El bueno, el malo y el feo (XVI)

Miguel Báez Durán

Lo funesto y lo exquisito

        Otra cartelera favorable para las exhibidoras cinematográficas de La Laguna, pero funesta para los cinéfilos. Siguió estancado por décima semana el ya odioso Titanic, Richard Gere y su Justicia roja hablaron pestes de los chinos, las boberías se presentaron con Un simple deseo y no se quedó atrás el bodrio protagonizado por Michael Douglas el cual ocupa un espacio más delante. Por ahí, en función compartida y en terreno gomezpalatino, apareció la obra más reciente de la neozelandesa Jane Campion: Retrato íntimo de una dama. Como si en el celuloide no hubieran suficientes asesinos con garfios como armas —desde el archienemigo de Peter Pan hasta el mitológico hombre de los dulces, hijo de Clive Barker—, a la vuelta de la esquina se halló Sé lo que hicieron el verano pasado (uy, qué miedo), intolerable refrito del refrito Scream para aquellos obtusos púberes que no podían esperar la segunda parte —un fracaso taquillero en tierras del tío Sam. Pregunta dirigida a TV Azteca Laguna, Multimax y análogos: ¿esto es lo mejor del cine? A pesar de la distribución y de todos los filmes que llegaron el año anterior por el camino amarillo de Hollywood —la abrumadora mayoría—, son recordados entre los mejores: Secretos y mentiras, Fargo, La vida en el abismo y Larry Flynt: el nombre del escándalo. Para completar el quinteto por fin arriba al videoclub un largometraje nunca exhibido en los cines y primer lugar en la lista de críticos de la revista norteamericana Premiere: La gran noche (Big Night, 1996). ¿Cómo emocionarse entonces con Titanic, Mente indomable, Todo o nada o Mejor: imposible si la calidad apenas permanece en cartelera una semana, está disponible con años de retraso y no a través de la vía Hollywood-Óscar?
        La gran noche, codirigida por Stanley Tucci y Campbell Scott, viene cuando a los hermanos Primo (Tony Shalhoub) y Secondo (Tucci), inmigrantes italianos en Nueva Jersey con un restaurante moribundo, se les presenta la oportunidad de organizar una fiesta y tener como invitado de honor a Louis Prima, famoso cantante. Mientras ellos preparan la cena, el espectador conocerá a los invitados: Phyllis (Minnie Driver), la novia de Secondo; Gabriella (Isabella Rossellini), su amante; Pascal (Ian Holm), un emotivo contrincante; Bob (Scott), vendedor de autos; y Ann (Allison Janney), la florista.
        La gran noche, con su absorbente anécdota, no requiere de presupuesto intimidador ni efectos especiales computarizados ni estrellas sobrecotizadas. Como una lección para los Spielbergs, los Zemeckis, los Lucas y los Camerons del mundo fílmico, los esfuerzos independientes de estos dos actores —Tucci y Scott han participado en cintas tan juliarobertescas como El informe Pelícano y Todo por amor— son desplegados con ingenio y profundidad. A través de la comida los invitados a la cena se unen, disfrutan y lloran. Primo, el hermano mayor, defiende sus convicciones culinarias y expone sus pensamientos teológicos diciendo que la comida acerca al hombre a la divinidad. Secondo, más práctico, sólo piensa en el éxito y en cumplir su sueño americano. La labor del reparto es loable por la sobriedad de sus actuaciones. Aunque no es ninguna obra maestra, esta exquisita gran noche sí es, por lo menos, una buena película.

Pura finta

        En 1996 el realizador David Fincher (Alien 3) destacó con una cinta policiaca que más de uno recordará. Seven, segundo crédito en su filmografía, fue un buen largometraje, una oscura y admirable combinación de reparto e historia. Con la siguiente entrada directorial de Fincher, El juego (The Game, 1997), Seven se volvió pura finta.
        En El juego, Nicholas Van Orton (Michael Douglas) es un inversionista solitario cuya existencia sobrepasa la monotonía. El día de su cumpleaños, su hermano Conrad (Sean Penn) le regala dirección y teléfono de una hermética empresa dedicada a vender esparcimiento. Tras largos exámenes, interrogatorios, análisis médicos y un sólido mutismo sobre el famoso juego —algo que le ha cambiado la vida a muchos pero que nadie se atreve a explicar—, Nicholas es rechazado, en apariencia, como jugador. Sin embargo, sucesos fuera de lo normal y personas enigmáticas le harán pensar lo contrario.
        Quien se inmiscuya en El juego perderá dos horas de vida en una execrable farsa. Presenciarlo es semejante a ver a un niño matando horas con su último cartucho de nintendo. Sólo que, en este caso, el niño grandote es Michael Douglas y su pantalla, la ciudad de San Francisco. Cual fontanero de juego electrónico, Nicholas Van Orton huye, es atacado y aterrorizado. Este cínico ricachón debe encontrar llavecitas, sortear obstáculos, proteger meseras —como la fría Deborah Unger (Crash: extraños placeres)—, pelear con los malos, insultar a los buenos —un Armin Mueller-Stahl (Un amor en Alemania, Avalon, Claroscuro) muy desperdiciado—  y, a veces, caer en trampas. El espectador, por más distraído que esté, sabe de antemano lo obvio: todo es artificio, es invención pagada por Conrad, el hermano menor. El protagonista es el único que no se entera. Era pura finta. La paranoia al estilo John Grisham, ya tan aporreada por El complot o Los expedientes secretos X (“No confíes en nadie”), provocan indigestión inmediata. David Fincher pretende mantener el suspenso, pero nunca lo logra. Al igual que otros thrillers, el personaje central no es más que un títere, sin matices ni relleno anímico, al cual los enemigos vapulean, acosan o persiguen. Ellos lo conocen, usan sus traumas infantiles y atinan a sus puntos débiles. ¿Cómo no hacerlo si el confiado Nicholas contestó a las preguntas y se sometió con amabilidad a las pruebas? Esta compañía de entretenimiento también hace milagros: se mudan de la noche a la mañana, reclutan ejércitos de empleados incondicionales, plantan cocaína o fotos comprometedoras sin ser vistos. ¿Para qué tanta molestia? Sólo para darle emociones a un millonario maduro —a cambio de una buena lana, por supuesto—, sólo para sacarlo de su extenuante rutina. Además, como en una infinidad de productos estadounidenses —recuérdese Un impulsivo y loco amor con la compatriota Salma Hayek—, no falta la secuencia donde el realizador exhibe lo mejor de México: calles empolvadas, malos olores, mulas, carretas y otras imágenes típicas. Siendo ya costumbre, este churrazo encontró refugio rápidamente en las salas de cine laguneras. El juego, en suma, es una mala cinta.

El vellocino de oro y sus sorpresas

        Llegó marzo. Otro año más y la adoración al monigote áureo continúa sin lugar a concesiones. Programas de televisión, concursos para atinarle a la película ganadora, expectativas artificiales, exhibiciones al vapor y los vomitables conteos diarios: “¡faltan X días!”. Un poco más para la fiesta, para el rito social más superfluo y falso en el mundo cinematográfico. Miles de acéfalos se tendieron frente al televisor con caras delirantes y extáticas para ver a otros acéfalos, las estrellitas hollywoodenses, contonearse, exhibirse y babear por el Óscar. Adictos a la industria fílmica se atrevieron a adivinar el nombre de la ganadora como si el resultado no fuera ya bastante previsible. Difícil saber cuál fue el mejor o, en este caso, el peor filme nominado. En especial si no se han estrenado algunos de los contendientes y tomando en cuenta que sólo concursan obras habladas en inglés mientras los demás productos son hacinados en una categoría. Hollywood se premia a sí mismo. Son contados los aciertos que aparecen en las nominaciones —el canadiense Atom Egoyan apenas logró colarse en la categoría de mejor director por su Dulce porvenir— y todavía más escasos tratándose de las cintas ganadoras. Aspirante al Óscar para mejor película, música, director y guión original se hallaba Todo o nada o, si se prefiere The Full Monty (1996), su nombre verdadero y especie de albur británico para ilustrar lo que los protagonistas sí se atreven a hacer. Esta producción independiente constituye una doble sorpresa por no apegarse a los convencionalismos de la Academia y, además, por no llegarle ni a la nominación —y eso es mucho decir si se toma en cuenta la reducida capacidad mental de los miembros de dicho organismo.
        Bajo la batuta de Peter Cattaneo, Todo o nada demuestra los niveles de desesperación a los que puede llegar un desempleado. Luego de desplomarse las esperanzas metalúrgicas de un pueblo inglés, Gaz (Robert Carlyle), uno de sus habitantes, tiembla ante la amenaza de su ex mujer de separarlo de su hijo Nathan (William Snape). La visita de un grupo de bailarines exóticos y las reacciones del género femenino ante ellos ayudan a Gaz a salir de su angustiante situación económica. Pronto recluta su propio grupo para hacerles la competencia y recaudar en una noche el dinero que necesita para seguir compartiendo la custodia de Nathan. Dave (Mark Addy) —un gordo con corazón de pollo—, Gerald (Tom Wilkinson) —el estirado burgués—, Lomper (Steve Huison) —el sumiso suicida—, Horse (Paul Barber) —un negro cincuentón— y Guy (Hugo Speer) —torpe fanático de Cantando bajo la lluvia— se unen a la lucha de Gaz, Demi Moore versión masculina.
        Todo o nada no es más que una comedia entretenida con buena química entre los actores, tan buena como la de los Sospechosos comunes. Esta similitud no es coincidencia ya que el realizador Cattaneo se inspiró en dicho largometraje para armar su reparto. Destacan las participaciones de Robert Carlyle —Begbie en La vida en el abismo—, Mark Addy y William Snape quien, a pesar de su juventud, es el único personaje que se conduce con madurez. El director Peter Cattaneo se esmera para que el público identifique a cada uno de estos desempleados y lo logra. La escena más acabada por su comicidad es aquella donde Gaz observa a sus compañeros en la fila de los desempleados mientras ellos se mueven al unísono tras largas horas de entrenamiento. Con sarcasmo y humor negro se aborda el tema de la falta de trabajo y se arremete contra el feminismo radical y las imposiciones de lo que debiera considerarse atractivo en ambos sexos. Aún así, a pesar de sus logros, la tercera entrega de Cattaneo (Loved Up) resulta intranscendente en ocasiones, algo menor y nunca invita a ser revisitada. Ganadora del Goya en España por mejor película extranjera y distribuida por Fox Searchlight gracias las participaciones de Peter Cattaneo en festival de Sundance, Todo o nada es de las feas.

La gran noche (Big Night, 1996). Dirigida por Stanley Tucci y Campbell Scott. Producida por Jonathan Filley. Actúan: Stanley Tucci, Tony Shalhoub, Minnie Driver, Isabella Rossellini, Ian Holm y Campbell Scott.
El juego (The Game, 1997). Dirigida por David Fincher. Producida por Cean Chaffin y Steve Golin. Protagonizada por Michael Douglas, Sean Penn, Deborah Unger y Armin Mueller-Stahl.
Todo o nada (The Full Monty, 1997). Dirigida por Peter Cattaneo. Producida por Uberto Pasolini. Protagonizada por Robert Carlyle, Mark Addy, Tom Wilkinson, Paul Barber, Steve Huison, Hugo Speer y William Snape.
 

Publicada en La tolvanera el 23 de marzo de 1998.


Índice
Índice de reseñas
Página principal