El bueno, el malo y el feo (V)

Miguel Báez Durán

Originales y copias

        En el año de 1993 apareció una cinta llamada Sommerby: El regreso de un extraño, protagonizada por Jodie Foster y Richard Gere, que pronto saltó al mundo del olvido. Lo que no se le dijo al espectador en ese tiempo es que dicha película era un descarado plagio al cine de Francia como lo fueron, en orden cronológico, Tres hombres y un bebé, Nueve meses y La jaula de los pájaros. Los grandes estudios de Hollywood no se miden en la búsqueda de fórmulas exitosas y en las apropiación de las mismas.
    El retorno de Martin Guerre (Le retour de Martin Guerre, 1982) tiene un argumento sospechosamente parecido al de Sommersby, aunque a la copia gringa se le haya olvidado incluir actuaciones conmovedoras y tensión dramática. El largometraje dirigido por Daniel Vigne abre con la boda de dos jóvenes, allá por 1542, dentro del pueblo Artigat en Francia. Sin embargo, desde la noche de bodas, el joven esposo no es capaz de “cumplirle” a su mujer. La indiferencia, las consultas a brujas y la soledad estropean el matrimonio. Ni la llegada del primogénito los saca de la rutina. Entonces el esposo desaparece abandonando a su familia y al poblado. Martin Guerre (Gérard Depardieu), ese joven desobligado y distante, retorna a los ocho años para ser recibido, sin reticencias, por los incrédulos vecinos y por su esposa Bertrande de Rols (Nathalie Baye). Martin no es el mismo de antes. Recuerda minucias y olvida datos. Es atento y cariñoso con Bertrande. Las dudas sobre su identidad se desatan al pasar unos vagabundos frente a su casa. Su tío Pierre (Maurice Barrier) lo acusa, más por el dinero que por la sangre, de ser un impostor. Así, Martin es llevado ante Jean de Coras (Roger Planchon), consejero del parlamento, para que dirima la controversia.
        La trama corre, hasta la mitad del filme, a través de los interrogatorios que Jean de Coras le hace a Bertrande. Luego se transporta al juicio donde Martin somete a sus enemigos persuadiendo a los magistrados de que no es un embustero. Esta secuencia en la corte ya la quisiera cualquier producción norteamericana sobre litigios, tribunales o novelas de John Grisham. Aunque la capacidad de los protagonistas es lo más atractivo, los detalles técnicos (vestuario, ambientación y, sobre todo, la banda sonora) son acertados. Depardieu, de quien se recuerda sus participaciones en Cyrano de Bergerac, Camille Claudel, Todas las mañanas del mundo y Germinal, encarna a un Martin bonachón, simpático y emotivo. Baye logra que Bertrande transmita sus sentimientos a base de miradas, expresiones o lenguaje corporal. Claro ejemplo es el instante en que Bertrande, a petición de Martin, va en busca de una prenda confeccionada antes de la partida y una vecina le dice: “Por fin sonríes”. También aparece, en un rol secundario, Dominique Pinon quien diera vida a Louison en la bastante extraña y algo decepcionante Delicatessen. La acción no se limita versando sólo sobre el problema de la impostura. También se ocupa de la historia de Bertrande, esa mujer, relegada a un gélido cosmos y a un aislamiento desesperante, que descubre la felicidad y el amor en un desconocido, sea o no su esposo. Por lo anterior, El retorno de Martin Guerre, exhibida por el canal 11 del Instituto Politécnico Nacional en su espacio dedicado al cine francés, es una buena cinta superando a su refrito estadounidense Sommersby. Ahora Hollywood, con la moda de los ángeles (Michael, Caído del cielo), ya tiene los ojos sobre la cinematografía alemana y sobre Wim Wenders para el remake de Las alas del deseo. Ni las obras de arte son sagradas para el mercantilismo.

El desparpajo de Besson

        Lógico sería pensar que un filme despreciable salga de la cartelera a las cuantas semanas de ser estrenado, mientras que uno de calidad permanezca en ella por su temática o sus brillantes actuaciones. Sin embargo, en un entorno tan buñueliano, en lo referente al cine, como La Laguna (donde lo negro es blanco y lo blanco, negro) sólo un filme como El quinto elemento pudo estancarse tantas semanas y torturar a tantos espectadores. (Nota: El paciente inglés, ganadora al Oscar por mejor película, seguía sin estrenarse  a mediados de junio, meses después de su paso por México, Guadalajara y Monterrey).
        El quinto elemento (The Fifth Element, 1997), privilegiada como la mayoría de los filmes ultra-comerciales por los distribuidores con su estreno casi simultáneo en Estados Unidos, México y el festival de Cannes, sitúa a la humanidad en el siglo XXIII ante un mal terrible que sólo aparece cada cinco mil años. Este mal, un “apabullante” y gigantesco planeta comedor de naves, proyectiles y satélites, quiere evitar que la humanidad se salve de su feroz apetito aunque carezca de toda personalidad y tenga la voz —¿de cuándo acá los planetas tienen voz?— más ronca que Darth Vader. El secreto para detener la hecatombe está en manos del padre Cornelius (Ian Holm), un Obi-Wan Kenobi chusco, y de una raza de extraterrestres, los “mondoshawan”, con serias deficiencias en su locomoción. Para que los gringos no se vieran racistas, escogieron a un negro como presidente y a él acude Cornelius para revelarle que la humanidad se salvará si las sagradas piedras de los cuatro elementos (tierra, aire, fuego, agua) se unen a un quinto. El alienígena portador de las piedras, sin embargo, es atacado y al desastre sólo sobrevive una manita. De ella, los subordinados del presidente generan a un ser supremo y femenino, con orejas perforadas y vendajes a la Nefertiti, llamado Leeloo (Milla Jovovich). ¡Alabad a la mujer perfecta, fina y raquítica imagen de Kate Moss! Por desgracia, el ser supremo nace sin saber lenguas y escapa dando karatazos para caer sobre el taxi del ex militar divorciado Korben Dallas (Bruce Willis). ¿Alguna relación con Duro de matar III? ¿O tal vez con Blade Runner de Ridley Scott? El solitario Dallas, en un parpadeo, se enamora de la tilica y pelirroja muchacha en sobacuda escena y le es encomendada la mesiánica misión por un militar y su gorda asistente, obvio remedo de princesa Leia con unos cien kilos de más. Pronto, el trío de payasos fusionan sus esfuerzos y escapan a un trasatlántico espacial, ruda mezcla entre La isla de la fantasía y El crucero del amor. Un afeminado y negro anfitrión de programas, Ruby Rhod (Chris Tucker, con quien sí se vieron racistas los anglos), les hace el cuatro proveyendo los gags más nauseabundos vistos en el celuloide. Zorg (Gary Oldman), fiel sirviente del planeta maldito, los persigue. Este personaje es un magnate neoyorquino con acento sureño, dientes saltones, media cabeza rapada y una garganta muy sensible a las ciruelas. Las preciadas rocas están en posesión de una misteriosa diva cuya moda acuática —¡un pulpo por cabeza!— sorprende a su exuberante público. Balazos, golpes y chascarrillos que serían la envidia del Chavo del Ocho rebosan la pantalla junto con imágenes futuristas. Los efectos especiales de Mark Stetson, el vestuario de Jean-Paul Gaultier y la escenografía son admirables, pero en ningún momento sostienen el interés, ni pueden sustituir la incoherencia y el desparpajo de un trabajo cuyas pretensiones —¿es comedia? ¿es ciencia ficción? ¿es drama?— son sumamente oscuras. El colmo de la estupidez llega con las melosas escenas climáticas donde el quinto elemento faltante es el amor (nótese la sensiblería) y donde héroe y chamacona se revuelcan en cápsula vitalizadora haciendo esperar al presidente, final al cual sólo le faltó la frase “y Korben Dallas regresará en...” para convertirse en el típico desenlace 007.
        El quinto elemento, como lo fue El perfecto asesino en 1994, representa un rotundo fracaso en la carrera del director francés Luc Besson, una causa de segura indigestión para los jurados en el festival de Cannes y una de las peores películas que ha llegado a la Comarca Lagunera. ¿Dónde quedó el realizador de La femme Nikita? Sin gastar más renglones, se puede afirmar que este elemento es de los filmes malos.

¡Qué boca, negrita!

        La “evitamanía” le pegó duro a la casa rosada. Desde la filmación del musical de Andrew Lloyd Webber en Argentina se dieron manifestaciones y protestas condenando la intromisión a tierras rioplatenses. Tan heridos estaban los ches porque una trepadora extranjera encarnara a una trepadora nacional que, con Eva Perón: La verdadera historia, respondieron a la realización del británico Alan Parker. Hasta el título parece ser una referencia directa a esa Evita (des)estelarizada por Madonna, Antonio Banderas y Jonathan Pryce.
        Eva Perón (1996), dirigida por Juan Carlos Desanzo, narra los pesares de la ya famosa primera dama argentina, Eva Duarte (Esther Goris), con lúgubre pasado y maestría en histrionismo, para conseguir la candidatura vicepresidencial al lado de su esposo Juan Perón (Víctor Laplace). Sin ahondar mucho en la vida matrimonial de Eva y Juan, fuera de pláticas sobre el poder y los reiterados “negrita” del esposo, esta semblanza apunta más bien a la vida política de la Perón y a su boca de carretonera. Hasta se pueden citar diferentes pasajes de esta cinta a la par de frases “célebres” que Esther Goris escupe con tanta ira, seguramente por el sacrilegio cometido por Alan Parker y Madonna, a la cámara: la regañada a unos huelguistas (“Doscientos pesos al lado del amor del general por su pueblo son una mierda”), la frustración por no ser apoyada a la candidatura (“¿Por qué carajo no te la jugaste por mí esta vez?”) o las humillaciones a su marido (“¿Dónde está el hombre que desafió al mundo entero casándose con la puta que estaba en boca de todos?”). Goris, aunque parezca tan ardida por la versión de Madonna Superestrella, sí alcanza altos niveles de emoción y el filme, a pesar de que la primera parte invita al sueño, se levanta con el sufrimiento de Eva: no tener el rango necesario, gracias al cáncer, para humillar a todos los que le otorgaron el título de prostituta. Sin duda, la realización de Desanzo no carece de familiaridad. Aquí, por lo menos, Eva habla su idioma y no canta. Tampoco hay un misterioso representante del pueblo narrando la trama con canciones setenteras o con óperas rock. Pero, para el caso, Evita —que no está tan mal cuando uno se acostumbra al "Don´t cry for me"— y Eva Perón son lo mismo. El traumático funeral del padre, el encuentro con el general, los eternos discursos en el balcón de la casa rosada, las paredes con la leyenda “Viva el cáncer” y la muerte de la primera dama están incluidos en ambos largometrajes. Y, para que nadie extrañe las melodías de Andrew Lloyd Webber, el fatídico final trae adjunto una baladita nada autóctona que, escurriendo miel, insinúa: “Eva Perón no podrá ser olvidada”. Falleció, como Selena, tan joven y la muerte le hizo el favor de transformarla en leyenda y en el mito por el cual creyentes y gentiles se insultan sin justificación.
        Eva Perón: La verdadera historia es de las pocas producciones, no se diga argentinas sino latinoamericanas, disponibles en video y, aunque esté en el club de las películas feas, es necesario visitarla antes de que doña Verónica Ciccone le robe lugar en los estantes.

El retorno de Martin Guerre (Le retour de Martin Guerre, 1982) Dirigida y producida por Daniel Vigne. Protagonizada por Gérard Depardieu, Nathalie Baye y Roger Planchon.
El quinto elemento (The fifth element, 1997) Dirigida por Luc Besson. Producida por Patrice Ledoux, Actúan: Bruce Willis, Gary Oldman, Ian Holm y Milla Jovovich.
Eva Perón: La verdadera historia (1996) Dirigida por Juan Carlos Desanzo. Producida por Hugo Lauria y María de la Paz Mariño. Protagonizada por Esther Goris y Víctor Laplace.

Publicada en La tolvanera el 30 de junio de 1997.

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