El bueno, el malo y el feo (XI)
Miguel Báez DuránEn el estado gringo de Oklahoma, un grupo de simios blancos –que se hacen pasar por soldados del derecho, de la moral y de las buenas costumbres— condenaron a la ignominia y a la expulsión de sus tiendas de video a El tambor de hojalata de Volker Schlöndorff tras la Palma de Oro de Cannes, el Óscar a mejor película extranjera y dieciocho años de vida. Una de las cintas más destacadas del nuevo cine alemán fue catalogada como pornografía infantil por estos mojigatos en su deleznable estulticia. Expulsado a tamborazos
El tambor de hojalata (Die blechtrommel, 1979), cuyas bases se encuentran en la novela homónima de Günter Grass, es la historia de Óskar (David Bennent), un niño-hombre que decide dejar de crecer a la edad de tres años. En delante, su posesión más preciada será un tambor y las dolorosas relaciones de familia o de pareja en un cuerpo mal desarrollado, esos acontecimientos que marcan su existencia, estarán rodeados de la Alemania de los nazis.
La controversia aparece desde el primer momento. ¿Cómo transferir la palabra escrita al celuloide, al rayo de luz que lanza el proyector? ¿Cómo sintetizar más de quinientas páginas en escasas dos horas con treinta minutos? En lugar de perderse en la pretenciosa idea de llevar el libro íntegro de Günter Grass —quien, dicho sea de paso, revisó el guión— a la pantalla grande, Volker Schlöndorff logra un potente legado del cine, un pilar de hermosura escalofriante. La actuación de David Bennent, quien contaba entonces con once años, es espectacular. El infante es frío, silencioso y lejano. Como Óskar, es un testigo mudo cuyo parquedad solamente es rota por su tambor y su chillante voz, terrores del vidrio. La magia de este largometraje radica, además, en el seductor y esperpéntico erotismo sembrado en la novela. Cada presencia de El tambor de hojalata son destellos surreales y exquisitas anormalidades. Ana (Tina Egel, Berta Drews), la abuela de Óskar Matzerath es el principio y el fin, el personaje que le otorga un carácter circular a la película distrayendo al espectador de las omisiones sobre el libro, entre ellas, la última parte. El padre, Alfred Matzerath (Mario Adorf), y el primo, Jan Bronski (Daniel Olbrychski), aman sin rivalidad a una sola mujer, la madre, la concebida bajo las cuatro faldas de la abuela. En off, Óskar habla de los dos hombres en la vida de Agnes (Angela Winkler): “Ambos, tan diferentes pero unánimes respecto a mamá, se agradaron mutuamente y en esta trinidad me trajeron al mundo a mí”. Es entonces cuando el niño se rebela contra el universo conservando su microscópica estatura, golpeando su tambor de hojalata, lacerando vidrios y copas. Por su propia voluntad, por desprecio a los adultos, “queda para siempre gnomo de tres años”. Después de la pérdida de Jan y Agnes, llega María (Katharina Thalbach), la mujer a la que Alfred y Óskar compartirán. Esta etapa de la obra es, sin duda, la más objetada por los moralistas del primitivo heart land. María será su primer amor, la progenitora del que cree su hijo, la diosa del polvo efervescente. Ni así el niño-hombre echará raíces. Él recorrerá Europa junto a sus semejantes en talla: Bebra (Fritz Hakl), el circo y Roswitha Raguna (Mariella Oliveri), la que podría ver en todos los corazones menos en el propio. Por lo tanto, aunque Oklahoma se persigne, El tambor de hojalata es un filme de los buenos.Un año de retraso y gran publicidad antecedieron a la no más reciente —Scream 2 se estrena el 12 de diciembre en Norteamérica— realización de Wes Craven: Scream: grita antes de morir (Scream, 1996). Esta película de horror parodiado es protagonizada por un reparto de jóvenes actores: Neve Campbell (Jóvenes brujas), Drew Barrymore (desde E.T. hasta Todos dicen que te amo), David Arquette (hermano de Rosanna y Patricia Arquette), Skeet Ulrich (Jóvenes brujas), Rose McGowan (The Doom Generation), Jamie Kennedy, Matthew Lillard (Ten cuidado con mamá) y Courteney Cox –no Courtney Love como cierto anuncio de radio anunció en su imbecilidad siendo ésta la viuda de Kurt Cobain y participante en Larry Flynt: el nombre del escándalo, y aquélla, coprotagonista en trabajos de tanto renombre como Un detective diferente y también una de tantos cabezas huecas de la serie Friends, sucesora en el gusto juvenil estadounidense de la infumable Beverly Hills 90210. De parodias mediocres y autoindulgencia
En Scream, una serie de homicidios aterrorizan al anodino pueblo de Woodsboro. Tras el destripamiento de Casey (Barrymore) a unos cuantos días del casual aniversario de la violenta muerte de su madre, Sidney Prescott (Campbell) es perseguida por el asesino, quien gusta disfrazarse con un atuendo halloweenesco e imitador del célebre cuadro de Munch, descarada alusión al título del filme. El psicótico enmascarado se le aparece a la adolescente en todas partes —su casa, el baño de la escuela, en fiestas— sólo faltando el lugar común de la sopa. Entre los sospechosos están: su novio Billy (Ulrich), su amiga Tatum (McGowan), sus compañeros —fanáticos del género de horror— Stuart (Lillard) y Randy (Kennedy), un policía con severo retraso mental llamado Dewey (Arquette), una reportera sensacionalista bautizada como Gale Weathers (Cox) y hasta el padre desaparecido de la joven (Lawrence Hecht). Junto a ellos y en papeles secundarios, están estrellas de fugaz brillo como Henry Winkler de la serie Happy Days y Linda Blair de El exorcista.
Con la primera secuencia, Wes Craven (Pesadilla en la calle del infierno, La serpiente y el arco iris, La gente detrás de las paredes) le queda a deber los derechos de autor a Hitchcock, a Carpenter y hasta a sí mismo. Los títulos de Halloween, Viernes 13, Carrie, Cuando llama un extraño, Prom Night, Aullido, Psicosis, El silencio de los inocentes y hasta Ni idea regresan por la memoria. Aún así, a lo largo de Scream, existe un apreciable uso del humor negro y, en ocasiones, un molesto despliegue del humor involuntario. En las escenas iniciales la núbil Casey deambula por su casa de cristal —perfecta para que el malvado homicida la observe desde la penumbra— y recibe, cuando está a punto de ver (oh, sorpresa) un largometraje de horror, las llamadas del moderno victimario con teléfono celular. El asunto se agrava cuando la niñita se niega a hablar con el desconocido y él revela, a cambio, sus mortíferas intenciones. Para divertirse, el individuo la somete, con su voz de gripe gargajienta, a un interrogatorio sobre el cine de horror. Por supuesto, Casey pierde el juego y es apuñalada casi enfrente de sus papis. Luego de este sádico inicio, la trama se centrará en Sidney. Casey, Sidney, Billy, Randy. Abundancia de nombres ilustres que, en estas tierras serían Juanita, Pedrito, Anita y Jorgito. Sidney es la verdadera heroína, la virgen, la nueva Jamie Lee Curtis, la que de seguro sobrevivirá descubriendo la identidad del disfrazado. Los fanáticos de Michael Myers, Freddy y Jason se alegrarán al revivir recuerdos y al identificar referencias a dichos personajes del gore, las vísceras y las sangre. El murmullo cavernoso –rayando en lo ridículo— en el auricular, las persecuciones constantes, los sustos falsos, el aniversario luctuoso, los muertos que reviven y, por supuesto, los intestinos al aire son las situaciones sobadas incluidas en Scream. Para justificar los clichés, Craven presenta, en su filme policiaco-slasher al grupo de jóvenes integrantes de la generación de los noventa como seres obsesionados con el género de horror de los setenta y ochenta. Las reglas de las slasher movies (slash: corte violento, puñalada) son repetidas hasta el cansancio –“no abrir la puerta, no consumir alcohol o drogas, no tener relaciones sexuales, no gritar”— y ni así las víctimas logran salvarse. El pretexto autoindulgente de que se está viendo un historia de niños bobos y amantes del género no le quita lo plagiario al señor Craven. Algunos la han catalogado como una parodia o una crítica contemporánea a las tendencias del pasado. Sin embargo, los elementos que Scream critica y cataloga como ilógicos o estúpidos en las slasher movies, los termina utilizando en vil traición. La parodia es incompleta. El final es el colmo de la idiotez y mata con cualquier intención de Wes Craven para reivindicarse. Con quien sí hizo las paces este director fue con la taquilla y, por lo pronto, ya terminó la obligada segunda parte: Scream 2. En ella, Sidney y sus amigos sobrevivientes discutirán la mala calidad de las secuelas —más indulgencia— detonando otra serie de enigmáticos, pero sórdidos, crímenes. Misterios mayores representan el porqué Tesis se estrena en las salas de cine luego de tener semanas en los videoclubs, o porqué la anacrónica The Wall es considerada un clásico, o porqué el bodrio nacional Cilantro y perejil es la ganadora del Ariel a mejor película, o porqué el espectador debe desvelarse y soportar el frío para ver Hamlet de Kenneth Branagh en función única. Así que, a pesar de las referencias fílmicas y el refriteo atenuado, Scream: grita antes de morir es una mala película.Como otros realizadores cuyas cintas de bajo presupuesto logran cautivar al público gringo y a Hollywood, el director inglés Mike Newell, conocido por Baile con un extraño (1985), Sueños de abril (1991) y Cuatro bodas y un funeral (1994), emigró al terruño estadounidense y el resultado de tal viaje está por exhibirse en México. Inmiscuyéndose en temas scorsesianos, Newell llevó a la ficción del celuloide la vida de un agente del FBI infiltrado en la mafia y las relaciones que durante seis años entabla con estos delincuentes, en especial, con uno de ellos. El FBI y sus esquizofrénicos
Donnie Brasco (1997) es el seudónimo que el agente Joe Pistone (Johnny Depp) utiliza para acercarse a la “familia” a través de uno de tantos mafiosos de poca monta: Lefty Ruggiero (Al Pacino). Gracias a esa relación padre-hijo o maestro-aprendiz, Pistone escalará los resbaladizos peldaños de las organizaciones criminales, conocerá a los jefes como Sonny Black (Michael Madsen) o Sonny Red (Robert Miano), a los achichincles como Nicky (Bruno Kirby) y, claro, las vendettas entre unos y otros. En cambio, Maggie (Anne Heche), su mujer, sólo se encontrará con el abandono y con la cada vez más aguda esquizofrenia de Joe en las contadas ocasiones en que las visite a ella y a sus tres hijas.
El mayor atractivo de Donnie Brasco es el duelo de actuaciones entre Al Pacino y Johnny Depp. Por primera vez, con Lefty, se presenta, sin ignorar ciertas semejanzas con el Michael Corleone de El padrino, un mafioso inseguro, miedoso y decadente. Lefty es de los de abajo, de los que se parten el lomo, de los que le rinden cuentas a los adinerados jefes. Lefty sufre discriminación en las jerarquías delincuenciales por su edad, los jóvenes están por encima de él, su hijo es drogadicto, su vida se acaba. Ese aislamiento lo empuja a proteger a Donnie Brasco, al nuevo del grupo. En cambio, Joe Pistone es un alma dividida, se debate entre la farsa frente a su mujer y la farsa frente a los mafiosos. El sentimiento de culpa se centra en Lefty. Sabe que lo está traicionando, sabe que cuando su identidad se descubra el tutor morirá por haberle garantizado a la “familia” la lealtad de Donnie. El continuo intercambio de experiencias hace que el ladrón influya en el policía y el policía, en el ladrón. Donnie se vuelve violento y agresivo. Lefty alcanza, hasta cierto punto, una humilde nobleza. En suma, la mano del director europeo le inyecta un tinte de humanidad a estos inusitados delincuentes. Mike Newell dejó las reflexiones sobre la última mujer condenada a muerte en Inglaterra, sobre matronas aburridas que vacacionan en Italia o sobre el temido ritual del matrimonio. El experimento hollywoodense no le salió nada mal. Sin embargo, tal vez la indiferencia del público lagunero, cuando se estrene, convierta a Donnie Brasco en una cinta de las feas.—El tambor de hojalata (Die blechtrommel, 1979). Dirigida por Volker Schlöndorff. Producida por Franz Seitz y Anatole Dauman. Basada en la novela de Günter Grass. Actúan: David Bennent, Mario Adorf, Angela Winkler, Katharina Thalbach y Daniel Olbrychski.
—Scream: grita antes de morir (Scream, 1996). Dirigida por Wes Craven. Producida por Cary Woods y Cathy Konrad. Actúan: Neve Campbell, Courteney Cox, Drew Barrymore, Skeet Ulrich y David Arquette.
—Donnie Brasco (1997). Dirigida por Mike Newell. Producida por Mark Johnson, Barry Levinson, Louis DiGiaimo y Gail Mutrux. Protagonizada por Al Pacino, Johnny Depp, Michael Madsen y Anne Heche.
Publicada en La tolvanera el 15 de diciembre de 1997.