El bueno, el malo y el feo (IX)
Miguel Báez DuránLa semana del 6 al 12 de octubre se presentó en los cinemas Géminis un festival de celuloide galo organizado por varias empresas de la comarca. Por suerte y para variarle un poco, las cintas programadas eran de estreno en el país y, por consecuencia, en La Laguna. Tras este recorrido fílmico y ante la buena respuesta del público, surge el anhelo de que no sólo se presenten semanas de cine francés —y en una sola función—, sino también de cine latinoamericano, inglés, alemán, español, hasta cine de autor (auteur para seguir con el afrancesamiento) —y en varias funciones. Los filmes exhibidos fueron Los ángeles guardianes, Los amores de una mujer francesa, El jaguar, Un aire de familia, El insolente Beaumarchais, El octavo día y Los ladrones. El amigo Georges
De todas ellas, sobresalió El octavo día (Le huitième jour, 1996) del cineasta Jaco van Dormael, mismo de Totó, el héroe (1991). El tema central de El octavo día es la amistad que surge entre Georges (Pascal Duquenne), un hombre con síndrome de Down, y Harry (Daniel Auteuil), un motivador empresarial devorado por la rutina y no muy diferente a Miguel Ángel Cornejo. Este enfrascamiento de Harry se disipará cuando se encuentre con Georges en un peculiar accidente y entable vías de comunicación con él que, por sus diferencias, ni siquiera imaginó. Más tarde, los dos se apoyarán en sus respectivos problemas: la reconciliación de Harry con sus hijas, obstaculizada por su neurótica ex esposa Julie (Miou-Miou), y la posibilidad de una vida plena para Georges.
Jaco van Dormael se cuida de no caer en sensiblerías ni en puerilidades al estilo Forrest Gump, la obra más chauvinista de Robert Zemeckis —su película más reciente, que siempre sí se llamó Contacto y que sólo vale la pena por Jodie Foster, ya se estrenó en las grandes urbes del país. En lugar de explotar la compasión del público con boberías melodramáticas, como se ha hecho hasta el hartazgo en muchas de las cintas donde el protagonista sufre una deficiencia del intelecto, el realizador prefiere mostrar a Georges como un ser humano íntegro y no como un payaso (lástima que la mayoría de los asistentes a esta única función de El octavo día y a la proyección de El jaguar no entendieron las intenciones de los cineastas y a cada minuto se reían con cualquier movimiento del “mogolito” o del “indito”). Otro recurso admirable es el aprovechamiento que se hizo de la creatividad de Georges: sus visiones, sus sueños y su propia teoría sobre la gestación del mundo. Magistrales son las actuaciones de Daniel Auteuil y Pascal Duquenne, tanto así que compartieron en 1996 el premio al mejor actor durante el festival de Cannes. El octavo día es un excelente filme, un profundo drama sobre la vida y las relaciones personales, asuntos difíciles de trasladar al cine por su constante tergiversación sentimentaloide en tantos medios electrónicos.Ante el deseo de no ser repetitivos y ante la renuencia a pagar veinte pesos por ver otro bodrio —los títulos Con el agua hasta el cuello, Avión presidencial, El retrato perfecto, Primer impacto o Sin rastro no tientan ni para el desperdicio consciente de dinero—, es esta ocasión el lugar de las películas deleznables lo colma una realización programada por un canal cultural. El pasado 6 de octubre el canal 22 de México transmitió en su tema de la semana llamado “A cien años del nacimiento de Drácula” el largometraje Deseos de vampiro (Lust for a Vampire, 1971) de Jimmy Sangster. Con el saldo de reseñas anteriores, los canales 22 y 11 de la capital (11 y 40 en Telecable) podrían parecer infalibles en cuanto a exhibición de cine se refiere. La verdad es que no lo son. De vez en cuando se les escapa alguna cinta aburrida o, como en el caso de Deseos de vampiro, una de humor involuntario. Pero ante la obligada comparación con la cartelera local, los videoclubs y la televisión abierta, estos canales salen ganando en calidad e interés. Vampira lujuriosa
Deseos de vampiro relata el renacimiento de los Karnstein, una familia de chupasangres de Inglaterra, sólo para alimentarse de las frondosas alumnas de un internado muy victoriano. Una virginal y rubia jovencita llamada Mircalla (Yutte Stensgaard) llega a la escuela, las compañeras empiezan a desaparecer y los maestros mueren sin explicación. Mientras, el titular de la clase de literatura, un tal Richard Lestrange (Michael Johnson), se enamora de la nueva alumna.
Todos los clichés vampirescos y machistas son plasmados en lo que, al parecer, es la segunda parte en una trilogía británica de ridículo presupuesto sobre chupasangres-lesbianas-lúbricas. El resto del risible triunvirato fueron Amores de vampiro (1970) y Las hijas de Drácula (1974). En la escena inicial de Deseos de vampiro, por ejemplo, la futura e inocente proveedora de sangre transita por el campo cuando su paso es interrumpido por un lujoso carruaje con una mujer encapuchada adentro. Aunque al principio la ingenua se siente atraída por esta persona, no tarda el grito con exagerado zoom y caries incluidas. La sangre de la muerta va a parar sobre una calaverita de laboratorio encerrada en su ataúd. Un mal imitador de Christopher Lee (que a su vez era un mal imitador de Bela Lugosi quien tampoco podía presumir de buen actor) y la encapuchada hacen un ritual a lo “venite, Lucifer”, tapan la calaca, vierten la sangre de la víctima y —vivan los (d)efectos especiales— el esqueleto se convierte en una exuberante mujer. Cuando la madura, pero potable, condesa Herritzer (Barbara Jefford) se aparece con su dizque sobrina en el internado de la señorita Simpson (Helen Christie), hasta el espectador más distraído tiene idea de quiénes son. Esta escuela es única en su género. Las clases de gimnasia, para deleite de los profesores, se toman al aire libre —en plena época victoriana— con batas transparentes y escotadas. Las noches son un festín para Mircallita quien, como buena nosferatu, no discrimina ante la sangre de nadie. Aquí se inspiró Anne Rice para los tintes bisexualoides de su Entrevista con el vampiro. Sobran excusas para enseñar las glándulas mamarias: un cambio de ropa, un masaje o un baño nocturno. La secuencia donde Mircalla seduce a su sáfica compañera de cuarto es de antología bufonesca. Las pudorosas lolitas se meten desnudas al lago. ¿El resultado? Música de suspenso, lengüita recorriendo la boca, mordida en el labio y cara de éxtasis convertida en berreo, zoom hasta las amígdalas y, claro, las caries. En una secuencia muy edwoodiana, el cadáver es aventado dentro de un pozo y, al caer, flota como una pluma. A uno de los maestros se le ocurre la genial idea de cambiar el nombre de Mircalla por Carmilla, una descendiente de los terribles Karnstein, y así se da cuenta de la peculiar sed de la nueva alumna. La apetecible rubia, a cambio, lo mata. El pseudo-protagonista Lestrange se debate entre Janet (Suzanna Leigh), la profesora de gimnasia, y la vampira lujuriosa. Llegado el desenlace, los discípulos de Drácula son exterminados por la sobada procesión de pueblerinos iracundos. Janet y Lestrange salvan sus vidas. La sesión de carcajadas con Deseos de vampiro termina. ¿Broma o descuido del 22? ¿Quién sabe? Eso sí, esta vampiresa fue de las malas.Por las estrategias mercantilistas de las casas distribuidoras un filme español que formó parte de la XXIX muestra internacional de cine fue colocado en las tiendas de video antes de hacerlo en las salas cinematográficas de La Laguna. Como si fuera una cinta snuff —género clandestino y criminal existente en los países del primer mundo por el cual se graba el asesinato de una persona para luego vender copias a los admiradores del marqués de Sade—, Tesis (1996) se limitó al formato VHS y a la pantalla chica. Voyeurismo, snuff y otras anomalías
En la ópera prima del director español Alejandro Amenábar, Ángela (Ana Torrent) es una estudiante de ciencias de la información en Madrid y, buscando ayuda para ese requisito que la mayoría de los universitarios odian, acude a Figueroa (Miguel Picazo), un maestro, para ayudarle a sacar imágenes sádicas de la videoteca ya que su investigación es sobre violencia en el entorno familiar. Tras la muerte de Figueroa al ver la cinta, Ángela y un desparpajado amante de los géneros fílmicos más satanizados, Chema (Fele Martínez), descubren que la película es de las llamadas snuff y, casi sin quererlo, se lanzan a encontrar al asesino. Conforme la protagonista recaba información, sus sospechas irán condenando a Bosco (Eduardo Noriega), el dueño de una cámara como la que se usó en el crimen; a Castro (Xavier Elorriaga), el sustituto de Figueroa; a Yolanda (Rosa Campillo), la novia celosa de Bosco, y al propio Chema.
Aunque esta Tesis, ganadora de siete premios Goya en su país natal, tenga varios antecedentes —los más cercanos en la perturbadora Matador de Pedro Almodóvar y los más lejanos, sin contar el cine negro hollywoodense, en Trauma de Michael Powell— eso no le quita novedad ni mucho menos méritos. Trauma (o Peeping Tom, por el nombre de aquel desobediente personaje relacionado ocularmente con lady Godiva) fue una película arruinadora de carreras para Powell y presentó a un asesino que se placía en grabar, no en video sino en súper ocho, el momento en que degollaba a sus víctimas. El Mark Lewis de Trauma fue, en 1960, uno de los primeros directores y actores en la ficción cinematográfica del ahora temido snuff. Pero él, en cambio, no ofrecía en el mercado negro homicidios de celuloide. Desde el comienzo de Tesis, su director exhibe el morbo de Ángela cuando ella baja del metro y se le advierte que no mire a las vías porque hay un hombre partido a la mitad. Más delante, cuando esté frente a la televisión prendida y a los gritos documentados de Vanessa (Olga Margallo), la involuntaria estrella del cruel video, los sentimientos dispares de repulsión y curiosidad terminan seduciéndola. Amenábar no confunde su oposición al cine comercial —“hay que darle al público lo que pide” y podría agregarse: “hasta cintas snuff”— y a los que en España se conocen como reality shows (entiéndase en nuestro país Ciudad desnuda o Fuera de la ley). El joven cineasta tampoco se vuelve parte de los criticados filmando escenas sanguinolentas para estremecer a la gente o sólo asquearla, como Almodóvar lo hizo en la primera escena de Matador. Al contrario, la angustia y el suspenso crecen conforme el festín de lo hemático, las tripas al aire y las torturas despiadadas se dejan a la imaginación. A diferencia de otros thrillers, Tesis no es predecible y aprovecha al máximo los recursos recurrentes (luces que se apagan, persecuciones, lluvia con relámpagos, etcétera) de las cintas de suspenso sin necesidad de presupuestos millonarios o cantidades exageradas. Este género sigue sin agotarse gracias a un puñado de producciones anuales. Por lo pronto, también Los Ángeles al desnudo (L.A. Confidential), con Kevin Spacey y Kim Basinger, ya está recibiendo buenos comentarios. A pesar de su presencia en los videoclubs antes que en las salas de cine de La Laguna, Tesis no se quedó entre las películas feas.—El octavo día (Le huitième jour, 1996). Dirigida por Jaco van Dormael. Producida por Philippe Godeau. Protagonizada por Daniel Auteuil, Pascal Duquenne y Miou-Miou.
—Deseos de vampiro (Lust for a Vampire, 1971). Dirigida por Jimmy Sangster. Producida por Harry Fire y Michael Style. Actúan: Michael Johnson, Yutte Stensgaard y Suzanna Leigh.
—Tesis (1996). Dirigida por Alejandro Amenábar. Producida por José Luis Cuerda. Protagonizada por Ana Torrent, Fele Martínez y Eduardo Noriega.
Publicada en La tolvanera el 20 de octubre de 1997.