El bueno, el malo y el feo (XIV)
Miguel Báez DuránEl gremio de Hollywood y sus equivalentes en Gran Bretaña han sentido, por la constante escasez de argumentos, fascinación por ciertos libros. Los best-sellers, no precisamente por su valor literario, son trasladados al celuloide con continuidad acelerada. La presente reseña busca confirmar la idea de que un libro mediocre puede convertirse en una película buena, en una mala o hasta en una fea. El nombre de Agatha Christie, por ejemplo, se traduce, sin duda, en best-seller mundial aunque hayan transcurrido veintidós años de su deceso. De las ochenta y tantas historietas —difícil clasificar sus trabajos como novelas si sus personajes son de lo más planos y si se repite la misma fórmula infinidad de ocasiones— sólo Asesinato en el expreso de oriente (Murder on the Orient Express, 1974) de Sidney Lumet (Tarde de perros) constituye una adaptación fiel al título homónimo. Lady Agatha y la muerte antiséptica
En el citado filme, Hércules Poirot (Albert Finney) —detective de cabecera de la Christie— atraviesa Europa en el lujoso tren junto a un ecléctico grupo de aristócratas. Al detenerse el expreso por la nieve, Ratchett (Richard Widmark), uno de los pasajeros, es asesinado descubriéndose así su identidad y sus lazos con el secuestro y homicidio de una niña cinco años antes. La propia Christie confesó que tres hechos inspiraron Asesinato en el expreso de oriente: el secuestro del bebé Lindbergh, el aislamiento del tren durante seis días por las gélidas tormentas de enero de 1929 y los viajes de la autora en dicho transporte. Los planes para llevar al cine la novela estuvieron en manos de la Metro Goldwyn Mayer en los sesentas. Pero al querer sustituir a Poirot por la entrometida señorita Jane Marple —otra presencia recurrente en la obra de la escritora policiaca—, Christie rehusó vender los derechos. El proyecto no se cristalizó hasta que otros productores, John Brabourne y Richard Goodwin, le prometieron no alterar su obra.
Excelente escenografía, música, fotografía y vestuario enmarcan Asesinato en el expreso de oriente. Además de un reparto multiestelar que incluye a Lauren Bacall, Martin Balsam, Ingrid Bergman, Jacqueline Bisset, Jean Pierre Cassel, Sean Connery, John Gielgud, Wendy Hiller, Anthony Perkins, Vanessa Redgrave, Rachel Roberts y Michael York. La presencia de tantos actores reconocidos no garantizó interpretaciones sólidas. Sólo destaca la increíble encarnación de Poirot a cargo de Albert Finney. Los personajes de Agatha Christie no dan para mucho. Son títeres huecos que sólo existen en función de la intriga policiaca, entes que sólo respiran para ser sospechosos y sufrir las técnicas interrogativas de Poirot. En el mundo de la Christie siempre hay un coronel reprimido (Connery), una joven misteriosa (Redgrave), un asistente extraño (Perkins), una pareja apasionada (Bisset, York), un puñado de extranjeros (Bacall, Balsam, Hiller, Bergman) y, por supuesto, los sirvientes (Cassel, Gielgud, Roberts). Contra las nulas complejidades de estas figuras decorativas poco pesa el Óscar por mejor actriz secundaria de Ingrid Bergman como la enfermera Greta Ohlsson. En las fantasías “christianas”, los homicidios son, por lo regular, bastante higiénicos y nadie parece tener vida sexual activa, ni siquiera los casados. De seguro, lady Agatha sólo escribía para sus compañeras de asilo o para los productores de cine. No por nada emergieron de su verde mar de cuartillas desde Witness for the Prosecution (1957) con Marlene Dietrich hasta El espejo roto (1980) con Angela Lansbury –la Reportera del crimen— como la señorita Marple. O Muerte en el Nilo (1978), Muerte bajo el sol (1982) y —nótese las palabras símiles en los títulos de la inglesa— Cita con la muerte (1988) —la peor de las tres— con Peter Ustinov como el detective belga, así como incontables cintas y series (La hora de Agatha Christie, Miss Marple, Poirot) para la BBC de Londres. Hasta los laguneros, en 1990, tuvieron su dosis de lady Agatha en el teatro Isauro Martínez con La ratonera. La solución de Asesinato en el expreso de oriente es una fina jalada. En momentos se vuelve previsible si uno está familiarizado con los trucos de esta progenitora de best-sellers. Tal vicio fue criticado en la comedia Crimen por muerte (1976), con otro reparto envidiable, donde Hércules Poirot se convirtió en Milo Perrier; Jane Marple, en Jessica Marbles y el género detectivesco, en una suculenta parodia. Fuera de los traspiés argumentales, en general, Asesinato en el expreso de oriente, como mero entretenimiento, es una buena cinta.De la fatídica pluma de John Grisham han salido también best-sellers cinematográficos como Sin salida —o, si se prefiere, The Firm—, El cliente (1994), Tiempo de matar, La cámara y, entre sus escorias, El informe Pelícano (The Pelican Brief, 1993). Este antiguo leguleyo convertido en pseudo-escritor cautivó a la mafia hollywoodense desde Sin salida en 1993 y, a partir de entonces, no se han detenido las adaptaciones fílmicas de sus execrables novelas. John Grisham, abogado del diablo
El informe Pelícano recrea una historia tan descabellada e incoherente como todas las demás ocurrencias de Grisham. Resulta que, en los delirios conspiradores de este primate con computadora, dos jueces de la suprema corte gringa son asesinados y Darby Shaw (Julia Roberts), una estudiante de derecho, redacta cierto informe sobre el autor intelectual de los homicidios. Cual papa caliente, la dichosa teoría va de mano en mano hasta llegar a la presidencia. Los atentados contra Darby dejan un buen número de víctimas poco afortunadas como su maestro y amante, Thomas Callahan (Sam Shepard) o Gavin Verheek (John Heard), abogado del FBI. Pero, como una mujer no puede denunciar crímenes sola, acude a Gray Grantham (Denzel Washington), un reportero.
El informe Pelícano es, además, una galería de personalidades carentes de inteligencia así como de carambolas propias del thriller barato. Darby Shaw es una brillante mujer, la única persona en todo Estados Unidos que descubre una conspiración de proporciones bíblicas para manipular la estructura de la suprema corte: única joven amante que, tras la muerte de su Callahan decide, en vez de quedarse en el hospital, llevar sus penas al carnavalesco ambiente del barrio franchute y usar tarjetas de crédito para pagar cuentas de hotel; única persona que logra escapar de Khamel (Stanley Tucci), un matón a sueldo internacional e infalible, otro afortunado con dotación de bigotes postizos, bisoñés tiesos y panza de embarazo prematuro como El chacal. La presencia de Gray Grantham, el periodista, llega demasiado tarde. Aunque no tan tarde como para ser correteado por los malosos y poner cara de angustia. Los atolondrados perseguidores de Darby Shaw no debieron quebrarse tanto la cabeza. Con darle a leer un libro de John Grisham como tortura hubiera sido suficiente. Al lado de los protagonistas están nombres (des)conocidos por su anonimato, por ser sólo el relleno para completar una insípida hilera de caras. Verheek es John Heard, el papá de Mi pobre angelito. El lamebotas del presidente es Tony Goldwyn, uno de los homicidas estúpidos de Besos que matan. El editor de Grantham es John Lithgow, el marciano orgulloso de la serie televisiva Third Rock from the Sun. El abogado del supuesto autor intelectual, es Anthony Heald, carcelero de Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes. No hay que omitir los vacíos dejados por Grisham y el director Alan J. Pakula (Enemigo íntimo), como el del sujeto que salva a Darby de Khamel, o las complicadas soluciones, como esa moralista y ecológica respuesta al asunto. Ya los interminables escándalos de Bill Clinton han demostrado que las conspiraciones en la Casa Blanca se reducen a temas más primitivos que el de la contaminación ambiental. Ni los grandes corporativos de abogados ni los pelícanos son el elemento principal de las intrigas políticas, sino lo que hace y deshace el primer mandatario gringo con su concupiscencia. Aunque El informe pelícano resultara ser una pésima película, Hollywood no se cansó de besarle los pies a este autor de novelas chuscas porque ya se acerca The Rainmaker (1997) de Francis Ford Coppola y The Gingerbread Man (1998) de Robert Altman.Antes de que el nombre de John Grisham se pronunciara con frecuencia en las oficinas de los altos ejecutivos hollywoodenses, el de Stephen King, otro redactor de best-sellers, ya se había asociado con la fábrica de sueños —o, en su caso, la fábrica de pesadillas. A la adaptación cinematográfica de Carrie (1976) —en español llamada además Extraño presentimiento—, su primera novela, siguieron: El resplandor (1980) de Stanley Kubrick; Christine (1983) de John Carpenter; Cujo (1983); Miseria (1990) de Rob Reiner; las involuntariamente cómicas Los niños diabólicos (1984), Sonámbulos (1992) y Needful Things (1993); las series de televisión Eso (1990), The Tommyknockers (1993), The Stand (1994) y otra vez El resplandor (1996); así como cintas alejadas del género —Cuenta conmigo (1986), Sueños de fuga (1994) y Eclipse total (1995). Stephen King y el rencor de las feas
Carrie, bajo la dirección de Brian De Palma (Misión imposible) y a cargo de la actriz Sissy Spacek, es una adolescente tímida e indefensa gracias a Margaret White (Piper Laurie), su psicótica madre, una mujer fanática cuya misión en el mundo es erradicar las relaciones sexuales hasta dentro del matrimonio —aunque ella esté tan caliente como olla Presto. La primera menstruación de la fea Carrie provocará las risas de sus compañeras y los castigos de su madre. Dos núbiles parejas urdirán planes separados. Sue Snell (Amy Irving) y Tommy Ross (William Katt) quieren que la protagonista salga de su encierro. Chris Hangerson (Nancy Allen) y Billy Nolan (John Travolta) desean su humillación suprema. Nadie sabe, sin embargo, el secreto de la joven: puede mover objetos a su antojo con sólo pensarlo. Al realizarse la broma, los poderes telequinéticos serán utilizados, en apocalíptica matanza, contra los compañeros de bachillerato y contra la Mamita querida. Es entonces cuando empieza la diversión.
Aunque las impresionantes Sissy Spacek y Piper Laurie se obstinen en distraer con la lucha entre obtusa hija y aún más obtusa madre, eso no quita que el argumento de Carrie no es más que una Cenicienta con final infeliz, con baño de porcina sangre. Los aspectos rescatables de la novela (como el nacimiento de Carrie White, la lluvia de piedras, la crueldad materna —Piper Laurie parece hermana de la caridad en comparación al monstruo descrito por King— o la destrucción casi total del pueblo) fueron eliminados ya sea por cuestiones de tiempo o de pudor. La oposición constante entre Margaret y Carrie tampoco logra los niveles deseados. Hasta antes de la hecatombe —donde el ahorrativo director divide a su conveniencia la pantalla cual aparato de televisión moderno—, Carrie no es más que una ingenua peliculilla de adolescentes con los típicos chistes, gracejadas y momentos de burla infantil. El ambiente setentero se deja sentir en la música, los peinados y el vestuario anacrónico. Los cineastas no evitaron, con el mínimo presupuesto, los errores de continuidad. Por ejemplo, en una escena, el espectador ve cómo Chris y Billy cuelgan la cubeta con la sangre de puerco. Más tarde, sus compañeros están decorando el gimnasio escolar para el baile. Pero ninguno de ellos ve el recipiente metálico. Cuando por fin la pobre niña es dichosa y es coronada como reina en un fraude electoral que envidiarían los partidos políticos, el líquido viscoso cae sobre ella mojando su cabeza y su espalda. Pero, en el siguiente cuadro, está empapada y teñida por completo de rojo. El tema musical que se escucha al aparecer Carrie obliga a la compasión y al sentimentalismo. De Palma está siendo parcial con el personaje, busca la simpatía del público aún durante la aniquilación. Nada más los maltratados, los nerds o los puerquitos de los salones escolares podrán aplaudir al rencor de esta anti-heroína. El final trae consigo una mano pachona —nótese el cliché terrorífico— que emerge de la tumba. Así, la telequinética Carrie y su poco agraciado creador se quedaron entre los filmes feos.—Asesinato en el expreso de oriente (Murder on the Orient Express, 1974). Dirigida por Sidney Lumet. Producida por John Brabourne y Richard Goodwin. Basada en la novela de Agatha Christie. Protagonizada por Albert Finney, Lauren Bacall, Ingrid Bergman y Martin Balsam.
—El informe Pelícano (The Pelican Brief, 1993). Dirigida por Alan J. Pakula. Producida por Alan J. Pakula y Pieter Jan Brugge. Basada en la novela de John Grisham. Protagonizada por Julia Roberts, Denzel Washington y Sam Shepard.
—Carrie: extraño presentimiento (Carrie, 1976). Dirigida por Brian De Palma. Producida por Paul Monash. Basada en la novela de Stephen King. Actúan: Sissy Spacek, Piper Laurie, Amy Irving, William Katt y John Travolta.
Publicada en La tolvanera el 9 de febrero de 1998.
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