El bueno, el malo y el feo (VIII)

Miguel Báez Durán

Más bodas para Hogan

        Los carteles publicitarios ya auguran su cercano estreno. No hay que abrumarse ni hacer memoria en el fracaso de El secreto de Mary Reilly. Julia Roberts regresa al género de la comedia romántica, el que la vio nacer, tras un sinnúmero de ridículos. P.J. Hogan, el destacable director australiano de La boda de Muriel, resucita la moribunda carrera de la Mujer bonita en su segunda realización, ahora sobre tierras norteamericanas. La burla a la sensiblería, las uniones matrimoniales, los chascarrillos irónicos, las suntuosas fiestas y la hipocresía siguen siendo las preocupaciones centrales de Hogan y son manejadas con tanta astucia como en su primer largometraje.
       La boda de mi mejor amigo (My Best Friend’s Wedding, 1997) abre con un grupo de mujeres, las madrinas rosadas, que rodean a una novia y cantan junto con ella. Todo es cursi y hermoso. Desde ese instante, el director avienta a la basura los estereotipos, la belleza exterior, los anodinos rituales, el gastadero y la melcocha que siempre acompañan a los futuros casados. Julianne “Jules” Potter (Julia Roberts), evaluadora de restaurantes para un periódico neoyorquino, y Michael O’Neal (Dermot Mulroney), cronista de beisbol en Chicago, son grandes amigos y ex novios. Como broma, han prometido casarse si continúan solteros después de llegar a los veintiocho. Cuando ella recibe un mensaje de Michael poco antes del esperado cumpleaños, sus ilusiones se elevan. El amigo sí va a casarse, pero con otra. Jules llega al aeropuerto de Chicago para ser la dama de honor y conoce a la cándida Kimmy (Cameron Díaz). Entonces comenzarán los intentos por desbaratar la boda y reconquistar a Michael. Entre estas peripecias también hay cabida para George (Rupert Everett), el editor homosexual de Jules, y su arma secreta para impulsar los celos de Michael.
        Cualquier treta maquinada por Jules para que su amigo se decepcione de la joven y hermosa millonaria es una invitación a la risa. La primera trampa consiste en obligar a Kimmy a inundar un club nocturno con sus gallescos cantos. Lo poco armónico de la muchacha, en lugar de asustar a Michael, le alegra. Los planes irán en aumento y las frustraciones también. Roberts regala, por fin, una actuación entrañable. La competencia con Sandra Bullock la hizo salir de su mediocre concha. Su Jules es fresca, hilarante y muy simpática. Díaz (La máscara) funciona bien como antagonista y, a pesar de que nadie le cree que tiene veinte años, su personaje no es tan opuesto al de la Roberts. Kimmy, bajo su máscara de inocencia, sabe quién es su rival y por qué Michael la relega cuando Jules está con ellos. A Mulroney (Copycat, el imitador) no hay que pedirle mucho. Nomás es un juicioso y boquiabierto Paris ofreciendo el regalo de la discordia a dos enamoradas. El berrinche por su trabajo en un restaurante sólo adquiere relevancia por la reacción en las dos mujeres que lo quieren atrapar. Sin embargo, Everett (Los escándalos del rey Jorge) se roba la película. La exageración inglesa y el fingimiento heterosexual frente a Michael, para complacer a Jules, producen las carcajadas más estrepitosas. La escena del taxi, donde la heroína está entre los dos, es excepcional. Rachel Griffiths, la Rhonda de La boda de Muriel, aparece aquí en un papel secundario. Lo que su lengua hace con una gélida escultura es otro de los muchos detalles graciosos de esta maravillante y buena comedia. Hogan no se dejó enviciar por los humos putrefactos que despide la máquina hollywoodense a tal grado que hasta Julia Roberts brilla en la pantalla grande. Habrá que ver cómo le va con Mel Gibson y su Conspiracy Theory. Se necesitaba un genio como Hogan para lograr este milagro. La boda de mi mejor amigo, entre todas las inmundicias que gringolandia acostumbra exportar durante el verano (Máxima velocidad 2, Air Force One, Contracara, Spawn), parece ser la única opción para divertirse sin ser subestimado.

Máxima caída

        Como cada quincena, en el espacio de las películas malas hay de dónde escoger y, como dijo Meryl Streep allá por 1985, en Abundancia. Mentiroso, mentiroso y Hombres de negro mostró a dos de los actores más antipáticos y advenedizos del planeta: Jim Carrey y Will Smith. Conspiración no fue más que el thriller político del mes (los de julio fueron Asesinato en la Casa Blanca y Poder absoluto) con su notable intranscendencia y el jocoso vicio de incluir un presidente norteamericano en el jueguito de “¿quién fue el culpable?”. Volando a casa, por supuesto, se convirtió en el plato fuerte para rapaces bobos, niñas fresas sentimentaloides y matronas que se quejan hasta el cansancio de que no hay cine para la familia. En cambio, Partes privadas (nótese lo sensacionalista del título) trata un tema de gran interés para todos los mexicanos: el de un locutor gringo llamado Howard Stern —personaje nada conocido en nuestro país que tuvo el descaro de interpretarse a sí mismo en esta cinta— cuyas vulgaridades y chistes sucios asustaron al puritanismo estadounidense. Ahí va la pregunta a los programadores de las salas de cine: ¿a quién le importa, fuera de los dominios del tío Sam, lo que este sujeto haga o deje de hacer con su vida?
Para no perder la costumbre, se exhibió el enésimo estreno más esperado de la temporada: Máxima velocidad 2 (Speed 2: Cruise Control, 1997). En la tercera entrega de Jan De Bont —la primera fue Máxima velocidad y la segunda, Tornado—, Annie (Sandra Bullock) vacaciona en un crucero con su segundo novio policía, Alex (Jason Patric). Cuando él está a punto de proponer matrimonio el barco se estremece. Un loco llamado Geiger (Willem Dafoe) se apodera, vía cibernética, del barco para satisfacer sus maquiavélicas ambiciones.
        Si Máxima velocidad fue un filme de acción aceptable y Tornado, un despliegue de pésimas actuaciones, ésta es la caída más baja de Jan De Bont. Con cada rodaje, su estilo en vez de mejorar empeora. El quinto elemento, El mundo perdido y Batman y Robin fueron prominentes insultos a la inteligencia humana (y hasta a la animal). Pero Máxima velocidad 2 es la mega-mentada de madre, el ultra-churrazo veraniego, el rey entre los súperbodrios. Esta horrenda secuela se atreve a presentar los ingredientes de las cintas de desastre que provocan en el espectador vómito, agruras y diarrea al mismo tiempo. ¿Vale la pena citar estos ingredientes cuando ya han sido vistos en Infierno en la torre, La aventura del Poseidón y más recientemente en La luz del día, El pico de Dante o Volcano? ¿Por qué no? Aparece la niña sordomuda, los padres incomprensivos, las gordas gritonas y hasta el negro fotógrafo. Ya se sabe de antemano que la niñita va a estar en los lugares más inconvenientes en el momento más inconveniente, o que los padres le pedirán perdón con lágrimas cocodrileras cuando se reúnan, o que el negro estará a punto de morir por salvar a sus prójimos, o que los protagonistas van a resultar ser los más conocedores en cuestiones marítimas, o que las mujeres estarán chillando y los hombres dirán un “ay, carajo” —bastante discreto a comparación del “oh, shit” original. Mientras Julia Roberts asciende en La boda de mi mejor amigo, la Bullock se hunde. Por lo visto, al personaje de Annie, después de su aventura como conductora de autobuses, se le carcomió el cerebro —hasta cómo manejar se le olvida— y otra vez se deja raptar por el villano. Jason Patric presumió de haber hecho todas las escenas de acción. Sin embargo, en una que otra secuencia y durante escasos segundos, su calvicie prematura desaparece de súbito. ¿Peluquín o doble? Willem Dafoe, en cambio, es un villano muy caricaturesco. Pela los ojos, ríe como el Guasón y nomás le falta jalarse el pelo en sus berrinches para ser el monstruo de Tazmania. Además, este curioso enemigo roba la caja fuerte del barco y aterroriza a los pasajeros porque tiene una enfermedad mortal que se atenúa con sanguijuelas. Lástima, toda la compasión del público fue tragada por la niña sordomuda. Máxima velocidad 2, en resumen, es un filme aburrido, poco original y bastante malo.

Jodie phone home

        Jodie Foster puede hacer, en el insano Hollywood, lo que se le antoje. Puede lloriquear en un all american juicio de violación, atrapar asesinos en serie con la ayuda de un homicida antropófago, viajar al espacio exterior o hasta tener un bebé-alienígena y, aún así, sus interpretaciones convencen. A ella todo se le perdona. Posee la increíble capacidad de salvar los filmes en los que participa. No importa si está al lado de su amiguito del alma, Mel Gibson, o si se encuentra bajo el mando de Robert Zemeckis, autor de cintas tan infumables como Carros usados, Volver al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, La muerte le sienta bien o Forrest Gump (qué corta fue para Zemeckis la escalada de la mediocridad al Óscar). A pesar de tan malas compañías y de uno que otro traspié (Sommersby y Maverick), la Foster se anota triunfos. No importa que esté rodeada de actores comerciales, argumentos soporíferos o directores incompetentes. La mujer que debutara sobre la gran pantalla a los ocho años y después cautivara como prostituta adolescente en Taxi Driver continúa seduciendo hasta a los más escépticos.
        La nueva película de la doblemente oscareada actriz, Contact (1997), reafirma lo dicho. (Este reseñista no se aventura a adivinar un título en español dada la imbecilidad de los traductores. Bien podrían llamarla Contacto o Un encuentro con vida espacial, o No importa cuántos fanáticos religiosos te encuentres, con valor siempre lograrás tus ideales). En Contact, Jodie Foster es la astrónoma Ellie Arroway, científica obsesionada con encontrar vida inteligente fuera del globo terráqueo. En cuanto el espectador toma asiento, la cámara de Robert Zemeckis –hasta en eso se nota la influencia de su camote Steven Spielberg— escapa de la Tierra y recorre, uno a uno, los planetas del sistema solar. Se escuchan sonidos, discursos presidenciales, música y extractos de noticias provenientes no tanto del planeta de origen sino de su primera potencia. Conforme la mirada se aleja de la civilización, el ruido disminuye. Por fin, hay silencio total. Aparece una niña. Es Ellie en su infancia. A través de un radio, pretende contactarse con seres espaciales. Luego de perder a su papi (David Morse) y dedicarse a la astronomía, la doctora Arroway seguirá con el mismo pasatiempo a consecuencia de un retorcido trauma. Su camino, sin embargo, está lejos de ser libre. David Drumlin (Tom Skerritt), un científico incrédulo, le hace la vida de cuadritos cancelando sus investigaciones. Un ex seminarista, poco aguantador del celibato y llamado Palmer Joss (Matthew McConaughey), termina enamorándose de ella e insiste en confrontar la ciencia con la religión. Por fin, Ellie recibe un mensaje radial de la estrella Vega, situada en la constelación Lira. Pronto intervienen oficiales del gobierno (Angela Bassett y James Woods), el bastante aprovechado Drumlin se atribuye la hazaña y cientos de curiosos, entre ellos un líder fanático dientón y terrorista (Jake Busey), realizan plantones. Hasta el presidente norteamericano Bill Clinton hace una aparición no autorizada que le podría valer a Zemeckis un citatorio en la corte a lo Paty Chapoy. Gracias a S.R. Hadden (John Hurt), un millonario misterioso, excéntrico y muy parecido a Marshall H. Applewhite –el de la secta “Heaven’s Gate” que confundió al cometa Hale-Bopp con el transporte público—, Ellie descubre, dentro del mensaje, los planos para construir una nave. Las matemáticas se convierten en el lenguaje universal.
        Fuera de la actuación de la Foster, poco se le puede pedir a las niñerías del realizador. Zemeckis, George Lucas y Steven Spielberg forman un gremio de directores sobrestimados con mentes juveniles y fijaciones en la ciencia ficción barata. Ya hasta tienen adeptos como Roland Emmerich y Dean Devlin, los de El día de la independencia. En Contact, basada en un libro del astrónomo Carl Sagan, el sentimentalismo es notable. Sobre todo, en las memorias de Ellie-Electra con su progenitor y en el clímax tan similar al de El abismo. También hay que mencionar el papel interpretado por Busey: un loco capaz de burlar la vigilancia del proyecto espacial más costoso en la historia a pesar de su sonrisa “ñaca, ñaca” y de tener un detonador en la mano. Por supuesto, sólo la heroína nota al profanador. Temas más importantes, como el del choque entre la ciencia y la religión, son analizados muy superficialmente. Apartada de este caos, Ellie Arroway se mantiene incólume. La lucha por su ideal, la discriminación sufrida por su ateísmo y la tenacidad con la que lleva a cabo sus sueños son detalles bien aprovechados por Jodie Foster. Pero una actuación agradable no lo es todo y, por eso, Contact es de los filmes feos y próximos (o tal vez lejanos) a estrenarse.

La boda de mi mejor amigo (My Best Friend’s Wedding, 1997). Dirigida por P.J. Hogan. Producida por Ronald Bass y Jerry Zucker. Protagonizada por Julia Roberts, Dermot Mulroney, Cameron Díaz y Rupert Everett.
Máxima velocidad 2 (Speed 2: Cruise Control, 1997). Dirigida por Jan De Bont. Producida por Steve Perry, Michael Peyser y De Bont. Actúan: Sandra Bullock, Jason Patric y Willem Dafoe.
Contact, 1997. Dirigida por Robert Zemeckis. Producida por Steve Starkey, Carl Sagan y Zemeckis. Protagonizada por Jodie Foster, Matthew McConaughey y Tom Skerritt.
 

Publicada en La tolvanera el 25 de agosto de 1997.


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