hicks tampoco recurre al sentimentalismo, sino a la risa, para hacer entrañable a Helfgott. Geoffrey Rush, ganador del Oscar por actuación masculina, se entrega y da un trabajo estupendo al público. Pero, sin restarle méritos a Rush, Noah Taylor (quien interpreta a David siendo joven) acaba por robarse la película. Él se enfrenta al impresionante Mueller-Stahl en un duelo doméstico. Él presenta al David vulnerable, tímido y sensible de la juventud. Él aguanta la tensión de la sudorosa escena del concierto. Las secuencias más emotivas y la mayor parte de la película están en manos de Taylor, Mueller-Stahl y el director.
Como su compatriota P.J. Hogan en La boda de Muriel, Hicks hace, con Claroscuro, una gran contribución al cine australiano y, aunque haya sido ignorada por muchos en este desierto, por lo menos, no sucedió lo mismo con la crítica ni con el monigote dorado, quienes la consideraron, como nosotros, una buena película. Prueba de ello es el ejemplar de abril de la revista norteamericana Premiere donde, como cada año, los críticos estadounidenses califican las realizaciones del año. Claroscuro se colocó en un decoroso décimo lugar, empatada con Estrella solitaria de John Sayles y superada por filmes como La vida en el abismo de Danny Boyle, Breaking the Waves, Larry Flynt: El nombre de escándalo de Milos Forman, El paciente inglés, Fargo de los hermanos Coen, Jerry Maguire: Amor y desafío, Secretos y mentiras de Mike Leigh y Big Night. Ni la mitad de estas cintas ha sido estrenada en Torreón y el verano ya amenaza con importar lo más vacuo del cine gringo.El escritor John Grisham vuelve a ser alimentado por los grandes estudios con cuchara de oro. Otro filme, basado en sus detestables novelitas sobre abogados heroicos, racismo recalcitrante e intrigas mal estructuradas, apareció en cartelera. Cualquier cinéfilo que haya visto Sin salida, El informe Pelícano, El cliente, Tiempo de matar y ahora La cámara estará de acuerdo en que a míster Grisham ya se le quemaron todas sus neuronas. Grisham ataca de nuevo
En La cámara (The Chamber, 1996), Chris O’Donell, el chico maravilla, encarna a Adam Hall, un joven abogado dispuesto a salvar, de una inminente ejecución, a su abuelo Sam Cayhall (Gene Hackman), quien fuera acusado de plantar un bomba y matar a los dos hijos de un litigante judío. Adam, de súbito, es torturado por los insultos de su desagradecido abuelo, los traumas infantiles, el alcoholismo de su tía Lee (Faye Dunaway) y la siniestra sombra del asesino al cual Sam protege. En esta “colosal” aventura, el protagonista no puede estar solo. Lo asiste Nora Stark (Lela Rochon), una inteligente mujer de raza negra, para desagrado del dulce abuelito, adorador del Ku-Klux-Klan.
A diferencia de Tiempo de matar, La cámara no presenta ni actuaciones de peso (a excepción de Hackman en la primera mitad del filme), ni dirección impecable. ¿Cómo hablar de dirección impecable tratándose del mismo James Foley que filmara la risible Miedo? Gene Hackman despega con su villanía y los maltratos verbales al nieto; pero se desploma al final con sollozos y caras de remordimiento. A Adam, el personaje principal, le reprochan su juventud y su inexperiencia para llevar un caso de pena de muerte. A O’Donell, como actor, se le puede achacar lo mismo. Dunaway también se identifica con Lee. Su participación es débil, apocada y distante. El argumento abunda en incoherencias como el cambio radical del abuelo del racismo a la bondad (hasta con los celadores negros) o su silencio con relación al hombre que le ayudó a plantar la bomba. Ambos son sentimientos difíciles de encontrar en un hombre que mata a otro por peleas infantiles traumatizando de por vida a sus propios hijos. Tampoco la motivación de Adam para defender a Sam se cimienta, mucho menos considerando que es el culpable del suicidio de su padre.
Mientras Grisham continúe sus evacuaciones de libros, el espectador va a tener que soportar muchas películas más sobre investigaciones sin sentido y tensiones por el color de la piel, cintas que, por lo regular, son muy malas.Muchos han sido los esfuerzos para acercar a las masas a la obra del cisne de Avon a través del celuloide. La mayoría de ellos han fracasado ya sea por ambiciosos o por superficiales. Vale recordar a Ricardo III en una Inglaterra fascista o a Romeo y Julieta en Verona Beach. Dichas obras tampoco han sido populares con los programadores de las salas. Hasta la fecha, por ejemplo, no se han estrenado ni Otelo de Oliver Parker, ni Hamlet de Kenneth Branagh. Ya para qué hablar de las ausencias en video del Enrique V de Laurence Olivier, del Macbeth de Roman Polanski o del Otelo de Orson Welles. En busca del cisne
En el documental En busca de Ricardo III (Looking for Richard, 1996), el actor y, en este caso director, Al Pacino hace un loable intento por acercar al público gringo a una de las obras más elaboradas de Shakespeare. Así, Pacino sale con su cámara entrevistando a gente de la calle, a expertos, a directores y personalidades como Sir John Gielgud, Vanessa Redgrave o Kenneth Branagh. De ese torrente de opiniones y altercados, Pacino salta a la obra en sí y a su preparación con un grupo de actores entre los que se encuentran Kevin Spacey, Winona Ryder, Alec Baldwin, Aidan Quinn y Estelle Parsons. El filme, de pronto, deja de ser un documental y se convierte en la tragedia que el gigante de las letras inglesas ideó. Pacino se transforma en un encorvado príncipe, Ryder en Ana, Baldwin en Clarence, Spacey en Buckingham y Quinn en Richmond. Aunque no es la intención del realizador presentar la obra completa, sino llegar a un mejor entendimiento de los personajes y de la intriga manejada por Ricardo, sí recrea las escenas más importantes como la seducción a Lady Ana o el asesinato de Clarence. Para ilustrar al espectador, Pacino y sus cuates también visitan Inglaterra, el lugar de nacimiento de Shakespeare, y el teatro donde actuaba.
Pero, como cualquier documental, En busca de Ricardo III, en este abandonado recodo, no fue bien acogido, tal vez por la falta de publicidad o la abundancia de filmes vomitables, y sólo duró una semana en las pantallas laguneras convirtiéndose en un filme de los feos.—Claroscuro (Shine, 1996) Dirigida por Scott Hicks. Producida por Jane Scott. Protagonizada por Geoffrey Rush, Noah Taylor, Armin Mueller-Stahl y Lynn Redgrave.
—La cámara (The Chamber, 1996) Dirigida por James Foley. Producida por John Davis, Brian Grazer y Ron Howard. Actúan: Gene Hackman, Chris O’Donell y Faye Dunaway.
—En busca de Ricardo III (Looking for Richard, 1996) Dirigida por Al Pacino. Producida por Michael Hadge y Al Pacino. Participan: Al Pacino, Winona Ryder, Alec Baldwin, Kevin Spacey y Aidan Quinn.Publicada en La tolvanera el 16 de junio de 1997.